En el Portal de las
Culturas - de donde extraemos este artículo - estan abiertos a todas las
posibilidades y por eso ofrecemos este artículo aunque pueda parecer a
veces que va en contra de los tiempos supuestamente “modernos”.
Solo ofrecemos información, con la cual ni juzgamos ni a favor ni en contra, que cada cual juzgue por si mismo. (Nota editorial)
La alquimia es la ciencia que consiste en purificar la naturaleza íntima del hombre para llegar a ser un individuo
no alienado.
Por: Ernest Scott
Fuente: Fundación Carl Gustav Jung
¿Qué es la alquimia? Hace medio siglo no había en Occidente ninguna duda
a este respecto: Era una superstición existente entre los ignorantes de
tiempos pasados que creían que con ciertas manipulaciones se podría
transformar metales viles en oro.
Después de que las
ideas de C.G.Jung empezaron a circular por Europa, apareció una
conclusión nueva, aclaratoria , de la alquimia: era, realmente,
Psicología. Los alquimistas se autoanalizaban; “sublimando” y
“calcinando” su propio inconsciente. Su meta verdadera no era la de fabricar oro, sino producir un hombre no alienado.
En la Edad Media, las
maniobras de este género se deslizaban sobre un territorio que la
Iglesia consideraba suyo. Fue por esto que los alquimistas se vieron
forzados a disimular lo que hacían realmente detrás de
una tentativa aparentemente insensata de transformar el plomo en oro.
Aunque esta explicación no satisfizo del todo a la nueva psicología,
porque era sabido que aún en el siglo XX, en Fez, Cracovia, Damasco,
París y Londres, hombres de cierta inteligencia se dedicaban ,
“literalizando los simbolos”, a seguir intentando operaciones tendientes
a producir un oro amarillo perfectamente tangible. Habían abandonado el
carbón vegetal sustituyendolo por gas, pero hacían manifiestamente algo
con marmitas y cacerolas, no con el «yo» y el «ello».
Todas las ideas sobre
lo que es la alquimia, vista desde el exterior, pueden repartirse en
varias categorías, con interferencias entre ellas:
Primer punto de vista: Es posible transmutar un elemento en otro. Una de
estas transmutaciones es la del plomo o del hierro en oro (oro
material, no simbólico) . La manera de proceder para lograrlo, debe de
ser un prodigioso secreto venido desde el fondo del tiempo. Es el
secreto mejor guardado de toda la historia de la humanidad.
Sabiendo que la transmutación de algunos metales es posible, el
alquimista sabe cómo hacerlo y guarda el secreto más grande.
Si hay una cierta
relación del alma con el crisol , donde se verifica la operación, se
produciría una transmutación semejante también en su ser ordinario. En
el momento en que el plomo llega a ser oro en el crisol, el espíritu del
operador es transformado, como si fuera sometido a una irradiación
potente. Por otra parte, ciertos subproductos químicos que restan en el
crisol pueden ser conservados y servir, ya sea para hacer oro de nuevo, o
para transformar a otros hombres. De allí las leyendas relativas a «la
píldora del hombre astuto», o al elixir que el conde de Saint Germain
habría ofrecido a Casanova moribundo.
Segundo punto de vista: La alquimia es la ciencia que consiste en purificar la naturaleza íntima del hombre para llegar a ser un individuo no alienado. Comparado con el hombre ordinario, este individuo
tendría ciertas capacidades superiores. Por razones políticas, era
necesario enmascarar esta actividad bajo la de una acción quimica de
refinado y transformación de metales, que la Iglesia no tendría ninguna
razón para reprobar.
El alquimista es un
hombre que conoce un método inmensamente eficaz para limpiar los
establos de Augias de su propio inconsciente. Si es impulsado
suficientemente lejos, el proceso da nacimiento a un verdadero cuerpo
espiritual dotado de propiedades pertenecientes a un orden de realidad
diferente. Si ese cuerpo espiritual es proyectado de una cierta manera
sobre los metales viles, cumplirá una transmutación comparable a la suya
sobre la materia inorgánica.
Digamos a continuación
que fuera del pequeño círculo de los alquimistas, nadie sabe cuál de
estos dos puntos de vista, solo o combinado con el otro, se aproxima a
la realidad de la praxis alrededor de la alquimia. Podría ser que
hubiera algo que deducir de las primeras proposiciones de la Tabla de
Esmeralda de Hermes Trismegisto:
“Es verdad, sin mentira, y muy verdadero:
lo que está abajo es como lo que está arriba,
lo que está arriba es como lo que está abajo,
para hacer el milagro de una sola cosa.”
