El fresco de Leonardo da Vinci, La Última Cena, es todo cuanto queda de
la iglesia de Santa Maria delle Grazie, cerca de Milán, pues la pared en
donde está pintado fue la única que permaneció milagrosamente en pie al
ser bombardeada durante la Segunda Guerra Mundial.
Aunque otros muchos artistas, como Ghirlandaio y Nicolas Poussin, han dado sus propias versiones de tan significativa escena bíblica, es la de Leonardo la que, por algún motivo, ha cautivado más las imaginaciones. Algunas imágenes, aunque se ofrezcan a la mirada del espectador, siguen siendo enigmáticas. Así ocurre con La Última Cena de Leonardo. El personaje central es Jesús, a quien Leonardo menciona bajo el nombre de «el Redentor» en sus notas de trabajo. Está en actitud contemplativa y mira hacia abajo y un poco hacia su propia izquierda, con las manos extendidas al frente sobre la mesa, como si ofreciese algo al espectador. Como ésta es la Última Cena en que, según nos enseña el Nuevo Testamento, Jesús instituyó el sacramento del pan y del vino, invitando a sus seguidores a que los coman y beban, diciendo que son su carne y su sangre. Por esta razón sería razonable buscar algún cáliz o copa de vino delante de él. Al fin y al cabo, para los cristianos esta cena antecede inmediatamente a la pasión de Jesús en el huerto de Getsemaní, donde reza con fervor rogando «que pase de mí este cáliz», que es otra alusión al paralelismo entre el vino y la sangre. También es una alusión a su crucifixión, en la que murió derramando su sangre, supuestamente por la redención de toda la humanidad. Pero no hay vino delante de Jesús, y apenas unas cantidades simbólicas en toda la mesa. Visto que apenas hay vino, quizá no sea casualidad que tampoco se hayan partido muchos de los panes que vemos sobre la mesa. Ello es particularmente sorprendentemente cuando el mismo Jesús identificó el pan con su propio cuerpo, que se supone sería partido en el supremo sacrificio. Lynn Picknett y Clive Prince escribieron un libro, titulado “La revelación de los templarios”, en que me he basado para escribir este artículo.
Aunque otros muchos artistas, como Ghirlandaio y Nicolas Poussin, han dado sus propias versiones de tan significativa escena bíblica, es la de Leonardo la que, por algún motivo, ha cautivado más las imaginaciones. Algunas imágenes, aunque se ofrezcan a la mirada del espectador, siguen siendo enigmáticas. Así ocurre con La Última Cena de Leonardo. El personaje central es Jesús, a quien Leonardo menciona bajo el nombre de «el Redentor» en sus notas de trabajo. Está en actitud contemplativa y mira hacia abajo y un poco hacia su propia izquierda, con las manos extendidas al frente sobre la mesa, como si ofreciese algo al espectador. Como ésta es la Última Cena en que, según nos enseña el Nuevo Testamento, Jesús instituyó el sacramento del pan y del vino, invitando a sus seguidores a que los coman y beban, diciendo que son su carne y su sangre. Por esta razón sería razonable buscar algún cáliz o copa de vino delante de él. Al fin y al cabo, para los cristianos esta cena antecede inmediatamente a la pasión de Jesús en el huerto de Getsemaní, donde reza con fervor rogando «que pase de mí este cáliz», que es otra alusión al paralelismo entre el vino y la sangre. También es una alusión a su crucifixión, en la que murió derramando su sangre, supuestamente por la redención de toda la humanidad. Pero no hay vino delante de Jesús, y apenas unas cantidades simbólicas en toda la mesa. Visto que apenas hay vino, quizá no sea casualidad que tampoco se hayan partido muchos de los panes que vemos sobre la mesa. Ello es particularmente sorprendentemente cuando el mismo Jesús identificó el pan con su propio cuerpo, que se supone sería partido en el supremo sacrificio. Lynn Picknett y Clive Prince escribieron un libro, titulado “La revelación de los templarios”, en que me he basado para escribir este artículo.
Avanzados a sus tiempos en siglos, los helicópteros, el avión, el
submarino, todos ellos eran conceptos anteriores de Leonardo Da Vinci.
Cuadros que contienen mensajes ocultos, en los cuales parece que solo
estás viendo un bellísimo retrato y a su vez parece tener varias
dimensiones y misterios que aún están por explicar. Entre sus obras,
también nos podemos encontrar una colección de sofisticados robots
diseñados hace más de cinco siglos. Leonardo Da Vinci está considerado
como unas de las mentas más brillantes que el mundo haya conseguido
nunca. ¿Pero cuál era la fuente de su enorme intelecto? Leonardo estaba
convencido en un cien por cien que sería capaz de descubrir e incluso
probar de que no estamos solos en el universo. Vamos a trasladarnos al
día 24 de Febrero de 2.011. Embarcándose en su último viaje, el
transbordador espacial Discovery se acopló con la estación espacial
internacional, para entregar el más avanzado modelo de ingeniería
robótica hasta la fecha. Esta obra maestra de la tecnología moderna es
el último de una serie de robots humanoides cuyo diseño está basado en
las ilustraciones de Da Vinci, creadas hace más de quinientos años. En
el diseño básico de las estructuras y las ideas podéis fijaros en lo que
estaba trabajando Leonardo. Son como unas especies de planos
tridimensionales, a partir de los podríamos crear virtualmente un ser
humano, lo que en esencia hicieron los ingenieros de la NASA. Leonardo
mantiene la posición como el genio humano más grande que hayamos
conocido. Tenía una habilidad intelectual muy alta y una gran
creatividad, que utilizaba para llevar a cabo muchos de estos inventos.
Leonardo era capaz de trabajar en todos los campos, lo que era muy
inusual. Fue instruido como pintor y escultor, pero se las arreglaba
para desenvolverse en geometría, óptica, diseño mecánico, anatomía o
geología. Y en cada una de ellas tenía un conocimiento muy profundo. Así
que si queremos hablar sobre un genio universal, lo que es una idea muy
del renacimiento, entonces Leonardo es la persona. El trabajo de este
pintor italiano, que abarca un asombroso rango de disciplinas, todavía
influencia la ciencia, la tecnología, la medicina, el arte y muchos
otros campos casi medio milenio después de su muerte, ¿Pero quien fue
Leonardo Da Vinci? ¿Fue simplemente un hombre con un gran intelecto e
imaginación? ¿O hay algo más, aparte de su genialidad?
Leonardo da Vinci nació en las afueras de Florencia, en Vinci, el 15 de
Abril de 1.452. Vivió durante el apogeo del renacimiento italiano, una
era marcada por grandes logros artísticos y científicos y por una
búsqueda universal de conocimiento. Renaissance es el termino en francés
para el renacimiento y se vio a si mismo como el nuevo nacimiento de
los valores que, de alguna forma, se atribuían románticamente al pasado,
a la antigua Gracia y a la antigua Roma. Contemplan el millar de años
que ha pasado entre Roma y el auge del renacimiento, y quieren traer de
nuevo la luz del humanismo con la innovación intelectual y artística.
Florencia era más grande que Londres, que a su vez era más grande que
Paris y Roma en la época en la que Leonardo da Vinci vivió allí. Pero
mientras que el renacimiento era considerado una era de iluminación, fue
también un tiempo fuertemente dominado por la iglesia católica romana.
Cuando llegamos al renacimiento, la iglesia regia prácticamente todo,
así que todos los artistas, prácticamente todo aquel que supiera leer y
escribir, estaba involucrado en el sistema monástico de la iglesia, y
por supuesto, éste es el patrón principal de todos los diferentes
artistas del renacimiento. Estamos en una época en la que todo está
sujeto al escrutinio de la iglesia. Un joven llamado Leonardo da Vinci
aceptó uno de sus primeros encargos artísticos. Se trataba de la
ilustración de un escudo de madera con una representación del monstruo
de la Grecia mítica: Medusa, una Gorgona cuya cabeza estaba llena de
serpientes. Leonardo dibujo una Medusa tan terrorífica, que su padre
llegó a pensar que estaba viendo serpientes vivas. ¿Pero por qué cuando
los más prominentes artistas de su tiempo pintaban imágenes de la biblia
judeo cristiana, Leonardo escogió representar un monstruo de la Grecia
mítica? Una de las teorías que existen en la actualidad cree que podría
estar basado en una criatura extraterrestre, por lo que nos preguntamos,
¿Tuvo Leonardo encuentros con seres de otros planetas? Cuando lo
comparamos con los genios modernos, sabemos que estas personas estaban
muy interesadas en la idea de que no estamos solos en el universo, que
de alguna manera seres extraterrestres habían contactado con nosotros.
Leonardo da Vinci era una persona que creía en la existencia de seres
extraterrestres, que podemos encontrar en algunos extraños trabajos que
realizó durante su carrera artística.
Cuando aún era un adolescente, Leonardo consiguió entrar como aprendiz
de uno de los renombrados artistas de su tiempo, Andrea del Verricchio. Y
generalmente se considera que su más notable colaboración durante este
periodo fue “La Anunciación”,
que representa una de las escenas en la que la virgen María es informada
por un ángel que pronto concebirá al Hijo de Dios. Verrocchio parece
haber comenzado la pintura y lo hizo usando un medio tradicional de
tempera de huevo, en el cual el huevo es aglutinante para los pigmentos.
Pero, en algún punto de esta obra, Leonardo intervino terminando la
famosa pintura y pintando un ángel. En 1989 expertos en Florencia
realizaron un extenso examen de “La Anunciación”
para verificar si el ángel de la pintura fue realmente obra de
Leonardo. Tras una exhaustiva inspección, se concluyó que sin lugar a
dudas fue obra del artista. Pero, además, descubrieron algo extraño e
inesperado. Cuando fue sometido a rayos X, el ángel de Leonardo se
volvió completamente invisible. Sabemos a día de hoy que Verricchio uso
una pintura con base de plomo para, al menos, una parte de la virgen
María. Leonardo, por el contrario, parece haber usado pigmentos bastante
diferentes. Leonardo lo completo usando una pintura sin base de plomo,
por lo que cuando usamos cierta tecnología de rayos X, el ángel de
Leonardo desaparece completamente. Ahora ¿Por qué Leonardo siendo un
aprendiz, terminaría el trabajo de su mentor con un tipo de pintura
diferente? Una posible explicación para esto es que hubiera dejado algún
tipo de mensaje, ya que era muy conocido por ocultar cosas en sus
propias pinturas. ¿Podría haber pintado Leonardo da Vinci un ángel
sabiendo que estaba creando a su vez un mensaje secreto que no sería
descubierto durante quinientos años? Y en caso de ser así, ¿Por qué?
Algunos estudiosos de la vida de Leonardo creen que las respuestas se
pueden encontrar al examinar la siguiente etapa de su vida. Entre los
años 1476 y 1478 hay un gran vacío en su vida. En realidad no tenemos
conocimiento de donde estuvo o que estuvo haciendo en aquellos años.
Durante este tiempo, desaparece completamente de los registros
históricos. Ni siquiera sabemos en qué ciudad estuvo viviendo, ni con
quién estuvo trabajando, ni que estuvo haciendo. ¿Qué podría explicar
que un hombre de la estatura de Leonardo da Vinci desapareciera de todos
los registros conocidos, en especial cuando fue durante este periodo
cuando recién comenzaba a hacerse importante?
Se cree que Leonardo estuvo bajo la tutela de algunos personajes
especiales; gente que le estaba mostrando cosas que una persona normal
no habría visto. Quizás, como el profeta bíblico Enoc, fue incluso
subido a bordo de una nave espacial y los alienígenas le mostraron la
tierra desde el espacio y le enseñaron un concepto del cosmos, máquinas e
invenciones y de la tierra misma. ¿Es posible que en realidad Leonardo
da Vinci haya recibido ideas de seres venidos de otros planetas como
afirman algunos investigadores? Un hecho es cierto, que tras el regreso
de Leonardo a Florencia, en 1478, su producción creativa alcanzó un
nivel completamente nuevo, yendo más allá del arte y extendiéndose en
otras muchas disciplinas más. Realizaría mapas aéreos de ciudades
italianas con increíble precisión y exactitud. Diseñaría y construiría
el primer vehículo aéreo propulsado del mundo e inventaría maquinas
avanzadas a su tiempo en años e incluso en siglos. Hay personas que
opinan que es muy probable que haya detrás de todo esto una influencia
extraterrestre, dados todos sus conocimientos, puesto que hay gente a lo
largo de la historia que misteriosamente aparece cada pocos siglos y
contribuyen al avance de la especia humana. ¿Cuál era el secreto tras la
increíble explosión de creatividad de Leonardo da Vinci? ¿Y por que
durante la época en que surgió gente como Copérnico, Miguel Ángel y
Shakespeare, da Vinci se alzó por encima de sus contemporáneos? Algunos
investigadores creen que las respuestas se encontrarían examinando los
cuadros de Leonardo y los diferentes y numerosos mensajes secretos
ocultos que se encuentran en sus famosas obras de arte. Vamos a
trasladarnos hasta El Vaticano. Erigida entre las paredes fortificadas
de un terreno de 0,44 kilómetros cuadrados y rodeada por la ciudad de
Roma, es la nación independiente más pequeña del mundo. Fue allí entre,
entre 1513 y 1516, cuando Leonardo da Vinci empezó a realizar un acto
que, para aquella época, era un crimen castigado con la muerte: la
disección de cadáveres humanos. Leonardo fue desde Milán hasta el
Vaticano para pintar, pero como el Vaticano tenía grandes catacumbas,
eran sitios muy fríos y así se podía diseccionar un cadáver sin perderlo
por descomposición. Hoy día sabemos que se realizaron numerosas
autopsias en el Vaticano bajo la presencia del Papa, quién, según la
política de la iglesia católica, lo habría prohibido.
Da Vinci no se detiene ante nada para descubrir la anatomía del cuerpo
humano. De hecho compró cadáveres, aunque se arriesgara a que lo
castigaran con la pena de muerte. Es como si, de alguna forma, no
pudiera detenerse. Necesitaba saber más. En sus treinta y seis meses en
el Vaticano, el artista documentó decenas de disecciones con increíble
detalle. Pero para mantener su trabajo en secreto, sus notas de anatomía
humana las escribió codificadas, usando un método conocido como la
escritura invertida. También hoy día podemos saber que Leonardo adoptó,
de joven, la facilidad de escribir del revés. Posteriormente, en su
carrera, le sirvió a sus propósitos. Este tipo de escritura consistía en
escribir hacia atrás, ¿Por qué lo hacía Leonardo? Pues escribía así
para que nadie pudiera saber lo que escribía. Se dio cuenta que la
iglesia no aprobaría sus trabajos, así que tuvo que hacer estas cosas en
secreto, aunque totalmente consciente del peligro que corría. Este
genio ejecutaba la escritura invertida en todas sus creaciones. Pero,
¿por qué estaba da Vinci tan obsesionado con los trabajos sobre el
cuerpo humano? ¿Qué conocimiento secreto y prohibido intentaba
descubrir? El gran artista Leonardo da Vinci comenzó a pintar un retrato
de la mujer de un adinerado mercader de seda. Pero Leonardo jamás se
separaría de este cuadro hasta la hora de su muerte. Concretamente
estuvo durante dieciséis años obsesionado con esta pintura que después
revolucionaria el arte. Se trataba de La Mona Lisa.
Solo es un retrato y aun así contiene misterios que aún están por
explicar. La sonrisa de la mona Lisa no es la típica sonrisa que solemos
ver en los retratos. Parece haber algo que nosotros no sabemos. Lo que
comenzó para Leonardo como un retrato se convirtió en algo bastante
distinto. Quizás se lo tomó el artista como una especie de meditación
filosófica a partir de todas sus inquietudes intelectuales. ¿Qué tenía
la Mona Lisa, que consumiría
los últimos años del gran pintor? ¿Por qué dedicaría tanto tiempo a un
único retrato? Hay muchas teorías que dicen que Leonardo deja símbolos
secretos y mensajes ocultos en sus cuadros.
Leonardo incorporó una técnica llamada escritura invertida o también
llamada de espejo. ¿Es posible que también usará una técnica similar en
sus obras de arte, dejando mensajes ocultos que solo pueden ser
revelados con el uso de espejos? La escritura de este artista es algo
que lo define, y por tanto, la posibilidad de que hubiese utilizado el
espejo como una dimensión desconocida, que necesitara un espejo para ver
ciertas cosas en sus pinturas. Es definitivamente algo que deberíamos
explorar. En la universidad de Northeastern en Boston, Massachusetts, el
diseñador gráfico Terrence Masson utiliza una tecnología informática
para buscar los mensajes ocultos en las obras de Leonardo da Vinci. Hoy
día podemos saber que tenía una curiosidad insaciable sobre la reflexión
y la refracción, así como la óptica y la anatomía humana del ojo.
También se interesaba por cómo estaban captados los reflejos de los
espejos cónicos. ¿Es posible que Leonardo aplicase su técnica de espejo
para esconder mensajes secretos en la Mona Lisa? Pero si es así, ¿Por qué? En el retrato de la Mona Lisa original,
la posición de las manos de esta mujer es bastante extraña. De hecho se
cree que la posición de la mano es una pista sobre los puntos de acceso
de rotación del espejo. Si juntamos la imagen original y la misma pero
invertida, nos damos cuenta que aparece una extraña criatura con una
cabeza un poco rara. Un ser que parece que no es de este planeta. Es
verdaderamente increíble. Si esta visión es así, entonces ¿Por qué puede
verse una criatura similar en otro cuadro de Leonardo da Vinci titulado
“La virgen y el niño de Santa Ana”? Si nos fijamos en más pinturas de Leonardo, como por ejemplo “La virgen de las rocas”
nos encontramos de nuevo con una extraña posición de las manos que
pinta Leonardo. Si juntamos cuadro original y el mismo, pero invertido,
vemos que cuando se juntan ambas caras de la virgen aparece una cara muy
similar a la de un alíen. De hecho existe una gran similitud a lo que
se obtuvo al mirar el cuadro de la Mona Lisa utilizando
esta misma técnica. Lo que obtenemos es algo muy parecido a lo que hoy
día tenemos como una cabeza de extraterrestre. ¿Podría haber realmente
mensajes ocultos en las pinturas de Leonardo da Vinci? ¿Quizás mensajes
que revelen la conexión del artista con seres de otros mundos? ¿Y por
que estaba el artista tan obsesionado con la disección de la forma
humana? ¿Era para usarlo en su arte o habría otra razón? Tal vez la
respuesta se puede encontrar mediante el examen de las obras de otros
artistas durante el Renacimiento.
En la biblioteca Británica encontramos el “Codice Arundel”,
de Leonardo da Vinci. Esta obra es una amplia colección de 283
documentos que contienen dibujos sobre lo que pasaba por la cabeza de
este genio universal y que cubren numerosas disciplinas científicas y
creativas. Leonardo, en aquella época, poseía más documentación que la
mayoría de los artistas en el renacimiento. Existen miles de páginas que
nos hablan sobre su manera de pensar, pero casi no existen registros
personales, ya que Leonardo era bastante reservado en ese aspecto. Entre
sus diversos y legendarios escritos podemos encontrar algunas anécdotas
personales de los años en los que está desaparecido y justo después de
su desaparición. En unas de estas anécdotas, Leonardo cuenta una
experiencia de su juventud. Un día paseando por el bosque encontró una
misteriosa cueva. Parece describir que se encontraba en la entrada de
esta y nos dice que sentía un gran temor por su oscuridad y por lo que
pudiera haber dentro de ella. Por otro lado Leonardo quería descubrir lo
que había en su interior y algo extraño tuvo que ver, puesto que justo
después de este encuentro elaboró su célebre emblema con la terrorífica
cabeza de Medusa. ¿Qué encontró da Vinci en el interior de aquella
cueva? Probablemente tuvo que ser una experiencia muy significativa en
su vida, puesto que la imagen de aquella cueva le causó una gran
impresión. ¿Por qué Leonardo da Vinci elige escribir en su diario sobre
esta cueva como algo importante? Algunos teóricos creen que algunas
obras de Leonardo da Vinci pueden tener mucho que ver con esta
experiencia y con posibles encuentros con seres de otros planetas. Unos
de los muchos detalles que vemos es la forma que tenían las cabezas en
los dibujos. La verdad es que parecen estar muy alejadas de la
apariencia humana. Si vemos estas obras, la gran mayoría suelen ser un
poco espeluznantes. Son caras deformes, cráneos alargados, caras
aplanadas, imágenes monstruosas e inquietantes.
Leonardo era un artista muy cuidadoso con sus pinturas y aquello que
mostraba en sus dibujos era simplemente aterrador, lo que nos hace
preguntarnos hoy día: ¿Qué estaba mirando? ¿Verdaderamente se encontró
Leonardo con estas criaturas? Son muy extrañas sin duda alguna, Pero,
¿son las cabezas grotescas de Leonardo producto de su imaginación?
¿Podrían ser pruebas del encuentro de da Vinci con seres de otro mundo?
Existen registros históricos durante la época del Renacimiento de un
gran número de fenómenos inexplicados que sobrevolaron los cielos de
Europa y de Asia. En 1453, durante el asedio de Constantinopla, los
soldaros informaron que un fuego descendió sobre ellos desde el cielo.
En 1458, un disco gigante como una luna fue visto sobre Japón. En 1492,
durante el viaje de Cristóbal Colón por el Atlántico, se vieron extrañas
luces flotando sobre el agua. De hecho se sabe que justo antes de que
Cristóbal Colón llegara al nuevo mundo, visualiza extrañas luces
sobrevolando los cielos e informó a sus hombres sobre este hecho. Todos
los que iban en aquellos barcos son testigos de esas extrañas
luminarias, luces que no tenían explicación alguna. Aquello parecía
enteramente como si estas luces estuvieran guiando a Cristóbal Colón
hacia el nuevo mundo. Podrían ser antiguos alienígenas asegurándose de
que Colón descubriera aquellas nuevas tierras. ¿Podría haber estado da
Vinci al tanto de estos avistamientos en la antigüedad? Algunos
investigadores creen que la respuesta es un sí rotundo y señalan pruebas
existentes en pinturas del Renacimiento que así lo hacen saber. Si nos
fijamos bien, durante esta etapa los artistas nos quieren mostrar algo
más que fantásticas pinturas. Nos muestran extraños objetos, que hoy
día, tienen una gran similitud con nuestro actual concepto de nave
extraterrestre. Hay extraños elementos que parecen sobrevolar los cielos
de estas pinturas, en las que podemos observar ovnis, extrañas esferas,
rayos que salen del cielo o estrellas fugaces con personas sentadas en
su interior. ¿Por qué en el siglo XV los artistas pintaban objetos
misteriosos en escenas bíblicas? ¿Nos intentaban comunicar algo acerca
del origen del cristianismo? ¿O estas extrañas imágenes podrían estar
vinculadas a los numerosos avistamientos de extraños objetos en los
cielos?
Durante el Renacimiento, gente como da Vinci podría haber tenido
conocimiento de posibles visitantes de otros mundos. ¿Es posible que las
misteriosas imágenes en pinturas del Renacimiento sean la evidencia de
que Leonardo y sus contemporáneos tuvieron encuentros con seres
extraterrestres durante el siglo XV? Para poder saber más sobre esta
cuestión, los teóricos acuden no solo a las obras de da Vinci sino que
también a sus ingeniosos inventos. Leonardo vivió quinientos años
adelantado a su época. Todos sus dibujos, tales como helicópteros,
aviones o submarinos eran para aquella época una idea imposible, puesto
que durante aquellos años la tecnología no existía y todos los inventos
de da Vinci se quedarían en el aire. Uno de los diseños de Leonardo que
pudo ver construido en vida sería el primer robot funcional del mundo.
Este hecho se haría realidad en el año 1517, en el famoso Chãteau Clos
Lucé, en Amboise, Francia. Leonardo da Vinci, a los sesenta y cinco años
de edad, entregó al rey Francisco I un regalo muy especial. Se trataba
de una máquina con forma de león a tamaño real. Podemos decir que hoy
día existe en el museo de Cheleau una réplica exacta a la figura de este
león. Podríamos decir que aquella máquina era capaz de moverse de
manera completamente independiente y además mostraba una destreza
increíble. Gracias a las referencias que hoy tenemos sobre este invento
de Leonardo se puede saber que se podía desplazar de forma autónoma.
Imaginaros por un momento la cara del rey Francisco I y de todos sus
acólitos que lo acompañaban al ver semejante escena inimaginable para
aquella época. Aquello causo una grata sorpresa y a la vez un terrible
miedo. ¿Cómo hizo da Vinci para conseguir un dispositivo así? Y la
pregunta más sorprendente quizás, ¿Cómo consiguió que el robot andará?
Para Leonardo ser capaz de proyectar sus inventos en sus pinturas y
literalmente ser capaz de proyectar su utilidad en el futuro es
simplemente notable. Cuando hablamos de Leonardo da Vinci nos referimos
al padre de todas las ideas mecánicas que tenemos hoy día. Ningún otro
artista mostró tanto interés, tanto por la naturaleza como por todo
aquello que nos rodea. Leonardo fue una persona que siempre se esforzaba
por conocer más sobre cualquier tema. Fue capaz de dar forma a un gran
cuerpo de conocimiento.
En el relato bíblico, el joven apóstol Juan, al que llaman «el amado del Señor», se halla tan cerca de Jesús físicamente que incluso apoya la cabeza sobre el pecho del Maestro. Pero en la representación de La Última Cena, de
Leonardo, no sucede así. La figura de Juan no se reclina según indica
el relato bíblico, sino que se aparta hacia la derecha de Jesús con
exageración. Pero, si se mira en un mayor detalle la figura de Juan,
parece claro que lo que se está representando es a una mujer. Toda la
figura es sorprendentemente femenina; por más que la pintura sea antigua
y esté deteriorada. Pueden verse las manos pequeñas y bien formadas,
los rasgos del semblante son finos y armoniosos, se intuyen pechos
femeninos, y lleva un collar de oro. La mujer, pues estamos seguros de
que lo es, viste además ropas que la señalan como alguien especial.
Aparentemente son el reflejo invertido de la indumentaria de Jesús, ya
que vemos una túnica azul con manto rojo a un lado, y una túnica roja
con manto azul al otro, siempre dentro del mismo estilo. Ningún otro
comensal lleva unas prendas tan similares a las de Jesús, así como
también es cierto que no hay ninguna otra mujer. Si nos fijamos en la
composición general, lo más destacado es que la configuración que
describen Jesús y la mujer es como una gran «V» muy abierta, casi como
si se hubiesen apartado de manera voluntaria. Sorprendentemente, ningún
estudioso ha dicho nunca que ése fuese un personaje femenino, ni
mencionan esta «V» de la composición. Si le encargan a uno que pinte una
escena convencional de los Evangelios y lo que uno ofrece guarda un
parecido superficial con esa escena, nadie se fijará en el dudoso
simbolismo. Sin embargo Leonardo debió de tener la esperanza de que unos
observadores imparciales se fijarían en la imagen de la misteriosa
mujer y se harían las preguntas obvias.
El canto de una mano amenaza el cuello de la mujer graciosamente
inclinado. También Jesús se ve amenazado por un índice rígido que apunta
hacia arriba, prácticamente delante de su cara. Pero tanto Jesús como
el falso Juan aparecen desentendidos de esos ademanes hostiles,
visiblemente sumergidos en los mundos de sus propios pensamientos. Todo
indica que se está utilizando un simbolismo secreto, no sólo para
advertir de sus respectivos destinos a Jesús y a su compañera femenina,
sino también para comunicar a algunos observadores cierta creencia
secreta que sería peligroso compartir con la gente de manera más
explícita. A la derecha según el observador vemos un hombre barbudo que
habla con el último discípulo de ese lado de la mesa. Está totalmente
vuelto de espaldas a Jesús. Generalmente se admite que este personaje,
Tadeo o Judas, es un autorretrato de Leonardo. Pero los pintores del
Renacimiento nunca pintaron nada por casualidad. Sabemos, además, que
Leonardo era muy aficionado a elegir el modelo adecuado para cada
discípulo. ¿Por qué se pintaría Leonardo a sí mismo dando la espalda a
Jesús? Por otro lado, una mano misteriosa apunta con una daga al
estómago del discípulo situado detrás del personaje más próximo a Juan.
Por mucho trabajo que demos a la imaginación es imposible que esa mano
pertenezca a ninguno de los comensales, ya que ni forzando la postura
ninguno de los circunstantes puede esgrimir la daga en ese lugar. Se nos
ha dicho a menudo que Leonardo era un buen cristiano, cuyos cuadros
religiosos reflejaban la profundidad de su fe. Como vamos conociendo, al
menos uno de ellos incluye una imaginería sumamente dudosa desde el
punto de vista de la ortodoxia cristiana. Y según investigaciones
efectuadas, parece que nada está tan lejos de la verdad como la idea de
que Leonardo fuese un verdadero creyente cristiano. Estos rasgos
curiosos y anómalos que pueden verse en una sola de sus obras parecen
querer decirnos que hay una segunda lectura en esa escena bíblica tan
conocida, que podemos ver en esa imagen congelada en un muro del siglo
XV, cerca de Milán.
Pintar la Última Cena sin una cantidad significativa de vino es, como
mínimo, muy extraño. Nos lo señala como un posible hereje, Con alguien
que tal vez tenía creencias religiosas, pero éstas se hallaban en
contradicción con las de la ortodoxia cristiana. Y también otras obras
de Leonardo subrayan sus peculiares obsesiones heréticas. Lo que estamos
viendo en la Última Cena y
las demás obras configuran el código secreto de Leonardo da Vinci.
Teniendo en cuenta que Leonardo tenía una personalidad complicada, es
fácil pensar que sus opiniones particulares en materia de religión y
filosofía quizá fueron algo excéntricas. Por este motivo nos hallaríamos
tentados a desdeñar sus posibles ideas heréticas. Y si bien se admite
generalmente que Leonardo fue hombre de inmenso talento, la vanidad de
nuestra época actual tal vez restaría importancia a sus conocimientos.
Al fin y al cabo, cuando él nació apenas acababa de inventarse la
imprenta. Pero Leonardo no fue un genio de los del montón. Muchos saben
que dibujó máquinas voladoras y primitivos tanques militares, pero
algunos de sus inventos fueron tan inconcebibles en su época que algunos
investigadores han llegado a sugerir que tuvo visiones del futuro o
influencias extraterrestres. Su dibujo de una bicicleta, por ejemplo, no
fue descubierto sino hacia finales de los años sesenta, del siglo XX.
Pero, a diferencia de los ridículos armatostes que han ido marcando la
evolución real de la bicicleta desde la época victoriana, la bicicleta
de Leonardo tenía ya las dos ruedas de igual tamaño y mecanismo de
transmisión por cadena y piñón. Aunque hay una pregunta más intrigante
que el dibujo en sí, y es qué motivos podía tener él para inventar una
bicicleta. Porque la humanidad siempre ha tenido el afán de volar como
las aves, pero no deja de causar extrañeza el deseo de pedalear por los
caminos de entonces, en precario equilibrio sobre dos ruedas. Leonardo
predijo también el teléfono, entre otras muchas pretensiones futuristas a
la fama.
Admitiendo que Leonardo fuese incluso más genial de lo que conceden los
libros de Historia, queda todavía la cuestión de si supo algo que
pudiese ejercer una influencia importante cinco siglos después. Sin
embargo, lo que nos interesa de Leonardo no sería su filosofía ni su
arte, sino la más paradójica de sus obras. Aparentemente fue Leonardo
quien confeccionó el falso Santo Sudario, del que durante mucho tiempo
se creyó que había recibido milagrosamente la impronta con la imagen de
Jesús en el momento de su muerte. En 1988 la prueba del carbono 14
demostró que la impostura debió producirse a finales de la Edad Media o
principios del Renacimiento. El Santo Sudario, y esto lo reconocen
cuantos han escrito acerca de él, tanto a favor como en contra de su
autenticidad, se comporta como una fotografía. Es decir, que tiene un
curioso aspecto de negativo fotográfico, lo cual significa que no se ven
a simple vista sino unas manchas, y sólo al positivarlo, invirtiendo
los valores de claro y oscuro, se manifiesta la imagen que contiene.
