Cuenta la leyenda que en 1947, un pastor buscaba una cabra perdida por
los desiertos montes próximos al Mar Muerto cuando, tras lanzar una
piedra en el interior de una cueva, el eco le devolvió el sonido de algo
que se hacía pedazos.
Con el tiempo, ese algo resultó ser uno de los más grandes descubrimientos del siglo XX: los manuscritos de Qumrán (llamados también 'Los Manuscritos del Mar Muerto').
Durante más de cincuenta años, los documentos fueron celosamente
guardados y estudiados por un selecto grupo de investigadores mientras
se negaba el acceso al resto de interesados, con la excusa de que la
labor de reconstrucción e interpretación era una tarea titánica que
llevaría muchísimo tiempo resolver.
Finalmente, las presiones de la comunidad científica, la propagación de
diferentes hipótesis acerca del delicado contenido que tales rollos
podían contener y las cada vez más abundantes críticas a un ocultamiento
premeditado hicieron que los manuscritos fueran sacados a la luz
pública.
Así, hoy sabemos que los manuscritos de Qumrán son un extensísimo
compendio de textos que van desde el 250 a. C. hasta el año 66 d. C., y
que dan fe de las tradiciones esenias,
una corriente judía de carácter ascético cuyos miembros vivían
retirados en el desierto de Palestina y cuyo origen se remonta al siglo
II a. C.