Que esto fuera un medio de hacer fortuna rápidamente, como método de
desarrollo psicológico o como ciencia sagrada de espiritualización, la
alquimia ha capturado la imaginación de Europa durante siglos y no ha
perdido nada de su aura en ciertos medios, aunque muchos piensan que,
desde el fin del siglo XVIII, pesa una prohibición sobre ella.
Todo indica, sin
embargo, que algo se trasluce de tiempo en tiempo.
El origen de la Alquimia
La palabra «alquimia» puede venir del árabe alkimia. Los supuestos
orígenes egipcios hacen pensar que la raíz chim pueda derivarse del
nombre en lengua egipcia, que significa «negro» y designa la tierra
negra contrastando sobre el tinte amarillento de las arenas del
desierto. Otro origen posible sería la palabra griega chyma, que
significa acción de fundir metales.
De todas modos, la alquimia es extremadamente antigua, ya sea que sus
primeras referencias historicas sean de China o de Egipto. Existen
textos chinos que datan de 144 a.C. y existen razones para hacer
remontar la alquimia china al menos al siglo IV a. C.
Los intercambios entre
el Extremo Oriente y el Oriente Medio eran numerosos y la alquimia del
Medio Oriente bien pudo venir de China. Por otra parte, la alquimia
china era principalmente esotérica y pretendía producir una medicina que
asegurara una larga vida o la inmortalidad, mientras que en el Oriente
Medio, antes del Islam, la alquimia tenía un carácter esencialmente
exotérico, y el alquimista se consagraba, por lo menos en apariencia, a
manipular aleaciones de metales.
Al suponer que la China haya trasmitido la idea de la alquimia, es
preciso observar que sólo podía tratarse de alquimia medicinal y no
metalúrgica. Sin embargo, si se adopta el punto de vista según el cual
la alquimia es la traducción en términos «materiales», de informaciones
obtenidas al acceder a un nivel
superior de conciencia, la dificultad histórica no se plantea. Tanto en
China como en el Medio Oriente se habría penetrado en los mismos
dominios y traducido las mismas intuiciones, en términos «materiales»,
correspondiendo a las psicologías respectivas: medicinales en uno,
metalúrgicas en el otro, y en algún caso, una combinación de ambas.
La evolución de la
alquimia
Desde la fundación del Islam la alquimia pasó a ser una ciencia
musulmana, aunque no fuera más que en el plano lingüístico. El árabe era
la lengua culta en los imperios islámicos, y, por lo tanto, la lengua
de las artes y de las ciencias. Pero los textos utilizados podían ser
persas o griegos. El Islam se apropió en su totalidad de los
conocimientos griegos sobre la alquimia. Numerosas y muy antiguas obras
de alquimia fueron traducidas al árabe. Desde el siglo VIII, la
civilización árabe había producido una pléyade de eruditos capaces de
estudiar los textos griegos y así la trasmisión del saber del pasado
alcanzó un gran auge.
En cuanto a los
alquimistas de origen árabe, ellos aportaron a este arte hermético una
contribución extremadamente original.
Aparentemente practicaban una química ingenua, y en sus textos aparecían
«cuadrados mágicos» cifrados. Hablaban de sustancias hipótéticas, de
las cuales el azufre y el mercurio ordinario eran las formas más
aproximadas. Y es que los más importantes alquimistas árabes de esa
época eran sufíes, Ellos hablaban de cuatro elementos: la tierra, el
agua, el aire y el fuego y de cuatro cualidades o naturalezas: el calor,
el frío, la sequedad y la humedad. En presencia de estas cualidades, y
gracias al influjo de los planetas, los metales se formaban en las
entrañas de la tierra bajo la acción del azufre y del mercurio.
El azufre y el mercurio
perfectamente puros, combinados según ciertas proporciones daban origen
al oro. En el caso en que fueran impuros y en proporciones no adecuadas,
daban nacimiento a todos los otros metales.
