Según
el Génesis: “Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas
mismas palabras.” En la actualidad hay unas seis mil quinientas lenguas
en nuestro mundo. De ellas, solamente veinticinco pueden considerarse
importantes por su extensión y por su producción escrita. La pregunta
que ha preocupado siempre a pensadores y lingüistas es inmediata: ¿De
dónde surgió tal diversidad?
¿Cuál fue el origen
de todas las lenguas? Empecemos con algunas ideas sobre el origen
fisiológico del lenguaje. El hecho de que la actividad lingüística tenga
su base fisiológica en la actividad analítico-sintética de la corteza
cerebral dirigió el esfuerzo de los científicos a tratar de dilucidar,
en qué áreas de la corteza cerebral podría localizarse esta función
psíquica. Uno de los más eminentes fue Paul Pierre Broca (1824 – 1880),
que fue un médico, anatomista y antropólogo francés. Fue un niño
prodigio, consiguiendo graduarse simultáneamente en literatura,
matemática y física.
Es famosa su
frase:“Prefiero ser un mono transformado que un hijo degenerado de
Adán”. Ingresó a la escuela de medicina cuando tenía sólo 17 años y se
graduó a los 20, cuando la mayoría de sus contemporáneos apenas
comenzaban sus estudios médicos. Broca estudió medicina en París. Pronto
se convirtió en profesor de la cirugía patológica en la Universidad de
París y un notable investigador médico en muchas áreas. A la edad de 24
años fue reconocido con premios, medallas y posiciones importantes. Sus
trabajos científicos tempranos tuvieron que ver con la histología del
cartílago y hueso, pero también estudió la patología del cáncer, el
tratamiento de aneurismas y la mortalidad infantil. Como neuroanatomista
excelso, hizo importantes contribuciones al entendimiento del sistema
límbico.
En 1861 Broca
estudió a un enfermo que mostraba dificultades articulatorias severas, y
que presentaba una lesión en su corteza cerebral, causante de dichos
trastornos. La zona dañada, tercera circunvolución inferior del
hemisferio izquierdo, fue denominada por Brocá como causal de problema,
zona a la que denominó como centro motor del lenguaje. De igual forma,
Karl Wernicke (1848-1905), neurólogo y psiquiatra alemán conocido por
sus estudios sobre la afasia (alteraciones de la expresión y/o la
comprensión causadas por trastornos neuronales), apoyándose en una serie
de observaciones, llegó a la conclusión de que la región comprendida en
el tercio posterior de la circunvolución temporal superior del
hemisferio izquierdo, constituía el centro de comprensión del habla
(centro sensorial del lenguaje).
En El síndrome
afásico (1874), describió lo que más tarde se denominaría afasia
sensorial (imposibilidad para comprender el significado del lenguaje
hablado o escrito), distinguiéndola de la afasia motora (dificultad para
recordar los movimientos articulatorios del habla y de la escritura),
descrita por primera vez por el cirujano francés Paul Broca. Aunque
ambos tipos de afasia son resultado de un daño cerebral, Wernicke
encontró que la localización del mismo era distinta. La afasia sensorial
se debe a una lesión en el lóbulo temporal. En cambio la afasia motora
está provocada por una lesión en el área de Broca, situada en el lóbulo
frontal. Wernicke utilizó las diferentes características clínicas para
formular una teoría general de las bases neurológicas del lenguaje.
También describió, en colaboración con el psiquiatra ruso Sergei
Korsakov, un tipo de enfermedad cerebral, debida a una deficiencia de la
vitamina B1 o tiamina, llamada encefalopatía alcohólica de Wernicke o
síndrome de Wernicke-Korsakov.