Como no se conoce ninguna obra de pintor que presente tal efecto, éste
se interpreta como la prueba de su origen milagroso. Pero la imagen del
Santo Sudario se comporta como una fotografía, precisamente porque,
aunque parezca increíble, lo es. Aunque la cara que aparece en el Santo
Sudario no sea, como muchos han afirmado, la de Jesús, es el semblante
del que lo produjo. En resumen, el sudario de Turín es, entre otras
muchas cosas, una fotografía de quinientos años de antigüedad y el
retratado no es otro sino Leonardo da Vinci. El Sudario de Turín, una
vez positivado, muestra lo que parece ser el cuerpo martirizado y
ensangrentado de Jesús. Leonardo lo hizo con meticulosa habilidad y, tal
vez, con cierto regocijo secreto. Desde luego, le constaba que la
supuesta imagen de Jesús, pues nadie llegaría a darse cuenta de que se
trataba del propio artista florentino, estaba destinada a ser venerada
por un gran número de peregrinos, incluso en vida de él mismo.
Seguramente Leonardo aprovechó la oportunidad de crear la reliquia
cristiana más impresionante como vehículo para una técnica innovadora,
como la fotografía, y la puesta en clave de una creencia herética. En
aquella época supersticiosa habría sido demasiado peligroso el publicar
esa primitiva técnica fotográfica, y los acontecimientos no tardarían en
corroborarlo. Además de ser un fraude y la obra de un genio, el Sudario
de Turín presenta ciertos símbolos que subrayan las obsesiones
particulares del mismo Leonardo y que también aparecen en otras obras,
éstas más generalmente aceptadas como suyas. Por ejemplo, en la base del
cuello del personaje que estuvo envuelto en el Sudario hay una clara
línea de discontinuidad. Vemos que la línea define la base de la imagen
de la cabeza por delante, a lo cual sigue un espacio sin imagen, y luego
ésta vuelve a concretarse en la parte superior del tórax. Probablemente
ello obedece a dos causas. La primera es puramente práctica, porque la
imagen frontal es un montaje. El cuerpo es verdaderamente el de un
crucificado, y el rostro es el de Leonardo, así que esa línea de
discontinuidad indica, seguramente, el empalme de las dos imágenes. Pero
en este caso al falsificador le habría resultado fácil difuminar o
repintar la reveladora línea de separación. Pero, ¿y si la dejó
deliberadamente, como referencia destinada a quienes tuviesen «ojos para ver»?
En el Sudario puede observarse abundancia de sangre, que parece haber
corrido por los brazos de Jesús, detalle que contradice a primera vista
la ausencia simbólica del vino en la pintura de la Última Cena,
pero que refuerza de hecho ese punto concreto. Por otro lado, la línea
de delimitación entre la cabeza y el cuerpo es tan obvia, que parecería
como si Leonardo hubiese querido aludir a una decapitación. Pero Jesús
no fue decapitado, que sepamos, y la imagen es un montaje. Se nos está
diciendo que consideremos las imágenes de dos personajes diferentes,
pero que estuvieron íntimamente relacionados de alguna manera.
Esta pista de la cabeza cortada en el Sudario de Turín no viene sino a
reforzar los símbolos de otras muchas obras de Leonardo. Hemos observado
ya cómo el falso Juan, el personaje femenino de la Última Cena, parece
amenazado por una mano que hace el gesto de cortar su esbelto cuello, y
cómo también el mismo Jesús es amenazado por un índice levantado
delante de su rostro en un ademán que parece de advertencia. En la obra
de Leonardo, el índice levantado es siempre, en todos los casos, una
alusión directa a Juan el Bautista. Este santo, el supuesto precursor de
Jesús, el que anunció al mundo «éste es el Cordero de Dios»,
y dijo de sí mismo que no era digno siquiera de desatarle las
sandalias, fue de suprema importancia para Leonardo, si juzgamos su
omnipresencia en la obra conservada. Obsesión bien curiosa, tratándose
de un hombre que, según parece, nunca tuvo en demasiada estima la
religión. Si los personajes y las tradiciones del cristianismo no
significaban nada para él, difícilmente habría dedicado tanta atención y
trabajo a un santo determinado, como lo hizo con el Bautista. Una y
otra vez vemos la influencia de Juan el Bautista en la vida de Leonardo,
tanto a nivel consciente, en sus obras, como en el plano de las
coincidencias que rodearon esa vida. Es como si el Bautista le hubiera
seguido a todas partes. Por ejemplo, es el santo patrono de su estimada
ciudad de Florencia, y también le está consagrada la catedral de Turín,
donde se expone la reliquia del Santo Sudario. Y la última pintura de
Leonardo, la que se encontró en su cámara mortuoria junto con la Mona Lisa y
nadie reclamó, representaba a Juan el Bautista, lo mismo que la única
escultura suya que ha llegado hasta nosotros, y que ejecutó a medias
con Giovan Francesco Rustici, un notorio ocultista. Ese dedo índice
levantado aparece también en un cuadro de Rafael, La Academia de Atenas (1509).
Aquí es el venerable personaje de Platón quien hace el ademán. Pero
teniendo en cuenta las circunstancias la alusión no es tan misteriosa
como cabría suponer. En realidad el modelo que posó como Platón no fue
otro sino el mismo Leonardo y le vemos haciendo un gesto que, además de
ser en alguna manera suyo característico, sin duda tenía un profundo
significado para él, así como posiblemente también para Rafael y otros
de su círculo.
El llamado «gesto de Juan el Bautista» aparece en varias pinturas suyas, y siempre tiene el mismo significado. En su Adoración de los Magos,
empezada en 1481 pero nunca terminada, el ademán lo exhibe un
espectador anónimo que está detrás de un promontorio sobre el cual crece
un algarrobo. Cuando uno contempla el cuadro difícilmente se fija en
este personaje, ya que la atención se dirige inevitablemente hacia lo
que uno creería es el tema principal, es decir, corno sugiere el título,
la adoración de la Sagrada Familia por parte de los «sabios de Oriente»,
o magos. La Virgen, bella y en actitud ensimismada, con el niño Jesús
sobre la rodilla, no ha recibido color y tiene un aspecto insípido. Los
magos se arrodillan para ofrecer los presentes que le llevan al niño,
mientras se arremolina al fondo una multitud que suponemos ha acudido
también para rendir homenaje a la madre y al niño. Pero, al igual que
la Última Cena, esta pintura
sólo superficialmente es cristiana y vale la pena echarle una ojeada más
detenida. Nadie dirá que los adoradores en primer plano sean ejemplos
de salud y belleza. Flacos, casi cadavéricos, las manos se alzan pero no
en gesto de reverencia sino casi como garras de pesadilla dirigidas
hacia la pareja central. Los magos traen sus regalos, pero sólo dos de
los tres legendarios. Vemos que ofrecen incienso y mirra, pero falta el
oro. Para un observador de la época de Leonardo el oro significaba,
además de fortuna inmediata, la realeza, y eso es lo que no se le ofrece
a Jesús. Cuando miramos detrás de la Virgen y de los magos, vemos un
segundo grupo de adoradores. Éstos parecen mucho más sanos y normales.
Pero si nos fijamos bien observaremos que no miran a la Virgen ni al
niño para nada. Parece como si la veneración se dirigiese a las raíces
del algarrobo, detrás del cual hay un hombre haciendo «el gesto de Juan». Y el algarrobo se halla tradicionalmente asociado a Juan el Bautista.
En el ángulo inferior derecho del cuadro hay un joven deliberadamente
vuelto de espaldas a la Sagrada Familia. Existe coincidencia en que se
trata del mismo Leonardo. Pero la explicación que se propone
generalmente para su actitud es poco verosímil, ya que se dice que el
artista se juzgaba indigno de mirarla de frente. Sabemos que Leonardo no
simpatizaba con la Iglesia. Además, su autorretrato como Tadeo o Judas
en la Última Cena también se
aparta significativamente del Redentor, como viniendo a subrayar una
reacción emocional muy fuerte en cuanto a los personajes centrales del
relato cristiano. Y puesto que Leonardo nunca fue un paradigma de
devoción, ni de modestia, no es verosímil que tal reacción le fuese
inspirada por un exceso de humildad ni de reverencia. Volviendo al
hermoso e inquietante boceto de La Virgen y el Niño con Santa Ana (1501),
que se expone en la londinense National Gallery, de nuevo hallamos
elementos que deberían sorprender al observador con sus implicaciones
subversivas. El dibujo presenta a la Virgen y el Niño con santa Ana, la
madre de María, y Juan Bautista niño. A lo que parece, el niño Jesús
está bendiciendo a su primo Juan, quien mira hacia arriba con expresión
meditativa, mientras santa Ana contempla fijamente y de cerca el
semblante ensimismado de su hijo y hace el «gesto de Juan»,
pero con una mano curiosamente grande y masculina. Ahora bien, ese
índice alzado se eleva por encima de la diminuta mano de Jesús, que
bendice, como dominándola en sentido literal y también metafórico. Y
aunque la Virgen está sentada en una postura muy incómoda, tal como se
sentaban antiguamente las mujeres cuando cabalgaban, en realidad la
postura más extraña es la de Jesús, a quien sostiene la Virgen, casi
como empujándole a bendecir, como si le hubiese traído al cuadro sólo
para que lo hiciera, pero apenas consiguiendo retenerlo allí. Mientras
tanto Juan se apoya tranquilamente contra la rodilla de santa Ana,
bastante ajeno al honor con que se le distingue. ¿Es verosímil que la
misma madre de la Virgen esté recordándole algún secreto relacionado con
Juan? Según la nota que publica la National Gallery, algunos expertos
en arte a los que extraña el aspecto juvenil de santa Ana y la anómala
presencia de Juan el Bautista especulan si la obra no representa en
realidad a María con su prima Isabel, la madre de Juan. Lo cual parece plausible, y si ellos tienen razón, corrobora el argumento.
La aparente inversión de los papeles entre Jesús y de Juan se ve asimismo en una de las dos versiones de la Virgen de las Rocas,de
Leonardo. Los historiadores del arte nunca han explicado
satisfactoriamente por qué hay dos versiones, una de las cuales se
expone actualmente en la National Gallery de Londres, y la otra, mucho
más interesante, en el Louvre de París. El encargo originario lo hizo
una cofradía llamada de la Inmaculada Concepción, e iba a servir como
imagen central de un tríptico para el altar de la capilla que tenía
dicha hermandad en la iglesia de San Francisco Mayor de Milán. El
contrato, fechado el 25 de abril de 1483, todavía existe y arroja una
interesante luz sobre la obra encargada y la que recibieron en realidad
los cofrades. En el documento se especifican con claridad la forma y las
dimensiones de la pintura, lo cual era de rigor porque el marco del
tríptico ya existía. Lo curioso es que las dos versiones terminadas por
Leonardo cumplen la especificación, así que no sabemos por qué repitió
el encargo. Pero podemos aventurar una suposición acerca de esas
interpretaciones divergentes, y no tiene mucho que ver con el
perfeccionismo y sí con la percepción de la potencia explosiva de lo
realizado. En el contrato se especifica también el tema de la pintura.
Se trataba de representar un acontecimiento que no figura en los
Evangelios, pero estaba presente en la leyenda cristiana desde hacía
mucho tiempo. Es el relato de cómo, durante la huida a Egipto, José,
María y el niño Jesús se refugiaron en una cueva del desierto, donde
hallaron al infante Juan Bautista bajo la protección del arcángel Uriel.
El arcángel Uriel es uno de los siete arcángeles. Se le llama Ángel de
la Presencia de Dios por ser uno de los siete espíritus ante el trono de
Dios que menciona el Evangelio de Juan. Qué significa Uriel y cuáles
son sus atributos. El nombre Uriel significa “el fuego de Dios“.
Representa la fuerza todopoderosa del espíritu de la vida. Su atributo
es una llama de fuego que representa su misión de despertar la
conciencia de los seres humanos con el fuego de la verdad. Puede llevar
un libro o pergamino. Este atributo representa su papel de observador
divino. Lleva la cuenta de los sentimientos, pensamientos y actos de los
seres humanos durante su recorrido por la vida. A Uriel se le
representa vestido de rojo o anaranjado y dorado, colores relacionados
al fuego y a sus cualidades de transformación, destrucción del mal e
iluminación espiritual. Son además los colores del Sol, el astro con el
que John Milton asocia a Uriel en su obraEl Paraíso perdido.
A este respecto es curioso remarcar la supuesta relación de John Dee
(1527 – 1609), matemático, astrónomo, astrólogo, ocultista, navegante y
consultor de la reina Isabel I de Inglaterra, con el arcángel Uriel.
La intención de esta leyenda de la huida a Egipto estriba en solucionar
una de las dudas más obvias y más molestas que plantea el relato del
bautismo de Jesús conforme a los Evangelios. ¿Por qué el supuesto Hijo
de Dios iba a someterse a un evidente acto de autoridad por parte del
Bautista? La leyenda refiere que durante el encuentro fortuito entre los
dos santos infantes, Jesús le concedió a su primo Juan autoridad para
que le bautizara cuando ambos fuesen mayores. Parece una ironía de la
Historia que la cofradía confiase tal asunto precisamente a Leonardo. De
acuerdo con las costumbres de la época, los cofrades solicitaban una
pintura vistosa y fastuosa, con dorados de pan de oro y muchos
querubines y profetas como relleno. Pero lo que recibieron fue bastante
distinto, a tal punto que se estropearon las relaciones entre ellos y el
pintor, y todo culminó en un pleito que se arrastró durante más de
veinte años. Leonardo eligió representar la escena con el mayor realismo
posible y sin personajes ajenos al tema. Casi diríamos que practicó un
reduccionismo excesivo, ya que no aparece san José para nada, aunque el
cuadro supuestamente pinta la huida de la Sagrada Familia a Egipto. La
versión del Louvre, que fue la primera, presenta a una Virgen con túnica
azul que rodea con su brazo protector a un niño, mientras que el otro
infante forma grupo con el arcángel Uriel. Lo curioso es que los dos
niños parecen idénticos, y más curioso todavía, el que está con el ángel
bendice al otro, y es el niño de María quien se arrodilla sumisamente.
Por eso los historiadores del arte han supuesto que Leonardo,
cualesquiera que fuesen sus motivos, eligió colocar el niño Juan al lado
de María. Al fin y al cabo no hay etiquetas que identifiquen a los
personajes, y sin duda el niño con más autoridad para bendecir era
Jesús. Hay otras interpretaciones de este cuadro, sin embargo, que no
sólo sugieren mensajes subliminales de gran intensidad y nada ortodoxos,
sino además refuerzan los códigos utilizados por Leonardo en otras
obras. Tal vez el parecido de los dos niños sugiere en este caso la idea
de que Leonardo trató de confundir deliberadamente sus identidades por
alguna razón. Y si bien María abraza en ademán de protección al niño
Juan, según se admite generalmente, en cambio la derecha se alarga sobre
la cabeza del supuesto Jesús en un gesto que casi parece de hostilidad.
Por otro lado, el arcángel Uriel apunta al niño de María, pero la
enigmática mirada se dirige hacia el observador, lo cual también es
significativo, puesto que se aparta de la Virgen y el niño. Lo más
admisible y fácil sería interpretar el ademán y la postura como un
señalamiento de cuál de ellos es el Mesías, pero hay otras posibles
explicaciones.
Tal vez el niño que está con María, en la versión del Louvre de la Virgen de las Rocas, es
Jesús, como parecería lo más lógico, y el otro, el que está con Uriel,
es Juan. Recordemos que en ese caso, Juan bendice a Jesús y éste se
somete a la autoridad de aquél. Uriel, en su función especial como
protector de Juan, ni siquiera tiene por qué mirar a Jesús. Y María,
mientras protege a su hijo, alza una mano amenazadora por encima de la
cabeza del infante Juan. Bastantes centímetros por debajo de esa palma
extendida hallamos la de Uriel que señala. Ambos gestos parecen abarcar
alguna clave críptica. Como si Leonardo quisiera indicarnos un objeto,
algo significativo, pero invisible, que debería estar en el espacio
comprendido entre ambas manos. En ese contexto no creemos arbitrario
sugerir que los dedos extendidos de María parecen estar colocando una
corona sobre una cabeza invisible, mientras que el índice estirado de
Uriel corta precisamente el espacio que correspondería al cuello. Esa
cabeza virtual flota por encima del niño que está con Uriel, así que
resulta identificado tan eficazmente como si lo hubiese etiquetado.
Porque, ¿cuál de los dos murió decapitado? Entonces, si ése representa
en verdad a Juan el Bautista, él bendice a quien se supone le es
superior. Pero cuando nos dirigimos a la versión posterior de la
National Gallery, resulta que aquí faltan todos los elementos que se
necesitaban para establecer esas heréticas deducciones. Los dos niños
son de aspecto bastante distinto, y el que está con María lleva la cruz
larga que tradicionalmente se asocia con el Bautista, aunque ue ese
detalle pudo añadirlo otro pintor. Aquí la mano derecha de María también
se extiende por encima del otro niño, pero esta vez sin sugerencia
alguna de amenaza. Uriel no señala ni aparta la mirada de la escena.
Todo sucede como si Leonardo nos invitase al juego de «busca las diferencias»
y nos desafiase a sacar de esos detalles anómalos nuestras propias
conclusiones. Este tipo de escrutinio de las obras de Leonardo revela
una plétora de segundas lecturas, provocativas e inquietantes. El tema
de Juan el Bautista parece repetirse en muchos lugares, a menudo por
medio de ingeniosos símbolos y señas subliminales. Y una y otra vez, él o
las imágenes que le representan, se sitúan por encima de la figura de
Jesús. Incluso en los símbolos que supuestamente se han incluido en el
Sudario de Turín.
Esta insistencia de Leonardo tiene un cierto carácter obsesivo con el
recurso a unas imágenes tan intrincadas, además de lo mucho que
arriesgaba al presentar públicamente una herejía aunque que lo hiciese
de una manera astuta y subliminal. Tal vez la razón de que dejase sin
terminar tantas obras suyas no fue el perfeccionismo, como generalmente
se cree, sino la conciencia de lo que podía pasarle si alguien supiera
ver por debajo del tenue barniz de ortodoxia el contenido auténticamente
herético de lo que se estaba representando. Aunque fuese un titán en lo
intelectual y en lo físico, quizá no tenía muchas ganas de atraer sobre
sí la atención de las autoridades. Obviamente, no le hacía ninguna
falta ponerse en peligro introduciendo semejantes mensajes heréticos, en
sus pinturas. Excepto si creyese apasionadamente en ellos. Como ya
hemos visto, lejos de ser el ateo materialista, Leonardo fue un creyente
profundo, sólo que su sistema de creencias era totalmente contrario a
lo que entonces constituía y todavía hoy constituye la línea general del
cristianismo. Era un seguidor de lo que hoy llamaríamos «lo oculto».
Si bien algunos elementos de la biografía de Leonardo tienen cierta
apariencia de prácticas mágicas, lo que buscaba en realidad y por encima
de todo era el conocimiento. Y muchas de las cosas que buscaba habían
sido eficazmente «ocultadas»
por una organización tan ubicua como poderosa. En casi todos los países
europeos de la época, la Iglesia miraba con desconfianza cualquier
género de experimentación científica, y empleaba medidas drásticas para
silenciar a quienes se atreviesen a publicar opiniones no ortodoxas. En
cambio Florencia, donde nació y se formó Leonardo, y en cuya corte
principió realmente su carrera, era el centro floreciente de una nueva
ola de conocimiento. Y esto, aunque parezca sorprendente, se debió por
entero a haberse convertido la ciudad en refugio de muy numerosos
ocultistas y magos. Los primeros mecenas de Leonardo, la familia de los
Médicis, que eran entonces los amos de Florencia, fomentaban activamente
los estudios ocultistas y pagaban a eruditos para que buscasen
determinados manuscritos perdidos y, caso de ser encontrados, los
tradujesen. Los hombres del Renacimiento sentían gran fascinación hacia
lo arcano. Aunque hubo áreas de investigación que hoy día nos parecerían
ingenuidades o puras supersticiones, otras muchas supusieron serios
intentos de entender el Universo y el lugar que el hombre ocupa en él.
Sin embargo, los magos pretendían ir un paso más allá, y descubrir
maneras de controlar las fuerzas de la naturaleza. Desde este punto de
vista tal vez no extrañará tanto que Leonardo participase activamente en
la cultura oculta de su época. La distinguida historiadora Frances
Yates llega al punto de sugerir que toda la clave del ambicioso genio de
Leonardo podría hallarse en las nociones de la magia contemporánea.
En el mundo ocultista de Florencia los grupos de la época hacían gran
caso de la hermética, cuyo nombre deriva de Hermes Trismegisto, un
legendario gran mago egipcio, cuyos libros ofrecían un sistema coherente
de magia. Pero la parte más importante del pensamiento hermético era la
idea de que el hombre es, en cierta manera, literalmente divino. Y ese
concepto por sí solo resultaba tan peligroso para el dominio de la
Iglesia, que necesariamente debía prohibirlo. En la vida y la obra de
Leonardo se encuentran numerosas demostraciones de principios
herméticos. A primera vista, sin embargo, parece existir una flagrante
contradicción entre profesar elaboradas ideas filosóficas y
cosmológicas, y nociones heréticas, y seguir concediendo tanta
importancia a los personajes bíblicos. Hay que subrayar que las
creencias heterodoxas de Leonardo y su círculo no eran una mera reacción
frente a una Iglesia crédula y corrupta. Como ha demostrado la
Historia, contra la Iglesia de Roma existió en efecto una reacción
fuerte, y nada clandestina, que fue la Reforma protestante. Pero si
Leonardo viviera hoy nos parece que tampoco le encontraríamos militando
en esa especie de Iglesia.
Existen sin embargo muchas pruebas de que los herméticos podían ser
verdaderos herejes. Un representante de las teorías herméticas, Giordano
Bruno, proclamó que sus creencias derivaban de una antigua religión
egipcia anterior al cristianismo, y que eclipsaba a éste en importancia.
Giordano Bruno, registrado al nacer como Filippo Bruno (1548 – 1600),
fue un astrónomo, filósofo y poeta italiano. Sus teorías cosmológicas
superaron el modelo copernicano, pues propuso que el Sol era simplemente
una estrella; que el universo había de contener un infinito número de
mundos habitados por seres inteligentes, y propuso, en el campo
teológico, una forma particular de panteísmo, lo cual difería
considerablemente de la visión cosmológica sostenida por la Iglesia
católica. Pero no fueron estos razonamientos la causa de su condena sino
sus afirmaciones teológicas, que lo llevaron a ser condenado por las
autoridades civiles de Roma después de que la Inquisición romana lo
encontró culpable de herejía, fue quemado en la hoguera. Tras su muerte,
su nombre ganó fama considerable, particularmente en el siglo XIX y
principios del XX. Antes de ser ejecutado en la hoguera se le ofreció
un crucifijo para que lo besara, pero Bruno lo rechazó y dijo que
moriría como un mártir y que su alma subiría con el fuego al paraíso.
Una parte de ese mundo oculto lo constituían los alquimistas. Una vez
más, no es difícil creer que un hombre tan sediento de conocimiento como
Leonardo pudo participar en ese movimiento y tal vez ser incluso uno de
sus principales inspiradores. Aunque no tenemos prueba directa de esa
relación, sabemos que solía tratar con ocultistas fervientes de todas
las tendencias. Y la aparente falsificación del Sudario de Turín
sugieren vivamente que esta reproducción fue el resultado directo de sus
propios experimentos «alquímicos».
Probablemente el mismo arte de la fotografía fue uno de los grandes
secretos alquímicos. Para simplificar: es muy improbable que Leonardo
desconociera ningún sistema de conocimiento de los disponibles en su
tiempo. Pero al mismo tiempo, y dados los riesgos que implicaba el
participar públicamente en ellos, es igualmente improbable que hubiese
consignado por escrito ninguna prueba de su participación. En cambio, y
como hemos visto, los símbolos y las imágenes que utilizó con
reiteración en sus obras supuestamente cristianas no es fácil que
hubiesen merecido la aprobación de las autoridades eclesiásticas, si
éstas hubieran llegado a sospechar la verdadera naturaleza de dichas
obras. Dicho esto, las ideas herméticas no se vinculan, en apariencia al
menos, con atribuir una gran importancia a Juan el Bautista y con el
significado de la mujer de la Última Cena.
De hecho fue esta discrepancia de lo más intrigante. Y resulta
sorprendente que un genio del Renacimiento estuviese obsesionado por el
personaje de Juan el Bautista. Pero tal vez existiera un significado más
profundo tras la creencia personal del propio Leonardo. Desde luego, en
los círculos ocultistas se viene manteniendo desde hace bastante tiempo
que Leonardo fue poseedor de un conocimiento secreto. En relación a su
supuesta participación en lo del Sudario de Turín, algunos círculos
ocultistas creían que, en efecto, no sólo había intervenido en su
creación, sino que además se sabía que había sido un mago de cierto
renombre. Existe incluso un cartel decimonónico que sirvió para anunciar
el parisién Salon de la Rose + Croix (un
centro de reunión para ocultistas con aficiones artísticas), y
representa a Leonardo como Guardián del Santo Grial, lo cual se
entiende, en esos círculos, como sinónimo de Guardián de los Misterios.
Si bien era natural que recibiese encargos de pintar o esculpir a Juan
Bautista, ya que vivía en Florencia, que lo tenía por patrono, también
es cierto que Leonardo eligió libremente aceptar los encargos. Y es
significativo que el último retrato en que estaba trabajando, antes de
su fallecimiento en 1519, que no fue encargado por nadie, sino
emprendido por motivos propios, fuese un Juan Bautista. A lo mejor era
esta la imagen que deseaba ver cuando se hallase en su lecho de muerte. E
incluso cuando se le pagaba para que pintase una escena cristiana
ortodoxa, él siempre que podía procuraba destacar el papel del Bautista
en ella. Como hemos visto, sus imágenes de Juan el Bautista están
sutilmente alteradas para transmitir un mensaje específico. Leonardo
pinta a Juan como alguien importante, ya que, al fin y al cabo, fue el
precursor y pariente carnal de Jesús, así que no dejaba de ser lógico
que se le reconociese su papel. Lo que no dice Leonardo es que el
Bautista fuese inferior a Jesús como cualquier otro humano. En su Virgen de las Rocas, el ángel apunta a Juan, que es quien bendice a Jesús, y no al contrario. En la Adoración de los Magos,
los personajes normales y de aspecto sano veneran las raíces del
algarrobo, el árbol de Juan el Bautista, no a la Virgen y el niño Jesús.
Y el «gesto de Juan», el índice extendido de la mano derecha que se levanta frente al rostro de Jesús en la Última Cena, obviamente no es ningún ademán cariñoso ni solidario, sino que parece estar diciendo de una manera amenazadora: «Acuérdate de Juan».
Y en esta otra obra de Leonardo, la más desconocida, el Sudario de
Turín, se insiste en el mismo tipo de simbolismo, con la imagen de una
cabeza supuestamente cortada puesta «encima»
de un crucificado clásico. El testimonio abrumador de los indicios es
que, para Leonardo, Juan el Bautista era superior a Jesús. Hay pruebas,
aunque de naturaleza muy controvertible, que relacionaban a Leonardo con
una sociedad secreta poderosa y siniestra. Este grupo, que se afirma
existió desde varios siglos antes de la época de Leonardo, incluyó a
varios de los individuos y las familias más influyentes de la Historia
europea, y, de acuerdo con algunas, fuentes existe todavía. Se dice que
entre los promotores de esa organización figuran no sólo miembros de la
aristocracia, sino incluso algunas de las figuras más eminentes de la
vida política y económica actual, que la mantienen viva en razón de sus
propios objetivos particulares.
En Londres podemos visitar la iglesia de Notre-Dame de France, sita en
Leicester Place. Construida por primera vez en 1865, en un lugar
vagamente vinculado a los caballeros templarios, Prácticamente exenta de
la recargada estatuaria que suelen ostentar otros templos de mayor
antigüedad, tiene no obstante unas pequeñas lápidas con las estaciones
del Vía Crucis, y sobre el altar principal un tapiz que representa una
Virgen joven y rubia a la que veneran unos animales, así como algunos
santos en sus capillas, a uno y otro lado. A mano izquierda del
visitante, según se mira hacia el altar mayor, hay una capilla donde no
se venera ninguna estatua, pero que tiene un culto de seguidores sui generis.
Los visitantes acuden para admirar y fotografiar un mural muy peculiar
que hay allí, obra del poeta, novelista, dramaturgo, pintor, ocultista y
cineasta francés Jean Cocteau (1889 – 1963), quien lo acabó en 1960.
Pocos son los que conocen su existencia, pero los escasos visitantes que
se acercan, repiten. Es un secreto que pasa de boca a boca. En la
iglesia Notre Dame de France, una discreta iglesia católica francófona
situada en uno de los barrios más populares de Londres, se esconde una
pequeña joya de arte moderno en la Capilla de la Virgen, más conocida
con el nombre de “Capilla Cocteau“.
La fachada de ladrillo oscuro hace que esta iglesia construida en 1865
por la comunidad francesa de Londres, muy presente en aquella época en
este barrio del Soho, pase desapercibida. El edificio original fue
destruido por los bombardeos alemanes en 1940, y la iglesia reconstruida
en 1955 en una planta circular (algo inusual en Gran Bretaña) que
invita al recogimiento. Una de las zonas más extraordinarias de la
iglesia se encuentra en la capilla de los sacramentos. Sus muros están
decorados con frescos dibujados por Jean Cocteau, que se inspiró en los
temas de la Anunciación, la Crucifixión y la Ascensión para decorar la
capilla de pinturas contemporáneas y poco convencionales. Eso no impide
que el conjunto posea una fuerza real y una belleza singular. Jean
Cocteau fue un artista muy apreciado en Gran Bretaña. Realizó su trabajo
en el espacio de una semana, en noviembre de 1959, protegido de la
multitud que quería a cualquier precio verle trabajar. Durante la
ejecución de la obra, no habló con nadie.
Hace unos años, esta obra única del arte moderno de Londres fue
destrozada. Un visitante aparentemente trastornado, pintó sobre el mural
y añadió debajo de la firma de Cocteau su propia firma. La restauración
de la obra corrió a cargo de expertos restauradores del Institut National du Patrimoine de
Francia, que trabajaron durante un mes para devolver a la obra su
estado original. La iglesia de Notre-Dame de France expende
orgullosamente tarjetas postales con la reproducción de su famosa obra
maestra. Pero, al igual que sucede con las pinturas «cristianas»
de Leonardo, ésta, cuando se contempla con atención, también revela un
simbolismo poco ortodoxo. Y la comparación con la obra de Leonardo no es
casual en modo alguno. Incluso teniendo en cuenta el salto cronológico
de 500 años, se podría decir que Leonardo y Cocteau han colaborado de
alguna manera a través de los siglos. Antes de volver nuestra atención
hacia Cocteau, echemos una ojeada al templo de Notre-Dame de France.
Aunque no sea un caso único, desde luego es inusual que una iglesia
católica tenga planta circular, que además aquí queda subrayada por
varios detalles más. Por ejemplo, hay una curiosa cúpula con luz
central, decorada con un dibujo de anillos concéntricos que podría
interpretarse, sin forzar demasiado la interpretación, como una
telaraña. Y los muros tienen tanto en el interior como en el exterior un
motivo de cruces de brazos iguales alternadas con más círculos. La
iglesia de posguerra, aunque nueva, tiene a orgullo el haber incorporado
en su construcción una losa procedente de la catedral de Chartres, la
joya más espléndida de la arquitectura gótica y foco de determinados
grupos cuyas creencias religiosas no han sido tan ortodoxas como
querrían hacernos creer los libros de Historia. Se podrá objetar que no
hay nada especialmente profundo ni siniestro en la inclusión de dicha
losa. Al fin y al cabo, durante la guerra, esa iglesia fue lugar de
encuentro de representantes de la Francia Libre, que debió de constituir
para ellos, seguramente, un símbolo de Francia. Sin embargo, había
mucho más que eso. Todos los días entran en Notre-Dame de France muchas
personas, tanto londinenses como forasteras, para rezar y asistir a los
oficios religiosos. O mejor dicho, parece ser una de las iglesias más
ocupadas de Londres, y además sirve de cómodo refugio a muchos
indigentes de las calles, que son acogidos allí con gran caridad. Pero
es el mural de Cocteau el imán que atrae a la mayoría de los visitantes
que acuden a ella como parte del circuito turístico de Londres, si bien
algunos optan por quedarse un rato para disfrutar de ese oasis de calma
en medio de la agitación y el estrépito de la capital.
