El esqueleto de un príncipe etrusco, posiblemente relacionado con
Tarquinio Prisco, el legendario quinto rey de Roma que gobernó desde el
616 hasta el 579 antes de Cristo, se ha sacado a la luz en un hallazgo
extraordinario que promete revelar nuevos conocimientos sobre una de las
culturas más fascinantes del mundo antiguo.
En Tarquinia, una ciudad situada sobre una colina a unos 50 kilómetros
al noroeste de Roma famosa por sus tesoros artísticos etruscos, ha sido
hallada una tumba intacta de 2.600 años de antigüedad con una amplia
gama de objetos funerarios preciosos en su interior. “Es un
descubrimiento único, ya que es extremadamente raro encontrar una tumba
etrusca intacta de un individuo de la clase alta.
Esto
abre enormes oportunidades de estudio sobre los etruscos”, ha señalado
Alessandro Mandolesi, de la Universidad de Turín. Mandolesi dirige la
excavación en colaboración con la Superintendencia de Patrimonio
Arqueológico del sur de Etruria.
Un pueblo amante de la diversión y ecléctico, que —entre otras cosas—
enseñaron a los franceses a elaborar el vino, a los romanos cómo
construir caminos, e introdujeron el arte de la escritura en Europa. Los
etruscos comenzaron a florecer alrededor del año 900 a.C., y dominaron
gran parte de Italia durante cinco siglos.
Conocidos
por su arte, la agricultura, la fina metalurgia y el comercio, los
etruscos comenzaron a declinar en el siglo V a.C. cuando los romanos
acrecentaron su poder. Entre el 300 y el 100 a.C., fueron absorbidos
paulatinamente por los romanos.
Dado que su desconcertante lengua no indoeuropea prácticamente se
extinguió (no dejaron literatura para documentar su sociedad), los
etruscos han sido considerados durante mucho tiempo uno de los grandes
enigmas de la antigüedad. De hecho, gran parte de lo que sabemos acerca
de ellos proviene de sus necrópolis. Sólo las tumbas ricamente decoradas
que dejaron atrás han proporcionado pistas para reconstruir totalmente
su historia.
Bloqueada por una losa de piedra perfectamente sellada, la tumba
excavada en la roca en Tarquinia parecía prometedora, incluso antes de
abrirla. Varios objetos, entre ellos vasijas, jarrones e incluso un
rallador, se encontraron en el suelo frente a la puerta de piedra, lo
que indica que en el lugar se había llevado a cabo un ritual funerario
de una persona importante.
En cuanto se retiró la pesada losa de piedra, Mandolesi y su equipo se
quedaron sin aliento. En la pequeña cámara abovedada el esqueleto
completo de un individuo se encontraba descansando en un lecho de piedra
a la izquierda. Una lanza yacía a lo largo del cuerpo, mientras que las
fíbulas o broches que había en su pecho indicaban que el individuo, un
hombre, probablemente iba vestido con un manto.
A sus pies había una gran fuente de bronce y un plato con restos de
comida, mientras que el lecho de piedra que hay a la derecha podría
haber albergado los restos incinerados de otro individuo. En la parte
superior del muro, decorado con una franja roja, destacaba un pequeño
jarrón colgando de uno de los varios clavos de la pared y que pudo haber
contenido un poco de ungüento.
Una serie de objetos funerarios, que incluía grandes jarrones corintios y
preciosos adornos, yacía en el suelo. “Ese pequeño jarrón ha estado
colgado en la pared durante 2.600 años. Es increíble”, señala Lorenzo
Benini, director general de la empresa Kostelia. Junto con Pietro Del
Grosso, de la empresa Tecnozenith.
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