Una figura destacada fue Avicena (980-1037). Considerado como la más
brillante inteligencia desde Aristóteles, se veía en él un genio y la
suprema autoridad en todos los planos posibles. Aunque Avicena compartía
las ideas en uso sobre la constitución de la materia, afirmaba que la
transmutación de los metales en oro no tenía una base real, dando varias
explicaciones posibles al fenómeno: La primera era que hombres de una
inteligencia fuera de lo común, trabajando de manera pragmática, eran
llevados a deducir ciertas conclusiones extraídas de su experiencia con
la materia. Se trataba de materialismo científico al pie de la letra.
La segunda era que ciertos seres excepcionales, ligados a auténticas
escuelas de desarrollo personal, habían enriquecido el saber práctico de
su tiempo por haber tenido acceso a un estado superior de conciencia,
el que les permitía conocer por inducción la manera de aplicar leyes
naturales a eventos concretos. La tercera era que los hombres de esta
última categoría habían preferido disimular la fuente de su saber
enmascarando deliberadamente el proceso.
La tradición sufí
parece ofrecer muchos ejemplos de esta manera de actuar. Está dicho que,
a veces, la mejor aproximación a la realidad, a nivel temporal,
consiste en el planteamiento de contrarios aparentemente irreconciables.
Entre los siglos XII al XIII, Al-Ghazzali (1058-1111) y Rumi
(1207-1273) fueron reconocidos como sufíes de estatura excepcional y
ambos hablaban de la experiencia mística como de una transformación
alquímica. «Elementos contrarios, aunque opuestos en nombre, pueden
actuar juntos», decía Rumi.
La Alquimia en la Europa medieval
En esa época se tradujo por primera vez un texto alquímico árabe al
francés.
Uno de los primeros
alquimistas europeos fue San Alberto Magno (1206 -1280), prototipo de
algunos personajes de la Edad Media que unían un espíritu ávido de
conocimiento con un «algo más» que les valía ser admitidos en algunas de
las misteriosas sociedades secretas. Monje dominicano -a pesar de su
espíritu independiente- recorrió a pie Francia y Alemania enseñando
filosofía, hasta que se radicó en Colonia, dedicándose a estudiar , a
enseñar y a escribir.
Alberto el Grande afirmaba que la transmutación alquímica de los metales
era imposible y que lo más que podían hacer los alquimistas era cubrir
los metales con polvo dorado para darles la apariencia de oro. Por otra
parte, declaraba que un conocimiento íntimo del proceso alquímico le
había sido otorgado por la gracia de Dios.
El renombre de San
Alberto Magno era tal, que intelectuales de todas partes de Europa
venían a recibir sus enseñanzas. Uno de los más famosos entre sus
alumnos fue Tomás de Aquino (1226-1274).
Tomás parece haber creído inicialmente en la realidad de la
transmutación alquimica, pero su actitud representaba un elemento
interesante no sugerido antes en el medio europeo. “La Gran Obra
dependía -según él- de operaciones ocultas de naturaleza celestial que
la alquimia no siempre puede controlar. Así, el artista debe aspirar a
la creación de condiciones apropiadas en él mismo dirigidas a favorecer
la mediación de esta virtud celestial”. La hipótesis planteada es que el
proceso alquímico, ya sea que se dirija al desarrollo interior del
hombre o a la transmutación de metales, depende de factores de de origen
cósmico y espirirtual, influyendo en un lugar y en un momento
determinados.
Resulta interesante
hacer notar que la tradición iniciática, en la corriente sufí, afirma
que ciertas operaciones – aunque la manera de proceder sea correcta- no
llegarán al término deseado (o, como ellos dicen, a la evolución
buscada) si no concuerdan ciertas circunstancias: «el esfuerzo adecuado,
hecho por las personas adecuadas, en el lugar y momento adecuados». Si
estas condiciones no están reunidas, no hay resultado.
Cualquiera que sea la realidad que se disimule bajo esta fórmula, ella
explicaría por qué constantemente se hace mención en toda la literatura
alquímica a algo intangible que los alquimistas, en general, no han
podido definir y cuya “presencia” trasforma sus esfuerzos.
Uno de los más célebres
contemporáneos de San Alberto Magno y de Tomás de Aquino fue Roger
Bacon (1214-1292), el casi legendario «Doctor mirabilis», que enseñaba
en Oxford vestido de árabe, y del que se decía que podía transformar en
hombres a los demonios. Fue una de las más brillantes inteligencias de
Europa.