En principio el fresco tal vez decepciona, porque al igual que otras
muchas obras de Cocteau parece apenas abocetado con algunos colores
sobre una superficie lisa de enlucido. Representa la Crucifixión y
alrededor de la víctima vemos a los espantados soldados romanos, las
mujeres afligidas y los discípulos. Tiene desde luego todos los
ingredientes de una escena clásica de la Crucifixión. Pero tal como
sucede con la Última Cena de
Leonardo, vale la pena echar una ojeada más detenida y más crítica. El
personaje central bien podría ser Jesús, pero también es cierto que no
podemos estar seguros porque sólo se le ve de las rodillas abajo. La
parte superior del cuerpo no se muestra. Y al pie de la cruz hay una
rosa enorme de color púrpura. En primer término vemos un personaje que
no es romano ni discípulo, uno que se ha vuelto de espaldas a la cruz y
parece seriamente trastornado por la escena que acaba de ver. En verdad
debió de ser un acontecimiento impresionante, como siempre lo es la
muerte de un hombre en tales circunstancias. Y hallarse presente
mientras todo un Dios encarnado derramaba su sangre sería, sin duda,
traumático. Pero la expresión de ese personaje no es la del filántropo
entristecido, ni la del seguidor confundido por la pérdida de su
maestro. A fuer de sinceros hay que decir que la ceja fruncida, la
mirada de soslayo, componen la mueca de un testigo desengañado, incluso
con un algo de repugnancia. La reacción es la de alguien ni remotamente
inclinado a doblar la rodilla para rendir culto, sino que manifiesta su
opinión de igual a igual. ¿Quién es ese que así expresa su desaprobación
al hallarse presente en el acontecimiento más sagrado de la
cristiandad? No es otro sino el mismo Cocteau. Y si recordamos que
Leonardo se pintó a sí mismo apartando la mirada de la Sagrada Familia
en la Adoración de los Magos, y de Jesús en la Última Cena,
podremos decir que hay, al menos, un parecido familiar entre todas esas
pinturas. Pero cuando averiguamos que, según aseguran algunos, ambos
artistas fueron miembros de la alta jerarquía de una misma sociedad
secreta herética, es imposible resistirse a continuar la investigación.
Sobre la escena brilla un sol negro que difunde sus rayos oscuros por
el cielo. Delante de él hay un personaje de pie, posiblemente un hombre,
con los ojos salientes vueltos hacia arriba.
Cuatro soldados romanos adoptan posturas épicas alrededor de la cruz,
con las jabalinas colocadas en ángulos extraños y, a lo que parece,
significativos. Uno de ellos lleva escudo, el cual muestra la enseña de
un halcón estilizado. A los pies de dos de ellos hay un paño sobre el
cual se han echado unos dados. La suma total de los puntos que muestran
es cincuenta y ocho. Un joven de aspecto insignificante se halla con las
manos unidas al pie de la cruz; su mirada algo inexpresiva se vuelve
vagamente hacia una de las dos mujeres representadas en la escena. Éstas
a su vez parecen unidas por un amplio contorno en forma de «V» justo
debajo del hombre con los ojos salientes. La de más edad, abrumada por
el dolor, mira hacia abajo y diríamos que derrama lágrimas de sangre; la
otra está literalmente más distante, y aunque se encuentra cerca de la
cruz, toda ella parece alejarse. La figura en «V» muy abierta se repite
en el frontis del altar, situado justo delante del mural. La última
figura de la escena, al extremo derecho, es un hombre de edad
indeterminada. Está de perfil y el único ojo visible se ha dibujado con
la inconfundible forma de un pez. Algunos comentaristas han señalado que
los ángulos de las lanzas definen la figura de un pentagrama, lo cual
de ser cierto constituiría un detalle nada ortodoxo en una escena
cristiana tan tradicional. Como hemos visto, es verdad que hay algunos
vínculos aparentes, por más que superficiales, entre los mensajes
subliminales de las obras religiosas de Leonardo y de Cocteau, y lo que
requiere nuestra atención es el uso común de ciertos símbolos. Los
nombres de Leonardo da Vinci y Jean Cocteau figuran en la lista de
Grandes Maestres de la que pretende ser una de las sociedades secretas
más antiguas y más influyentes de Europa, el Priorato de Sión. Muy
controvertida, su misma existencia ha sido puesta en duda. En el mundo
de habla inglesa el Priorato de Sión llamó por primera vez la atención
hacia 1982, cuando su existencia fue dada a conocer por el libro El enigma sagrado, de Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln, con el título original de The Holy Blood and the Holy Grail. El original fue publicado por primera vez in 1982 por Jonathan Cape, en Londres. Una secuela del libro, llamada El Legado Mesiánico fue publicada en 1987. Uno de los libros que, según los autores, influyó en el proyecto fue L’Or de Rennes (publicado después como Le Trésor Maudit), escrito en 1967 por Gérard de Sède, con la colaboración de Pierre Plantard.
En El enigma sagrado, los
autores dan a conocer la hipótesis de que Jesús de Nazaret se casó con
María Magdalena, tuvieron uno o más hijos, los cuales emigraron a lo que
hoy en día es el sur de Francia. Una vez allí, se involucraron con las
familias nobles que se convertirían la dinastía merovingia, cuya
reclamación por el trono de Francia es defendida por una sociedad
secreta llamada el Priorato de Sion. Desde su publicación se convirtió
en un best-seller internacional, lo que ha estimulado el interés por una
serie de ideas relacionadas con su tesis central. La respuesta por
parte de los historiadores profesionales y académicos de ámbitos conexos
fue universalmente negativa. Argumentaron que la mayor parte de las
reclamaciones, misterios antiguos, y teorías de conspiración que
aparecen en el libro son presentadas como hechos reales, pero en
realidad los datos no son comprobables, por lo que se considera
pseudo-histórico. Sin embargo, estas ideas fueron consideradas
suficientemente blasfemas para que el libro fuera prohibido en algunos
países con mayoría católica, como Filipinas. En El Enigma Sagrado,
Baigent, Leigh y Lincoln presentan los mitos como hechos comprobados
para apoyar su hipótesis: Indican la existencia de una sociedad secreta
conocida como el Priorato de Sion, con una larga historia que comienza
en 1099, y teniendo como Grandes Maestres a ilustres personajes como
Leonardo da Vinci, Victor Hugo y Jean Cocteau. Esta sociedad secreta
creó a los Caballeros Templarios como su brazo militar y rama
financiera. Esta sociedad está dedicada a la instauración de la dinastía
merovingia, que gobernó a los francos de 457 a 751, en los tronos de
Francia y del resto de Europa. Los autores reinterpretaron los Dossier Secrets a
la luz de su propio interés. Contrariamente a la afirmación inicial de
Plantard que decía que los merovingios eran descendientes únicamente de
la Tribu de Benjamín, afirmaban que el Priorato de Sion protege la
dinastía merovingia, ya que serían los descendientes sanguíneos de Jesús
y de su supuesta esposa María Magdalena, remontándose hasta el rey
David. La Iglesia trató de matar a todos los miembros de esta dinastía y
a sus supuestos guardianes, los Cátaros y los Caballeros Templarios,
con el fin de que los Papas mantuvieran el trono a través de la sucesión
apostólica de san Pedro, sin el temor de que fuera usurpado por un
antipapa proveniente de la sucesión hereditaria de María Magdalena.
Fácilmente se llega a la conclusión de que los objetivos modernos del
Priorato de Sion son la revelación pública del Santo Grial, que facilite
la restauración merovingia en Francia. También el establecimiento de
unos Estados Unidos de Europa de carácter teocrático, como una
vinculación de redes de las monarquías populares merovingias, que
volvería a institucionalizar la caballería, y a ser políticamente y
religiosamente unificado a través del culto imperial a un rey sagrado
merovingio, quien ocuparía tanto el trono de Europa como el de la Santa
Sede. Asimismo, se preconizaba la transferencia de la gestión de Europa y
su esfera de influencia al Priorato de Sion a través de una Europa
Federal. Los autores de El Enigma Sagrado también han incorporado a su historia el panfleto antisemita y anti-masónico conocido como Los Protocolos de los Sabios de Sion,
concluyendo que en realidad se refiere a las actividades del Priorato
de Sion. Lo presentaron como la más convincente prueba de la existencia y
las actividades del Priorato. En su país de origen, Francia, la opinión
pública empezó a saber algo desde comienzos de los años sesenta. Se
trataba de una orden masónica o de caballería con ciertas ambiciones
políticas y, a lo que parece, una influencia considerable en las áreas
del poder. Dicho esto, es considerablemente difícil formular una opinión
definida acerca del Priorato, quizá porque toda la institución tiene en
sí cierto carácter quimérico. Sin embargo, no tenía nada de ilusorio la
información que facilitó un portavoz del Priorato a Lynn Picknett y
Clive Prince, que lo conocieron a comienzos de 1991 en una reunión
resultante de una serie de cartas bastante extrañas que les enviaron
después de una tertulia radiofónica sobre el Sudario de Turín. En
efecto, un tal «Giovanni»,
italiano y sedicente alto jerarca del Priorato de Sión, había realizado
un meticuloso seguimiento de Lynn Picknett y Clive Prince, prácticamente
desde el comienzo de su investigación acerca de Leonardo y del Sudario
de Turín. Por razones desconocidas, finalmente decidió hablarles de
algunos de los intereses de aquella organización. Pese a las
implicaciones muchas veces sorprendentes, o escandalosas, de las
revelaciones de Giovanni, Lynn Picknett y Clive Prince se vieron
obligados a tomárselas en serio casi todas. Por ejemplo, la imagen del
Sudario de Turín se comporta como una fotografía porque lo es. Y si,
como él mismo afirmaba, la información de Giovanni verdaderamente
procedía de los archivos del Priorato, entonces se tenía un motivo para
atender sus puntos de vista.
Si hacemos una incursión en el mundo secreto de Leonardo comprendemos
que, si la misteriosa sociedad realmente había sido parte integrante de
su existencia, quedaban explicados los móviles de una gran parte de sus
actos. Y si en efecto hubiese formado parte de una poderosa red
clandestina, del tipo que fuese, posiblemente también tuvieron que ver
algo con ella sus influyentes mecenas, como Lorenzo de Médicis y
Francisco I de Francia. Parece evidente que hubo una organización en la
sombra detrás de las obsesiones de Leonardo, pero ¿sería realmente el
Priorato de Sión? Si las pretensiones del Priorato son ciertas, era ya
una organización venerable cuando reclutó a Leonardo entre sus filas.
Pero cualquiera que fuese su antigüedad, debió de ejercer un atractivo
poderoso, tal vez extraordinario, para el joven artista y para algunos
de sus colegas del Renacimiento, no menos incrédulos que él. Tal vez
ofrecía, como la moderna masonería, no menos ventajas materiales y
sociales, como facilitar la carrera del joven artista en las principales
cortes europeas de la época. Pero eso no explicaría la evidente
profundidad de las creencias del propio Leonardo, por extrañas que nos
parezcan. Si participó en algo, ese algo interesó a su espíritu tanto
como a sus conveniencias materiales. La influencia reservada del
Priorato de Sión se debe, en parte, a la sugerencia de que sus miembros
son y han sido siempre los custodios de un secreto tan trascendental
que, si alguna vez llegase a hacerse público, sacudiría los mismos
cimientos de la Iglesia y del Estado. El Priorato de Sión, llamado a
veces la Orden de Sión o la Orden de Nuestra Señora de Sión, entre otros
títulos secundarios, retrotrae su fundación al año 1099, durante la
primera Cruzada. Pero incluso entonces sólo fue cuestión de formalizar
un grupo cuya guarda de un conocimiento explosivo databa de mucho antes.
Decían hallarse en el origen de los templarios, esa misteriosa orden
medieval, de caballeros mitad monjes mitad soldados. El Priorato y los
templarios llegaron a ser, dicen, prácticamente la misma organización,
presidida por un mismo Gran Maestre, hasta que sufrieron un cisma y
emprendieron caminos separados, en 1188. El Priorato continuó bajo el
caudillaje de una serie de Grandes Maestres, entre los que figuraron
algunos de los nombres más ilustres de la Historia, como sir Isaac
Newton, Sandro Filipepi (más conocido como Boticelli), Robert Fludd, el
filósofo ocultista inglés y, naturalmente, Leonardo da Vinci, de quien
se dice que presidió el Priorato durante los últimos nueve años de su
vida.
Entre sus líderes más recientes se cita a Victor Hugo, Claude Debussy, y
al pintor, escritor, comediógrafo y cineasta Jean Cocteau. Y aunque no
fuesen Grandes Maestres, el Priorato cuenta entre sus seguidores a otras
luminarias de todas las épocas, como Juana de Arco, Nostradamus (Michel
de Notre Dame) e incluso el papa Juan XXIII. Aparte de dichas
celebridades, la historia del Priorato de Sión comprende supuestamente a
varias de las principales familias reales y aristocráticas de Europa,
durante muchas generaciones, entre las que podemos citar a los d’Anjou,
los Habsburgo, los Sinclair y los Montgomery. La finalidad declarada del
Priorato consiste en proteger a los descendientes de la antigua
dinastía real de los merovingios, que reinaron en lo que hoy es Francia
desde el siglo V hasta el asesinato de Dagoberto II a finales del siglo
VII. Lo que declaró el Priorato ante el registro como finalidad suya
fue que se proponía facilitar «estudios y socorro mutuo a los asociados». En la ocasión manifestaba una sola actividad, consistente en publicar un periódico titulado Circuit y que, según la terminología del mismo Priorato, debía servir «para información y defensa de los derechos y libertades de los inquilinos de viviendas de renta limitada» (foyers habitation â logement modéré, en
Francia). En el registro figuraron cuatro funcionarios de la
asociación, el más interesante y más conocido de los cuales era un tal
Pierre Plantard, director además de Circuit.
Desde esa anodina declaración, sin embargo, el Priorato de Sión ha sido
dado a conocer a un público mucho más amplio. No sólo se han dado a la
imprenta sus estatutos, incluida la firma de quien supuestamente fue
Gran Maestre, Jean Cocteau, sino que el Priorato ha aparecido en varios
libros, empezando en 1962 con Les Templiers sont parmi nous,
de Gérard de Sède, que incluía una entrevista con Pierre Plantard. En
el mundo de habla inglesa la fama del Priorato aún tendría que esperar
veinte años más. En 1982 apareció en las librerías el fenomenal
superventas de Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln, titulado El enigma sagrado (The Holy Blood and the Holy Grail),
y la controversia subsiguiente hizo del Priorato un tema de moda en las
conversaciones y debates para un público mucho más amplio. De lo
publicado hasta la fecha resalta la figura de Pierre Plantard. Nacido en
1920, asomó por primera vez a la vida pública en 1942, durante la
ocupación alemana de Francia, cuando publicó un periódico titulado Vaincre pour une jeune chevalerie,
notablemente neutro frente al opresor nazi, y publicado con la
aprobación de los nazis. Éste era oficialmente el órgano de la Orden Alpha-Galates,
una sociedad pseudo masónica y caballeresca, con sede en París, de la
cual Plantard se hizo Gran Maestre a la temprana edad de veintidós años.
Publicaba sus editoriales, con la firma de «Pierre de France», luego «Pierre de France-Plantard» y por último, sencillamente, «Pierre Plantard».
Esta obsesión con lo que él afirmaba ser la grafía correcta de su
apellido se manifestó de nuevo cuando adoptó el título más sonoro de «Pierre Plantard de Saint-Clair», que es el nombre bajo el cual aparece en El enigma sagrado,
y el que usó mientras fue Gran Maestre del Priorato de Sión entre 1981 y
1984. Así pues, Pierre Plantard de Saint-Clain ejerció, sin embargo,
una considerable influencia en la Historia de Europa, pues fue Pierre
Plantard de Saint-Clair, bajo el seudónimo de «Captain Way»,
la eminencia gris de los Comités de Salvación Pública que prepararon el
retorno al poder del general Charles de Gaulle en 1958.
Consideremos la naturaleza paradójica del Priorato de Sión. Como se ha escrito en El enigma sagrado, la fuente primaria es una colección de sólo siete enigmáticos documentos conservados en la Bibliothèque Nationale de París y conocidos bajo el nombre deDossiers secrets.
Pero tales expedientes secretos no son más que un montón de genealogías
y textos históricos, con algunas obras alegóricas más recientes que se
atribuyen a autores anónimos, o que escriben bajo seudónimos, o que no
tienen nada que ver con lo que se les atribuye. Muchas de estas
alusiones se refieren a la supuesta obsesión merovingia de la asociación
y se centran en el famoso misterio de Rennes-le-Château, la remota
aldea languedociana que fue el punto de partida de la Investigación de
Baigent, Leigh y Lincoln en su obra El enigma sagrado.
Sin embargo, también emergen otros temas que son mucho más
significativos. El primer artículo de los expedientes secretos fue
depositado en 1964, aunque esté fechado en 1956. El último fue
depositado en 1967. Razonablemente podríamos hacer caso omiso de buena
parte del contenido de los expedientes. Pero la experiencia sobre el
Priorato de Sión y su modus operandi nos
indica que les agrada la desinformación deliberada. Detrás de una
cortina de humo compuesta de absurdos, tergiversaciones y ocultaciones,
hay un designio muy serio y muy perseverante. Lo que no habría motivado a
unos genios tan grandes como Leonardo e lsaac Newton es el supuesto
afán de restaurar el desaparecido linaje de los merovingios a una
posición de poder en la Francia moderna. A tenor de las pruebas, que se
hallan en los expedientes secretos, la demostración de la supervivencia
de la dinastía, más allá de Dagoberto II, por no mencionar la de la
prolongación de dicho linaje hasta finales del siglo XX, es frágil. Al
fin y al cabo, cualquiera que haya intentado reseguir su propio árbol
genealógico dos o tres generaciones atrás sabe hasta qué punto la
empresa se vuelve pronto difícil. Cuesta imaginar que hombres de la
categoría de Isaac Newton y Leonardo quedasen demasiado impresionados
por la proposición de una sociedad británica, digamos, que los invitase a
colaborar, por ejemplo, en la restauración de los descendientes de
Haroldo II el Confesor, muerto por los hombres de Guillermo el
Conquistador en 1066.
En cuanto al moderno Priorato de Sión, la empresa de restaurar la
dinastía merovingia se intuye bastante dificultosa. No sólo está el
problema de persuadir a la Francia republicana de la conveniencia de
retornar a la monarquía, que rechazó hace más de un siglo. Si eso fuese
posible, y si se lograse demostrar la continuidad de la línea de
sucesión merovingia, queda todavía que ese linaje en particular no puede
sustentar ninguna pretensión, porque en tiempos de los merovingios aún
no existía siquiera un Reino de Francia. Como ha dicho escuetamente el
autor francés Jean Robin, «Dagoberto fue [...] rey en Francia, pero en modo alguno rey de Francia». Los Dossiers secrets pueden
ser un absurdo total, pero da qué pensar el esfuerzo y recursos que se
dedican a sustentar sus pretensiones. Incluso el escritor francés Gérard
de Sède, que llenó muchas páginas alineando argumento tras argumento
para pulverizar la causa merovingia aducida en los expedientes, ha
acabado por admitir que se invirtió en ellos una cantidad de de recursos
y estudios académicos fuera de toda proporción con la supuesta
finalidad. Saca la conclusión de que, detrás de todo eso, hay un
misterio auténtico. Un rasgo muy curioso de los dossiers es la constante
implicación que se insinúa entre líneas, a saber, que los autores
tuvieron acceso a archivos oficiales de la administración y la policía.
Por citar sólo dos ejemplos, entre muchos, en 1967 se agregó a los
dossiers un cuaderno titulado Le serpent rouge,
atribuido a tres autores, Pierre Feugère, Louis Saint-Maxen y Gaston de
Koker, y fechado el 17 de enero de 1967, aunque el resguardo del
depósito en laBibliothèque Nationale lleva
fecha del 15 de febrero. Este extraordinario texto de trece páginas,
generalmente alabado como ejemplo de talento poético, utiliza también
simbolismos astrológicos, alegóricos y alquímicos. Pero resulta que
estamos ante un asunto siniestro, porque los tres autores fueron
hallados ahorcados con menos de veinticuatro horas de diferencia, entre
el 6 y el 7 de marzo de aquel mismo año. Se sobreentiende que las
muertes fueron consecuencia de su colaboración como autores de Le serpent rouge. Pero otras investigaciones ulteriores han demostrado que la obra fue añadida al depósito de los dossiers el 20 de marzo, es decir, después de
que aquéllos fuesen hallados muertos, y que se falsificó
deliberadamente la fecha del resguardo. Sin embargo, hay en esa extraña
historia algo todavía más chocante, y es que los tres supuestos autores
no tenían en realidad ninguna relación con ese panfleto, ni con el
Priorato de Sión. Por lo visto, alguien había aprovechado la ocasión de
aquellas tres muertes extrañamente coincidentes en el tiempo, y la puso
al servicio de sus propios y sin duda no menos extraños fines.
Pero ¿por qué? Tal como ha señalado Gérard de Sède, solo transcurrieron trece días entre las tres muertes y el depósito del cuaderno en la Bibliothèque Nationale, de
manera que alguien trabajó muy rápido. Gérard de Sède da a entender que
ese verdadero autor o autores estaba(n) en el secreto de las
investigaciones policiales. Y Frank Marie, un escritor y detective
privado, ha demostrado de modo concluyente que la máquina de escribir
utilizada para elaborar Le serpent rouge volvió
a serlo en la confección de otros documentos posteriores de los
expedientes secretos. Está luego el caso de unos falsos documentos del
Lloyds Bank. Unos supuestos pergaminos del siglo XVII hallados por un
cura francés a finales del siglo pasado, y que supuestamente demostraban
la continuidad del linaje merovingio, fueron comprados por un caballero
inglés en 1955 y depositados en una caja de una sucursal londinense del
Lloyds Bank. Aunque, en realidad, nadie ha visto esos documentos, se
supo que existían cartas que confirmaban el hecho de estar depositados,
firmadas por tres destacados hombres de negocios británicos, todos los
cuales habían estado relacionados anteriormente con los servicios
secretos de su país. Sin embargo, en el curso de su investigación para The Messianic Legacy (la continuación de El enigma sagrado),
Baigent, Leigh y Lincoln consiguieron demostrar que las cartas eran
falsificaciones, pero incorporaban partes de documentos auténticos que
exhibían las firmas auténticas, y copias de los certificados de
nacimiento de los tres hombres de negocios. Sin embargo el punto más
significativo y de más largo alcance es que el falsificador, quienquiera
que fuese, debió de obtener esas partes de unos papeles auténticos en
los archivos de la administración francesa y por vías que implican
seriamente a los servicios secretos franceses. Una vez más nos quedamos
con una fuerte sensación de extrañeza. La realización de tan complicada
estratagema debió de suponer una enorme cantidad de tiempo, esfuerzo y
tal vez incluso riesgo personal. Pero al mismo tiempo, y en última
instancia, no se le ve finalidad alguna. Aunque en este sentido el
asunto no hace más que seguir la vieja tradición de los servicios de
inteligencia, donde casi nada es lo que aparenta y los casos más
sencillos a primera vista quizá no sean más que operaciones de
desinformación.
Todo sucede como si la mera aproximación a la realidad del Priorato
constituyese en realidad una especie de iniciación. Y, si esta
iniciación no estaba destinada a la persona que investiga, una cortina
de humo le alejará eficazmente de cualquier investigación más profunda.
Sería un gran error desdeñar los Dossiers secrets sólo
porque su mensaje explícito sea demostrablemente implausible. El mucho
trabajo que se han tomado en su elaboración es un claro indicio de que
tienen algo que ofrecer. Pero cuando nos enfrentamos a un grupo que está
desarrollando un complicado plan, con todos los indicios y pistas, se
evidencia que algo pasa. Se puede aducir que siempre es difícil
demostrar la existencia actual o histórica de una sociedad secreta. Por
definición, cuanto más éxito haya tenido en permanecer secreta más arduo
será corroborar su existencia. No obstante, si se logra demostrar la
aparición reiterada de los mismos intereses, temas y propósitos entre
los que se afirma pertenecieron a ese grupo en distintas épocas, sería
plausible e incluso sensato postular que tal grupo ha podido existir en
realidad. Por implausible que parezca la nómina de los Grandes Maestres
del Priorato, según viene dada en los Dossiers secrets,
el estudio de Baigent, Leigh y Lincoln estableció que no es una lista
arbitraria. Hay, en efecto, convincentes relaciones entre varios Grandes
Maestres sucesivos. Además de conocerse entre sí, y de estar
estrechamente emparentados en algunos casos, estos personajes
compartieron ciertos intereses y preocupaciones. Sabernos que muchos de
ellos estuvieron asociados con movimientos esotéricos y con otras
sociedades secretas, como los francmasones, los rosacruces y la Compagnie du Saint-Sacrement, todas
las cuales tienen algunos objetivos comunes. Hay, por ejemplo, un tema
claramente hermético que discurre a través de sus publicaciones
conocidas, una emoción auténtica suscitada por la perspectiva de que el
ser humano llegue a convertirse en casi divino dada la extensión
constante de las fronteras del conocimiento. Por otra parte, los
individuos y las familias que en el decurso de los siglos supuestamente
intervinieron en los asuntos del Priorato son los mismos mantenedores de
lo que podríamos llamar el gran engaño del Santo Sudario. Como ya hemos
visto, tanto Leonardo como Cocteau utilizaron simbolismos heterodoxos
en sus obras pictóricas supuestamente cristianas. Pese a la diferencia
de 500 años, la imaginería que el uno y el otro utilizan nos los
representa como notablemente constantes en lo suyo. Y en efecto, otros
escritores y artistas plásticos de los relacionados con el Priorato han
incluido también motivos semejantes en su producción. Lo cual comunica
bastante fuerza a la hipótesis de que tomaron parte en algún tipo de
movimiento organizado en la clandestinidad, y que ya debía de hallarse
bien establecido en la época de Leonardo.
Y puesto que se ha afirmado que tanto éste como Cocteau fueron Grandes
Maestres, si aceptamos sus preocupaciones comunes como un indicio más,
parece razonable deducir que fueron miembros destacados del Priorato de
Sión, o por lo menos de algún grupo bastante parecido. Es irrefutable el
conjunto de pruebas que reúnen Baigent, Leigh y Lincoln en El enigma sagrado en
cuanto a la existencia histórica del Priorato. Y en 1966 todavía
publicaron más pruebas, algunas de ellas debidas a otros estudiosos, en
una nueva edición revisada y puesta al día del mismo libro. Lo que
demuestran las pruebas en cuestión es que existió una sociedad secreta,
en funcionamiento desde el siglo XII, de los que el moderno Priorato de
Sión aparentemente sería su legítimo heredero. Ciertamente, el moderno
Priorato da muestras de un conocimiento íntimo de la sociedad histórica.
A fin de cuentas, han sido sus miembros actuales quienes dieron a
conocer por primera vez la existencia del Priorato en el pasado. Ahora
bien, ni siquiera la posesión de los archivos del Priorato antiguo
implica necesariamente la autenticidad de sus continuadores. El artista
francés Alain Féral, quien como pupilo de Cocteau colaboró con él y le
conocía muy bien, ha negado que su mentor hubiese sido Gran Maestre del
Priorato de Sión. Por lo menos, aseguró, en el sentido de que Cocteau no
tuvo nada que ver con la organización que luego ha tenido por Gran
Maestre a Pierre Plantard de Saint-Clair. No obstante Féral realizó sus
propias indagaciones en relación con determinados aspectos de la
historia del Priorato de Sión, en particular los relativos a la aldea
languedociana de Rennes-le-Château, y opina que los citados como Grandes
Maestres en la lista de los Dossiers secrets hasta
Cocteau, inclusive, sí estuvieron vinculados por una tradición
clandestina auténtica. Los registros secretos, si prescindimos de la
mitomanía merovingia, conceden gran relevancia al Santo Grial, a la
tribu de Benjamín y a María Magdalena, personaje del Nuevo Testamento.
Por ejemplo, en Le serpent rouge figura la declaración siguiente: “De
aquellos a quienes deseo liberar ascienden a mí los aromas del perfume
que impregna el sepulcro. A quien antiguamente llamaban algunos ISIS, la
reina de los benéficos manantiales, VENID A MÍ TODOS LOS AFLIGIDOS Y
LOS DESAMPARADOS, QUE YO OS CONSOLARÉ, y otros; MAGDALENA, la de la
vasija famosa colmada de bálsamo reparador. Los iniciados conocen su
verdadero nombre: NOTRE DAME DES CROSS“.
Este breve pasaje es intrigante entre otras cosas porque las últimas palabras, Notre Dame des Cross, no parecen tener ningún sentido. Des es un plural que puede significar «de los» o «de las», pero cross ni siquiera es una palabra francesa, aunque naturalmente significa «cruz»
en inglés, así, en singular. Luego está la peculiar confusión entre
Isis y María Magdalena. A fin de cuentas la primera fue una diosa
egipcia y la segunda una «mujer caída»,
y son personajes de distintas culturas y sin ninguna relación obvia
entre sí. Se diría, en efecto, que hay una dificultad de entrada para
poner en relación unos temas tan diversos en apariencia como la
Magdalena, el Santo Grial, la tribu de Benjamín y la diosa egipcia Isis
con el linaje merovingio. Los Dossiers secretsexplican que los francos sicambrios,
de quienes descendían los merovingios, eran de origen judío, o más
exactamente eran la tribu perdida de Benjamín, que emigró a Grecia y
luego a la Germania, donde se convirtieron en sicambrios. Sin embargo los autores deEl enigma sagrado afirman que no
era fantasía de un puñado de monárquicos excéntricos. Decían que Jesús
se había casado con María Magdalena y que esa unión tuvo descendencia.
Jesús sobrevivió a la cruz, pero su mujer salió del país sin él, y se
llevó los niños a una colonia judía afincada en lo que hoy es el sur de
Francia. Fueron los descendientes de éstos quienes llegaron a ser
caudillos de los sicambrios, y
así se creó el linaje real de los merovingios. Con esta hipótesis la
mayoría de los temas del Priorato parece que encajan, pero arroja otros
problemas. Es prácticamente imposible que ninguna línea sucesoria, no
importa de quién descienda, sobreviva en la forma «pura»
que sería necesaria para sustentar semejante campaña. Es innegable que
hay buenas razones para propugnar que Jesús estuvo casado con María
Magdalena, o tuvo algún tipo de relación íntima con ella, e incluso que
sobrevivió a la Crucifixión. En realidad, y aunque muchos crean lo
contrario, no fue necesario esperar a la obra de Baigent, Leigh y
Lincoln para que alguien propusiera esos dos asertos, que habían sido
discutidos entre numerosos académicos muchos años antes de la
publicación de El enigma sagrado.
Los merovingios son importantes porque se supone que eran descendientes
de Jesús. En ese grupo de descendientes tan traído y llevado figura,
según se cree, nada menos que el mismo Pierre Plantard de Saint-Clair.
Pero lo que confiere a la idea del linaje merovingio su pretendida
importancia no es la idea cristiana de que Jesús fue Dios encarnado, con
lo cual sus descendientes habrían sido divinos de alguna manera. El
fundamento de toda la creencia es que como Jesús era del linaje de David
y por tanto rey legítimo de Jerusalén. Este título recae
automáticamente en su familia futura, aunque sólo sea por ahora en el
plano teórico. El poder que se reclama para la conexión merovingia no es
divino, sino político. Baigent, Leigh y Lincoln obviamente construyen
su teoría sobre afirmaciones encontradas en los Dossiers secrets. Por ejemplo, los Dossiers dicen que los reyes merovingios, desde su fundador Meroveo hasta Clodoveo, quien se convirtió al cristianismo, eran «reyes paganos del culto a Diana».
Sin duda habría sido difícil compaginar esto con la idea de que fuesen
descendientes de Jesús o de una tribu judía. Otro ejemplo de esta
curiosa selectividad por parte de Baigent, Leigh y Lincoln es el del «documento Montgomery».
