Imagen de huellas humanas junto a otras de dinosaurios en la vereda del río Paluxi, Texas (Estados Unidos).
La roca sobre la que aparecieron ambos juegos de huellas se sedimentó
hace más de doscientos cincuenta millones de años. ¿Cómo es posible que
existan improntas humanas junto a las de dinosaurio? ¿Acaso convivimos
con ellos?
En 1931, en Estados Unidos seguían latentes los efectos de la gran
crisis del 29. Estos tardarían en olvidarse. Pero al margen de la
económica se había abierto otra que se erigía sobre las creencias y que
se revestía con tintes casi bélicos. En esta batalla de ideas, en
principio se enfrentaban dos sectores de la sociedad: los evolucionistas
y los creacionistas.
Entre ambos colectivos se abría una enorme grieta ideológica. Los
evolucionistas aceptaban el gigantesco avance que para la ciencia y el
conocimiento suponía la publicación, décadas atrás, de las teorías de
Darwin sobre la evolución de las especies, según la cual todos los seres
vivos derivamos de otros inferiores. En el caso del ser humano, el
darwinismo consideraba, y considera, que hombres y chimpancés
procedíamos de un mismo ancestro común, una suerte de primate original.
Al otro lado de la trinchera estaban los creacionistas, quienes seguían
aferrándose a un viejo dogma promulgado por el irlandés James Ussher,
arzobispo de Armagh a mediados del siglo XVII . Para ellos, la Tierra,
tal cual es hoy, con sus seres vivos sobre la superficie, fue creada por
Dios en el año 4004 a.C. En opinión de este grupo, antes de esa fecha
no existía ser viviente alguno(1).
Y en medio de esta batalla, hoy afortunadamente casi superada a favor
del evolucionismo, que provocó encendidos debates, juicios y hasta leyes
a favor y en contra de una tendencia u otra según el estado en el que
se dictaran, surgió el enigma del río Paluxi en Texas.
En realidad, los primeros indicios aparecieron en 1908, tras un
desbordamiento del rió, en las proximidades de Glen Rose, y dejó al
descubierto una serie de huellas de terópodos, un tipo de dinosaurio
carnívoro que se desplazaba sobre sus extremidades traseras. Los indios
que habitaban aquella zona las conocían como "huellas de pavo gigantes".
Los investigadores concretaron más y concluyeron que se trataba de un
acrocantosáurio, un gigante reptil del Cretácico que superaba las dos
toneladas y media de peso y los 40 metros de longitud. Dos años mas
tarde, un grupo de pescadores, hicieron un nuevo hallazgo en la zona, un
nuevo grupo de huellas de dinosaurio junto a otras que, por su
apariencia y aspecto alargado parecían humanas...
Ni
entonces y menos ahora, a la luz de los actuales conocimientos
científicos, aquello tenía justificación, puesto que ambas huellas se
tendrían que haber formado al mismo tiempo, pero dinosaurios y hombres
jamás convivieron. Aquéllos desaparecieron de la faz de la Tierra hace
sesenta y cinco millones de años, cuando un enorme asteroide impactó en
lo que es hoy el golfo de México, alterando la realidad geológica y
medioambiental del planeta. Mientras, nosotros, los humanos, surgimos
bajo la apariencia de primitivas formas homínidas, muy simiescas, hace
sólo algo más de seis millones de años. Recordemos que los primeros
posibles homínidos bípedos son el Sahelanthropus Tchadiensis, con una
antigüedad de 6 ó 7 millones de años. Orrorin tugenensis, unos 6
millones de años, y Ardipithecus, entre 5,5 y 4,5 millones de años.
Los creacionistas interpretaron aquel hallazgo como un espaldarazo a sus
tesis. Pero era pura alquimia ideológica: decían que las huellas
demostraban que seres humanos y grandes saurios habían convivido porque,
sencillamente, ambos aparecieron hace seis mil años sobre el planeta
por obra y gracia de un Dios creador.
De ese modo pensaba un reverendo –y también científico– llamado Cliford
Burdick. Armado con su fundamentalismo a modo de espada, alentó a los
sectores más tradicionales de la sociedad americana explicándoles que
las huellas del río Paluxi destronaban a Darwin y todas sus “tonterías”
–decía– sobre la evolución.
Sin embargo, el triunfo de la ciencia sobre la sinrazón creacionista no
logró que el enigma de Paluxi dejara de serlo. Los fundamentalistas
cedieron, y hoy el misterio es puramente científico. La gran pregunta,
al hilo del hallazgo, sigue en pie: ¿Acaso convivieron seres humanos y
dinosaurios en alguna ocasión? La lógica, la razón y la verdad
científica invitan a pensar que no, pero no pueden explicar cómo se
sedimentaron a la vez ambos tipos de huellas.