El área de Wernicke
es una parte del cerebro humano situada en la corteza cerebral en la
mitad posterior del circunvolución temporal superior, y en la parte
adyacente del circunvolución temporal media. Corresponde a las áreas 22,
39 y 40 de Brodmann. Pertenece a la corteza de asociación o córtex
asociativo, específicamente auditiva, situada en la parte
postero-inferior de la corteza auditiva primaria área de Heschl. Su
papel fundamental radica en la decodificación auditiva de la función
lingüística (se relaciona con la comprensión del lenguaje); función que
se complementa con la del Área de Broca que procesa la gramática. La
afasia de esta área que se denomina como fluente, es aquella en la que
el paciente no presenta problemas en la articulación de palabras; no hay
disfunción motora del habla, sin embargo, este no comprende lo que oye,
a diferencia de la afasia de Broca, denominada como no fluente, donde
sucede lo contrario, se pierde la habilidad de elaboración de palabras,
aunque el paciente sí comprende lo que escucha. Debe su nombre al
neurólogo y psiquiatra alemán Karl Wernicke.
El sánscrito es una
lengua antigua del grupo indoario de la familia indoeuropea, que
floreció en el sur de contiene asiático. Aunque los antiguos habitantes
del norte de la India hablaban varios dialectos parecidos a lo que hoy
llamamos sánscrito clásico, en general se considera que el sánscrito es
una lengua escrita que ha funcionado como vehículo de expresión y
comunicación entre líderes religiosos brahamánicos y eruditos. El
sánscrito es la principal lengua litúrgica del hinduismo, el jainismo y
el budismo mahayana. La literatura escrita en esta lengua es vasta y se
ha expandido a través de muchos siglos. Podemos decir que ha gozado de
publicación casi ininterrumpida desde el 1500 a.C. hasta la fecha. Sin
embargo, los historiadores identifican dos épocas principales de la
literatura sánscrita: el periodo védico, aproximadamente entre los años
1500 y 200 a.C., y el periodo clásico, entre el 500 y el 1000 de nuestra
era. Los Vedas son los textos más antiguos en sánscrito y las
escrituras más antiguas del hinduismo, y están escritos en sánscrito
arcaico, al que muchos llaman, justamente, sánscrito védico. Las dos
grandes obras épicas de la India, el Ramayana –la vida de Rama– y el
Mahabarata –el gran relato de los Bharatas– también fueron originalmente
traducidas a muchos idiomas regionales. Además de ser utilizado para
temas religiosos, el sánscrito también fue el principal medio para
propagar conocimiento sobre temas de lógica, matemáticas, astronomía y
filosofía. Durante su larga historia, el sánscrito se ha escrito con el
alfabeto devanagari así como el alfabeto de varias lenguas regionales,
tales como el bengalí, del este de la India, el gujarati, de oeste, y el
tamil, del sur. El alfabeto grantha se diseñó exclusivamente para
textos de sánscrito durante el siglo V d.C., bajo el reinado de los
Pallavas en el sur de la India. Hoy en día, la literatura en sánscrito
por lo general se publica en el alfabeto devanagari, aunque aún hay
textos en sánscrito escritos en alfabetos regionales en circulación.
La Dinastía Pallava
fue una dinastía Tamil Dravidiana que gobernó el norte de las regiones
de Tamil Nadu y Andhra Pradesh, estableciendo su capital en la ciudad de
Kanchipuram. Alcanzaron el poder durante los reinados de Mahendravarman
I (571 – 630 d.C.) y Narasimhavarman I (630 – 668 d.C.) dominando a los
Telugus y las partes septentrionales del antiguo país Tamil por más de
seiscientos años hasta el fin de la dinastía en el siglo IX. A lo largo
de su reinado estuvieron en constante conflictos con Chalukyas de Badami
y con los reinos tamiles de la Dinastía Chola en el norte y con los
Pandyas en el sur, resultando finalmente vencidos en el siglo VIII por
los reinos Chola. Los Pallavas son conocidos por patrocinar las más
grandes obras de la arquitectura dravidiana las cuales aún pueden ser
vistas en Mahabalipuram. Este pueblo dejó como legado magníficas
esculturas y templos creando las bases de la arquitectura dravidiana
clásica. Algunas fuentes mencionan a Bodhidharma, fundador de la escuela
Zen del Budismo en China, como un príncipe de esta dinastía, siendo un
contemporáneo de Skandavarman IV, Nandivarman I, e incluso del hijo de
Simhavarman II, pero estos datos aún no son confirmados. El Reino
Pallava marcó un momento de grandes espirituales en el sur de la India,
con el declive del budismo, emergieron el jainismo y el movimiento
Bhakti. Se destaca de esta monarquía, el floreciente comercio marítimo
con la isla de Sri Lanka y con los pueblos del Sureste asiático. Los
alcances de la próspera cultura Pallava se evidenciaron luego del
tsunami del 26 de dicimbre del 2004 con la aparición de un conjunto de
estructuras que hoy en día forman parte del Patrimonio Histórico de la
India. Especialistas en las culturas del sureste asiático afirman que la
escritura pallava tiene su origen en el alfabeto vatteluttu, propio del
sur de la India y que es la base de muchas lenguas actuales como el
Khmer, el birmano y el javanés.
