La Abadía normanda de Mont Saint Michel
Mont Saint Michel,
uno de los lugares más hermosos e inquietantes de Francia, situado a
las puertas de Bretaña, en la Baja Normandía. Desde finales de la década
de los 70 del siglo pasado, la Abadía de Mont Saint Michel es Patrimonio de la Humanidad.
Su
historia resulta también muy interesante, tanto que basta decir que
Mont Saint Michel era uno de los tres lugares sagrados para los
peregrinos del medievo, junto a Roma y Santiago de Compostela.
Pero la historia de este edificio mágico, cuyas piedras románicas y
góticas cambian de aspecto según la luz del día, no siempre ha estado
vinculada a cuestiones tan espirituales.
Su Historia y Leyenda:
… y desde aquel mirador, viajamos en el tiempo, a aquéllos siglos en que
allí no había más que una gran masa rocosa que se alzaba entre los
límites de Normandía y Bretaña. El Monte Tumba, así se le llamaba allá
por el siglo IV, cuando el bosque de Scissy ocupaba toda la zona. Aquél
lugar ya era por aquél entonces un lugar de peregrinación y de
ermitaños. Cuenta
la leyenda que San Auberto, que era obispo de Avranches, una ciudad
cercana al Mont Saint Michel, recibió una noche la visita del Arcángel
San Miguel, quien tocándole en la frente, le introdujo la idea de la
construcción de una Abadía en aquel monte, dedicado a su nombre.
Corría el año 708. Piedra a piedra, se levantó aquel inmenso Santuario
sobre la roca, y en poco tiempo a su alrededor se fueron estableciendo
los peregrinos, conformando la actual
ciudadela que la rodea. Sin embargo, apenas un año después, en el 709,
un gran cataclismo hizo que el mar se adentrara en tierra e inundara
toda la zona, dejando aislado el Mont Saint Michel.
Desde entonces, el monte se ha convertido en una auténtica fortaleza,
pues ese fenómeno de las mareas se repite dos veces diariamente, dejando
a la ciudadela y su Abadía unida a tierra solamente por su carretera.
Dicen que es tal la velocidad a la que suben las mareas, que el agua
atraparía con facilidad a un caballo al galope… por eso, con cada subida
del mar, las campanas del Monte, avisan con suficiente antelación, pues
se ha convertido en casi una tradición o una curiosidad turística, el
observar esa subida del mar a ras de orilla.
Muchas leyendas han corrido desde su construcción en el 708; desde aquel
día en que supuestamente el mar atrapó en su huida a una mujer
embarazada, y ésta reapareció andando por la orilla y con su niño en los
brazos, cuando el mar volvió a apartarse; hasta los que creen tener
visiones de enfrentamientos mitológicos sobre el propio monte entre las
fuerzas del mal y el Arcángel San Miguel.
La Ciudadela
Sobre una isla de 900 metros de circunferencia y 80 de alto, lo primero
con lo que nos encontramos es con el pequeño pueblo que rodea a la
Abadía. No hay nada más agradable que callejear por la muralla, y no
sólo ir admirando el paisaje que desde ella se tiene, sino también
disfrutar con las numerosas tiendas de souvenirs que hay en el pueblo. Y
es que este pequeño pueblito vive de eso; del turismo; de los
peregrinos. Son varias las callejas empinadas las que suben hacia el
Monasterio; y en todas podremos comprar los típicos recuerdos, y sobre
todo la clásica figura de san Miguel. Por lo demás, poco hay que ver en
el pueblo, salvo quizás la Iglesia de St. Pierre, un pequeño edificio de
los siglos XV-XVI.
El conjunto monástico comprende la iglesia abacial (la que en cualquier
foto se puede ver en lo más alto del Monte), la abadía románica, al
oeste, y la Mervell al norte, donde se encuentra el famoso claustro,
construidos por los monjes benedictinos en el siglo XIII. A ella se
accede desde varios senderos, a cual más lleno de gente que suben bien
por admirarla, bien por orar entre sus muros; senderos que serpenteantes
y empinados llegan hasta las mismas escaleras de acceso, las que nos
abrirán paso hacia su nave de estilo románico…
… y tras descender nuevamente hasta los mismos pies del monte, donde la
marea inunda sus tierras, nos volvemos para echarle una nueva mirada, y
grabar en nuestras retinas su imagen mágica…
“Peregrino, siembra tu sueño
a mis pies, en mi orilla
allí donde el mar se hace dueño
aquí donde mi luna brilla…”
Sorprendidos, desde su mirador, asistimos maravillados a la subida de la
marea. Absortos, vemos como en pocos minutos el mar se adentra en la
tierra, inundándola; como el agua se desliza cubriendo unas “playas”
embarradas y cómo centímetro a centímetro la fuerza poderosa del mar se
acerca hasta los mismos pies del monte sobre el que se levanta
majestuosa la Abadía de San Miguel.
Su aspecto alegre y luminoso, dorado por el sol que cae sobre el islote
al que se accede por una lengua de tierra que le une al continente a
través de la carretera; se convierte en frío y lúgubre en los días
lluviosos del invierno, ofreciéndonos un aspecto más acorde con el uso
que se le dio a la construcción tras la Revolución Francesa, cuando fue
conocido como “la pequeña Bastilla” y sirvió de penitenciaría. Por
entonces el acceso quedaba vedado con la subida de la marea.
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