En el año 1970, un equipo de la Universidad Loma Linda investigó
aquellas huellas humanas de –teóricamente– doscientos cincuenta millones
de años de antigüedad. Auspiciados por fondos públicos, y con el pesado
encargo de satisfacer las teorías científicas, se vieron en la
obligación de buscar una justificación. Y salieron por peteneras: “Son
marcas deformadas”, dijeron. Aún deben andar escondidos...
Posteriormente, un científico llamado Glein Kuban examinó las citadas
huellas. “Parecen humanas”, pensó. Y pensó bien, habida cuenta de su
aspecto. Pero tampoco quería cargar con el mochuelo, así que redobló el
alcance de su imaginación y hete aquí que dijo: “Huellas de un tipo de
dinosaurio con planta muy parecida a la humana”.
Aún está esperando que se encuentren otras huellas similares en
cualquiera de los mil y un yacimientos de dinosaurios que se extienden
por todo el planeta...
Ninguna de las dos hipótesis alternativas obtuvo crédito.
En la década de los noventa del siglo XX, las huellas han vuelto a ser
estudiadas por el doctor Dale Patterson. Tras analizarlas, y no sin
dosis de valor infinitas, concluyó: “Presentan la curvatura típica y
marca propias de las huellas humanas. Aunque estén sedimentadas hace
cientos de millones de años, pertenecen a hombres.”
Hoy podemos asegurar que evolucionistas y creacionistas se equivocaron
en el análisis del enigma. Los primeros pecaron de ser, en este caso,
unos cabeza cuadrada. Los segundos, no demostraron ser otra cosa más que
unos fanáticos. Ni unos ni otros han podido solucionar el misterio. La
cuestión sigue en pie, de forma casi perenne: ¿Por qué están ahí esas
huellas humanas junto a otras de dinosaurio?
Otro
descubrimiento similar fue efectuado en el barranco de Valdecevillo, en
la Rioja (España), donde quedaron al descubierto dos huellas humanas
junto a un amplio número de otras pertenecientes a dinosaurios datada
hace 120 millones de años.
Sólo se me ocurre pensar que, o bien existió una humanidad anterior a la
nuestra que convivió con los grandes saurios, o bien los primeros
homínidos aparecieron mucho antes de lo que se cree.
Qué les puedo decir, desconozco cual de las respuestas es la válida.
1 - Usserius, Archiepiscopus Armachanus (James Ussher, arzobispo de
Armagh), vivió en una de las épocas más convulsas de la política, la
religión y la ciencia europeas (1581-1656).
Fue ordenado sacerdote en 1601 y nombrado profesor del Trinity College
(Dublín) seis años después. En 1625 era designado primado de la Iglesia
anglo-irlandesa. Sus posiciones anticatólicas son bien conocidas por los
historiadores (aunque parece que sus invectivas nunca llegaron al nivel
de fanatismo de los panfletos antipapistas de Milton)
Según Ussher, la humanidad fue creada el viernes 28 de octubre de 4004 antes de Cristo.
La primera evidencia de existencia de vida sobre la Tierra procede de los llamados fósiles químicos.
En 1642, cuando estalló la guerra civil, Ussher se encontraba en
Inglaterra, y ya nunca regresó a Irlanda. Durante estos años escribió su
obra más conocida: Anales del Antiguo Testamento deducidos del primer
origen del mundo, aparecida en 1650. En este monumental estudio, Ussher
concluía que el mundo fue creado por Dios el domingo 23 de octubre del
año 4004 antes de Cristo, habiendo comenzado tan formidable tarea
durante el ocaso del día precedente. De manera que, según la estimación
del primado de la Iglesia anglo-irlandesa, esta semana el mundo cumple
exactamente los 6.000 años de antigüedad, si obviamos los cambios en el
calendario a lo largo de la historia.
El método seguido por Ussher para llegar a esta precisa datación es
común entre los investigadores de la época y anteriores. Está basado en
una detallada revisión de las sucesivas generaciones bíblicas y una
correlación con los registros conocidos en la época de la historia
romana y de las civilizaciones del Oriente Medio. De este modo, la
singular datación de unos 4.000-6.000 años para el origen del mundo
constituye, en realidad, una evaluación común en los eruditos anteriores
al siglo XVII, tanto cristianos como judíos y musulmanes. No obstante,
la influencia de esta datación, y en concreto la conocida fecha de
Ussher, no parece haber sido tan importante como pudiera creerse,
excepto en determinados sectores del cristianismo no católico. Desde
luego, no parece tener gran importancia en la ciencia oficial desde
finales del siglo XVII. La propuesta de Ussher era incluso rechazada por
sus pares contemporáneos, como John Ray (1627-1705). Esta alternativa
está basada en la interpretación del Libro del Génesis denominada
Caos-Restitución, que puede seguirse hasta el pensamiento de fundadores
modernos de la geología y la paleontología, como William Buckland
(1784-1856).