Bacon produjo tres obras monumentales: Opus maius, Opus minus, Opus
Tertium. Consideraba que la totalidad del conocimiento humano, pasado,
presente y futuro, se encontraba en la Biblia; pero -contrariamente a
sus contemporáneos- no creía que fuera un libro accesible a todos. Para
comprenderlo, pensaba que era necesario un determinado nivel interior
que exigía conocimientos alquímicos, astrológicos y mágicos.
Era este un terreno
evidentemente peligroso, sobre todo para un religioso -era franciscano- y
su manera de pensar le acarreó una condena de catorce años de carcel,
impuesta por su misma orden,
Bacon, tanto como Alberto el Grande, estaba evidentemente en contacto
con auténticas fuentes esotéricas; pero, a diferencia de él , Roger
Bacon sabía árabe. Parecía claro que, para los ambos, una fuente de
sabiduría profunda era el sufismo. Bacon tenía bien claro lo que
significaba «la enseñanza adecuada en el momento y lugar adecuados». No
ignoraba la necesidad primordial de una transmisión viviente en todos
los procesos de desarrollo personal. El mundo occidental de su tiempo no
podía comprender que una situación adecuada fuera forzosamente atender a
la astrología o la alquimia.
Se juzgaba entonces que
esta posición bordeaba la herejía.
Estos tres europeos citados pertenecían a un nivel superior de
inteligencia y causaron una profunda impresión en su tiempo. Sus aportes
han persistido durante siglos bajo apariencias muy diversas. Eran
realmente «conocedores». Habían aprendido técnicas que les dieron acceso
a un nivel de conciencia que les permitía percibir el contenido
psicológico de lo religioso. Atendiendo a que todas las verdaderas
religiones no forman sino un camino. Conocieron las leyes de la
naturaleza de los fenómenos.
Hemos sugerido la idea que esta fuente de desarrollo personal interior
podría identificarse con iniciados sufíes. Estos se preocupaban de
realizar ciertos progresos en la evolución de la humanidad y existe
constancia de ello entre el año 750 al siglo XIII, siéndoles indiferente
llevar a cabo sus actividades en el ámbito del islam ortodoxo o del
cristianismo ortodoxo. Aquellos alquimistas árabes que estaban al
servicio de esa fuente vivían en dos mundos.
Proclamar la verdad tal
como la conocían -esa realidad interior que los dogmas y las
instituciones habían sofocado- los habría hecho aparecer como apóstatas.
Les era necesario, también , trabajar en secreto, hacer lo que tenían
que hacer, pero dando a su acción una forma aceptable para la ortodoxia.
Sabían que hacía falta construir un puente, pero resultaba que la
construcción de puentes era ilegal. Debían entonces aparentar que
estaban haciendo otro trabajo: cavar hoyos en el camino, por ejemplo,
bien entendido, esos hoyos eran incomprensibles para sus contemporáneos,
y tal vez lo siguen siendo todavía para muchos.
En los siglos
siguientes al siglo XIII, la luz de la alquimia centellea en toda
Europa. Aparecen personajes extraños en las cortes de reyes y príncipes,
en los monasterios y en las plazas públicas. Se les llama, sabios,
hombres religiosos, charlatanes, filósofos. Sus escritos son
supersticiosamente copiados, preciosamente conservados, vendidos, o
difamados, Entre los alquimistas mismos existía un modo de transmisión
en la que los textos eran editados de manera que supusiera un reto de
profundidad a sus discípulos, para extraviar más completamente, a los
que no profundizaban, a los que no habían alcanzado el nivel para el
cual el texto había sido escrito.
Todo parecia ser
confusión y contradicción. ¿Se dedicaban los alquimistas a la
fabricación de oro? ¿0 hablaban de una metafísica que no tenía nada que
ver con el oro propiamente dicho?
La Alquimia de Paracelso
Como figura relevante de esa época, podemos citar a Paracelso
(1493-1541), médico, alquimista, astrólogo, mago. Se decía de él: «Los
que se imaginan que la medicina de Paracelso es un sistema de
superstición que nosotros hemos felizmente dejado atrás al evolucionar,
se sorprenderían si conocieran los principios en que está basada, y
constatarian que se fundamenta en un conocimiento de orden superior que
nosotros no hemos todavía alcanzado, pero al cual podremos aspirar
cuando progresemos».