Se trata, según ellos, de un relato que apareció en el archivo
particular de la familia Montgomery y les fue comunicado por un miembro
de ésta. Su fecha originaria no se conoce con seguridad, pero la versión
que ellos vieron databa del siglo XIX. Si lo valoraron fue porque, en
esencia, respaldaba las teorías aducidas en El enigma sagrado,
aunque naturalmente no se podía pretender que fuese una prueba de
ellas. Pero al menos establecía que una de aquellas ideas, la de que
Jesús estuvo casado con María Magdalena, era conocida por lo menos un
siglo antes de que ellos emprendieran su investigación. El documento
Montgomery cuenta la historia de Yeshua ben Joseph (Jesús,
hijo de José), casado con Miriam (María) de Betania, personaje bíblico
que muchos creen ser la misma persona que María Magdalena. A
consecuencia de una insurrección contra los romanos, María fue detenida y
si le devolvieron la libertad fue sólo porque estaba embarazada.
Entonces huyó de Palestina hasta recalar en la Galia, en lo que hoy es
Francia, donde dio a luz una hija. Aunque se comprende fácilmente por
qué Baigent, Leigh y Lincoln traen a colación el documento Montgomery en
apoyo de su hipótesis, es extraño que, no profundizasen más en ciertos
aspectos del relato. En esta crónica se describe a María de Betania como
«sacerdotisa de un culto femenino»;
lo mismo que la afirmación de que los merovingios adoraban a la diosa
Diana, que introduce en la historia un matiz claramente pagano,
difícilmente conciliable con la noción de que el principal interés del
Priorato tenga que ver con la continuidad del linaje del rey judío
David, el cual incluye a Jesús.
Es interesante observar que el moderno Priorato se ha abstenido de confirmar ni desmentir la hipótesis de El enigma sagrado.
Una cosa que empezábamos a ver muy evidente era que la ambición
motivadora del Priorato no podía ser el poder puramente político que
postulan Baigent, Leigh y Lincoln. Una y otra vez los Dossiers citan
personas, sean los propios Grandes Maestres u otras vinculadas con el
Priorato, que no fueron primordialmente políticos, sino ocultistas.
Por ejemplo, Nicolás Flamel, gran maestre desde 1398 hasta 1418, fue
maestro alquimista; Robert Fludd (1595-1637) era rosacruz; Charles
Nodier (gran maestre de 1801 a 1844), uno de los más influyentes
promotores de la renovación moderna del ocultismo, Incluso sir Isaac
Newton (gran maestre de 1691 a 1727), hoy más conocido como científico y
matemático, fue también devoto alquimista y hermético, que poseía
ejemplares de los manifiestos rosacruces y llenó los márgenes de
anotaciones de su puño y letra. Y también está Leonardo da Vinci. En
realidad, y tal como hemos visto, extraía sus obsesiones de otras
fuentes completamente distintas, y hacen de él un candidato idóneo más a
ser miembro de los Grandes Maestres del Priorato. Sorprende que, si
bien reconocen los intereses ocultos de muchos de estos personajes,
Baigent, Leigh y Lincoln no parezcan darse plena cuenta de lo que
significaban tales obsesiones. Al fin y al cabo, en muchos de esos casos
lo oculto no era una afición ocasional, sino la verdadera empresa
principal de sus vidas. Y todo indica que los individuos relacionados
con el moderno Priorato también son ocultistas. Así pues, ¿qué secreto
fue capaz de retener durante tanto tiempo la atención de las mejores
cabezas ocultistas del mundo? Por más persuasivos e innovadores que
hayan sido los autores deEl enigma sagrado,
su explicación de los móviles y los objetivos del Priorato no acaba de
ser satisfactorio. Casi desde el principio del estudio sobre Leonardo y
el Sudario de Turín, Lynn Picknett y Clive Prince tuvieron la sensación
de que había, en efecto, un secreto, celosamente guardado por un
reducido grupo de elegidos. Conforme avanzaba la investigación se iba
detectando que la biografía y la obra de Leonardo tenían un estrecho
paralelismo con el material difundido por el Priorato. Era posible que
esos mismos temas estuviesen entretejidos en la obra de Jean Cocteau.
La semejanza más obvia con las obras de Da Vinci es que Jean Cocteau se
autorretrata dando la espalda a la cruz. Como ya hemos mencionado,
Leonardo se pintó de esa manera a sí mismo, por lo menos dos veces: en
la Adoración de los Magos y en la Última Cena.
Considerando la expresión que pone Cocteau en su propio rostro, que es,
cuando menos, de profundo rechazo de toda la escena, no sería
descabellado tratar de parangonarla con la violencia que expresa
Leonardo al apartarse de la Sagrada Familia en laAdoración.
En el mural de Cocteau, el crucificado sólo se ve de rodillas abajo, lo
cual implica cierta sospecha acerca de su verdadera identidad. La
curiosa ausencia global de vino que hemos visto en la Última Cena también
parece implicar un serio interrogante en cuanto a la naturaleza del
sacrificio de Jesús. El artista moderno va más allá y no representa a
Jesús en absoluto. Es también muy similar la utilización de la
envolvente en «V». En la obra de Cocteau ésta enlaza a las dos mujeres
afligidas, que suponemos ser la Virgen María y María Magdalena. Y de
nuevo se da a entender que ésta se aleja del personaje de Jesús.
Mientras la madre baja la mirada y llora, la mujer más joven le vuelve
la espalda. En la Última Cena de Leonardo la «V» une a Jesús con ese «San Juan»
tan sospechosamente femenino. Y esa mujer se aparta de él tan lejos
corno puede, aunque al mismo tiempo parece que están unidos. Otros
simbolismos que se aprecian en el mural de Cocteau, una vez conocemos
las preocupaciones del Priorato de Sión, se evidencian conectados con
éste de una manera bastante explícita. Por ejemplo, la suma de los
puntos que dan los dados arrojados por los soldados es cincuenta y ocho,
y ése es el número esotérico del Priorato. La rosa de color púrpura y
llamativo tamaño al pie de la cruz es una alusión nada oculta al
movimiento rosacruz, el cual se vincula estrechamente al Priorato y
desde luego también a Leonardo. Los miembros del Priorato no creen que
Jesús muriese en la cruz, y algunas de sus facciones opinan que fue un
sustituto el que sufrió el suplicio en principio destinado a aquél. Si
nos atenemos exclusivamente a las imágenes del mural, casi parece que
Cocteau también pensaba así. Por ejemplo, no sólo no se ve el semblante
de la víctima, sino que además se incluye un personaje inhabitual en las
representaciones de la Crucifixión. Es el hombre del lado derecho,
puesto de perfil, cuyo ojo presenta inconfundiblemente la figura de un
pez, siendo ésta seguramente una alusión al nombre en clave que daban a «Cristo»
los cristianos de las catacumbas. ¿Quién representa ser ese hombre con
el ojo de pez? Atendida la noción del Priorato, según la cual no era
Cristo el clavado en la cruz, ¿no sería posible que ese personaje
añadido fuese el mismo Jesús? Tal vez el Mesías se quedó a contemplar la
tortura y muerte de un figurante. Si eso fuese cierto, es fácil
imaginar sus emociones.
Volvamos a la mujer que aparece tanto en la pintura de Leonardo como en
la de Cocteau, y que seguramente es María Magdalena en ambos casos.
Teniendo en cuenta que, según las creencias del Priorato, estaba casada
con Jesús, eso explicaría su presencia en la Última Cena, sentada a la derecha de su esposo, así como el hecho de vestir prendas que son reflejo invertido de las de él, de quien es «la otra mitad».
Es cierto que una tradición no muy conocida de los tiempos medievales y
comienzos del Renacimiento asegura que la Magdalena estuvo presente en
la Última Cena. Pero Leonardo hizo saber que el personaje sentado a la
derecha de Jesús en su versión era san Juan, ¿Qué motivos tendría para
tal engaño? Al fin y al cabo, si el autor nos dice que ha pintado un
hombre y nuestro cerebro nos dice que es una mujer, la confusión hará
que sigamos debatiendo el asunto durante mucho tiempo.«¿Por qué los Grandes Maestres se llamaron siempre Juan?». Aunque los Grandes Maestres adoptan en la organización el sobrenombre de Nautonnier o «timonel», también reciben el nombre de Jean, «Juan», o si son mujeres, Jeanne, «Juana».
Por ejemplo, Leonardo aparece en sus listas como Jean IX. Vale la pena
mencionar que aun tratándose de una orden de caballería tan antigua, el
Priorato asegura haber practicado siempre la igualdad de oportunidades
en su sociedad secreta, y cuatro de sus Grandes Maestres han sido
mujeres. Sin embargo esa política es totalmente coherente con la
verdadera naturaleza y los objetivos de Priorato. Los títulos que usa el
Priorato en su organización jerárquica dan una idea de sus
preocupaciones. De acuerdo con los estatutos, por debajo del Nautonnier hay un grado compuesto por tres iniciados que reciben el nombre de Prince Noachite de Notre Dame, y, debajo de éste, otro grado de nueve individuos que son los Croisé de Saint Jean, es decir «cruzados de San Juan».
La escala tiene seis grados más, pero el organismo director está
formado por los tres principales, que totalizan los trece miembros de
mayor categoría. Dicho organismo tiene el nombre de Archikyria, en el que reconocemos el tratamiento de respeto griego kyria equivalente al moderno «Señora». Pero más concretamente, en el mundo helenístico de los últimos siglos a.C. era un epíteto de la diosa Isis.
El primer Gran Maestre de la sociedad fue un Juan verdadero, Jean de
Gisors, aristócrata francés del siglo XII. Pero el acertijo está en que
el nombre de adopción dentro del Priorato fue «Jean II». Una cuestión es saber de qué Juan hablamos. ¿De Juan el Bautista?, ¿de Juan el evangelista, el «discípulo predilecto» del Cuarto Evangelio?, o ¿de Juan el Divino, el autor del Apocalipsis? Parece que debió de ser uno de esos tres. Otro «Juan» relacionado con el asunto y que da mucho que pensar, es el mencionado en un libro de 1982, Rennes-le-Château: capitale secrète de l’histoire de France,
por Jean-Pierre Deloux y Jaeques Brétigny. Se sabe que ambos autores
estaban íntimamente relacionados con Pierre Plantard de Saint-Clair, que
colaboró en el libro. Es pura propaganda del Priorato, en realidad, y
explica cómo se formó la sociedad. Deloux y Brétigny también escribieron
artículos sobre el Priorato de Sión en la revista L’Inexpliqué,
una revista esotérica, supuestamente fundada y financiada por el
Priorato. Según esta narración, la intención principal había sido formar
un «gobierno secreto» cuya
cabeza visible sería Godofredo de Bouillon, uno de los dirigentes de la
Primera Cruzada. En Tierra Santa, Godofredo se encontró con una
organización llamada la Iglesia de Juan y decidió poner su espada al
servicio de la Iglesia de Juan, esa Iglesia esotérica e iniciática que
representaba la Tradición: aquélla basada en la primacía del Espíritu.
De ese magno designio nacieron tanto el Priorato de Sión, esa
organización que siempre pone a sus grandes maestres el nombre de «Juan», como los caballeros templarios. Y tal como dice Pierre Plantard de Saint-Clair a través de Deloux y Brétigny: “Así,
a comienzos del siglo XII aparecían reunidos los medios espirituales y
temporales que iban a permitir la realización del sueño sublime de
Godofredo de Bouillon; la Orden del Temple sería la espada de la Iglesia
de Juan y el portaestandarte de la primera dinastía, y las armas
obedecerían al espíritu de Sión“. El resultado de este ferviente «juanismo» iba a ser un «renacimiento espiritual» que «trastornaría toda la Cristiandad». Pese a su evidente importancia para el Priorato, este énfasis alrededor de «Juan»
seguía envuelto en la más extraordinaria oscuridad. Pero ¿a qué razones
obedecía tanta oscuridad? Al menos es posible aventurar una suposición
en cuanto a qué Juan tiene en mente el Priorato, si la obsesión de
Leonardo por el Bautista vale como indicio. Pero como hemos visto, la
idea que el Priorato tiene de la misión de Jesús dista de ser ortodoxa, y
no parecería lógica tanta reverencia hacia el hombre que supuestamente
no fue más que el precursor del Mesías, a menos que el Priorato, como
Leonardo, reverenciase a Juan el Bautista por encima de Jesús mismo.
De existir alguna razón para creer que el Bautista era superior a Jesús,
entonces las consecuencias serían inconcebiblemente traumáticas para la
Iglesia. E incluso si la opinión del «juanismo»
se fundara en un equívoco, son indudables los efectos que ejercería esa
creencia si se diese a conocer más ampliamente. Sería casi como la
herejía definitiva. Y los Dossiers secrets insisten
reiteradamente sobre el carácter anticlerical de los descendientes de
los merovingios y cómo fomentaron positivamente la herejía. Parece como
si el Priorato quisiera transmitir la idea de que la herejía es buena
cosa, por alguna razón concreta. La supuesta herejía del Bautista
tendría repercusiones asombrosas. Los únicos indicios en cuanto a las
creencias del Priorato sobre el Bautista eran la manifiesta obsesión de
Leonardo con el personaje, y el hecho de que aquél llamase «Juanes»
a sus grandes maestres. El otro personaje del Nuevo Testamento que
tiene una significación grande para el Priorato es, como hemos visto
reiteradamente, María Magdalena. Los autores de El enigma sagrado explican
que esa importancia reside concreta y exclusivamente en el hecho de
estar casada con Jesús y ser la madre de sus hijos. Pero considerando la
poca admiración que la figura de Jesús inspira al Priorato, esa
explicación parece bastante floja. Se diría que esa organización le
atribuye a la Magdalena una importancia a título propio, en lo cual el
papel de Jesús resulta casi irrelevante. Como en el relato del «documento Montgomery»,
donde su función se limita a ser el padre de la criatura y después de
eso no vuelve a intervenir para nada en los acontecimientos. Casi nos
sentimos inducidos a proponer que incluso sin Jesús, esa mujer tiene
algo que le confiere una significación suprema. Para cualquier
observador ajeno a la cuestión, la existencia de una relación más o
menos esotérica entre María Magdalena y Juan el Bautista es puro trabajo
de imaginación, porque ni siquiera consta que se conocieran, según los
textos conocidos de los Evangelios. Sin embargo, tenemos lo que parece
un secreto muy antiguo que los asocia inequívocamente, y los venera a
ambos. ¿Es posible que representen algo capaz de inquietar a la Iglesia?
Todas las veces que Lynn Picknett y Clive Prince bucearon en esa
historia de la Magdalena se veían conducidos a tierras mucho más
cercanas que las de Israel, por su significado en relación con el
asunto. En particular el Priorato hace mucho caso de la leyenda que la
vincula al Mediodía francés. Sin embargo, desde el comienzo Lynn
Picknett y Clive Prince vieron que había algo especialmente interesante
en la asociación del enigmático personaje con ese lugar concreto de la
geografía. Habitualmente expuesto en la basílica, el supuesto cráneo de
María Magdalena está recubierto por una máscara de oro y lo pasean ante
los habitantes de Saint-Maximin-en-Provence.
Esta procesión anual se celebra el primer domingo después del día de
Santa Magdalena, el 22 de julio. Según la creencia, Magdalena llegó por
mar procedente de Palestina y se asentó en la Provenza, donde murió. Y
su poder persiste con fuerza, en esta región y hasta la fecha, porque
aquí no sólo la veneran sino que la quieren con una pasión peculiar.
Ciertamente se le dedica una devoción extraordinaria, e incluso
fanática, y se mantiene la leyenda de que murió en esta comarca, lo cual
tienen muchos por hecho demostrado. Pero, ¿cómo se explica que los
restos de una oriunda de la Palestina del siglo I hayan venido a
descansar en el sur de Francia? Y, ¿por qué la distingue el Priorato de
Sión con tan gran veneración? En principio sorprende esta potente
atracción de la Magdalena, si se tiene en cuenta que son escasas sus
menciones en el Nuevo Testamento. Nos inclinábamos a pensar que la
escasez de la información daba margen a la invención de material
legendario que rellenase las páginas. Pero si alguien ha creado
fantasías sobre María Magdalena, ese alguien ha sido la Iglesia. Su
imagen de prostituta arrepentida no tiene nada que ver con lo que
cuentan Mateo, Marcos, Lucas ni Juan. El personaje que describe el Nuevo
Testamento es bastante distinto del que ha dibujado la Iglesia. De los
textos que mencionan a María Magdalena, los Evangelios son los únicos
que conoce la mayoría de las personas. Hasta hace poco, el personaje
estuvo considerado por muchos cristianos como marginal en relación con
la peripecia de Jesús y sus seguidores. En los últimos veinte años, por
el contrario, se advierte un cambio de percepción por parte de los
estudiosos. Hoy por hoy se le atribuye un papel bastante más destacado.
Aparte la Virgen María, es la única mujer a quien los cuatro
evangelistas citan por su nombre. Hace su primera aparición durante el
ministerio de Jesús en Galilea, y formaba parte del grupo de mujeres que
le seguían, «las cuales le asistían con sus bienes».
Antes Jesús había echado de ella «siete demonios».
La tradición la identifica con otras dos mujeres del Nuevo Testamento:
María de Betania, hermana de Marta y de Lázaro, y la mujer cuyo nombre
no se cita, que unge los pies de Jesús con esencia de nardos que saca de
un vaso de alabastro. Su papel adquiere una significación completamente
nueva, más profunda y más permanente cuando queda consignado que estuvo
presente en la Crucifixión, y más especialmente que fue el primer
testigo de la Resurrección. Aunque los cuatro Evangelios difieren, como
sabemos, en la manera de narrar el descubrimiento del sepulcro vacío,
todos coinciden en lo tocante a la identidad de la primera persona que
vio a Jesús resucitado. Es indudablemente María Magdalena y no dicen los
evangelistas que fue la primera mujer que le vio, sino la primera persona,
detalle que suelen pasar por alto aquellos para quienes sólo cuentan
como verdaderos apóstoles los hombres que siguieron a Jesús. Es así que
la Iglesia ha fundamentado su autoridad, por entero, en el concepto de
apostolado. El primado apostólico le incumbe a Pedro y éste es el
conducto a través del cual se transmiten a la posteridad los poderes de
Jesús. Dicha autoridad, que muchos creen fundada en el anuncio de que «sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia»,
según la creencia oficial proviene de ser el primer discípulo de Jesús
que lo vio resucitado. Pero lo que dice el Nuevo Testamento no concuerda
con esa enseñanza de la Iglesia. Aunque sólo fuese por eso,
evidentemente se le ha infligido a la Magdalena una injusticia tremenda,
y que en este caso reviste consecuencias de alcance excepcional. Pero
aún hay más. Es también la primera, entre los discípulos, que recibe una
comisión apostólica directa de Jesús, cuando éste la envía a comunicar
la noticia de su resurrección a los demás. Tal vez parezca curioso, pero
la primitiva Iglesia sí reconoció su verdadero lugar en la jerarquía y
le dio el título de Apostola Apostolorum, «la Apóstol de los Apóstoles», o más explícitamente «la primera Apóstol».
¿Por qué razón quiso Jesús resucitado aparecerse en primer lugar a una
mujer? Esta pregunta siempre ha sido una espina para los teólogos. La
explicación más pintoresca quizá fue una de las surgidas durante la Edad
Media, cuando se propuso que decírselo a una mujer era la manera más
eficaz de propagar rápidamente la noticia.
Los estudiosos admiten hoy día que las mujeres desempeñaron en el
movimiento de Jesús una función mucho más amplia y más activa de lo que
enseña habitualmente la Iglesia, y ello tanto en vida del fundador como
más tarde, cuando la predicación se abrió a los gentiles. Pero la misión
de las mujeres perdió importancia cuando la Iglesia se formalizó como
institución, bajo la influencia de Pablo. Y este proceso también fue
retrospectivo. En consecuencia, y aunque las mujeres no habían sido
personajes secundarios de la historia cristiana, Pablo y sus seguidores
se encargaron de empujarlas a un puesto marginal de la Historia. Desde
luego, si nos atenemos exclusivamente a la impresión que comunican los
Evangelios parecería que todos los discípulos de Jesús fueron hombres.
Sólo en Lucas se menciona que le acompañaban mujeres, lo cual podría
introducir alguna confusión ya que, luego, todo se llena de mujeres,
aparentemente salidas de ninguna parte, para ocupar los lugares
centrales alrededor de la cruz. ¿Vemos tal vez a las mujeres en este
punto crucial de la narración porque eran las únicas amigas fieles que
le quedaban? Hay que aplaudir a esas mujeres, que tuvieron la valentía
de quedarse junto a un ajusticiado. Pero una de ellas sobresale de entre
todas las demás: María Magdalena. Sugiere su importancia el detalle de
que, prácticamente sin excepción, su nombre aparece el primero todas las
veces que se cita a las seguidoras de Jesús. Ahora algunos católicos
incluso dicen que eso se debe a que ella dirigía el grupo. En una
sociedad tan adepta a los formulismos y rígidamente jerarquizada, tal
honor no sería ni secundario, ni casual. La Magdalena aparece primero
incluso cuando la nombran quienes nunca tuvieron en consideración a
ninguna mujer en el movimiento de Jesús, ni afecto alguno a esa mujer en
particular. Así pues, fue de las «que asistían»
a Jesús y sus discípulos, lo que tradicionalmente se ha interpretado
como que era una especie de criada fiel, siempre postrada delante de los
varones del grupo, los únicos que de verdad importaban. Pero la
cuestión es bien diferente. Lo que dice en realidad el texto evangélico
es que los mantenían con sus bienes. Muchos estudiosos creen que María
Magdalena, y tal vez también las demás mujeres del séquito de Jesús, no
era una menesterosa sin recursos, sino una mujer independiente que
podía disponer de sus bienes y con ellos «asistía»
a Jesús y a los discípulos. Aunque el relato bíblico incluye en la
expresión a otras mujeres asistentes, como hemos visto es ella la que
figura citada en primer lugar.
La propia cita nominal la coloca definitiva y deliberadamente aparte de
las demás. Cualquier otra mujer expresamente citada en los evangelios
canónicos figura por referencia a un hombre, como «esposa de…» o «madre de…». Sólo
María Magdalena tiene lo que podríamos llamar nombre propio. Personaje
poderoso e importante, pues, pero que permanece curiosamente enigmático.
Después del cumplido a regañadientes que le hace el evangelista al
destacarla de las demás, nunca más aparece, ni en los Hechos de los Apóstoles, ni en las epístolas de Pablo, ni
siquiera cuando éste describe la sepultura vacía, ni en las de Pedro.
Parecería que nos hallamos ante otro de esos misterios eternamente
discutidos y nunca resueltos, hasta que nos volvemos a los evangelios
gnósticos, en los que el panorama se ilumina. En 1945 fueron
descubiertos estos documentos, que son más de cincuenta, en la aldea
egipcia de Nag Hammadi. Se
trata de una colección de primitivos textos del gnosticismo cristiano,
algunos más o menos contemporáneos de los evangelios canónicos. Estas
escrituras fueron condenadas por la primitiva Iglesia, que las
calificaba de «heréticas» y
las buscaba con sistemática aplicación para destruirlas, como si
contuviesen algún secreto de gran peligrosidad para la Institución que
estaba en vías de establecerse. Lo que proclamaban muchos de esos textos
prohibidos era la preeminencia de María Magdalena. Uno de ellos incluso
se titula El Evangelio de María,
que no es la madre de Jesús, sino María Magdalena. Quizá no sea
coincidencia que los cuatro evangelios del Nuevo Testamento la marginen
concienzudamente, mientras que las escrituras «heréticas»
destacan su importancia. Tal vez el Nuevo Testamento fuese en realidad
una especie de propaganda en favor de la facción anti-Magdalena. Y lo
que es más significativo, esa categoría superior no consiste sólo en ser
la primera de entre las mujeres, sino que es literalmenteApóstol de Apóstoles y
por tanto sólo cede en rango al mismo Jesús, por encima de los
seguidores varones y mujeres. A lo que parece, ella es la persona que
actuaba como auténtico puente entre Jesús y el resto de los discípulos,
la que interpretaba sus palabras para que ellos las entendieran. En
estos textos no era Pedro el elegido como mano derecha de Jesus, sino
María Magdalena.
Ella fue, según el texto gnóstico del Evangelio de María,
la que reunió a los desalentados discípulos después de la Crucifixión y
les devolvió un poco de valor, cuando ellos estaban dispuestos a
abandonar y volverse a sus casas, creyendo haber perdido definitivamente
a su carismático líder. Ella rebatió todas las dudas y no sólo con
pasión sino también con inteligencia, consiguiendo inspirarlos para que
se comportasen como verdaderos y fieles apóstoles. Lo cual no debió de
resultar fácil, es de suponer, teniendo en cuenta la discriminación
predominante en su época y cultura y, además, la rivalidad de un
poderoso antagonista personal, Pedro, el Gran Pescador de la leyenda, el
futuro fundador de la Iglesia católica y mártir. Él, nos aseguran
reiteradamente los evangelios gnósticos, la odiaba y la temía, aunque
mientras vivió el Maestro no pudo sino formular alguna que otra protesta
ineficaz contra la extensión de la influencia de aquélla. Varios de los
textos repiten acaloradas discusiones entre Pedro y María, o las
ocasiones en que el primero se empeña en preguntar por qué Jesús da
muestras de preferir la compañía de la mujer. Como dice María Magdalena
en otro evangelio gnóstico, el Pistis Sophia: «Dudo de Pedro, y le temo, porque odia el género femenino». Y el también gnóstico Evangelio de Tomás cita estas palabras de Pedro: «Dejad que se vaya María, porque las mujeres no merecen la vida».
Hay algo más en los relatos gnósticos, y los convierte en explosivos
por lo que concierne a la Iglesia. La idea que dan de la relación entre
María y Jesús no es sólo la de maestro y discípula, ni siquiera la que
pudiera tener un guru con una
adepta de su predilección. La relación se describe como bastante más
íntima, a veces en términos sobradamente gráficos. Tomemos por ejemplo
el Evangelio de Felipe: “Pero
Cristo la amaba más que a todos los discípulos y la besaba a menudo en
la boca. Los demás discípulos se molestaron al verlo y le manifestaron
su desaprobación diciéndole: «¿Por qué la amas a ella más que a todos
nosotros?». A lo que el Salvador les contestó y dijo: «¿Por qué no os
amo a vosotros como la amo a ella?»”. En el mismo evangelio gnóstico leemos la frase, en apariencia inocua: “Eran
tres las que siempre andaban con el Señor, su madre María, su hermana y
la Magdalena, a la que llaman su compañera. Su hermana, su madre y su
compañera, las tres se llamaban María. Y la compañera del Salvador es
María Magdalena”.
Si bien hoy la palabra compañera puede tomarse como camarada, colega y
amiga, en cambio la palabra griega original significaba consorte. En
cuanto a los evangelios canónicos, se incluyeron en el Nuevo Testamento
porque se decía que ellos eran la auténtica palabra de Dios. Pero los
evangelios gnósticos contienen por lo menos tanta información válida
como los de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Por cálculo de probabilidades
la balanza se inclina en favor de los gnósticos, si los consideramos
exactamente tan respetables como los que figuran en el Nuevo Testamento.
Si María Magdalena fue realmente la amante o la esposa de Jesús,
quedaría explicada su enigmática posición en el Nuevo Testamento. Su
importancia es obvia, pero nunca se describe con exactitud su situación.
Tal vez los autores daban por supuesto que los lectores de la época
sabían cuál había sido su relación con Jesús. Al fin y al cabo, y como
han apuntado algunos, en aquellos tiempos lo más natural era que un rabí
fuese un hombre casado, ya que lo contrario habría dado lugar a muchos
comentarios. Por ello no se habría omitido en los evangelios una
justificación expresa de tal circunstancia. En una cultura tan dinástica
corno aquélla, un Jesús célibe y sin hijos hubiera sido piedra de
escándalo, y se habría visto obligado a explicarlo en el decurso de su
vida pública o como parte de sus supuestas enseñanzas. En realidad la
tradición judaica no sólo aborrecía el celibato sino que incluso lo
considera auténticamente pecaminoso. Mucho habría llamado la atención
Jesús si hubiese predicado el celibato. Pero ese cargo nunca se esgrimió
contra él, ni siquiera por parte de sus enemigos más implacables. La
vida monástica fue un invento muy posterior del cristianismo, e incluso
un personaje tan obviamente misógino como Pablo admitió que era «mejor casarse que consumirse de pasión».
Pero la mera idea de que Jesús hubiese tenido una vida sexual repele a
la mayoría de los cristianos actuales. El verdadero motivo de tal
rechazo, sin embargo, no era otro sino el miedo atávico, el odio
subyacente a la mujer, tradicionalmente vista como impura. Su vecindad
física se consideraba que contaminaba el cuerpo, la mente y el espíritu
de los hombres, que se consideraba que eran naturalmente buenos y puros.
El horror que suscita la idea de Jesús como compañero sexual de alguna
mujer, se centuplica cuando dicha amante toma el nombre de María
Magdalena, según la Iglesia una notoria prostituta.
La Iglesia eligió consentir que su imagen fuese la de una prostituta
aunque, eso sí, arrepentida. Esa interpretación selectiva de su
carácter, por llamarla de alguna manera, servía también para transmitir
dos mensajes importantes: que la Magdalena en particular, y las mujeres
en general, eran impuras y espiritualmente inferiores a los hombres, y
que sólo la Iglesia ofrece la redención. Si ya resulta inimaginable que
Jesús y la supuesta ex prostituta fuesen amantes, para la mayoría de los
cristianos apenas resulta menos ofensivo postular que eran marido y
mujer. Los autores de El enigma sagrado aducen
que si la Magdalena fue la esposa de Jesús. Entonces ello explicaría
por qué su persona revestía tanta importancia para el Priorato de Sión y
su idea de un linaje sagrado. Sin embargo no fue ésa, ni con mucho, la
primera vez que se lanzaba tal idea. En 1931, el escritor inglés D. H.
Lawrence publicó su última novela corta The Man who Died,
en la que Jesús sobrevive a la crucifixión y, encuentra la verdadera
redención a través del acto sexual con María Magdalena, claramente
identificada como sacerdotisa de Isis. El autor también pone a Jesús en
relación con el esposo de dicha diosa, el dios Osiris, que murió y
resucitó. El primer título propuesto para el relato había sido The Escaped Cock, y como ha apuntado Susan Haskins, autora del libro Mary Magdalen: “El
gallo [cock, eufemismo por miembro viril en inglés] se asocia a la idea
del «cuerpo erecto» (el personaje de Cristo hace un juego de palabras
al exclamar «¡he resucitado!» cuando logra por fin una erección)“. Sorprende que la atención se haya fijado tanto en El amante de lady Chatterley,
de D. H. Lawrence, mientras que esta otra obra del mismo autor, más
escandalosa en potencia, escapó a la censura. Aunque pueda argumentarse
que Jesús y la Magdalena fueron cónyuges, e incluso sacar la
consecuencia de que tuvieron hijos, esta razón de por sí no parece
suficiente para explicar por qué el Priorato de Sión le dedica una
devoción tan apasionada, teniendo en cuenta además que hay buenas
razones para descartar la idea de que fuesen los antepasados de la
dinastía merovingia. Está claro que el atractivo consiste en otra cosa,
algo oculto pero no inaccesible. Es lo que apuntan los indicios de su
poder en nuestra cultura. Pero no olvidemos que fue en Francia donde,
según se supone, acabó sus días la mujer de carne y hueso. El relato más
famoso sobre la presencia de María Magdalena en Francia es la Leyenda Dorada,
de Jacobo de Voragine (1250). En esta célebre colección de vidas de los
santos, el autor, que fue dominico y arzobispo de Génova, la llama Illuminata e Illuminatrix (Iluminada e Iluminadora), que son precisamente los atributos que le asignan los textos gnósticos «prohibidos».
Resulta curioso que sea descrita como iluminada y portadora de la
iluminación, iniciada e iniciadora. Aquí ya nadie sugiere la
inferioridad espiritual de la mujer, antes al contrario.