En 1819 este naturalista inglés, que publicó los restos del primer
dinosaurio conocido, rechazaba que la Biblia pudiera considerarse como
una referencia detallada de los fenómenos geológicos históricos. De
manera que gran parte del mundo cristiano aceptaba a comienzos del XIX
las eras de la historia de la Tierra tal y como eran propuestas por la
naciente (y poderosa en la época) ciencia de la geología.
No obstante, la significación de Ussher tiene dimensiones relevantes
dentro de las confesiones cristianas no católicas. La fecha del año 4004
apareció por primera vez en los márgenes de los libros bíblicos
anglicanos en 1701. La persistencia de este fenómeno es notable: la
Gideon Society colocó este tipo de biblias en casi todas las
habitaciones hoteleras de América hasta el año 1970. De este modo, la
cronología ussheriana cobró un estatus casi canónico en las biblias
inglesas. Todavía hoy día las estimaciones de Ussher constituyen una
parte importante de las creencias de los colectivos creacionistas,
especialmente en Estados Unidos.
Según Ussher, la humanidad fue creada el viernes 28 de octubre de 4004
antes de Cristo y Adán y Eva fueron arrojados del paraíso el lunes 10 de
noviembre del 4004 antes de Cristo. El arca de Noé encalló en el monte
Ararat el miércoles 5 de mayo de 1491 antes de cristo. Estas
estimaciones han sido utilizadas frecuentemente como una prueba contra
los paradigmas científicos evolutivos de la astrofísica y biología
actuales.
El conocimiento científico de nuestros días sostiene que la edad del
Universo puede cifrarse en unos 12.000-13.000 millones de años. Se cree
que la Tierra, y el sistema solar, tienen una edad de unos 4.500
millones de años. La primera evidencia de existencia de vida sobre la
Tierra procede de lo que los paleontólogos denominan fósiles químicos.
La conversión del carbono inorgánico en sustancias biogénicas implica
una redistribución de la relación de isótopos 13C / 12C (la materia viva
prefiere el isótopo más ligero). Esta señal puede encontrarse en rocas
de Isua (Groenlandia) de 3.800 millones de años de antigüedad. Por
tanto, existe constancia de que determinados microorganismos habitaron
nuestro planeta tan solo 700 m.a. después de la formación de la Tierra.
El registro fósil de organismos unicelulares en rocas de un entorno de
3.000 millones de años constituye en la actualidad un acalorado debate,
ya que algunos investigadores piensan que las evidencias disponibles
pueden tener un origen abiótico. No obstante, la mayoría de los
paleomicrobiólogos que trabajan en esta problemática estaría de acuerdo
en que pueden detectarse células fósiles reales a partir de unos 2.000
millones de años.
Recientemente se han descrito fósiles químicos en Transvaal (Suráfrica)
que indican la presencia de tapetes microbianos en suelos de unos 2.600
millones de años de edad, lo que constituye la primera evidencia de la
conquista de la tierra firme por los organismos vivos. Fósiles de los
animales más primitivos, las esponjas, se conocen en China y tienen un
antigüedad de unos 600 millones de años.
Pero muy probablemente los animales tenemos un origen mucho más antiguo.
En efecto, se conocen rastros producidos por animales con simetría
bilateral que tienen más de 1.000 m.a., lo que es congruente con las
estimaciones del origen de los metazoos a partir de las filogenias
moleculares. Por último, los paleontólogos proponen actualmente un rango
de variación de la edad del origen del hombre moderno entre 150.000 y
300.000 años. Una edad consensuada entre los especialistas sería de unos
150.000-200.000 años para la aparición de Homo sapiens.
Muchos creyentes en la evolución teística admiten que su curso se
desarrolló como propugnan los científicos de la astrofísica,
paleontología o biología evolutiva modernas, pero bajo la creación y/o
tutela de uno o varios dioses. La ciencia actual cada vez está más
convencida de que la evolución de la materia, animada e inanimada, puede
ser comprendida mediante fuerzas y procesos puramente naturales.
Informando: http://elarcadelmisterio.blogspot.com/
Fuente:
despiertaalfuturo
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