Jung, dijo de él : «Vemos en Paracelso no solamente una medicina
química, sino además una psicoterapia empírica».
Nacido en Suiza,
recorrió toda Europa, suscitando admiración, escándalo y críticas. «La
magia es mejor profesor de medicina que los libros -decía Paracelso-,
sólo que no puede ser enseñada en las universidades porque viene
directamente de Dios. La magia es el verdadero maestro, enseñando el
arte de curar las enfermedades. Si nuestros médicos poseyeran esos
poderes, se podrían quemar todos sus libros y arrojar sus drogas al mar,
y el mundo estaría mejor».
No cabe duda que Paracelso fue un pionero en medicina. Fue un precursor
de la quimioterapia moderna (curaba la sífilis con mercurio) e inventó
(o descubrió) la homeopatía doscientos cincuenta años antes que
Hahnemann; utilizando , ya entonces, los principios de la vacunación.
Dos siglos antes que
Mesmer, se preocupó del magnetismo, estudiando sus efectos sobre las
enfermedades. No estuvo lejos de postular la equivalencia de la masa y
de la energía: «Debes saber entonces que dicha masa no es más que una
caja llena de fuerza y de poder».
Cuando dictaba sus clases, era tan carismático que se hacían evidentes
sus conocimientos de fuentes ocultas, atrayendo por ello a multitudes de
estudiantes. Se supone que esa fuente era la astrología, la alquimia, y
por supuesto el sufismo. En su obra Philosophia Occulta da versiones
casi literales de material didáctico sufí. Un erudito de su tiempo
resumió así su pensamiento: «Según Paracelso, la enfermedad y la salud
están regidas por las influencias astrales. Remedios secretos: los
“arcanos” permiten atrapar la primera y recuperar la segunda. El arcano
asegura el restablecimiento de la armonía celeste entre el “astro”
interior – es decir, el astro en uno – y un astro celeste.
El primero debe entonces
“alzarse hacia los cielos”, o sea que su naturaleza es volátil e
incorpórea. El remedio físico es material, por la fuerza de los hechos,
pero el arcano que él contiene es espiritual».
Durante setecientos años la trama alquímica parece correr oculta en el
tejido literario, médico, científico y artístico de Europa. Hasta que
entre 1920 y 1925 un misterioso personaje aparece en Francia y entrega a
un estudioso de la alquimia un manuscrito para su edición. Era “El
Misterio de las Catedrales” y su autor se identificaba como Fulcanelli.
Nunca más se supo de él, aunque corría el rumor que vivía en España en
un misterioso valle situado en una región montañosa, en una especie de
Shangri-la secreto.
El libro muy pronto se
hizo célebre y fue considerado – entre otras cosas – como la clave de la
arquitectura de las catedrales góticas que -según su autor- son
manuales de técnicas alquímicas en lenguaje cifrado. Algo semejante
insinúa Ouspensky en su libro “El Nuevo Modelo del Universo”.
Por ese tiempo también aparece en Europa uno de los personajes más
sorprendentes que se haya visto llegar al Occidente: George Ivanovitch
Gurdjieff. Hablar de él alargaría en exceso este texto. Sólo diremos que
toda su enseñanza estaba enfocada hacia la “alquimia interior”, o de
cómo el hombre podía cambiarse a sí mismo produciendo «hidrógenos».
En su libro “Fragmentos
de una Enseñanza Desconocida”, Ouspensky reproduce unas palabras de
Gurdjieff sobre los distintos caminos de la evolución humana:
«Es preciso hacer notar que, aparte de estos caminos justos y legítimos,
hay también otros artificiales que no dan más que resultados
temporarios, y caminos francamente perjudiciales que pueden dar
resultados permanentes, pero nefastos.
Sobre estos caminos, el
hombre igualmente busca la llave de la cuarta habitación y, a veces, la
encuentra. Puede suceder también que la puerta de la cuarta habitación
se abra artificialmente con una ganzúa, Y en estos dos últimos casos, la
habitación puede encontrarse vacía».
Les Gardiens Invisibles
Edit: Le Courrier du Livre
París 1990
Traduc: H.Oliveira
Llevaba algún tiempo retrasando un post sobre el Manuscrito Ripley, pero al ver hoy que hablaban de él en el magnífico blog BibliOdyssey no he podido resistirme más Por ahora me limito a traducir del inglés lo que explica Peacay en
su blog (encontraréis el texto al final de la laaaaaarga imagen), pues
difícilmente se podría hacer un resumen mejor. Sin duda alguna, una de
las más bellas obras de arte relacionadas con la alquimia.