Como suele ocurrir con todas las leyendas, hay distintas variaciones del
tema central. La línea principal es que, poco después de la
crucifixión, María Magdalena, junto con sus allegados Marta y Lázaro,
emprendió con otros seguidores, cuya identidad difiere según versiones,
la travesía marítima hacia las costas de lo que hoy es la Provenza. En
el grupo de figurantes se cita a san Maximino, diciendo que fue uno de
los setenta y dos discípulos de Jesús, y legendario primer obispo de
Provenza. También se cita a María Jacobi y María Salomé, supuestas tías
de Jesús, a una criada negra llamada Sara; y finalmente, a José de
Arimatea, el rico amigo de Jesús, y que en otras tradiciones vinculado a
la leyenda de Glastonbury, en Inglaterra. Se apunta que el grupo huía
de la persecución desencadenada por los judíos contra los primeros
cristianos. En algunos casos la narración introduce un motivo milagroso,
y es que los desterrados fueron puestos deliberadamente por sus
enemigos en una barca sin remos ni timón, pero sin embargo lograron
arribar a tierra firme. En la leyenda medieval, el sur de Francia era
por aquel entonces un lugar donde sólo vivían algunas tribus de salvajes
y paganas. Pero en realidad la Provenza formaba parte del Imperio
romano, y no de las menos importantes, sino muy civilizada, donde
prosperaban la colonia romana, la griega e incluso la judía. La familia
de Herodes tuvo fincas en la región, y el viaje, lejos de ser tan arduo y
aventurado, era una ruta normal de barcos mercantes. De manera que, si
realmente el grupo se mudó a la Provenza, no sería la persecución el
motivo de que recalasen allí, y bien pudieron elegir tal destino por su
propia voluntad. Sin embargo todas las leyendas aseguran que
desembarcaron en lo que hoy es Saintes-Maries-de-la-Mer, en la Camargue.
Una vez allí se despidió la comitiva y sus integrantes emprendieron
diversos caminos, a fin de propagar el Evangelio. Dice el relato que la
Magdalena predicó en aquella misma región convirtiendo a los paganos,
antes de hacerse ermitaña en una cueva de Sainte-Baume. Según algunas
versiones, vivió allí durante unos cuarenta años. Al término de su vida,
unos ángeles la llevaron a presencia de san Maximino, entonces primer
obispo de Provenza, quien le prestó los últimos auxilios. Y se dice que
está enterrada en la población que lleva el nombre del santo.
Es una bonita leyenda, pero es poco probable que María Magdalena fuese
ermitaña en una cueva de Sainte-Baume. Sin embargo, el lugar no carece
de significación. En la época romana no era la ermita selvática que dice
la leyenda, sino que la comarca tenía bastante población y, la cueva
propiamente dicha era un centro de culto de Diana Lucifera, que
significa «la que trae la luz», o sea, equivalente a Illuminatrix.
No obstante, y aunque la cristianización de los santuarios paganos ha
sido, como se sabe, una práctica corriente y bien conocida, hay algo más
en el trasfondo. Por cierto, Arles, la población importante más cercana
al lugar donde se supone que desembarcó la Magdalena, era un destacado
centro del culto de Isis. Esta comarca pantanosa por lo visto recibió a
varios grupos adoradores de divinidades femeninas, y sin duda siguió
sirviendo de refugio a los seguidores de tales cultos hasta bien
avanzado el período cristiano. De hecho, la metamorfosis de la Magdalena
en una ermitaña famélica fue la cristianización deliberada de otra
narración mucho más ambivalente, ya que todos los elementos se tomaron
de la leyenda de María Egipcíaca, una santa del siglo V que se dice fue
prostituta, se convirtió en ermitaña, e hizo penitencia en los desiertos
de Palestina durante cuarenta y siete años. Con esto y otros indicios
se echa de ver que en la historia de la Magdalena, la parte de la «penitencia»
es un invento deliberado de la Iglesia medieval para hacerla más
aceptable. Pero el distinguir lo que no fue sirve de poco a la hora de
dilucidar lo que ocurrió en realidad, ni el verdadero carácter del
personaje. El caso es que una vez y otra nos tropezamos con el curioso
atractivo de esa mujer, el cual va mucho más lejos que el mero carisma
contemporáneo y no sólo ha sobrevivido a los siglos sino que incluso
parece aumentar en época reciente. Las leyendas de santos son miles,
algunas más verosímiles que otras, Pero la triste realidad es que casi
todas son ficticias. ¿Por qué iba a ser diferente el caso de María
Magdalena? Muchos comentaristas han afirmado que la presencia legendaria
de la Magdalena en Francia fue obra de hábiles amanuenses franceses
deseosos de crearse una especie de ascendencia bíblica. Es innegable que
muchos detalles de la crónica de María Magdalena en Francia son
adiciones posteriores, pero hay motivos para sospechar que todo ello
tuvo un fundamento real. Se puede considerar inverosímil que Jesús
visitase nunca las comarcas occidentales de Inglaterra, entonces un
rincón muy remoto en los confines del Imperio romano. Otra cosa es
proponer que una mujer adinerada hubiese visitado una provincia
culturalmente floreciente de las orillas de un Mediterráneo, ya
romanizado por completo. Pero es mucho más revelador el papel que se le
atribuye en esos relatos, puesto que se afirma expresamente que
predicaba.
Como hemos visto, la primitiva iglesia la llamó «Apóstol de Apóstoles».
En la Edad Media habría sido inimaginable que nadie atribuyese a una
mujer misión semejante. Si como mantienen algunos críticos, la leyenda
de la Magdalena francesa fue inventada por unos monjes medievales, desde
luego no le habrían concedido el atributo de Apóstol, por entonces
claramente masculino. Lo cual sugiere que el relato se basaba en el
recuerdo real de una mujer que estuvo allí, por más que modificado en el
decurso de los siglos. Vale la pena señalar además que según los
historiadores, hay indicios de que el cristianismo estuvo establecido en
la Provenza desde el siglo I. Saintes-Maries-de-la-Mer, está a unas
dos horas en coche de Marsella, en la zona de la Camargue, región
pantanosa, donde el Ródano desemboca en el Mediterráneo. Saintes-Maries
es la única población en una comarca dedicada a la cría de caballos, que
es la que ha dado fama a la Camargue, y refugio también de numerosas
especies de aves acuáticas, entre las cuales pueden verse bandadas de
flamencos que visitan estas costas procedentes de África. Es una tierra
primitiva donde al anochecer se levantan enjambres de mosquitos. La nave
de Notre-Dame de la Mer se alza como un galeón sobre las casas bajas y
descubrimos que esta iglesia del siglo XII estaba amurallada cuando se
construyó. Allí se venera a tres Marías: la Magdalena, María Jacobi y
María Salomé. Esta iglesia interesó particularmente a René d’Anjou
(1408-1480), rey de Nápoles y Sicilia, que según el Priorato de Sión fue
uno de sus Grandes Maestres. «El buen rey Renato»,
pues así pasó a la Historia, era un gran devoto de la Magdalena y pidió
permiso al Pontífice para excavar la cripta. Descubrió dos esqueletos,
que dijo ser los de María Jacobi y María Salomé, pero no halló ni rastro
de la Magdalena. En el interior de la iglesia hay una capilla dedicada
a Sara la egipcia y supuesta
criada de las Marías. Sara es considerada tradicionalmente como negra,
siendo la santa patrona de los gitanos, que se reúnen a miles en la
ciudad cada 25 de mayo para celebrar su festividad. Eligen la Reina
gitana del año frente a la figura de Sara, y luego sacan a ésta en
solemne procesión y se adentran con ella en el mar. Como es natural,
dicha ceremonia se ha convertido en uno de los grandes eventos
turísticos de la región.
Otro de los visitantes ilustres, que se conmemora por medio de una placa
colocada en la plaza de la iglesia, fue el cardenal Angelo Roncalli
(1881-1963), entonces embajador del Vaticano en Francia y futuro papa
Juan XXIII. Se ha dicho que también fue miembro del Priorato de Sión en
la época en que el Gran Maestre era Jean Cocteau. Si vamos a Marsella,
donde ella predicó, podemos visitar dos catedrales contiguas. Una sólo
tiene 150 años de antigüedad y es la que se halla en uso. Pero el
edificio más interesante es el más antiguo, la Vieille Majeure,
con imágenes supuestamente auténticas de la vida y obras de la santa en
esta región. Exactamente como el domo de Notre-Dame de France en
Londres. el techo de ésta simula una gran telaraña. Por su estado
ruinoso, sin embargo, la tienen cerrada al público. Esta construcción
del siglo XII sobre el emplazamiento de un baptisterio del siglo V
parece pertenecer a un culto ancestral a la Magdalena. No sólo tiene una
capilla expresamente consagrada a ella, sino que también adorna la
capilla de san Sereno una serie de bajorrelieves que representan escenas
de su vida, encargados por el mismísimo Renato de Anjou. En uno de
ellos está representada predicando, lo cual corrobora la imagen
apostólica que dan de ella los evangelios gnósticos. De acuerdo con la
tradición local, predicaba en la escalinata de un antiguo templo
dedicado a Diana. Cerca del fuerte de San Juan Bautista y el pintoresco
puerto viejo, encontramos la abadía de San Víctor, que es otro centro
religioso memorable. Ahí ha existido siempre un monasterio desde el
siglo V, y aun entonces se construyó sobre una necrópolis pagana. El
edificio actual data del siglo XIII, pero la cripta es mucho más antigua
y contiene varios sarcófagos ornamentados, de la época romana. Hay
asimismo una capilla subterránea consagrada a la Magdalena. Pero lo más
fascinante del lugar es la efigie de Notre-Dame de Confession, del siglo
XIII, con niño y con la piel negra. Es una más de las legendarias y
discutidas «Vírgenes negras».
Saliendo de Marsella hacia el este se va a Sainte-Baume. la gran cueva
donde se cree popularmente que María Magdalena pasó buena parte de su
vida como ermitaña. En la época en que supuestamente estuvo allí la
Magdalena, esa gruta era el Santuario de una divinidad pagana. Pero la
Iglesia convirtió la Magdalena en una santa convencional, y un antiguo
templo pagano en una ermita. Desde Sainte Baume podemos viajar al
supuesto lugar de la muerte y enterramiento de la Magdalena, que no es
otro sino Saint-Maxirnin-la-Sainte-Baume.
El culto de la diosa egipcia Isis estaría el origen del culto cristiano
de la Virgen, pues la diosa egipcia era la simbolización de la
Naturaleza, siempre fecundada, pero siempre virgen. Las vírgenes negras
son efigies de la Virgen María que la representan como de piel oscura, o
incluso completamente negra. Representaciones modernas en las que a la
Virgen se la ha dotado premeditadamente de un aspecto étnico negro no
entran dentro de esta categoría. El origen de estas imágenes se explica
como la adopción por parte del culto popular cristiano en sus primeros
siglos de elementos iconográficos y atributos de antiguas deidades
femeninas de la fertilidad, cuyos rostros se realizaban en marfil
(elemento que al oxidarse se vuelve de un color negruzco), y cuyo culto
estaba extendido por todo el Imperio Romano tardío, tales como Isis,
Cibeles y Artemisa. Debido a ello pueden encontrarse ejemplos de estas
vírgenes por toda Europa. La veneración a las vírgenes negras tiene
también numerosos ejemplos en América impulsada por la conquista
española. Allí las vírgenes negras del Viejo Mundo surgidas del
sincretismo religioso cristiano-pagano atravesarían en algunos casos una
identificación con deidades femeninas amerindias o africanas como
Pachamama o Yemayá. Los esoteristas medievales utilizaron el color negro
en las imágenes de la Virgen, recogiendo el legado de las diosas madres
prehistóricas y de sus sucesoras paganas, Isis, Belisana o Artemisa. En
el origen del culto a las diosas madres prehistóricas encontramos unas
piedras negras caídas del cielo, los meteoritos, adorados como
generadores de vida. En nuestros días pueden encontrarse las vírgenes
negras en muchos países europeos, especialmente en Francia y España como
objeto de gran devoción popular. En la mitología de la antigua Europa
céltica, sobre las colinas sagradas dedicadas a la Madre Tierra, llamada
Brigit o Belisana, se encendía, el primer día de febrero, una hoguera,
el Kildare, que custodiaban nueve vírgenes. Sobre esa hoguera, los
druidas cocían en un recipiente, que representaba el caldero mágico del
dios Lug, una poción de hierbas medicinales para que la energía
regeneradora de los dioses beneficiara al pueblo. Cuando llegaba la
noche, cada cual encendía una antorcha en las brasas del Kildare, de
manera que éste, a semejanza del fuego cósmico, derramase bendiciones
sobre la familia y sus posesiones.
Cuando se estableció el Cristianismo en el viejo mundo se rezaba a Jesús
pero, aún así, muchos continuaron con la celebración de los antiguos
ritos y subían a los montes a encender sus hogueras tradicionales y a
cocer sus pociones, regresando a las casas con sus antorchas mágicas
encendidas. La Iglesia se dio cuenta de que no podría acabar con estas
costumbres y, en lugar de combatirlas, las substituyó por otras
similares, celebradas en fechas parecidas y dedicadas a vírgenes y
santos que habían adoptado los caracteres de los antiguos dioses y
diosas. Así, Nuestra Señora de la Candelaria toma el lugar de Belisana y
es acompañada los días 1 y 2 de febrero por San Lucas, que reemplaza a
Lug, dios del caldero. La sacaban en procesión con una vela en la mano
rodeada por doncellas que portaban cirios encendidos y los fieles le
ofrecían ramos de hierbas medicinales. El sacerdote culminaba la
celebración presentándola a todos como La Virgen Madre que trae la Luz
al mundo. Lo llamativo, sin embargo, es que su imagen era de color negro
¿Por qué, quién y cómo escogió el color negro para una figura cristiana
que debía substituir el viejo culto a la Madre Tierra? A lo largo de la
Edad Media, las imágenes de las Vírgenes de rasgos europeos pero de
piel negra, fueron abundantes. Tanto es así, que algunas de ellas han
llegado hasta nuestros días. Buenos ejemplos lo constituyen las Vírgenes
francesas de Marsat y Rocamadour, las alemanas de Altötting y Colonia,
las británicas de Glastonbury y Walsingham, las italianas de Loreto y
Nápoles y las españolas de Montserrat y Solsona (Catalunya), la de
Atocha (Madrid) o las de Peña de Francia y Guadalupe (Extremadura), por
mencionar tan solo unas cuantas. La realidad es que en cada lugar donde
hubo un santuario a la Madre Tierra se instaló una Virgen Negra. Los
autores de esta substitución fueron miembros de órdenes esotéricas,
integrados en importantes órdenes religiosas, como las de San Antón, San
Benito o el Temple. Oriente Medio siempre fue un punto de confluencia
donde se dieron cita tanto las grandes como las pequeñas religiones
mistéricas de la antigüedad. En tiempos de las Cruzadas, Tierra Santa
conservaba aún restos de cultos iniciáticos a Dionisos, Mithra e Isis,
que se entremezclaban con las prácticas de algunos grupos de cristianos
orientales. Entre los cultos de Oriente Medio sobresale el de la Diosa
Madre, que aparece en todas las grandes religiones de la antigüedad
aunque su origen es anterior a ellas. Encontramos así, bajo diversas
formas, una Gran Madre o Diosa Tierra, cuyos más antiguos antecedentes
son las “Venus paleolíticas” de la prehistoria.
Estas diosas (Isis, Astarté, Cibeles o Artemisa), fueron representadas
generalmente de color negro porque eran el símbolo de la Tierra
primigenia que, una vez fecundada por el Sol, se convertía en fuente de
toda vida. Pero también porque muchas de esas imágenes substituían a una
Piedra Negra de origen meteorítico, que había sido venerada en esos
santuarios desde tiempo inmemorial. Tanta llegó a ser la fama de poder
divino de tales rocas meteóricas que los romanos las requisaron en los
países conquistados para venerarlas todas juntas en un templo dedicado a
la Magna Mater (la Gran Madre) que construyeron en el Palatino de Roma.
Allí lograron reunir la piedra Kybele de Frigia, la Lapis Lineus de
Anatolia y El Gebel de Siria entre otras. Y a ellas acudía el pueblo en
general para solicitar favores, especialmente relacionados con la
fecundidad, tanto como con la fertilidad intelectual y espiritual. Esta
veneración por las piedras negras celestes llegó hasta la Edad Media. El
ejemplar más famoso, puesto que su culto persiste hasta nuestros días,
es el de la negra roca basáltica conservada en el valle de Arabia donde
se le adora en el templo llamado Kaaba. Cuando los musulmanes
conquistaron La Meca en el año 683 y se apoderaron del templo de la
Kaaba, destruyeron 360 ídolos que se encontraban en su interior, pero
respetaron, sin embargo la mencionada piedra negra. Por su parte, cuando
los templarios entraron en posesión de Chipre, hacia el 1191,
encontraron que todavía los habitantes bizantinos de la isla rendían
culto, en Pafos, a una Piedra Negra que para los fenicios había
personificado a Astarté y que los dorios habían identificado con
Afrodita Cipris. Los templarios levantaron allí una iglesia dedicada a
Nuestra Señora y pusieron en su altar a una Virgen Negra, en cuyo trono
cúbico guardaron la piedra como una reliquia preciosa. Así, tanto
musulmanes como cristianos, demostraban una especie de temor reverente
ante la idea de destruir una piedra negra que se consideraba sagrada.
Atendiendo a diversos simbolismos, parecería que esta adoración de
piedras caídas del cielo explicaban de cierta forma el origen de la Vida
y su renovación cíclica, por constituir la plasmación material del
estado espiritual. Según el simbolismo cabalístico tradicional, por
ejemplo, la Piedra Negra Celeste está relacionada con todas las formas
derivadas de la Diosa Madre Tierra o asimiladas a ella.
En la Cábala Hebraica encontramos: “El
mundo solo comenzó a existir cuando Dios cogió la Piedra de Fundación y
la lanzó al abismo de las posibilidades, para que pudiera construirse
el mundo sobre ella“. Encontramos también ideas afines en el mito
griego del Diluvio y entre los celtas. Los antonianos y los
benedictinos del Siglo XI y, tras ellos, los cistercienses y templarios
en el Siglo XII asimilaron el sincretismo a través de los contactos que
tenían con Anatolia, Siria, Chipre y Egipto, y llenaron Occidente de
imágenes de la Virgen Negra, que tenían ocultas en su interior piedras
de ese color. Estas vírgenes no fueron instaladas al azar. Los
santuarios de las imágenes negras occidentales se levantan sobre las
ruinas de templos paganos, que a su vez fueron edificados sobre sitios
de adoración prehistóricos megalíticos y son herederos no sólo de sus
piedras, bosques, manantiales y pozos, sino de sus ritos, tradiciones,
mitos y folklore, que aun están presentes en las celebraciones que
honran a las Vírgenes Negras. Hoy día encontramos Vírgenes Negras
diseminadas por todo el mundo: En Europa: Francia ( que es el país que
tiene mayor número de Vírgenes Negras), Alemania, Austria, Bélgica,
República Checa, Holanda, Hungría, Inglaterra, Irlanda, Italia,
Lituania, Malta, Polonia, Portugal, Suiza o España. Aparecen igualmente
en América, aunque no pueden considerarse rigurosamente como auténticas
puesto que algunas son copias o llegaron después de la conquista
española. Las vemos en Canadá, Bolivia, Brasil, Ecuador y México. Los
hieráticos y morenos rostros de las Vírgenes Negras parecen invitarnos a
una búsqueda iniciática personal tras la sabiduría y la suma de
conocimiento que han encerrado durante siglos y que, en verdad, aunque
requiere perseverancia y esfuerzo, se encuentra al alcance de nuestras
manos.
Las reliquias María Magdalena se hallaron, según se dice, enterradas en
la cripta de la iglesia de Saint-Maximin el 9 de diciembre de 1279, por
Carlos II de Anjou, conde de Provenza. El esqueleto que se creyó era el
de María Magdalena estaba en un valioso sarcófago de alabastro que
databa del siglo V. Esta inhumación tardía la explicaban los documentos
hallados dentro de la misma sepultura. Hasta el año 710, los restos de
la Magdalena habían permanecido en otro sarcófago, escondido para
protegerlo de las incursiones de los invasores sarracenos, y más tarde
fueron trasladados a esta cripta. La sepultura en cuestión se halla
todavía en la cripta de la basílica y contiene el supuesto esqueleto de
María Magdalena, pero el cráneo se conserva guardado en la sacristía.
Carlos de Anjou emprendió la construcción de la basílica, contando con
la autorización papal, y la acogió a la protección de la orden de Santo
Domingo. Se comenzó en 1295 y quedó más o menos terminada 250 años más
tarde, aunque la obra nunca se terminó del todo. El propósito de Carlos
de Anjou había sido convertirla en un centro de peregrinación y culto a
la Magdalena, aunque no llegó a suplantar la fama de otros centros
similares, como el de Santiago de Compostela. Es cierto que la posesión
de reliquias era un negocio lucrativo. Pero en lo que concierne a los
supuestos despojos de grandes personajes históricos suelen intervenir
además otros motivos. En lo que respecta a los huesos de María
Magdalena, se creía que estaban en Vézelay de Borgoña, adonde habían
sido trasladados procedentes de la Provenza, y se guardaban bajo el
altar de la abadía de Sainte-Marie-Madeleine. En 1265, Luis IX de
Francia, también conocido como San Luis, gran coleccionista y venerador
de reliquias, ordenó la exhumación y dispuso que dos años más tarde
fuesen exhibidos en solemne ceremonia a la que él asistió. Por
desgracia, los monjes de Vézelay sólo pudieron presentar algunos huesos
en un cofre metálico, pero no el esqueleto entero que, hasta entonces,
se había supuesto en poder de ellos. Carlos de Anjou, que tendría
entonces diecinueve años, debió de asistir a la ceremonia, en tanto que
sobrino del rey. Después de este evento, y por motivos que se
desconocen, Carlos de Anjou quedó persuadido de que los verdaderos
restos de la Magdalena habían quedado en algún lugar de la Provenza, y
se obsesionó con la búsqueda. Tanto es así que esa pasión ha extrañado a
los estudiosos de todas las épocas, y como escribió un historiador
francés, «nos gustaría saber qué motivos tendría el príncipe para tanta devoción».
Carlos de Anjou mandó excavar debajo de la iglesia de Saint-Maximin y
llegó a hurgar con sus propias manos. Cuando se encontraron los huesos,
Carlos ejerció su influencia cerca del Papa con objeto de conseguir que
fuesen reconocidas sus reliquias en detrimento de las que tenía Vézelay,
lo cual consiguió en 1295, así como que se autorizase la construcción
de la basílica. Se sabe que Carlos hizo sus proyectos en reuniones
secretas con los arzobispos de todas las diócesis del entorno. También
se encargó de lograr que los dominicos reemplazasen a los benedictinos
ya establecidos en Saint-Maximim. Una consecuencia de todo esto, y no
poco curiosa, fue que los dominicos adoptaron a la Magdalena como santa
patrona en 1297 con el epíteto de «hija, hermana, y madre»
de su Orden. Renato de Anjou, descendiente de Carlos y supuesto Gran
Maestre del Priorato de Sión, también tuvo en altísima estima a la
Magdalena. Se cuenta que tenía un cáliz a imitación del Grial con la
siguiente y enigmática inscripción: “El que beba a fondo verá a Dios; el que la apure de un solo trago verá a Dios y a la Magdalena“.
María Magdalena mereció gran respeto por parte de la familia de Anjou,
pero hay un misterio oculto en ese fervor. El hecho de que Renato de
Anjou practicase excavaciones en Saintes-Maries-de-la-Mer, en busca de
restos de la Magdalena, ha de juzgarse muy extraño, puesto que 200 años
antes, Carlos aseguró haberlos encontrado en Saint-Maximin. En Marsella
hay una de las misteriosas «Vírgenes Negras»
conectadas con la tradición de la Magdalena. Estas figuras religiosas
son las imágenes habituales de la Virgen con el Niño, pero en que la
Virgen aparece con piel de color negro. ¿Qué relación pueden tener con
la Magdalena? Todas y cada una de estas figuras, dondequiera que fuesen
halladas, se convirtieron en centro de un culto importante. Aunque se
han encontrado en una gran extensión de Europa, la mayor proporción de
ellas se da en el sur de Francia. Pero la veneración a las Vírgenes
negras no fue bien vista por la Iglesia. El escritor Ean Begg, en su
libro The Cult of the Black Virgin (1985), nos explica lo siguiente: “La
hostilidad fue inconfundible el 28 de diciembre de 1952 cuando iban a
presentarse [colaboraciones acerca de] las Vírgenes Negras ante la
Asociación Americana para el Progreso de las Ciencias. Todos los curas y
monjas presentes entre el público abandonaron la sala”.
Para explicar que las Vírgenes sean negras se han aventurado varias
teorías. Una posibilidad es que fueran traídas por los Cruzados de
lugares donde la población tenía la piel de este color. Pero hay otra
teoría bastante más probable, y es que las Vírgenes negras se vinculan,
por lo general, a emplazamientos paganos mucho más antiguos. Y si bien
la cristianización de esos santuarios ha sido un hecho común en toda
Europa, la propia negritud de estas imágenes sugiere que son la
continuación de una diosa pagana revestida de ropajes cristianos. Quizá
sea ésa la causa de que la Iglesia las tratase con cierto desdén. Pero
la relación con el paganismo no explica por sí sola el motivo de que las
Vírgenes sean negras. Pero muchas de estas localizaciones se vinculan a
deidades precristianas, como Diana y Cibeles, a las que sí se
representó como negras durante los largos períodos en que su culto
estuvo vigente. Otra diosa representada generalmente como negra fue
Isis, cuyo culto en la región mediterránea sobrevivió hasta bien entrado
el período cristiano. Hermana de Neftis, era una divinidad de múltiples
aspectos, y cuyos dones particulares incluían la magia y la sanación,
íntimamente asociada al mar y a la Luna. También su consorte Osiris era
negro, en tanto que dios del mundo subterráneo y de la muerte. Éste fue
traicionado y muerto por Set, el dios del mal, pero mágicamente devuelto
a la vida por Isis a fin de engendrar el infante Horus. Se sabe que los
primeros cristianos tomaron en beneficio de la Virgen María buena parte
de la iconografía de Isis. Por ejemplo, le adjudicaron varios de los
títulos de Isis, como el de «Estrella del mar» y el de «Reina de los Cielos».
También la representación tradicional de Isis, de pie sobre una media
luna, o con el cabello cuajado de estrellas, o una orla de estrellas
alrededor de la cabeza, fue adoptada con frecuencia para la Virgen. Y
aunque los cristianos crean que las figuras de Virgen con Niño son una
iconografía exclusivamente cristiana, de hecho todo el concepto de
Nuestra Señora con niño se hallaba ya bien asentado en el culto de Isis.
También a ésta se le rindió culto como santa virgen. Pero, aunque fuese
asimismo la madre de Horus, esto no suponía ninguna dificultad en las
mentes de sus millones de seguidores. Pues a diferencia de los
cristianos actuales, obligados a admitir el dogma de la virginidad como
artículo de fe y como suceso histórico real, los seguidores de Isis y
otros paganos no se enfrentaban a un dilema intelectual de ese género.
Para ellos, Zeus, Venus o Ma’at anduvieron o no por la Tierra en algún
momento, pero lo importante no era esto sino lo que encarnaban.
Isis recibía culto como Virgen o como Madre, pero nunca como madre
virgen al mismo tiempo. Cada diosa, y también Isis, representaba la
totalidad de la experiencia femenina, sin exceptuar el amor sexual, y
por consiguiente podía ser invocada por una mujer para que la socorriese
ante cualquier género de dificultad. Algunas veces se representó como
negra a Isis, esa mujer que representa el ciclo de vida femenino
completo. Y su culto estuvo mucho más difundido de lo que generalmente
se cree. Por ejemplo, se descubrió un templo consagrado a ella en lugar
tan septentrional como París, junto con indicios de que no era un centro
aislado. Isis, la bella diosa adolescente, a quien una mujer podía
rezar sin escrúpulos de conciencia para absolutamente todo, sedujo a las
mujeres de todas las culturas. Cuando surgió la Iglesia, tan patriarcal
ella, la primera intención fue la de erradicar los cultos femeninos de
los paganos. Pero la necesidad de una diosa continuaba ahí, y
representaba un peligro para los Padres de la Iglesia. Así que
permitieron la veneración a la Virgen María como una especie de versión
expurgada de Isis, aunque absolutamente desvinculada de los imperativos
biológicos, emocionales y espirituales de las mujeres de verdad. Fue un
sucedáneo de diosa creado por misóginos para un ambiente misógino. Pero
no era fácil que la asexuada Virgen María pudiese suplantar el rol de
Isis y que ello no suscitase ninguna reacción por parte de sus
seguidoras. La madre de Jesús, esencialmente buena pero desprovista de
relieve en los relatos evangélicos, ¿cómo reemplazaría a una figura como
la de Isis, que no sólo era la virginidad, la maternidad y la
sabiduría, sino además iniciadora sexual y dueña de los destinos de los
hombres? Tal vez el culto a María Magdalena ocultase en realidad una
idea de la mujer mucho más antigua y más completa. Es evidente que los
santuarios de Vírgenes negras tienen relación con antiguos
emplazamientos paganos, pero hay otro vínculo no tan ampliamente
conocido. Una y otra vez, esas figuras enigmáticas y sus antiquísimos
cultos florecen al lado de los consagrados a María Magdalena. Por
ejemplo, la célebre figura negra de Sara la Egipcia, que está en
Saintes-Maries-de-la-Mer, el mismo lugar donde se dice que desembarcó la
Magdalena al término de su viaje desde Palestina. En la región de
Marsella tienen no menos de tres Vírgenes negras, una de ellas en la
cripta de la basílica de Saint-Victor, contigua a la capilla subterránea
consagrada a María Magdalena. La otra está en la iglesia que María
Magdalena tiene en Aix-en-Provence, cerca del lugar donde se cree fue
sepultada. Y la tercera está en la catedral de esta misma ciudad, la de
Saint-Saveur.
Es innegable la relación entre el culto a María Magdalena y el de las
Vírgenes negras. Ean Begg ha relacionado no menos de cincuenta centros
del primero, que también poseen santuarios dedicados a alguna Virgen
negra. Un estudio de las localizaciones de Vírgenes negras en Francia
muestra la concentración máxima en el polígono entre Lyon, Vichy y
Clermont-Ferrand, con centro en una cordillera llamada Les Monts de la Madeleine.
También hay una importante aglomeración en la Provenza y los Pirineos
orientales, regiones ambas íntimamente unidas a la leyenda de la
Magdalena. Así que la asociación entre ambos cultos queda clara, aunque
no sus razones. Y volvemos a topar con el Priorato de Sión, a quien el
culto de la Magdalena merece un particular interés, aunque eso no sea
muy conocido. Varios de los emplazamientos vinculados al Priorato tienen
sus propias Vírgenes negras. Por ejemplo, Sion-Vaudémont y también la
ciudad donde sus miembros celebran tradicionalmente la elección del Gran
Maestre, es decir Blois, en el valle del Loira. Más exacto sería decir
que la veneración de las Vírgenes negras ocupa un lugar central para el
Priorato. Sus miembros destacan como devoción especialmente recomendada
la de Goult, cerca de Avignon. Ésta tiene la advocación de «Notre-Dame de Lumière», es decir Nuestra Señora de Luz.
Ellos al menos no albergan ninguna duda en cuanto al significado real
de la Virgen negra; como ha escrito explícitamente Pierre Plantard de
Saint-Clair, «la Virgen Negra es Isis y su nombre es Notre-Dame de Lumière».
Plantard de Saint-Clair explica la relación entre el Priorato y las
Vírgenes negras diciendo que su veneración fue promovida por los reyes
merovingios. Pero la afirmación no acaba de encajar con el postulado de
que provenía del linaje judío de David. Según Begg, la veneración del
Priorato moderno hacia Isis puede considerarse como el intento de
establecer para sí mismos un origen que se retrotraiga a la época de los
romanos o más atrás todavía, las deidades femeninas a las que se rendía
culto en las Galias: pero las deidades de las Galias eran
principalmente Cibeles y Diana, pero no Isis. Pero Plantard de
Saint-Clair insiste en que el Priorato tiene que ver concretamente con
Isis. Begg sugiere que podría tratarse de un artificio para insinuar
alguna vinculación importante con la antigüedad egipcia.