La palabra pallava
traduce rama o tronco en sanscrito. Esta misma palabra en Tamil se
traduce como Tondaiyar, a ello se debe que en algunos lugares los reyes
de esta dinastía se les conoce como Thondamans o Thondaiyarkon. Su
territorio era conocido como Tundaka Visaya o Tundaka Rashtra. El rey de
Chola Karikala Chola anexa la región ahora denominada Tondaimandalam
después de derrocar a la dinastía Kurmubar y se la dio a su valiente
hijo Athondai Chakravarti. La región de ahora en adelante vino a ser
conocida como parte de los dominios del rey Athondai. Con el colapso del
poder de Satvahana, los Pallavas afirmaron su poderío y adjuntaron una
gran parte del territorio de los Chola. Tras el colapso de los
Satavahanas cerca del 225 d. C., los Pallavas de Tondamandlam ampliaron
sus dominios hasta el río Krishna. Los Vanniakula Kshatriyas de Tamil
Nadu son descendientes de los reyes Pallavas. Los Pahlavas son un pueblo
que aparece en numerosos textos hindues de la antigüedad, entre ellos
el Manu Smriti, varios Puranas, en el Ramayana, en el Mahábharata, y en
el Brhatsamhita. De acuerdo a estudios realizados por P. Carnegy, los
Pahlava serían posiblemente un pueblo que hablaba el Paluvi o Pehlvi, un
lenguaje partiano. Buhler igualmente sugiere que Pahlava es una forma
índica de Parthava, nótese su cercanía con Partia. El idioma parto,
también conocido como pahlavi arsácido, es una lengua extinta del grupo
noroccidental de la familia irania cuyo origen se sitúa el imperio parto
(ubicado en el actual noreste de Irán, más en concreto en la provincia
de Jorasán y otros territorios limítrofes como el sur de Turkmenistán).
Este idioma fue la lengua oficial de este imperio bajo la dinastía
arsácida (248 a. C. – 224 d. C.).
El idioma parto era
el más oriental de las lenguas iranias noroccidentales. Este hecho
provocó que retuviera muchos arcaísmos propios de las lenguas
orientales, a lo que también ayudó que la dinastía fuera fundada por la
tribu parni que había migrado desde las estepas de Asia central a
Partia. En un principio los parni hablaban una lengua irania nororiental
relacionada con otras de la misma zona como el escita y el bactriano.
El estudio de las tribus indoiranias desvela que no era inusual que al
migrar adoptaran la lengua local además de las costumbres y creencias de
los pueblos en los que se asentaban, ya fuera por mera migración o
conquista. Todos los textos pallavas remontan el origen del clan cerca
del año 1279 a.C y hacen relación con una posible relación con el clan
brahma-kshatra de Bharadwajan. Aswattaman, hijo de Drona, es conocido
como el padre de este clan. Según la literatura pallava, una vez el
bravo Aswattaman ” quien durante esa noche de guerra luchó ferozmente
contra el ejército del demonio Rakshasa de Ghatotkacha ” renunciándo a
la vida mundana, hizo meditación en la provincia de Funan, en el sureste
asiático, cuando una ninfa celestial llamada Menaka, en una de sus
visitas a la Tierra, pidió su mano. Como resultado de esta unión nació
un “apuesto príncipe” llamado Pallava. Desde el principio Pallava tuvo
como ancestros a un valiente guerrero (Aswattaman) y a una ninfa
celestial (Menaka), por ello sus descendientes son vistos como una
mezcla de ambos. Muchas leyendas asocian este relato con algunos
extractos del Ramayana y del Mahabharatha. En todos aparece Aswattaman.