Llevaba algún tiempo
retrasando un post sobre el Manuscrito Ripley, pero al ver hoy que
hablaban de él en el magnífico blog BibliOdyssey no he podido resistirme
más Por ahora me limito a traducir del inglés lo que explica Peacay en
su blog (encontraréis el texto al final de la laaaaaarga imagen), pues
difícilmente se podría hacer un resumen mejor. Sin duda alguna, una de
las más bellas obras de arte relacionadas con la alquimia.
La historia del Alquimista George Ripley
George Ripley
(?1415-1490) no permitió que su condición de monje agustino en Yorkshire
le impidiera mejorar su educación en alquimia viajando por toda Europa.
Tras pasar algún tiempo en Francia y Alemania, Ripley se estableció en
Roma durante unos 20 años con apoyo papal.
A su regreso a Inglaterra en 1477, supuestamente Ripley ya estaba en
posesión del secreto de la transmutación.
Algunos creen que las
considerables donaciones dadas por Ripley para ayudar a los Caballeros
de la Orden de Malta en su guerra contra los turcos procedían de su
producción de oro a base de metales. Esto sólo mejorado su reputación y
naciente fama.
Ripley fue uno de los
primeros en publicar trabajos del renombrado alquimista del siglo XIII,
Raymond Lull. En sus propios escritos, en doscientos o más manuscritos,
"Ripley adoptó una aproximación alegórica a la alquima, y sus escritos
más importantes son su Compound of Alchemy, en verso, que describe el
proceso alquímico como la experimentación de las doce etapas o
"Puertas", y su emblemático 'Ripley Scrowle' (Rollo o Manuscrito
Ripley)".
El destacado Manuscrito
Ripley es, en pocas palabras, un manuscrito alquímico que muestra la
producción de la Piedra Filosofal (el escurridizo ingrediente que
produce oro incorruptible mediante metales menores; y/o el Elixir de la
vida) en criptogramas pictóricos.
En realidad hay
veintiún "manuscritos Ripley", conservados en destacadas instituciones
del Reino Unido (en su mayoría) y los Estados Unidos. La mayoría de
ellos –incluyendo la versión de Yale que acompaña estas líneas–
comparten características gráficas similares y son consideradas como un
único tipo. Cuatro de estos rollos son tan diferentes al resto que son
agrupados juntos como un segundo tipo. Todos ellos fueron copiados de un
trabajo original anterior que podría datar de finales del siglo XV.
Aunque de tamaños
variables, la mayoría de estos rollos tienen una longitud de unos 25
pies [unos siete metros y medio] y aproximadamente un pie y medio
[cincuenta centímetros] de anchura.
El nombre de Ripley está asociado con los rollos porque su poesía
alegórica está incluida en muchas de las versiones tardías. (Se ha
sugerido que la pezuña de caballo que tiene el bastón sostenido por la
figura del final de la imagen constituye su 'firma').
Los veintiún rollos
fueron creados tras la muerte de Ripley, en los siglos XVI y XVII. La
versión que acompaña estas líneas data de una fecha cercana a 1570.
Algunos de los manuscritos están descoloridos o gravemente dañados, por
lo que el 'rollo' conservado en Yale es definitivamente el de mejor
calidad entre los que se conservan.
Soy reacio a
profundizar mucho en el complejo simbolismo presente en el rollo, tanto
porque los más interesados encontrarán mejores fuentes de información
como porque se trata de un lenguaje esotérico y es generalmente
resistente a una reducción simplista. La interpretación requiere de la
contemplación de todos los componentes visuales y la forma en que
interactuan unos con otros en combinación con los elementos textuales.
Podría ser fácil, por
ejemplo, identificar la figura de la parte superior como un alquimista
(quizá Hermes Trismegisto) y un puñado de símbolos alquímicos en
círculos encadenados a un libro sagrado y una variación de la icónica
caída de Adán y Eva desde la escena de la gracia; el pájaro de Hermes
picoteándose su propia ala para amansarse, o cualquier número de
emblemas visuales que tienen posibles significados con referentes fuera
del rollo de Ripley.
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