Si existiera un personaje legendario que pudiese entenderse como un
puente entre la tradición pagana y la cristiana alrededor del culto a
las Vírgenes negras, sin duda sería María Magdalena. Hemos visto que
ésta era muy importante para el Priorato y que éste ve a Isis en las
Vírgenes negras. Pero ¿cómo fue que Magdalena acabó relacionándose con
antiguos emplazamientos de santuarios paganos? Una posible pista podría
buscarse en el Cantar de los Cantares,
del Antiguo Testamento, y tradicionalmente atribuida al rey Salomón en
elogio de los encantadores atributos de la reina de Saba. Es curioso
observar que el día de la Magdalena se lee en las iglesias católicas un
pasaje del Cantar de los Cantares, que dice: “En
mi lecho, por la noche, busqué al amor de mi vida; lo busqué, pero no
lo encontré. Me levantaré, recorreré la ciudad, por las calles y las
plazas buscaré al amor de mi vida. Lo busqué, pero no lo encontré. Me
encontraron los centinelas, los que hacen la ronda por la
ciudad:«¿Habéis visto al amor de mi vida?». Apenas los había pasado,
cuando encontré al amor de mi vida. Lo abracé y no lo he de soltar hasta
que no lo haga entrar en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me
engendró“. Desde los primeros tiempos de la era cristiana se ha asociado a la Magdalena con el Cantar de los Cantares. En este caso es posible que los versos oculten alguna otra relación, porque pone en boca de la amante las palabras «morena soy, pero hermosa»,
por donde vemos otro vínculo con la veneración de las Vírgenes negras.
Y, si creemos al Priorato en este punto, con la diosa egipcia Isis. Si
no se ven muy claras las relaciones entre la Magdalena y las Vírgenes
negras, menos aún las encontramos entre la santa y el Cantar de los Cantares.
Es verdad que Isis salió en busca de su esposo Osiris, como la amante
que se lamenta en los versos citados, pero ¿qué paralelismo puede haber
con la historia de María Magdalena? Hay otro elemento que debe tenerse
en cuenta y que complica todavía más la cuestión. La Provenza, domicilio
de la veneración a María Magdalena y a varias Vírgenes negras, muestra
asimismo el poderoso influjo de otro personaje significativo del Antiguo
Testamento: Juan el Bautista. En efecto, sorprende comprobar cuántas
iglesias se le han consagrado en esa región, y cuántos lugares están
dedicados a su nombre. En Marsella, además de una iglesia de San Juan
Bautista hallamos el fuerte de San Juan, de los antiguos caballeros
hospitalarios, que todavía guarda la entrada del puerto. En
Aix-en-Provence está la iglesia de San Juan de Malta, y para mostrar el
camino, un bajorrelieve que representa la decapitación de Juan el
Bautista en un muro de la calle por donde se va al templo.
La mayor concentración de santuarios consagrados a la Magdalena
corresponde a una densidad de iglesias consagradas a Juan el Bautista.
Tal vez esa relación extraña en apariencia inspiró las especulaciones de
Ean Begg: “[...] el caso de las
Vírgenes negras incluye tal vez un secreto herético susceptible de
escandalizar y asombrar incluso en estos tiempos actuales de actitudes
poscristianas, y lo que es más, un secreto que afecta a fuerzas
políticas todavía influyentes en la Europa moderna“. La abundancia
de edificaciones dedicadas a Juan el Bautista podría explicarse
recordando que los hospitalarios, más tarde llamados caballeros de
Malta, le profesaron siempre una veneración especial, y tuvieron
destacada presencia en la región. Pero también hay que contar con otra
gran Orden de caballería, aún más famosa, que tuvo fuerza en el sur de
Francia y también veneraba especialmente al Bautista. Se trata de los
caballeros templarios. Si visitamos los alrededores de
Saint-Jean-Cap-Ferrat, donde residió Jean Cocteau, podemos visitar una
iglesia consagrada a Juan el Bautista, que también da nombre a la
población. Una vez más esto se debe a la presencia de los caballeros de
Malta, cuya capilla del Saint-Hospice ocupa todavía el lugar que tuvo
dentro del antiguo fuerte. En la ornamentación de la capilla sobresalen
las placas que conmemoran las visitas de los Grandes Maestres de
diferentes épocas. La plaza exterior se llama «Place des Chevaliers de Malte»
y la domina una gran figura de bronce que representa una Virgen con
Niño. Pese a la pátina color verde oscuro que la recubre, allí la
llaman La Vierge Noire. Con
sus más de cinco metros de altura, lleva casi un siglo mirando al mar.
He aquí otra manifestación del extraño vínculo, casi diríamos
simbiótico, entre los emplazamientos de las Vírgenes negras y los
dedicados a Juan Bautista.
En el puerto de la pequeña ciudad de Villefranche-sur-Mer hallamos una
relación inesperada con el Priorato de Sión. Hay una capilla de la
cofradía de pescadores, consagrada a san Pedro, el «Gran Pescador»,
que fue proyectada y ejecutada por Jean Cocteau. Quedó terminada en
1958, aunque se dice que había sido un sueño suyo desde hacía muchos
años. Lo que cuenta en este caso es que él se encargó de todos los
detalles de la decoración, desde la renovación del enlucido hasta el
diseño de los candeleros. El resultado final es extraño, ya que recuerda
vagamente la decoración de algún templo masónico, aunque con una
imaginería notablemente más surrealista. En todas partes hay ojos
pintados, gigantescos los situados a uno y otro lado del altar. Hay
constelaciones de ojos por todas partes, además de unas figuras muy
peculiares, como la de una mujer que mira intencionadamente y apunta con
tres dedos al espectador. De todo este amasijo de extraños símbolos y
personajes que contiene la capilla, sin embargo, llama especialmente la
atención una escena que representa a gitanos bailando alrededor de una
divinidad adolescente, obvia alusión a la ceremonia anual de
Saintes-Maries-de-la-Mer. No deja de extrañar esta referencia al otro
extremo de la Provenza, y en una capilla consagrada a san Pedro, que,
según los evangelios gnósticos, era enemigo de María Magdalena, la
predilecta del Priorato de Sión. La decoración de esta capilla fue el
último trabajo de Cocteau antes de emprender el mural de la iglesia
londinense. Y, en ambos casos, el visitante sale del lugar con una
sensación como si unas imágenes subliminales le hubiesen comunicado a
nivel inconsciente algo muy distinto del mensaje que supuestamente debe
contener un templo cristiano. Al norte de Niza hay varios pueblos con
santuarios de la Magdalena al lado de otros dedicados a Juan Bautista.
Es el valle del río Vésubie, donde hallamos topónimos que evocan las
mismas asociaciones halladas en las cercanías de Saint-Jean-Cap-Ferrat.
Por ejemplo la aldea de Sainte-Madeleine tiene por vecinas una Marie y un Saint-Jean.
En la misma comarca encontramos un conjunto medieval, Utelle, que fue
de los templarios. En sus muros y estrechas callejuelas vemos los sellos
esotéricos de los antiguos alquimistas. Valle arriba está
Roquebillière, otro asentamiento de los monjes-soldados. La ciudad más
importante es Saint-Martin-de-Vésubie, escenario de una legendaria
matanza de templarios en 1308.
En estos parajes veneran a otra famosa Virgen negra, la Madone des Fenestres (Nuestra Señora de las Ventanas),
aunque no falte quien haya puesto en tela de juicio la advocación
actual, introducida en el lugar por los templarios. Pero la tradición
local dice que la figura fue traída a Francia por María Magdalena. Son
leyendas, no necesariamente fundadas en nada real, pero queda el hecho
curioso de que a las gentes de estos lugares, por lo visto, les parece
muy natural el establecer asociaciones entre la Magdalena, la veneración
de las Vírgenes negras y los templarios. Al otro lado del valle está el
pueblo de Saint-Dalmas y, en éste, la iglesia templaria de
Sainte-Croix, uno de los monumentos religiosos más antiguos de Francia.
En las paredes, unos frescos representan a Salomé, que enseña la cabeza
de Juan el Bautista a su madre Herodías y a su padrastro Herodes. Bien
es cierto que muchas iglesias tienen alguna que otra imagen del
Bautista, pero el tema elegido suele ser el bautismo de Jesús. Muy raras
son las escenas de la decapitación de Juan, o que muestren su cabeza
cortada. Pero hay varias en esta parte de Francia y tal circunstancia no
es casual porque, como se ha mencionado, la comarca tuvo en otros
tiempos gran densidad de templarios y otras órdenes similares. Como se
sabe, Juan el Bautista fue el santo patrono de los templarios, quienes
lo reverenciaron especialmente. Pero aún está por ver por qué este Juan
tenía tanta importancia para los templarios y los caballeros de Malta.
En la Provenza las leyendas locales sobre la Magdalena tenían un
trasfondo consistente. Al mismo tiempo se descubrían inquietantes
atisbos de algo más antiguo y más trascendente. Dondequiera que hubiese
una Magdalena había una Virgen negra, por lo general. Y donde funcionó
ese culto, hubo antes un floreciente santuario consagrado a una diosa
pagana. Otros hilos de la trama conectaban a ese fenómeno con el
Priorato de Sión, e inexplicablemente, con la veneración de los
templarios por Juan el Bautista.
Pero las leyendas acerca de la Magdalena han viajado mucho más allá de
la Provenza francesa. Muchas anécdotas se refieren a ella en el Midi,
más cerca de los Pirineos, hacia el sudoeste y en la región de Ariège.
Se dice que llevó a estas tierras el Santo Grial. Como cabía esperar,
son también tierras de muchas Vírgenes negras, sobre todo en los
Pirineos orientales. En la región de Languedoc-Rosellón abundan los
indicios de la turbulenta historia de estos parajes. Ruinas de castillos
y de antiguas ciudadelas, arrasados por orden de reyes y de Papas,
recuerdan brutalidades, tan habituales en la Edad Media. Porque el
Languedoc-Rosellón fue la cuna de una herejía. Lo que en otros tiempos
se llamaba tan sólo Languedoc, por el idioma del país, la Langue d’Oc, se
extendía desde la Provenza hasta la región comprendida entre Toulouse y
los Pirineos orientales. Hasta el siglo XIII ni siquiera formaba parte
de Francia, sino que era feudo de los condes de Tolosa, teóricos
vasallos de los reyes de Francia, pero en la práctica más ricos y
poderosos que éstos. Durante los siglos XI y XII estas tierras eran la
envidia de Europa por su civilización y su cultura. En arte, literatura y
ciencias iban por delante de todo el mundo. Pero en el siglo XIII esta
brillante y fastuosa cultura quedó destrozada por una invasión de los
bárbaros del norte. Para muchos de los habitantes actuales su país sigue
llamándose Occitania. El antiguo Languedoc siempre fue un reducto de
ideas heréticas y heterodoxas, probablemente porque una cultura que
favorece la búsqueda del conocimiento ha de ser tolerante con las ideas
nuevas y radicales. Elemento central de ese ambiente fueron los
trovadores, músicos peregrinos que cantaban canciones de amor. Sin
embargo, la influencia del movimiento se extendió mucho más allá del
Languedoc, y tuvo especial arraigo en Alemania y Holanda, donde los
llamaron Minnesinger, que significa literalmentecantores de la mujer. Pues
bien, ese Languedoc fue el primer escenario europeo de un genocidio
cuando hubo una matanza de más de 100.000 seguidores de la herejía
cátara, durante la cruzada albigense, efectuada por mandamiento del
Papa. El nombre de albigense deriva de la ciudad de Albi, uno de los
focos de la insurrección. Precisamente la Inquisición se creó
inicialmente para interrogar y exterminar a los cátaros. Pero esta
matanza no ocupa en el imaginario moderno un lugar comparable al de
otros holocaustos más recientes, seguramente debido a que la cruzada
albigense tuvo lugar en el siglo XIII.
Aparte los cátaros, esta región era y ha sido siempre un centro de la
alquimia. No pocas poblaciones conservan huellas de las preocupaciones
alquímicas de sus habitantes, como las ornamentaciones con símbolos
esotéricos que vemos en las casas de Alet-les-Bains, en las cercanías de
Limoux. Hacia 1330 o 1340 se produjeron en Toulouse y Carcasonne las
primeras acusaciones de hechicería. En 1335 la Inquisición de Toulouse
acusó a sesenta y tres personas. Destacó especialmente una joven
acusada, Anne-Marie de Georgel, de quien se considera generalmente que
habló en nombre de los demás al describir sus creencias. Dijo que para
ellos la Tierra era campo de batalla entre dos dioses, el Señor de los Cielos y el Amo de este mundo. Y que ella y los demás apoyaban a este último porque estaban convencidos de que sería el ganador. Lo cual pareció tal vez «hechicería»
a los interrogadores, pero era puro y simple gnosticismo. Muchos
elementos paganos sobrevivieron en estos parajes y aparecen todavía en
los lugares más sorprendentes. Pues si bien es posible ver relieves del «Hombre Verde»,
ese primitivo dios de la vegetación que fue venerado en la mayoría de
las comarcas rurales de Europa, no es tan normal que lo describan como
descendiente de una divinidad del Antiguo Testamento. Como han escrito
A. T. Mann y Jane Lyle, en su obra Sacred Sexuality: “Lilith
consiguió hacerse un lugar en una iglesia, a saber, la catedral
pirenaica de Saint-Bertrand-de-Comminges: hay en ésta un relieve que
representa una mujer con alas y patas de pájaro que da a luz un
personaje dionisíaco, el «Hombre Verde»“. Según Josefo, el
historiador judeorromano del siglo I, el perverso triunvirato formado
por Herodes, su intrigante esposa Herodías y su hijastra Salomé, la de
la «danza de los siete velos», fue desterrado por los romanos a la ciudad gala de Lugdunum Convenarum,
que es la actual Saint-Bertrand-de-Comminges. Allí Herodes desapareció
sin dejar rastro, Salomé murió ahogada en un arroyo y Herodías
sobrevivió en la leyenda local, convertida en la bruja mayor de un culto
de aquelarres nocturnos. Otra leyenda languedociana no menos llamativa
es la que se refiere a la «Reina del Sur» (Reine du Midi), uno de los títulos de las condesas de Toulouse. En el folclore, la protectora de Tolosa de Languedoc es La Reine Pedauque, es decir la Reina Pata de Oca, lo
cual puede ser una alusión al País de Oc. Pero investigadores franceses
han identificado a ese personaje con la diosa siria Anath, a su vez muy
vinculada a la egipcia Isis. Y queda también la asociación evidente con
Lilith, la diosa de pies de ave.
Otro personaje legendario de Languedoc es Meridiana. Su aparición más
famosa aconteció cuando Gerberto de Aurillac (940-1003), el futuro papa
Silvestre II, viajó a España para aprender los secretos de la alquimia.
Silvestre, propietario además de una cabeza parlante que le anunciaba el
porvenir, recibió su sabiduría de esta Meridiana, que le regaló «su cuerpo, sus riquezas y sus saberes mágicos»,
lo cual describe algún tipo de conocimiento alquímico y esotérico.
Según la escritora norteamericana Barbara G. Walker, el nombre de
Meridiana es un compuesto de «María-Diana»,
es decir, que vincula a esa compleja divinidad pagana con las leyendas
acerca de María Magdalena corrientes en el sur de Francia. El Languedoc
tuvo también la máxima densidad de caballeros templarios en Europa hasta
la supresión de la Orden, a comienzos del siglo XIV, y todavía abundan
allí las evocadoras ruinas de sus castillos. Béziers se encuentra en el
actual departamento de Hérault, del Languedoc-Rosellón, y es una activa
ciudad a escasos diez kilómetros del golfo de Lyon, en la costa
mediterránea. En 1209 todos y cada uno de sus habitantes fueron
perseguidos y muertos sin contemplaciones durante la cruzada contra los
albigenses. Pierre des Vaux-de-Cernat, un monje cisterciense, escribió
en 1213, basándose en los relatos de cruzados que estuvieron allí.
Béziers se había convertido en una especie de refugio para heréticos y
por eso, cuando los cruzados la atacaron, existía allí un enclave de 222
cátaros que vivían en la ciudad sin que nadie los molestase. Aunque no
se sabe si el conde de Béziers era también cátaro, o sólo un
simpatizante, el caso es que no hizo nada por perseguirlos o
expulsarlos, y esto enfureció sobremanera a los cruzados. Éstos
exigieron que los habitantes católicos entregaran a los cátaros o
salieran de la ciudad, dejando intramuros a los cátaros para que fuese
más fácil exterminarlos. Aunque estas exigencias se plantearon bajo
amenaza de excomunión y la alternativa concedía a los católicos la
oportunidad de salvarse de la inminente matanza, sucedió algo
asombroso: los ciudadanos no quisieron cumplir ninguna de las dos condiciones. Como escribió Vaux-de-Cernat, prefirieron «morir como heréticos que vivir como cristianos».
Y de acuerdo con el informe que el Papa recibió de sus enviados, los
habitantes de la población juraron además defender a sus herejes. En
julio de 1209 los cruzados entraron en Béziers. Después de ocuparla sin
dificultad mataron a todo el mundo, hombres, mujeres, niños y clérigos,
tras lo cual incendiaron la ciudad. Debieron de morir entre 15.000 y
20.000 personas, mientras que los heréticos eran poco más de doscientos.
«No encontraron refugio ni bajo la cruz, ni ante el altar, ni junto al crucifijo».
Así fue que los cruzados preguntaron a los delegados del Papa cómo
distinguirían a los heréticos de los demás ciudadanos y recibieron la
célebre contestación: «Matadlos a todos, que Dios conocerá a los suyos».
¿Qué ocurrió allí en realidad? En primer lugar hay que tener en cuenta
la fecha exacta de la matanza, que fue el 22 de julio, fiesta de María
Magdalena, detalle cuya singular importancia destacaron todos los
autores contemporáneos. Y fue en la iglesia de la Magdalena de Béziers
donde cuarenta años antes murió asesinado el señor local, Raymond
Trencavel, por motivos que no han quedado claros. En Béziers al menos,
la relación entre la Magdalena y la herejía no era casual, y además
proporciona algunos atisbos sobre el trasfondo de la cruzada albigense
en su conjunto. Como escribió Pierre des Vaux-de-Cernat: “Béziers
fue tomada el día de santa María Magdalena, ¡oh justicia suprema de la
Providencia! [...] los heréticos afirmaban que santa María Magdalena
había sido la concubina de Jesucristo [...] era justo, por tanto, que
esos perros repugnantes fuesen vencidos y exterminados en la festividad
de aquella a quien habían agraviado [...]“. Por más que la idea
pareciese repugnante al monje y a los cruzados, es obvio que no
escandalizaba a la gran mayoría de los ciudadanos que se pusieron
activamente a favor de los herejes. Lo cual indica que la creencia o
tradición local en cuestión ejercía un gran ascendiente en aquellas
gentes. Los evangelios gnósticos y otros textos primitivos describen sin
muchos eufemismos como unión sexual la relación entre María Magdalena y
Jesús. Pero los evangelios gnósticos ni siquiera habían sido
descubiertos. Así pues, ¿de dónde provenía la tradición? El episodio
vino a ser como el preludio de la cruzada albigense, cuyos estragos en
el Languedoc aún habrían de durar cuarenta años más y dejaron grandes
cicatrices en la conciencia colectiva de la población. Pero, ¿quiénes
fueron esos cátaros cuyas creencias justificaron que se montase toda una
cruzada? ¿Qué motivos tenía el poder establecido para temerlos tanto?
En el Languedoc el movimiento se convirtió rápidamente en una fuerza no
desdeñable durante el siglo XI. Llegaron a ser la religión dominante del
país y siempre fueron tratados allí con el mayor respeto. Los miembros
de todas las familias aristocráticas eran cátaros notorios, o
simpatizantes que los ayudaban activamente. Se puede afirmar que el
catarismo era la virtual religión de estado en el Languedoc.
Los llamaban les Bonhommes o les Bons Chrétiens,
es decir buenos hombres o buenos cristianos, lo cual da a entender que
no escandalizaban a nadie. Aunque asimilaron otras muchas ideas y sus
doctrinas no estuvieron exentas de confusión, propugnaron un ideal de
vida conforme a las enseñanzas de Jesús. Acusaban a la Iglesia católica
de haberse alejado en exceso de los postulados originarios, en especial
el de la pobreza apostólica. Por tanto, anatemizaban la riqueza y los
fastos de la Iglesia, que juzgaban opuestos a lo que Jesús exigió de sus
seguidores. Algunos estudiosos tienden a presentarlos como precursores
de la Reforma protestante, lo que no es el caso, pese a algunas
semejanzas. Los cátaros vivían sencillamente. Preferían congregarse al
aire libre o en casa de un vecino mejor que en las iglesias, y aunque
tuvieron una jerarquía con sus obispos, todos los miembros bautizados
eran iguales en lo espiritual. También postulaban la igualdad entre los
sexos, y esto puede sorprender más teniendo en cuenta la época. Se
abstenían de comer carne, eran pacifistas y creían en una especie de
reencarnación. También practicaban la predicación itinerante, para lo
cual viajaban por parejas que vivían en la mayor pobreza y sencillez y
se detenían dondequiera que hiciese falta ayudar y sanar. En muchos
sentidos cabe decir que los Hombres Buenos no
eran un peligro para nadie, excepto para la Iglesia. Dicha institución
sí tenía numerosos motivos para perseguir a los cátaros, ya que éstos se
declaraban adversarios del símbolo de la cruz, en tanto que morboso
recordatorio del instrumento de suplicio en que Jesús halló la muerte.
Aborrecían asimismo el culto de los difuntos y el consiguiente tráfico
de reliquias, recurso principal con que la Iglesia de la época llenaba
sus arcas. Pero el primer motivo de la enemistad eclesiástica fue que
los cátaros no reconocían la autoridad del Papa. Durante el siglo XII
varios concilios condenaron a los cátaros, pero fue en 1179 cuando ellos
y sus protectores quedaron definitivamente anatemizados. Hasta esa
fecha la Iglesia envió a misioneros, elegidos entre los mejores
predicadores con que contaba, para tratar de obtener el «regreso al redil»
de los cátaros. Incluso el gran santo Bernardo de Claraval (1090-1153)
fue enviado a la región, pero regresó exasperado por la contumacia de
aquéllos. Sin embargo, en su informe al Papa tuvo buen cuidado de
señalar que, si bien los cátaros estaban sumidos en el error desde el
punto de vista de la doctrina, «si examinamos su modo de vida no encontraremos ninguno más irreprochable».
En toda la cruzada éste fue un rasgo invariable. Incluso los enemigos
de los cátaros tenían que admitir que la regla de vida de éstos era
ejemplar.
Otra táctica de la Iglesia fue la de vencer a los heréticos con sus
propias armas, haciendo que sus misioneros actuaran como predicadores
itinerantes. Entre los primeros, allá por 1205, estuvo Domingo de
Guzmán, monje español y futuro fundador de la Orden de los Predicadores,
luego conocida como dominicos o frailes negros, que suministraron la
mayor parte del personal de la Santa Inquisición. Los dos bandos se
reunieron para una serie de disputas públicas, que no solucionaron el
problema. Por último, en 1207, el papa Inocencio III perdió la paciencia
y excomulgó a Raymond VI, conde de Tolosa, por no haber procedido
contra los herejes. La medida fue muy impopular, por lo el legado papal
que traía la noticia fue muerto por uno de los soldados de Raymond. Y
ésa fue la gota que colmó el vaso. El Papa convocó la cruzada contra los
cátaros y contra quienes los ayudasen o simpatizasen con ellos. Esta
proclamación se realizó el 24 de junio de 1209, curiosamente la fiesta
de San Juan Bautista. Hasta entonces se solía llamar a la cruzada contra
los musulmanes, unos «infieles»
extranjeros que vivían en países tan lejanos, que apenas se tenía una
noción de ellos. Pero esta cruzada iba a ser de cristianos contra
cristianos. Era muy posible que algunos cruzados conociesen
personalmente a algunos de los heréticos que juraron exterminar. La
cruzada albigense, comenzada en 1209 con el asalto a Béziers, continuó
con la mayor brutalidad, a medida que una ciudad tras otra iba cayendo
en manos de los soldados bajo el mando de Simón de Montfort. La campaña
duró hasta 1244. Todavía hoy, en algunos lugares del Languedoc el nombre
de Simón de Montfort suscita una reacción mezcla de temor y odio. Pero
pronto a las razones religiosas se añadieron razones económicas y
políticas. La mayoría de los cruzados eran oriundos del norte de Francia
y las atractivas riquezas y el poderío del Languedoc eran aspectos que
nadie ignoraba. Antes del comienzo de la cruzada la región disfrutaba de
una notable independencia. Este episodio de la Historia europea, además
de ser el primer genocidio conocido perpetrado en Europa, proporcionó
un impulso definitivo a la unificación de Francia y a la creación de la
Inquisición.
Los cátaros eran pacifistas, y además desdeñaban tanto la «vil envoltura carnal»,
que no tenían inconveniente en desprenderse de ella, aunque fuese por
medio de un martirio tan horrible como la muerte en la hoguera. Durante
la campaña, incontables millares de cátaros hallaron la muerte en las
piras, pero muchos de ellos no dieron ninguna muestra de temor. A lo que
parece, algunos ni siquiera sufrieron, como se evidenció singularmente
cuando terminó el asedio a Montségur, su último reducto. Poco después de
1240 y conforme sus enemigos iban arrinconando a los cátaros
sobrevivientes en sus reductos pirenaicos, ellos hicieron de Montségur
su cuartel general. En tanto que refugio de unos 300 cátaros y más
particularmente de sus cabecillas, para los hombres del Papa era el
objetivo principal, tal como escribió Blanca de Castilla, la reina de
Francia, refiriéndose a la importancia de Montségur,«[hay que] cortar la cabeza del dragón».
Durante los meses que duró el sitio se produjo un curioso fenómeno.
Varios de los soldados sitiadores se pasaron al bando de los cátaros,
aun sabiendo cómo acabaría la aventura para ellos. Se ha sugerido que
los impresionó tanto el ejemplar comportamiento de los cátaros, que
sufrieron una profunda conversión interior. Los cátaros se enfrentaron a
la muerte en el suplicio con absoluta tranquilidad, incluso mientras
las llamas crecían a su alrededor. Pero la caída de Montségur creó
muchos misterios que fascinaron a muchas generaciones, incluidos los
nazis y los buscadores del Santo Grial. El misterio más duradero de
todos es el relacionado con el supuesto Tesoro de los Cátaros, que
cuatro de éstos lograron sacar la noche antes de la matanza. Esos
intrépidos herejes consiguieron escapar de algún modo, se dice que
descolgándose con ayuda de sogas por el despeñadero más escarpado, a
favor de la oscuridad nocturna. Aunque se habían rendido formalmente el 2
de marzo de 1244, por razones nunca explicadas se les permitió quedarse
en la ciudadela quince días más, tras lo cual se entregaron para ser
quemados. Algunos relatos van todavía más lejos y pretenden que bajaron y
se metieron por su propio pie en las hogueras que los enemigos habían
preparado en el llano, al pie de la fortaleza. Se ha especulado si
solicitaron ese plazo adicional de gracia para realizar alguna
ceremonia. En este punto no es fácil que llegue a saberse nunca la
verdad. La naturaleza exacta del tesoro cátaro ha sido objeto de muchas
especulaciones. Algunos postulan que debió de ser el Santo Grial u otro
objeto ritual parecido, de mucho significado. Otros dicen que pudieron
ser documentos con conocimientos secretos, o que lo importante eran las
propias personas de los cuatro cátaros que escaparon.
Los cátaros fueron sucesores de los bogomiles, movimiento herético que
floreció en los Balcanes hacia mediados del siglo X y seguía activo en
esa región cuando los cátaros se encaminaban hacia su destino fatal. El
bogomilismo tuvo mucha extensión, alcanzando hasta Constantinopla, y por
momentos constituyó un serio peligro para la ortodoxia. A su vez los
bogomiles de Bulgaria eran los herederos de una larga sucesión de «herejías»
y habían alcanzado una reputación peculiar entre sus oponentes. Los
bogomiles y sus variantes, como los cátaros, eran dualistas y gnósticos.
Para ellos el mundo era inherentemente malo, el alma sufría la prisión
de una envoltura indigna, y la única vía de liberación era la gnosis, la
revelación personal gracias a la cual el alma accede a la perfección y
al conocimiento de Dios. En cuanto a su idea de la reencarnación, se
basaba en el concepto de la «buena muerte»,
lo que significaba más comúnmente recibir el martirio por la fe. Si uno
tenía la suerte de merecer ese final, no hacía falta que siguiera
reencarnándose en este despreciable valle de lágrimas. Caso contrario,
tendría que regresar. Una aportación original de los cátaros fue la
creencia de que María Magdalena había sido la esposa de Jesús, o tal vez
su concubina. Aunque este conocimiento no se juzgaba adecuado para
todos los cátaros, sino sólo para los admitidos al círculo más sublime,
el de los «perfectos». Pero la
noción de que Jesús y María Magdalena hubiesen sido pareja no tenía, a
primera vista, nada susceptible de agradar especialmente a los cátaros.
Aunque la Magdalena fuese una santa popular en la Provenza, donde se
cree que vivió, fue en el Languedoc donde hicieron de ella foco de
creencias abiertamente heréticas. La idea de que Jesús y María Magdalena
fueron amantes también se encuentra en los evangelios de Nag Hammadi,
ocultos en Egipto desde el siglo IV. Algunos estudiosos han especulado
sobre si el culto de la Magdalena en el sur de Francia conservó esas
primitivas ideas gnósticas. No faltan indicios de que así fue. Hacia
1330 aparecía en Estrasburgo un notable tratado titulado Schwester Katrei o «Hermana Catalina», atribuido al místico alemán Meister Eckhart. Expone una serie de diálogos entre la «hermana Catalina»
y su confesor sobre la experiencia religiosa de la mujer. Y, aunque
incorpora muchas ideas ortodoxas, tiene ciertos rasgos que no lo son
tanto. Por ejemplo, declara expresamente que «Dios es la Madre Universal…» y revela con claridad una fuerte inspiración cátara así como la influencia de la tradición de los trovadores.
Esta obra relaciona a la Magdalena con la Minne u
homenaje amoroso a la mujer. Y ha dado mucho que pensar a los
investigadores porque contiene ideas acerca de María Magdalena que no se
encuentran en ningún otro lugar, excepto los evangelios de Nag Hammadi.
La describe como superior a Pedro porque supo entender mejor a Jesús, y
aparece la misma rivalidad entre ambos. El tratado de la hermana
Catalina incluso describe incidentes concretos que también figuran en
los textos de Nag Hammadi. La profesora Barbara Newman ha escrito: «El hecho de que Hermana Catalina utilice estos motivos plantea un espinoso problema de transmisión histórica», y confiesa que es «un problema real, pero sorprendente». El autor de Hermana Catalina manejó
en el siglo XIV unos textos que no fueron descubiertos hasta el siglo
XX. No puede ser coincidencia que el tratado refleje la influencia de
los cátaros y los trovadores del Languedoc. Y la conclusión obvia es que
éstos transmitieron el conocimiento de los evangelios gnósticos en
relación con María Magdalena. Es posible que estos secretos no
estuvieran sólo en los textos que hoy conocemos como los de Nag Hammadi,
sino asimismo en otros que aún no hayan sido redescubiertos. Llama la
atención que en el sur de Francia exista una arraigada creencia en la
naturaleza sexual de la relación entre la Magdalena y Jesús. Una
investigación de John Saul ha recopilado gran número de alusiones a tal
relación en la literatura del Midi, hasta el siglo XVII inclusive.
Aparecen en las obras de gentes vinculadas al Priorato de Sión, como
Cesar, el hijo de Nostradamus. Hemos visto en la Provenza que
dondequiera que hubiese santuarios de la Magdalena también se descubría
algún emplazamiento relacionado con Juan el Bautista. En vista de que
los cátaros la tenían en tan alta consideración, nos figurábamos que tal
vez veneraron también al Bautista. Pero, sorprendentemente, sucede lo
contrario. Les desagradaba hasta el punto de describirlo como «un demonio». Ésa es otra herencia directa de los bogomiles, algunos de los cuales aludieron al Bautista, no sin cierta confusión, como «precursor del Anticristo». Una de las pocas escrituras sagradas que nos han quedado de los cátaros es el Libro de Juan, llamado también Liber Secretum.
Se trata de una versión gnóstica del evangelio de otro Juan muy
diferente. En buena parte es idéntico al evangelio canónico, pero
contiene varias «revelaciones» añadidas que supuestamente recibió en privado el «discípulo predilecto del Señor».
Éstas contienen ideas dualistas y gnósticas, en correspondencia con la
teología de los cátaros. En este libro Jesús enseña a sus discípulos que
Juan el Bautista era en realidad un emisario de Satán, el Amo del mundo
material, enviado para adelantarse a la misión salvadora. Esta idea era
debida en principio a los bogomiles, pero no era aceptada por todos
ellos, ni por todos los cátaros. Muchas sectas cátaras tuvieron acerca
de Juan el Bautista ideas bastante más ortodoxas, y de hecho se tienen
incluso indicios de que los bogomiles de los Balcanes celebraban ritos
en el día de su festividad, 24 de junio.
Lo cierto es que los cátaros tenían en especial consideración el
evangelio de Juan, que según el parecer de los entendidos es el más
gnóstico del Nuevo Testamento. En los círculos ocultistas circula un
rumor de que los cátaros tenían otra versión del evangelio de Juan, hoy
perdida. Ciertamente los cátaros tuvieron ideas no ortodoxas acerca de
Juan el Bautista, pero ¿podemos tomarnos en serio sus afirmaciones sobre
un Juan malo y un Jesús bueno? Tal como ocurre con la relación entre la
Magdalena y Jesús, parece que se tuvo de la que hubiese entre Juan y
Jesús una idea radicalmente distinta de la que enseña la Iglesia. Pero
para los caballeros templarios Juan el Bautista fue objeto de especial
veneración. Y tal como la cruzada contra los cátaros ha dejado una marca
visible en los paisajes del Languedoc, también los castillos de
aquellos enigmáticos caballeros se alzan todavía en los rincones más
remotos de dicha comarca. Cualquier misterio relacionado con el Priorato
de Sión implica asimismo a los monjes- soldados templarios. La tercera
parte de todas las posesiones europeas de los templarios estuvo en el
Languedoc. Una de las leyendas locales más pintorescas es la que dice
que cuando el 13 de octubre cae en viernes, fecha y día de la brutal
supresión de la Orden, pueden verse en las ruinas resplandores extraños,
y movimientos de misteriosos bultos. La Orden de los caballeros
templarios, oficialmente llamada de los pobres conmilitones de
Jesucristo y del Templo de Salomón, fue fundada en 1118 por el noble
francés Hugo de Payens con el fin de dar escolta a los peregrinos que
iban a Tierra Santa. En principio y durante nueve años fueron nueve
caballeros, pero luego la orden creció y no tardó en constituir una
fuerza considerable, no sólo en el Oriente Próximo sino también en toda
Europa. Una vez obtenido el reconocimiento de la orden, el mismo Hugo de
Payens emprendió una gira por Europa a fin de solicitar tierras y
dinero a la realeza y los nobles. Visitó Inglaterra en 1129 y fundó allí
el primer establecimiento templario, sito en lo que hoy es la estación
Holborn del metro de Londres. Como todos los monjes, los caballeros
hacían votos de pobreza, castidad y obediencia, pero vivían en el mundo y
del mundo, y se comprometían a usar la espada contra los enemigos de
Cristo cuando fuese necesario. La imagen de los templarios ha quedado
indisolublemente unida a las cruzadas que se organizaron para expulsar a
los infieles de Jerusalén y mantener los Santos Lugares en manos de la
cristiandad.
Fue en 1128 cuando el Concilio de Troyes reconoció oficialmente a los
templarios como Orden religiosa y militar. El protagonista principal de
la decisión fue Bernardo de Claraval, superior de la orden cisterciense y
más tarde canonizado. Fue el mismo Bernardo quien escribió la Regla de
los templarios, basada en la de los monjes del Císter. Y un pupilo de
aquél, tras coronarse papa como Inocencio II, estableció en 1139 que en
adelante los templarios sólo obedecerían a la autoridad del Sumo
Pontífice. Se ha sugerido que los templarios y los cistercienses
actuaban de común acuerdo y con arreglo a un plan preconcebido para
apoderarse de la cristiandad, aunque eso nunca se consiguió. Apenas cabe
exagerar el prestigio y la potencia financiera de los templarios en el
momento culminante de su influencia en Europa, y apenas existió un
centro importante de civilización donde ellos no hubiesen establecido
una de sus capitanías. En parte la riqueza de los templarios fue una
consecuencia de su regla. Al ingresar, el nuevo adepto donaba a la orden
todas las propiedades que tuviese. Por otra parte, amasaron una
importante fortuna gracias a las grandes donaciones de tierras y dinero
por parte de muchos reyes y nobles. No tardaron en ver repletas sus
arcas, porque además llegaron a acumular una notable experiencia
financiera que hizo de ellos los primeros banqueros internacionales del
mundo, de cuyo juicio dependía, por ejemplo, la calificación de riesgo
asignada a otros poderes. Aparte su asombrosa riqueza los templarios
contaron con el prestigio de su experiencia militar y valentía en la
batalla, en la que llegaban muchas veces hasta la temeridad. Tenían
reglas que dictaban su comportamiento como soldados. Por ejemplo, se les
prohibía rendirse a menos que se viesen ante una fuerza superior en
proporción de más de tres contra uno, y aun entonces no sin el permiso
de su comendador. Eran unos combatientes de elite que tenían a su favor
la razón de Dios y la de su dinero. Pese a su valiente defensa, los
Santos Lugares fueron retornando a los sarracenos hasta 1291 en que cayó
el último territorio cristiano, San Juan de Acre. Nada les restaba que
hacer a los templarios excepto regresar a Europa y trazar planes para
una futura reconquista. Pero el impulso capaz de iniciar semejante
campaña se había desvanecido entre los reyes que habrían estado en
condiciones de financiarla. Faltos de empleo, pero todavía ricos y
arrogantes, suscitaban amplios resentimientos porque no pagaban
impuestos y sólo respondían ante el Papa. Así que en 1307 se produjo su
inevitable caída en desgracia. El todopoderoso rey francés Felipe el
Hermoso inició la destrucción de la orden templaria con la connivencia
del Papa. Obedeciendo a órdenes secretas del rey, el viernes 13 de
octubre de 1307 los templarios fueron cercados en un súbito golpe de
mano, encarcelados, torturados y finalmente quemados en la hoguera.
Se queda uno con la idea de que toda la orden resultó arrasada en
aquella jornada fatídica y remota, como si la hubiesen borrado de la faz
de la tierra. Pero nada más lejos de la verdad. En realidad fueron
relativamente pocos los templarios ejecutados. No muchos ardieron en la
hoguera, aunque no dejó de causar impresión que todo un Gran Maestre
como Jacobo de Molay fuese inmolado al fuego en la Île de la Cité, a la
sombra de la catedral de Notre-Dame de París. Pero sólo quienes se
negaron a confesar o se retractaron de sus confesiones murieron. Lo que
consta acerca de las confesiones de los templarios no carece de
imaginación. Así nos enteramos de que rendían culto a un gato,
celebraban orgías homosexuales como si fuesen parte rutinaria de sus
devociones, y veneraban a un demonio llamado el Baphomet y a una cabeza
cortada. También se dice que pisoteaban y escupían la cruz en sus ritos
de iniciación. Todo esto parece absurdo, naturalmente, en relación con
la idea de que eran devotos caballeros de Cristo y defensores del ideal
cristiano. Se ha postulado que todos los cargos dirigidos contra los
templarios eran invenciones de quienes envidiaban sus riquezas y temían
su poder, y que el rey de Francia aprovechó la oportunidad para quedarse
con aquéllas y resolver así sus propios apuros económicos. Por otra
parte, y aunque las acusaciones no fueran estrictamente verídicas, hay
indicios de que los templarios andaban en algo misterioso y tal vez «oscuro»,
en el sentido de lo oculto. El Priorato de Sión dice haber sido la
fuerza inspiradora de la creación de los caballeros templarios. Lo cual,
de ser cierto, constituiría uno de los secretos mejor guardados de la
Historia. También se afirma que ambas órdenes fueron prácticamente
indistinguibles hasta que se produjo el cisma de 1188, después de lo
cual la una y la otra emprendieron caminos separados. No parece
descabellado suponer que la concepción de los templarios implicaba algún
designio oculto. El sentido común sugiere que harían falta más
caballeros que los nueve fundadores para proteger y dar refugio a todos
los peregrinos que iban a Tierra Santa, y eso durante nueve años nada
menos. Pero además hay indicios de que ni siquiera lo intentaron en
serio. A no tardar recibieron privilegios y honores fuera de toda
proporción. Por ejemplo, se les concedió un ala entera del palacio real
en la misma Jerusalén, en un lugar que antes había sido una mezquita. De
ésta se dijo a su vez, erróneamente, que había sido edificada sobre los
fundamentos del Templo de Salomón, y de ahí la denominación oficial de
los templarios.
Otro misterio en relación con los comienzos de la Orden del Temple lo
constituyen los indicios según los cuales la orden existía desde
bastante antes de 1118, sin que se sepa por qué razones se falseó la
fecha. Hugo de Payens y sus compañeros eran todos de la Champagne o del
Languedoc, entre ellos el conde de Provenza, y parece bastante claro
que acudieron a los Santos Lugares con una misión concreta. Quizá
buscaban el Arca de la Alianza, como ha sugerido alguien, o algún tesoro
antiguo que los condujera a ella, o tal vez algún tipo de conocimiento
secreto que les confiriese influencia y fortuna. Christopher Knight y
Robert Lomas, en su obra The Hiram Key han
insinuado que los templarios buscaron y encontraron un escondrijo con
documentos del mismo origen que los Manuscritos del Mar Muerto. Sin
embargo, no aportan ninguna prueba convincente. Pero no hay que olvidar
que los templarios buscaron nuevos conocimientos y a tal efecto
consultaron a los árabes y a otros que iban encontrando en sus viajes.
Los templarios veneraban mucho a Juan el Bautista, bastante más de lo
que suele venerarse a un santo patrono. El Priorato de Sión, tan
relacionado con los templarios, llama «Juan» a
todos sus Grandes Maestres, tal vez también por veneración. Pero es
prácticamente imposible descubrir las razones de esta especial devoción
templaria. La explicación habitual es que Juan era especial para ellos
porque fue el maestro de Jesús. Algunos han propuesto que la cabeza
cortada a la que se les acusó de adorar no sería otra sino la del propio
Bautista. Pero el hecho de adorar una cabeza cortada indicaría que los
templarios fueron algo muy distinto de unos simples soldados de Cristo.
Una de sus imágenes favoritas era la del Cordero de Dios. La mayoría de
los cristianos creen que simboliza a Jesús, de quien dijo el Bautista,
según se le atribuye, «éste es el Cordero de Dios».
Pero en muchos lugares, como es el caso de la región occidental de
Inglaterra, entienden que el símbolo se refiere al mismo Juan el
Bautista, y parece que los templarios le atribuyeron ese significado. El
símbolo del Cordero de Dios fue adoptado en uno de los sellos oficiales
del Temple, para las encomiendas del sur de Francia. Una pista en
cuanto a que la veneración de los templarios por Juan el Bautista
ocultaba algo bastante más radical, se halla en la obra de un clérigo
llamado Lamberto de Saint-Omer, o Audemar, que era pariente de uno de
los nueve caballeros fundadores, Godofredo de Saint-Omer, la mano
derecha de Hugo de Payens.
En The Hiram Key, Christopher Knight y Robert Lomas reproducen una ilustración de Lamberto que representa la «Jerusalén celeste» y observan que: “[...]
al parecer presenta a Juan el Bautista como el fundador [de la
Jerusalén celestial]. Ni con una sola palabra se menciona a Jesús en ese
documento supuestamente cristiano“. Como en el simbolismo de los
cuadros de Leonardo, parece que se quiera dar a entender que Juan el
Bautista fue importante por sí mismo, y no sólo por su misión de
precursor de Jesús. Dos años después, mientras se desarrollaba el
procesamiento de los caballeros templarios, el filósofo Ramón Llull, que
antes había sido un rígido defensor de la orden, escribió que los
procesos habían revelado que «peligraba la barca de san Pedro» diciendo: “Hay
tal vez entre cristianos muchos secretos, de lo que un secreto
[particular] puede originar una revelación increíble [como la] que
emerge de los templarios [...] infamia de por sí tan pública y
manifiesta que peligra la barca de san Pedro“. Ramon Llull (en
castellano: Raimundo Lulio) (1232 – 1315), también conocido como
Raimundus o Raymundus Lullus en latín, como Raymond Lully por los
ingleses, o como Raymond Lulle por los franceses, fue un laico próximo a
los franciscanos, ya que pudo haber pertenecido a la Orden Tercera de
los frailes Menores. También fue filósofo, poeta, místico, teólogo y
misionero mallorquín del siglo XIII. Fue declarado beato y su fiesta se
conmemora el 27 de noviembre. Se le considera uno de los creadores del
catalán literario y uno de los primeros en usar una lengua neolatina
para expresar conocimientos filosóficos, científicos y técnicos, además
de textos novelísticos. Se le atribuye la invención de la rosa de los
vientos y del nocturlabio. Conocido en su tiempo por los apodos deArabicus Christianus (árabe cristiano), Doctor Inspiratus (Doctor Inspirado) o Doctor Illuminatus (Doctor
Iluminado), Llull fue una de las figuras más avanzadas de los campos
espiritual, teológico y literario de la Edad Media. En algunos de sus
trabajos (Artificium electionis personarum, 1247, y De arte electionis,
1299) propuso métodos de elección, que fueron redescubiertos siglos más
tarde por Condorcet (siglo XVIII). Fue escritor, cabalista, divulgador
científico, misionero, teólogo, fraile franciscano, alquimista entre
otras cosas, dejando una obra ingente, variada y de muy alta calidad
escrita en catalán, árabe y latín. Por lo que dice Ramón Llull se intuye
que el peligro para la Iglesia provenía no sólo de las revelaciones en
cuanto a los templarios, sino también de otros secretos de no menor
magnitud. Y también parece admitir los cargos que se formularon contra
la Orden, aunque en el momento en que escribió esas líneas quizás habría
sido gran imprudencia ponerlas en duda. ¿Era posible que el Languedoc
contuviese alguna pista en cuanto a la verdad acerca de la Orden?
Los cátaros y los templarios florecieron en el Languedoc más o menos
hacia la misma época. El emblema de los templarios, la cruz roja sobre
el manto blanco, muchos lo confunden con la enseña típica de los
cruzados anti-cátaros. Sin embargo, hay indicios de que los templarios
simpatizaron con los «heréticos»
cátaros, aunque no colaborasen activamente con ellos. En todo caso, es
innegable que brillaron por su ausencia en la cruzada albigense contra
los cátaros. ¿Cuáles fueron los auténticos intereses y motivos de los
templarios? Algunos historiadores prestigiosos confiesan en privado que
la relación entre los templarios y el esoterismo es importante, pero
jamás lo dirían en público. De estas actitudes resulta cierto abandono
de los estudios relativos a determinados asentamientos templarios
importantes. El Languedoc-Rosellón fue el país de la Orden, si
prescindimos de los Santos Lugares. En esa reducida superficie se
concentra más del 30 por ciento de los castillos templarios y las
encomiendas de toda Europa. Pero, a pesar de ello, apenas se realizan
allí excavaciones arqueológicas oficiales, y algunos emplazamientos
fundamentales no han sido estudiados jamás. Por fortuna, la desidia
oficial queda contrarrestada por muchos investigadores privados, a los
que anima un apasionado interés hacia esos misteriosos caballeros. Según
algunos de estos investigadores habían existido claros vínculos entre
los templarios y los cátaros. Por ejemplo, ni siquiera en los momentos
álgidos de la cruzada albigense dejaron los templarios de dar asilo a
los cátaros fugitivos, y hay casos documentados de socorro a caballeros
que habían sido combatientes activos a favor de los cátaros y contra los
cruzados. No hay más que inspeccionar las actas de la Inquisición, con
los apellidos de los cátaros, y compararlos con los de templarios de la
misma época, para ver que son los mismos. Pero más concretamente, es
innegable que algunos establecimientos templarios alojaron a cátaros,
los escondieron e incluso los enterraron. se han encontrado pruebas de
que algunos templarios acogieron a los cátaros cuando éstos habían
quedado despojados de todo, y no sólo fueron recibidos y escondidos
entre ellos, sino que murieron y fueron enterrados allí. Y más adelante,
los templarios hicieron cuanto estaba en sus manos para que les fuesen
devueltas las tierras a las familias de los cátaros, o sus herederos.
Teniendo en cuenta que la mayoría de las acusaciones dirigidas contra
los templarios debieron de ser ficticias, es curioso que su trato
cercano con unos intocables como los cátaros no hubiese figurado entre
aquéllas. Que los inquisidores estaban al corriente, nos lo indica el
hecho de que rebuscaran en los fosares de los templarios para
desenterrar los cadáveres de los cátaros y quemarlos, a título de
escarmiento de herejes futuros. Ciertamente hubo algo que tal vez supo
la Corona francesa, pero demasiado peligroso para publicarlo. Era
posible que tanto los templarios como los cátaros hubiesen sido
poseedores de un conocimiento potencialmente explosivo para la Iglesia y
la corona francesa. No obstante, no todos los caballeros templarios
fueron exterminados aquel fatídico viernes trece. A muchos se les
permitió vivir y reconstituirse bajo otros nombres diferentes. Dos
países en particular sirvieron como puertos de refugio a los fugitivos,
Escocia y Portugal, donde pasaron a llamarse caballeros de Jesucristo.
También la región del Languedoc y alrededores constituyó una curiosa
excepción a la pauta general de la persecución. Al este, el Rosellón era
territorio de la Corona de Aragón, excepto la parte septentrional de
Carcasona, que pertenecía a Francia. Los templarios roselloneses fueron
detenidos y juzgados, pero se les declaró inocentes, y cuando el Papa
disolvió la orden oficialmente se incorporaron a otras órdenes militares
parecidas, o se retiraron a sus tierras para disfrutar de rentas
vitalicias. Por lo tanto, gran parte de los templarios sobrevivieron al
intento de exterminio total. Desde cualquier punto de vista que
consideremos los sucesos, falta un eslabón en la cadena. Tal vez ese
elemento escurridizo tenga que ver con el Priorato de Sión. Como ya
hemos visto, hay indicios de la presencia de un grupo de manipuladores
ocultos desde el mismo instante de la fundación de los templarios.
Posiblemente existiese un «círculo interior» secreto dentro de la estructura de mando de los templarios. Según el escritor francés Jean Robin: “En
realidad la Orden del Temple estaba constituida por siete círculos
«exteriores» dedicados a los misterios menores, y tres círculos
«interiores» que correspondían a la iniciación en los grandes misterios.
Y el «núcleo» lo formaban aquellos setenta templarios a quienes
«interrogó» Clemente V [después de las detenciones de 1307]“. Y según el investigador británico Graham Hancock, en su obra The Sign and the Seal: “[...]
mis investigaciones sobre las creencias y conducta de ese extraño grupo
de monjes-soldados me han persuadido de que tuvieron acceso a una
sabiduría tradicional de muy remota antigüedad [...]“.
Era posible mantener un grupo secreto porque los templarios funcionaban
como una jerarquía basada en la iniciación y en el secreto. Es probable
que la mayoría de los caballeros templarios no fuesen más que simples
soldados de Cristo, pero el círculo interior era otra cosa. Al parecer
ese círculo interior templario se creó para seguir activando los
estudios de temas esotéricos y religiosos. El motivo para mantenerlos en
secreto pudo ser que versaban sobre aspectos arcanos de los mundos
judío e islámico. Buscaban literalmente los secretos del mundo
dondequiera que sospechaban su presencia, y en el decurso de ese periplo
geográfico e intelectual acabarían por tolerar todas las creencias, y
quién sabe si abrazaron algunas creencias heterodoxas. Si emprendieron
una pesquisa concreta tendrían sus buenas razones, y por eso mismo
dejaron ciertas pistas en cuanto a lo que ellos consideraban
especialmente importante. Una de esas pistas puede hallarse en las
obsesiones de Bernardo de Claraval. Aquel monje intelectual, pero
combativo, en apariencia fue un gran devoto de la Virgen María, como
demuestran sus numerosos sermones. Pero se diría que no fue la Virgen el
objeto auténtico del amor espiritual de Bernardo, sino más bien otra
María, cuya identidad verdadera viene indicada por el hecho de su
especial afecto por las Vírgenes negras. También escribió casi noventa
sermones sobre el tema del Cantar de los Cantares, y en otras muchas prédicas suyas relacionó más explícitamente a la «Amada» con María de Betania. Pero en aquellos tiempos nadie creía que ésta fuese otra persona sino la misma María Magdalena. «Morena soy, pero hermosa», dice la Amada, y esa frase también vincula el Cantar de los Cantares con
la veneración a las Vírgenes negras, de las que Bernardo era
excepcionalmente devoto. Él dijo que había recibido la inspiración
cuando niño, al dársele tres gotas de leche milagrosa del pecho de la
Virgen negra de Châtillon. Se ha especulado sobre si este comentario
sería una alusión en clave a su iniciación en algún culto de ésta. Y
cuando Bernardo predicó la segunda cruzada para conquistar Tierra Santa,
eligió hacerlo desde el santuario de Vézelay, dedicado a María
Magdalena. Es probable, en consecuencia, que la aparente devoción
mariana de Bernardo fuese simplemente la cortina de humo con que tapaba
su indudable pasión por la Magdalena, aunque por supuesto la una no
excluye la otra. En todo caso, cuando diseñó la regla de los templarios
les encomendó expresamente «la obediencia a Betania, el castillo de María y de Marta». Y se sabe que transmitió a la Orden esa devoción particular.
Incluso mientras se enfrentaban a la extinción total, los caballeros
templarios que estaban presos con su Gran Maestre Jacobo de Molay en las
mazmorras de la fortaleza francesa de Chinon compusieron una oración
dedicada a «Notre Dame», que
elogiaba a san Bernardo como fundador de la devoción a la Santísima
Virgen María. Pero teniendo en cuenta todos los demás indicios, esto
bien pudo ser otra alusión en clave al culto de la Magdalena. Llama la
atención que los templarios jurasen «por Dios y Nuestra Señora», y también, con frecuencia, «por Dios y la Virgen Santísima». Seguramente esta «Nuestra Señora» de quien hablan en los juramentos no es la Virgen, tal como dan a entender las palabras de la absolución templaria: «Ruego a Dios que tus pecados te sean perdonados como Él perdonó a santa María Magdalena y al buen ladrón en la cruz».
Al menos esto nos proporciona una demostración de la importancia que
los templarios atribuían a la Magdalena. Vale la pena observar que
hallándose cautivos los del Rosellón, les fueron empeoradas
deliberadamente las condiciones del encarcelamiento el día de la festividad de Santa María Magdalena,
por orden expresa del Papa. Se recordará que la matanza de Béziers se
perpetró en esa misma festividad de la Magdalena, a manera de
recordatorio sobre la naturaleza de la «herejía».
La noción de la Feminidad preocupó mucho a los templarios, lo cual no
deja de sorprender habida cuenta de su imagen de guerreros. Pues bien,
la Orden admitía mujeres. En los primeros años de su existencia, muchas
mujeres tomaron los votos, aunque nada indica que existiese un núcleo
secreto de guerreras en el seno del Temple, como escriben Michael
Baigent y Ricliard Leigh en The Temple and the Lodge (1989): “[...]
una crónica de finales del siglo XII en Inglaterra menciona que una
mujer fue recibida como Hermana en el Temple, lo cual parece implicar
con bastante claridad una especie de ala o anexo femenino a la Orden.
Pero no se ha encontrado nunca una explicación ni una digresión sobre el
asunto, e incluso la información que contuviesen los autos
inquisitoriales desapareció hace tiempo o fue eliminada“. En los
documentos del siglo XII se encuentran muchos casos de mujeres que
entraron en la Orden, al menos durante el primer siglo de existencia de
ésta. Al ingresar prestaban juramento de donar «mi casa, mis tierras y mi cuerpo y alma a la Orden del Temple».
Al pie de esos documentos se hallan firmas de mujeres así como de
hombres. Tales documentos se encuentran principalmente en la región del
Languedoc, y los ejemplos son lo bastante numerosos como para dar a
entender que en algún momento dado la orden debió de contar con no pocas
mujeres. Más adelante fueron cambiadas las reglas, prohibiéndoseles
expresamente admitir mujeres, de lo cual se deduce que antes lo hacían.
También es notable que la encerrona del 13 de octubre de 1307 se
ejecutase sin apenas derramamiento de sangre. En toda Francia los
senescales del rey abrieron sus órdenes selladas, que les mandaban
reunir tropas suficientes para arrestar a los soldados más aguerridos de
toda la Cristiandad. A lo que parece, la mayoría de los templarios de
Francia permitieron que los detuvieran como ovejas destinadas al
sacrificio. También es extraño que no pidiesen refuerzos a las
encomiendas de otros países. Llama la atención que algunos, entre ellos
el tesorero de la orden, consiguieran desaparecer, ya que se les habría
dado aviso. Por otra parte, la célebre flota de los templarios, ubicada
en puertos franceses, sencillamente se desvaneció. En las listas de los
bienes incautados por el rey francés a los templarios no figura ni un
solo barco. ¿Dónde quedó la flota? En cualquier caso el círculo interior
de la Orden no escatimó esfuerzos por proteger sus conocimientos
secretos. Un prestigioso especialista en estudios bíblicos, Hugh
Schonfield, ha demostrado que los templarios utilizaron el sistema de
codificación llamado la Cifra Atbash.
Lo cual es verdaderamente notable porque el mismo procedimiento había
sido utilizado por los autores de algunos de los Manuscritos del Mar
Muerto, unos mil añosantes de
la fundación de la orden templaria. Schonfield explica cómo al aplicar
el código al nombre del misterioso ídolo de cabeza cortada,
supuestamente idolatrado por los templarios, el Baphomet, obtenemos la
palabra griega sophia. Como ha escrito Graham Hancock, en The Sign and the Seal, «significa “sabiduría” nada más, pero también nada menos».
En realidad significa bastante más que eso, y su pleno sentido aporta
un matiz muy diferente a toda la razón de ser de los templarios. Aludida
sencillamente como «Sabiduría», en hebreo Chokmah, también
es un personaje que figura en el Antiguo Testamento, concretamente en
el libro de los Proverbios. Sophia ha creado muchas dificultades a los
comentaristas, tanto los judíos como los cristianos, porque aparece como
pareja de Dios, que tiene influencia sobre Él e incluso le prodiga
consejos. Es también figura central de la cosmología gnóstica. El texto
de Nag Hammadi titulado Pistis Sophia la pone en íntima asociación con María Magdalena. Y, como Chokmah, es
la clave de la interpretación gnóstica de la Cábala. Para los gnósticos
fue la diosa griega Atenea y la diosa egipcia Isis, que recibió a veces
el nombre griego de Sophia.
El uso que hacían los templarios de la palabra Sophia, codificada en «Baphomet»,
no demuestra una especial veneración del principio femenino por parte
de aquéllos. Pero hay otros muchos indicios de que formaba parte de una
profunda obsesión por dicho principio, y de que ésta llegaba mucho más
allá de lo semántico en lo que concierne a los templarios. Como dijo el
estudioso escocés Niven Sinclair, que tiene de ellos un conocimiento
particularmente extenso, «los templarios eran grandes creyentes de lo femenino». Los templarios construyeron iglesias de planta circular,
porque creyeron que ésa había sido la forma del Templo de Salomón. Lo
cual, a su vez, simbolizó quizá la noción de la circularidad del
universo, pero más probablemente representaba lo femenino.
Las circunferencias y los círculos siempre se han vinculado a las
divinidades femeninas y a todas las cosas de dicho género, tanto en lo
esotérico como en lo biológico. Es un arquetipo que hallamos en muchas
civilizaciones. Los túmulos prehistóricos eran circulares porque
representaban la matriz telúrica donde el difunto renacería a la vida
espiritual. Cualquiera que fuese el significado de la redondez para los
templarios, desde luego no simbolizó jamás nada masculino. Una vez
borrados del mapa los templarios, la Iglesia proscribió oficialmente,
por herética, la construcción de iglesias circulares. Parece, pues, que
los templarios habían adquirido conocimientos heréticos. Los indicios
apuntan a que buscaron con asiduidad ciertos secretos y, una vez
adquiridos, quedaban en posición de divulgarlos o de retenerlos. Muchos
de ellos quedaron retenidos, mientras que de otros dejaron pistas en
forma de claves, incluso esculpidas en piedra. De los caballeros
templarios partió la iniciativa para la construcción de las grandes
catedrales góticas, en especial la de Chartres. Corno promotores
principales en los grandes centros de cultura europeos, fomentaron
gremios de los oficios de la construcción, sobre todo los de canteros,
que eran admitidos como legos de la orden y participaban de los
privilegios de ésta. En toda la larga historia de las grandes catedrales
ha intrigado a los expertos el extraño simbolismo de la ornamentación.
Sólo en época reciente se ha empezado a comprender que representaban la
codificación de unos conocimientos esotéricos que los templarios
poseían. Al comentar la arquitectura sacra de los antiguos egipcios,
Graham Hancock observa que «en Europa sólo ha sido igualada por las grandes catedrales góticas de la Edad Media, como la de Chartres», y se plantea la pregunta: «¿Fue por casualidad?».
Y prosigue Hancock: “Hacía tiempo
venía yo sospechando que existía en efecto una relación y que los
caballeros templarios, por los descubrimientos realizados durante las
cruzadas, pudieron constituir el eslabón perdido en la cadena de
transmisión de un saber arquitectónico secreto [...] San Bernardo, el
protector de los templarios, había definido a Dios como «longitud,
anchura, altura y profundidad». Asombroso para un cristiano. Tampoco se
podía olvidar que los mismos templarios fueron grandes constructores y
grandes arquitectos, ni que la orden monástica cisterciense, que era la
de san Bernardo, también sobresalió en este campo concreto de la
actividad humana“. La puesta en planta de las catedrales se proyectó
teniendo en cuenta expresamente los principios de la geometría sagrada.
Ello obedece a la idea de que la proporción geométrica contiene, en sí
misma, una resonancia con la armonía divina, y ciertas proporciones
concretas son más divinas que otras. En ello vemos una confirmación de
la afirmación de Pitágoras, «todo es número»,
y una reiteración del concepto hermético de que las matemáticas son la
clave que utilizan las divinidades para hablar al Hombre. En particular
fueron también adeptos de la arquitectura esotérica los pintores y
arquitectos del Renacimiento, para quienes la «Regla Áurea»,
en la que veían la proporción perfecta, era una panacea universal. Pero
no hay que creer que se redujese a eso todo su pensamiento, teniendo en
cuenta que el concepto de geometría sagrada informó toda su vida
intelectual. Todos los dibujos de Leonardo comunican la convicción del
artista en el sentido de que las formas y las proporciones tenían una
armonía y un significado. Uno de sus dibujos, el muy conocido Hombre de Vitruvio, es literalmente una encarnación de la Regla Áurea.
Para los templarios, así como más tarde para los francmasones, el
legendario Templo de Salomón fue el paradigma de toda geometría sagrada.
No sólo era una delicia para el ojo de quienes lo contemplaban o
rezaban en su interior, sino que tenía algo que iba mucho más allá de
los cinco sentidos. Su resonancia especial y trascendental enlazaba con
la misma música de los cielos. En longitud, anchura, altura y
profundidad mantenía las proporciones predilectas del universo, o si se
quiere, el Templo de Salomón era el espíritu divino plasmado en la
piedra. El visitante erudito suele quedarse perplejo al observar
símbolos obviamente astrológicos en la ornamentación pétrea de las
antiguas catedrales.
Todo el grandioso simbolismo que vemos en las catedrales era entendido
por los iniciados, en su tiempo, como una enunciación del antiquísimo
adagio hermético: “Todo lo que está arriba también está abajo”. Esta frase se encuentra en la Tabla Esmeralda, de
Hermes Trismegisto, el legendario mago egipcio. Significan que todo lo
que hay en la tierra tiene una correspondencia celestial, y viceversa,
noción que Platón popularizó con su concepto de los Ideales.
Según éste, cualquier cosa existente, desde una cuchara hasta un ser
humano, no era más que una copia imperfecta de su ideal, existente en
una especie de dimensión alternativa donde residían los patrones
perfectos. Los magos iban más lejos y postulaban que todo pensamiento y
toda acción tenían un reflejo en otro plano diferente, y que existía
influencia mutua e irresistible entre ambas dimensiones. Hay un eco de
esa noción en la moderna idea científica de los universos paralelos. De
esa manera, las leyendas de los dioses antiguos, con sus envidias
mezquinas y sus manías muchas veces sórdidas, podían tomarse como
representaciones arquetípicas de la raza humana. Los paganos no creían
que tuviese nada de particular ni de humillante el postrarse ante un
Zeus Olímpico, por más que éste adoptase a veces la figura de un animal
para seducir a alguna doncella terrestre. Parecía lo más natural que un
dios se comportase como un hombre, pero la recíproca de esa idea, que el
hombre podía llegar a ser un dios, resultaba «herética»,
tanto para los judíos como para los cristianos. Nada de esto era nuevo
para los templarios. La realización de las catedrales manifiesta un
conocimiento de los principios gnósticos por parte del cantero, y por la
de los caballeros que encargaron la construcción. En la Edad Media, si
alguien tuvo el sentido de la aplicación práctica de cualquier saber
esotérico, fueron ellos. El codificar en la misma piedra de las
catedrales los mensajes secretos, fue para ellos más que un mero
capricho. Como escriben Baigent y Leigh en The Temple and the Lodge: «[...] el mismo Dios, en efecto, había enseñado la aplicación práctica de la geometría sacra por medio de la arquitectura».
Una vez más, la referencia apunta al Templo de Salomón. Hijo del rey
David, el legendario héroe judío, el rey Salomón construyó un Templo de
belleza insuperable, en el que se usaron los materiales más preciosos.
Mármol y piedras suntuarias, maderas de olor y brocados costosos
sirvieron para crear un lugar que fuese un regalo para los sentidos de
los creyentes, y donde el mismo Dios pudiera sentirse como en su casa.
En su núcleo estaba el Santo de los Santos,
donde el sumo sacerdote podía recibir realmente al Todopoderoso por
medio de aquel instrumento tan sumamente misterioso que fue el Arca de
la Alianza. Este artefacto famoso se sabía que dispensaba grandes
bendiciones a los «justos»,
por una parte, y por otra era capaz de destruir a los malvados o los que
no supieran cómo contrarrestar los efectos de su funesta presencia. A
lo mejor esta descripción les pareció a los templarios la del arma
definitiva, y por eso andaban tan empeñados en buscarla, como algunos
han supuesto.
En la ornamentación de las catedrales tal vez se encuentra alguna pista
sobre lo que los templarios creían ser el significado del «Arca».
Por ejemplo, la catedral de Chartres, debida a Bernardo de Claraval,
tiene un bajorrelieve que representa a la Virgen María, con la
inscripción esculpida arcis foederis,
es decir: Arca de la Alianza. Si Chartres fue un centro del culto a la
Virgen negra, ¿no se estará comparando el Arca con María Magdalena o,
tal vez, con una diosa mucho más antigua, y pagana, como Isis? Es la
disciplina de la alquimia la que se oculta detrás de la ornamentación, a
veces extraña, de los monumentos góticos. Y también parece la alquimia
el denominador común de la mayoría de los Grandes Maestres del Priorato
de Sión. Desde sus orígenes, que muchos sitúan en el antiguo Egipto,
pasando por los árabes, ya que la misma palabra «alquimia»
es de origen árabe, llegó a Europa como algo más que una ciencia. La
práctica comprendía una sutil red de actividades y sistemas de
pensamiento interrelacionados, desde la magia hasta los procedimientos
químicos, desde la filosofía y el hermetismo hasta la geometría sacra y
la cosmología. También se ocupaba de lo que hoy llamaríamos ingeniería
genética y métodos para retrasar los procesos del envejecimiento, así
como para alcanzar la inmortalidad física. Los alquimistas tenían hambre
y sed de conocimientos. Pero como la Iglesia prohibía la
experimentación, ellos pasaron a la clandestinidad y siguieron con sus
investigaciones a escondidas. No se veían a sí mismos como herejes, pero
para la Iglesia un alquimista no podía ser sino herético y su práctica
acabó denominándose «el Arte Negra»,
a título de descalificación global. La alquimia tiene varios niveles:
el exotérico, que trabaja y experimenta con los metales; y el esotérico,
que culmina en la obtención de la misteriosa «Gran Obra».
Ésta se ha entendido como coronación de la vida del alquimista, que es
cuando por fin se convierte el vil metal en oro. En los círculos
esotéricos, sin embargo, se define también como el punto en que alcanza
la iluminación espiritual y la revitalización física por medio de una «obra» mágica, que gira alrededor de la sexualidad. A lo que parece, la Gran Obra representaba un acto de suprema iniciación.
Se creía que este rito confería la longevidad: Nicolas Flamel, que fue
supuesto Gran Maestre del Priorato de Sión, culminó la Gran Obra, en
compañía de su esposa Perenelle, el 17 de enero de 1382, y se rumoreó
que después de eso alcanzó una edad excepcional. En alquimia el símbolo
de la consecución de la Gran Obra es el hermafrodita, que representa al
dios Hermes y la diosa Afrodita confundidos en una sola persona. Los
hermafroditas fascinaron a Leonardo, quien llenó muchas páginas de su
cuaderno con dibujos de ellos. En un estudio reciente sobre el retrato
más famoso del mundo, el de Mona Lisa con su sonrisa enigmática, se ha demostrado de manera convincente que «ella»
es en realidad el mismo Leonardo. Mediante avanzadas técnicas
computarizadas, dos investigadores que han trabajado independientemente
el uno del otro, el doctor Digby Quested, del hospital Maudsley de
Londres, y Lillian Schwartz, de los Laboratorios Bell, intentaron la
superposición del rostro retratado con el del artista y descubrieron una
correspondencia perfecta. Quizá no fue más que una de sus bromas
dirigida a la posteridad, pero también se puede interpretar que
Leonardo, como entendido en alquimia, quiso expresar su idea de la
obtención de la Gran Obra. Algunos creen que ésta implica una
transformación física tan profunda que el alquimista, en caso de tener
éxito, incluso podría cambiar de sexo. Y tal vez sea ése el concepto que
declara la Mona Lisa. Pero el
símbolo del hermafrodita expresa también el instante del orgasmo,
cuando ambos protagonistas del rito experimentan la sensación de
fundirse el uno en el otro, de trascender los límites físicos en una
conciencia mística de sí mismos y del universo. Las catedrales góticas
exhiben muchas figuras curiosas, desde los demonios hasta elHombre Verde,
pero algunas causan verdadera extrañeza. En un relieve de la catedral
de Nantes aparece una mujer que se contempla en un espejo, pero la parte
posterior de la cabeza representa a un anciano. Y en Chartres, la
llamada «Reina de Saba» luce
barba. Se ven símbolos alquímicos en muchas de las catedrales vinculadas
a los templarios. Son vínculos implícitos, aunque Charles Bywaters y
Nicole Dawe han encontrado en el Languedoc-Rosellón establecimientos
templarios provistos de un simbolismo explícitamente alquímico: “Nuestras
investigaciones han demostrado, entre otras cosas, que fueron grandes
conocedores de las propiedades del suelo. En una comarca concreta
fundaron un hospital para los templarios que regresaban de los Santos
Lugares porque el paraje tenía propiedades salutíferas. Hay signos
alquímicos en ese lugar [...]“.
Queda bastante claro que los templarios estuvieron familiarizados con la
alquimia. Esto se revela cuando uno encuentra un emplazamiento elegido
expresamente por la constitución del suelo, con signos obviamente
alquímicos en la construcción y con vínculos que apuntan a los cátaros
así como a los musulmanes. Son indicios documentados, incontrovertibles.
Algunas ciudades que habían sido feudos de los templarios —como Utelle,
en la Provenza, y Alet-les-Bains, en el Languedoc— se convirtieron
luego en centros alquímicos. También llama la atención que los
alquimistas, lo mismo que los templarios, tuviesen especial devoción por
Juan el Bautista. Las grandes catedrales y muchas iglesias famosas se
construyeron en lugares anteriormente dedicados a divinidades paganas.
Por ejemplo, Notre-Dame de París se construyó sobre los fundamentos de
un templo de Diana, y también en París había uno consagrado a Isis donde
ahora está Saint-Sulpice. En toda Europa los constructores de iglesias
cristianas se atuvieron a esta práctica para significar el carácter
definitivo de su triunfo sobre el paganismo. Lo que sucedió en realidad,
sin embargo, fue que las gentes adaptaron sus creencias politeístas
absorbiendo en ellas el cristianismo, de manera que el nuevo edificio
venía a complementar la vieja religión en vez de reemplazarla. Pero
teniendo en cuenta lo que sabemos acerca de los designios más profundos
de los templarios, tal vez es posible que la intención de las catedrales
fuese la de prolongar el culto al principio femenino en vez de
suprimirlo. Quizá las catedrales fueron himnos a la diosa esculpidos en
piedra, y la «Notre-Dame» a quien se consagraron tantas de ellas era en realidad ese principio, la Sophia. A muchos observadores actuales la arquitectura gótica les parece más bien «masculina»
con sus agujas altísimas y sus plantas en cruz latina. Pero la
ornamentación es predominantemente femenina, en especial los espléndidos
rosetones. Barbara G. Walter ha puesto de relieve los significados de
la rosa: “[...] que era para los
antiguos romanos la Flor de Venus y la insignia de la prostitución
sagrada. Las cosas que se decían «bajo la rosa» (sub rosa) eran los
misterios sexuales de Venus, y no se revelaban a los no iniciados [...].
En la gran era de los constructores de catedrales, cuando se veneró a
María como la diosa en sus «Palacios de la Reina de los Cielos» o
Notre-Dames, con frecuencia se le dirigían epítetos como Rosa, Rosario,
Corona de rosas, Rosa mística [...]. Lo mismo que un templo pagano, la
catedral gótica representaba el cuerpo de la Diosa, que era también el
Universo y contenía dentro de sí la esencia de la divinidad masculina
[...].
La rosa fue también el símbolo que adoptaron los trovadores del sur de
Francia, aquellos autores e intérpretes de canciones amorosas. Existen
en las catedrales góticas más símbolos que transmiten intensos mensajes
subliminales acerca del poder de lo Femenino. Las telas de araña
esculpidas, imagen que se reitera en la luz de la cúpula de la
londinense Notre-Dame de France, representan a Arachné,
la diosa que teje los destinos de la humanidad, función también
asignada a Isis. De manera similar, el gran laberinto en el suelo de la
catedral de Chartres alude a los misterios femeninos, donde el iniciado
sólo podrá guiarse por el hilo que la diosa ha hilado especialmente para
él. No es la Virgen María quien recibe culto en este lugar, que
contiene además una Virgen negra: Notre-Dame de Souterrain, o Nuestra Señora de la cripta.
Uno de los vitrales de Chartres representa la llegada de María
Magdalena en barco, lo cual combina la alusión a esta leyenda con otra
de Isis, quien solía preferir también dicho medio de transporte. Y tal
vez el título de Nautonnier, «timonel», que es uno de los atributos del Gran Maestro del Priorato de Sión, indica la supuesta función de éste en el Barco de Isis.
Esa ventana policromada es la representación más antigua de la leyenda
de la llegada a Francia de la Magdalena. Su presencia en una catedral
tan alejada de la Provenza indica el poderoso significado que debían de
atribuirle sus arquitectos. Mientras los constructores erigían sus
catedrales, la herejía encontraba otro camino de expresión para
garantizar la perdurabilidad de su mensaje a través de la historia.
Aunque, como sucede también con la Última Cena de
Leonardo, muchas veces se hayan interpretado erróneamente los códigos
de dicha expresión. Esa otra tradición herética es la de las leyendas
del Grial. Hoy día la expresión «Santo Grial»
viene a significar un objetivo difícil de alcanzar, o el espléndido
premio que corona la obra de toda una vida. Muchas personas creen que se
refiere a un objeto muy antiguo, y de significado religioso, por
ejemplo el cáliz del que bebió Jesús en la Última Cena. De acuerdo con
una leyenda, José de Arimatea, el amigo rico de Jesús, recogió en dicho
recipiente la sangre derramada en la Crucifixión, y luego se descubrió
que tenía milagrosas propiedades curativas. La búsqueda del Santo Grial
se entiende como una peregrinación llena de peligros físicos y
espirituales, durante la cual el buscador pelea contra enemigos de
muchas clases, algunos de ellos pertenecientes a los dominios de lo
sobrenatural. En todas las versiones del relato, el cáliz es un objeto
material y, al mismo tiempo, un símbolo de la perfección. Se diría que
representa algo que pertenece simultáneamente a dos dimensiones
distintas, la real y la mítica. Por eso ejerce un ascendiente
incomparable sobre la imaginación.
El Grial puede ser visto como un objeto misterioso, un tesoro real
escondido en alguna cueva de alguna parte, pero siempre le acompaña la
idea implícita de que simboliza algo inefable y que no está en el mundo
cotidiano. La aureola de búsqueda espiritual no sólo proviene de la
leyenda originaria, sino también de la cultura en que aquélla floreció.
De los muchos miles de palabras que se han escrito sobre el tema en el
decurso de los siglos, algunas de las más acertadas se encuentran en The Holy Grail,
obra de Malcolm Godwin y publicada en 1994. Es un notable repaso a las
distintas versiones de la leyenda, así como a sus múltiples
interpretaciones. Aparte las pistas principales conducentes a los
romances griálicos de finales del siglo XII y comienzos del XIII, que
son la cristiana y la céltica, identifica una tercera y no menos
importante, la alquímica. Así revela que las versiones más primitivas de
la leyenda del Grial remiten indudablemente a los mitos célticos del
rey Artús y su corte. Muchos elementos de estas leyendas manejan
nociones de cultos a antiguas divinidades femeninas celtas. El ciclo del
Grial redefinió estas antiguas leyendas celtas y, las amplió para
incluir algunas de las ideas heréticas que circulaban hacia el siglo
XIII. El primer romance del Grial fue el inacabado Le Conte del Graal, de
Chrétien de Troyes (escrito hacia 1190). Vale la pena observar que la
ciudad de Troyes, cuyo nombre adoptó Chrétien, era un centro cabalístico
y emplazamiento de la capitanía templaria fundacional, además de sede
de la corte del conde de Champagne, de quien eran vasallos la mayoría de
los nueve caballeros fundadores del Temple. Y la iglesia más famosa de
Troyes está consagrada a María Magdalena. En la versión de Chrétien no
dice que el Grial fuese un cáliz ni describe expresamente ninguna
relación con la Última Cena ni con Jesús. En realidad no hay ninguna
connotación religiosa obvia, o incluso algunos comentaristas han
afirmado que el ambiente de la obra es claramente pagano. Considerado
como objeto, en este caso resulta ser una bandeja o un plato, lo cual es
muy significativo. De hecho Chrétien se inspiró en un cuento céltico
muy anterior, cuyo protagonista fue Peredur. Éste, durante su búsqueda,
se tropezó, en un castillo, con una procesión horripilante y de marcado
carácter ritual, en la que transportaban, entre otras cosas, una
jabalina goteando sangre y una cabeza cortada puesta en un plato.
Rasgo común de las leyendas del Grial es el momento crítico en que el
héroe se abstiene de formular una pregunta importante, cuyo pecado de
omisión le arrastra a graves peligros. Como escribe Malcolm Godwin, «en
este caso la pregunta no dicha se refiere a la naturaleza de la cabeza.
Si Peredur hubiese preguntado de quién era la cabeza y qué tenía que
ver con él, habría sabido cómo anular el encantamiento del Yermo». El Yermo era la tierra baldía sobre la cual había caído la maldición de la esterilidad.
La narración de Chrétien conoció un éxito inmediato y suscitó una larga
serie de imitaciones… muchas de éstas explícitamente cristianas. Pero
como dice Malcolm Godwin refiriéndose a los monjes que las escribieron: “Envolvieron
una obra de la más profunda herejía en tantas capas de misterio devoto,
que tanto la leyenda como sus autores consiguieron escapar al ardoroso
celo de los Padres de la Iglesia. Las mentes ortodoxas de la Roma
pontificia, aunque jamás reconocieron en realidad la existencia del
Grial, manifestaron una sorprendente debilidad a la hora de condonarla. Y
lo que es más curioso, la leyenda no quedó afectada por la caída de los
herejes cátaros, ni siquiera por la de los caballeros templarios,
implícitamente aludidos en los diversos textos“. Una de estas versiones cristianizadas fue el Perlesvaus,
atribuido por algunos a un monje de la abadía de Glastonbury y fechada
hacia 1205, mientras que otros creen que fue obra de un templario
anónimo. En realidad este cuento narra, no una sino dos búsquedas
entretejidas. El caballero Gawain busca la espada que sirvió para
decapitar a Juan el Bautista y que sangra mágicamente todos los días a
las doce. En uno de los episodios, el héroe se encuentra con un carro
que contiene 150 cabezas cortadas de caballeros, las unas selladas en
oro, las otras en plata y algunas en plomo. También hay una extraña
damisela que lleva en una mano la cabeza de un rey, sellada en plata, y
en la otra la de una reina, sellada en plomo. En el Perlesvaus los
privilegiados sirvientes del Grial visten prendas blancas adornadas con
una cruz roja, lo mismo que los templarios. Hay también una cruz roja
erigida en medio de un bosque, y se apodera de ella un clérigo que la
golpea con un bastón «por todas partes»,
episodio que tiene evidente relación con el cargo formulado contra los
templarios al acusarlos de escupir y pisotear la cruz. Una vez más
aparece una curiosa escena en relación con las cabezas cortadas. Uno de
los custodios del Grial le dice al protagonista Perceval: «Aquí
están las cabezas selladas en plata, y las cabezas selladas en plomo, y
los cuerpos a los que pertenecen esas cabezas: Os digo que traigáis
aquí las cabezas del Rey y de la Reina». El simbolismo alquímico
asoma por todas partes: metal vil y metales preciosos, reyes y reinas.
La misma imaginería retorna en otra obra que reformula el mito del
Grial. Pese al tácito desagrado que el Grial inspiraba a la Iglesia,
la versión más cristianizada fue obra de un grupo de monjes
cistercienses. Titulada la Queste del San Graal, es de destacar que recurre alCantar de los Cantares en su poderoso simbolismo místico.
Todas ellas son extrañas. Pero la más extravagante es el Parzival del
poeta bávaro Wolfram von Eschenbach, datado hacia 1220. En ella el
autor declara expresamente su propósito de enmendar la versión de
Chrétien de Troyes, que no contenía todas las informaciones disponibles.
Y asegura que la suya es la más exacta porque ha recibido el relato
auténtico de un tal Kyot de Provenza, que ha sido identificado como
Guiot de Provins, monje que fue portavoz de la Orden templaria y también
trovador. Como escribió Wolfram en el Parzival: «El relato auténtico con la conclusión del romance fue enviado desde la Provenza a tierras alemanas». En el Parzival, el Castillo del Grial es un lugar secreto guardado por los templarios, a quienes significativamente Wolfram llama «los bautizados»,
que tienen por misión la propagación secreta de su fe. La Compañía del
Grial se caracteriza por su afición al secreto y su aversión a ser
preguntada. Al final del relato, Repanse de Schoye, la
portadora del Grial, y Fierefiz, el hermanastro de Parzival, parten
hacia la India y engendran un hijo llamado Juan, el famoso y misterioso
Preste Juan, primero de un linaje cuyos miembros toman siempre el nombre
de Juan. Tal vez sea una alusión en clave del Priorato de Sión, cuyos
Grandes Maestres supuestamente han adoptado siempre dicho nombre. Este
concepto de linaje es fundamental para las teorías de Baigent, Leigh y
Lincoln en relación con el Grial. Para ellos el «Santo Grial» era en realidad la «Santa Sangre». Ello se basa en la idea de que el original francés sangraal debería escribirse más propiamente como sang real,
la sangre real que en la interpretación de ellos significa un linaje.
Baigent, Leigh y Lincoln relacionan las leyendas del Grial interpretadas
en función del linaje con lo que ellos creen es el gran secreto de
Jesús y la Magdalena: que eran esposo y esposa, de donde resulta la
hipótesis de estos autores, de que el Grial de las leyendas era una
referencia simbólica a los descendientes de Jesús y María Magdalena.
Según esa teoría, los custodios del Grial eran los que conocían la
existencia de ese linaje secreto y sagrado, como los templarios y el
Priorato de Sión. Pero esta idea suscita un problema. En los relatos
griálicos se hace hincapié en el linaje de los buscadores del Grial o el de los que lo encuentran;
pero el Grial mismo es algo aparte. Aunque sería bien posible que las
leyendas aludiesen a un secreto guardado por ciertas familias, y
transmitido por ellas de generación en generación, en realidad no parece
plausible que se refieran a un linaje. Al fin y al cabo, toda la idea
descansa sobre un juego con una sola palabra francesa, sangraal, y parece difícil sostener una hipótesis que postule la conservación de un linaje «puro» en el decurso de muchos siglos.
En cambio resulta más plausible la conexión entre los relatos griálicos y
el legado de los templarios. Se cree que Wolfram von Eschenbach fue un
gran viajero y que no desconoció los establecimientos templarios del
Próximo Oriente. Su relato es el más explícitamente templario de todos
los romances griálicos. Como ha escrito Malcolm Godwin, «en
todo el Parzival, Wolfram mezcla la narración con alusiones a la
astrología, la alquimia, la cábala y las nuevas ideas espirituales
procedentes del Oriente». También incluyó simbolismos tomados del
Tarot. Los custodios del Grial en el castillo de Montsalvatge son
llamados explícitamente templarios. El castillo en cuestión ha sido
identificado con Montségur, el último reducto de los cátaros. En otro
poema suyo, Wolfram llama Perilla al señor del Castillo del Grial. El
señor verdadero de Montségur en la época de Wolfram se llamaba Ramon de
Perella. Una vez más hallamos relacionados a los templarios con los
cátaros, y, a ambos, con un tesoro muy valioso pero del que no se dice
con claridad en qué consiste. En la versión de Wolfram no hay ningún
cáliz de propiedades sobrenaturales, sino que el Grial es una piedra, lapsit exillis. Esa
expresión enigmática puede encerrar más de un significado. Pero podemos
considerar que es una suerte de contracción fonética de lapis lapsus ex caelis, ‘la piedra caída de los cielos’, o
meteorito. e. Otras explicaciones especulan con que esa piedra sea la
que se desprendió de la corona de Lucifer, cuando éste fue precipitado
de los cielos a la tierra, o la famosa Piedra Filosofal (lapis elixir)
de los alquimistas. Lo que es evidente es que el texto abunda en
símbolos alquimistas. Según algunos autores, el personaje Cundrie, la «mensajera del Grial» en Parzival, representa a María Magdalena. En 1882 ciertamente lo entendió así Wagner, el autor de la ópera Parsifal, cuando Kundry saca un frasco de «bálsamo»
y unge los pies del protagonista para enjugarlos luego con sus
cabellos, como hizo la Magdalena. Tal vez podría intuirse alguna
resonancia entre el cáliz del Grial y la jarra de alabastro que lleva la
Magdalena en la iconografía tradicional cristiana. No obstante, en
todas las narraciones la búsqueda del Grial es una alegoría del camino
espiritual del héroe hacia su transformación personal, que fue uno de
los motivos principales de los alquimistas. Pero el carácter «herético» de todas las leyendas del Grial, ¿se debe a este contenido alquímico?
A la Iglesia podía ofenderla gravemente la negación de su autoridad y de
la sucesión apostólica que implican los relatos griálicos. El héroe
actúa por su cuenta, aunque con algunas ayudas ocasionales, en la busca
espiritual de la iluminación y la transformación. De manera que las
leyendas griálicas son, en rigor, textos gnósticos, por cuanto subrayan
que cada uno es responsable de la situación de su alma. Además, en todos
los relatos griálicos la experiencia del Grial se describe como
reservada a los iniciados superiores, a los más distinguidos de entre
los elegidos, y ello en un sentido que excede incluso la trascendencia
de la Eucaristía. Es más, en todos esos relatos el objeto en sí,
cualquiera que sea, lo guardan mujeres. E incluso en la leyenda céltica
de Peredur, aunque los hombres ciñen espada, son las doncellas quienes
llevan lo que podríamos llamar el Grial prototípico,
la bandeja con la cabeza cortada. Es sorprendente que se asigne a las
mujeres un papel tan destacado en lo que era, a todos los efectos, una
forma equivalente a la Misa. Recordemos que los cátaros, cuya fortaleza
de Montségur fue seguramente el original del Castillo griálico de
Wolfram, tenían un sistema de igualdad sexual en el sentido de que
admitían tanto «sacerdotes» como «sacerdotisas».
La relación con los templarios es corriente en los relatos del Grial.
Tal como han señalado varios estudiosos, la acusación de que los
caballeros rendían culto a una cabeza cortada, que sería tal vez lo que
llamaban Baphomet, tiene sus ecos en los romances del Grial, por donde
circulan cabezas cortadas en abundancia. Los poderes que los templarios
atribuían al tal Baphomet, según la inculpación, eran de tipo griálico.
Se dice que era capaz de hacer florecer los árboles y devolver la
fertilidad a las tierras. De hecho, no sólo se les acusó de reverenciar
esa cabeza sino que además tenían, se dijo, un relicario de plata en
forma de cráneo femenino, sin más rótulo que un simple caput (cabeza). Al considerar las implicaciones de esa cabeza femenina y tras «descifrar» a Baphomet comoSophia, Hugh Schonfield escribe: “Parece
poco dudoso que la cabeza de una bella mujer representaba para los
templarios a Sophia en su aspecto femenino y de Isis, y que la
vinculaban a María Magdalena en la interpretación cristiana“. Entre
las reliquias de los templarios figuraba también, según se ha dicho, un
dedo índice derecho atribuido a Juan el Bautista. También esto puede ser
más significativo de lo que parece a primera vista. Como hemos visto,
las escenas religiosas que pintó Leonardo suelen presentar un personaje
que levanta dicho dedo en actitud intencionada, casi ritual. Ese gesto
tiene que ver con Juan el Bautista, según todas las apariencias. Vemos,
por ejemplo, que en La Adoración de los Magos dicho
personaje se halla en actitud reverente mirando un algarrobo, al tiempo
que hace el ademan. Ambos, árbol y gesto, están vinculados a Juan el
Bautista. Y si Leonardo creyó que la reliquia del dedo estuvo en poder
de los templarios, quizá fue esa la razón material de que adoptase tal
imaginería en sus cuadros.
En su Leyenda dorada, Jacobo
de Voragine recogió una tradición según la cual el dedo de Juan el
Bautista, única parte del cuerpo decapitado que se salvó de su
destrucción a cargo del emperador Juliano, fue llevado a Francia por
santa Tecla. Ello indicaría que podría existir algún motivo para creer
que la reliquia de los templarios y la de la leyenda fueron la misma
cosa. En una tradición también recogida por De Voragine, la cabeza del
Bautista fue enterrada debajo del templo de Herodes, en Jerusalén. Y se
sabe que los templarios excavaron allí. Son numerosas las asociaciones
de los templarios con el Grial. La británica Nina Epton, autora de
libros de viajes, ha descrito, en The Valley of Pyrene (1955), cómo subió a ver las ruinas del castillo templario de Montréal-de-Sos,
en Ariège, para ver unos murales que representaban una lanza de la que
se desprendían tres gotas de sangre, así como un cáliz. Estas imágenes
fueron tomadas de las leyendas griálicas. No menos sorprendentes fueron
los graffiti encontrados en un
castillo de Domme, que sirvió de cárcel a numerosos templarios. Ean y
Delke Begg describen una extraña escena de la Crucifixión en la que
aparece a la derecha José de Arimatea, llevando una cruz de Lorena, que
recoge unas gotas de la sangre de Jesús. A la izquierda se veía una
mujer desnuda y embarazada portando una vara o bastón.Hay otras
asociaciones, todavía más curiosas. En Saint-Martin-du-Vésubie, en
Provenza, lugar renombrado por su Virgen negra y porque tuvo un
establecimiento templario, hay una tradición que incorpora elementos
interesantes de los relatos griálicos. Dice que todos sus templarios
fueron ejecutados por decapitación, pero antes de morir maldijeron la
tierra, por lo que los hombres se volvieron impotentes o estériles, y
las tierras se convirtieron en eriales. Cualquiera que sea la verdad del
asunto, consta históricamente que el duque Manuel Filiberto de Savoya
mandó exorcizar aquellas tierras en 1560 porque se hallaban en un estado
desastroso. Y hay una montaña vecina que lleva todavía hoy el nombre
de Maledia, traducible por «enfermedad».
Pero lo más significativo de esa lamentable historia es que vincula a
los templarios decapitados con la esterilidad que afligió al país,
siendo éstos dos elementos principales del canon griálico. Algo tenían
las cabezas cortadas para los autores de esos relatos, o tal vez una
sola cabeza cortada, que traía la desgracia a la tierra, aunque también
podía favorecer a algunos y hacerlos ricos. Desconciertan tantas
historias sobre el Santo Grial y sus diversos hilos colaterales. Pero en
su estudio sobre las leyendas griálicas,The Hidden Church of the Holy Graal (1902),
el gran entendido en ocultismo A.E. Waite supo distinguir la presencia
de una tradición secreta dentro del cristianismo, que subyace en dichas
leyendas. Waite fue de los primeros que identificaron sus elementos
alquímicos, herméticos y gnósticos. Aunque estaba seguro de que las
leyendas del Grial contenían fuertes indicios de la existencia de una «Iglesia oculta», no aventuró ninguna conclusión definitiva acerca de su naturaleza, si bien concedió lugar destacado a lo que él llamaba «la Tradición Juanista [o Johánnica]».
Con esto nos remite a una idea sostenida desde hace mucho tiempo en los
círculos esotéricos y que se refiere a una escuela mística del
cristianismo, fundada por Juan el Evangelista y basada en las enseñanzas
secretas que éste recibió de Jesús. Ese conocimiento arcano nunca
apareció en el cristianismo exotérico transmitido por las enseñanzas de
Pedro. Según Waite, y vale la pena reparar en ese detalle, dicha
tradición llegó a Europa por la Galia meridional, es decir el sur de
Francia, antes de filtrarse a la primitiva Iglesia céltica de las islas
Británicas. Pese a los elementos célticos que contienen los relatos del
Grial, Waite opinaba que la influencia juanista había tenido su origen
en el Oriente Próximo y que fueron los templarios quienes la
transmitieron. Pero se abstuvo de postular que ésa fuese la única
conexión posible. ya que ésta no tiene ninguna prueba concluyente que la
corrobore, si bien admitió que era la más plausible. En cualquier caso
estaba seguro de que los romances del Grial se basaban en algún tipo de «Iglesia oculta»
y relacionada con los templarios. La insistencia de Waite aporta una
idea seductora, la de la relación entre los temas griálicos y un cierto
san Juan, aunque todavía no se ha dicho cuál de ellos.
Los relatos del Grial vienen a ser una manifestación más de las ideas
clandestinas que circulaban por la Francia medieval bajo los auspicios
de los templarios, como también la veneración de Vírgenes negras. Entre
lo uno y, lo otro hay conexiones sorprendentes. Por ejemplo, la
derivación de temas paganos anteriores, como la mitología céltica, en el
caso de las leyendas del Grial, o los santuarios de antiguas diosas
paganas, en el culto de las Madonas negras. Y ambos florecieron en los
siglos XII y XIII, como resultado del contacto con los Santos Lugares a
través de los templarios. Éstos obtuvieron conocimientos de muchas
fuentes esotéricas, entre ellas las alquímicas y la sexualidad sacra. La
relación entre Vírgenes negras, templarios y alquimia fue estudiada por
el historiador francés Jacques Huynen, en su libro L’énigme des Vierges Noires, 1971. Y el «puente»
entre esas ideas esotéricas y el mundo cristiano de su época lo encarnó
la imagen de una mujer: María Magdalena. De todo eso han pasado muchos
siglos. Los cátaros desaparecieron y los templarios no tardaron mucho en
seguirlos. ¿Habrá quedado enterrado aquel conocimiento secreto? Tal vez
no. Tal vez se ha convertido en un secreto todavía vivo en los
subterráneos de la Europa actual.
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