En su estructura
gramatical, el sánscrito tiene parentesco con lenguas indoeuropeas –como
el griego y el latín–, y ésta es una de las razones por las que este
antiguo idioma interesó enormemente –y sigue interesando– a los
académicos europeos. Sin embargo, la gramática del sánscrito más
reconocida, la escribió Panini, un gramático de la India que vivió
alrededor del 400 a.C. y formuló las 3 959 reglas del sánscrito. La
gramática de Panini, llamada Ashtadhyayi, ha influido a muchas teorías
lingüísticas modernas. En la biología evolutiva hay dos grandes
corrientes de pensamiento: una dice que se produce de manera gradual y
otra que se produce a saltos. Los gradualistas sostienen que la
evolución de las especies ocurre de forma gradual, mientras los
partidarios de que se produce a saltos defienden la idea de que los
cambios son abruptos, y que antes y después de los mismos, prácticamente
no se produce cambio alguno durante largos periodos de tiempo. En
relación con la evolución de las lenguas se han planteado incógnitas
similares. Un equipo dirigido por el británico Mark Pagel publicó en la
revista Science los resultados de un estudio en el que analizaron la
evolución de las lenguas indoeuropeas (en Europa), de las bantúes (en
África) y de las austronesias (en el Pacífico). Encontraron que la
variación más fuerte ocurre en el momento en que se produce la
divergencia entre variedades para surgir nuevas lenguas. Así, han
deducido que un tercio de la variación del vocabulario en las lenguas
bantúes se ha producido en los periodos de diferenciación, y que esas
proporciones han sido de un quinto en las lenguas indoeuropeas y de un
décimo en las austronesias. La hipótesis que se ha propuesto para este
fenómeno es que la diferenciación que da lugar a la aparición de nuevas
lenguas es un fenómeno de evolución cultural que tiene una cierta
componente activa y que obedece al interés de las correspondientes
comunidades por diferenciarse entre sí. A eso se debería que en los
momentos iniciales de la diferenciación el proceso sea especialmente
acusado, haciéndose más gradual posteriormente.
Las distintas
proporciones de diferenciación en las bifurcaciones propias de cada
familia de lenguas abonan la idea de la componente activa en el proceso
de generación lingüística. Allí donde la separación entre comunidades
vino muy determinada por barreras físicas, como el caso de las islas del
Pacífico, no se necesitaba acentuar las diferencias y por tanto el
proceso de diferenciación ha sido mucho más pasivo. Esto es, el mismo
aislamiento de las comunidades actuaría diferenciando pasivamente a unas
lenguas de otras. Se deduce, pues, que las comunidades bantúes
experimentaban, por comparación, una mucho mayor necesidad de
diferenciación cultural, por lo que la diferenciación de esas lenguas ha
sido más activa que las de las otras familias. Si esta hipótesis es
correcta, parece claro que las lenguas, en todo el mundo, son algo más
que herramientas de comunicación. Dos hipótesis compiten para ubicar el
origen de las lenguas indoeuropeas. La clásica es la que sitúa dicho
origen en las estepas pónticas, al norte del Mar Negro, la cordillera
del Caucaso y el Mar Caspio, hace unos 6.000 años. La alternativa
propone que surgieron hace entre 8.000 y 9.500 años en Anatolia, y que
se extendieron a partir de ese momento por Europa y hacia la India,
siguiendo la expansión agrícola del Neolítico. La hipótesis del origen
estepario atribuye la expansión hacia Europa y el Oriente Próximo a
pueblos de pastores seminómadas que han sido agrupados bajo la
denominación de “kurganes”. Esa hipótesis se ha basado en estudios de
“paleontología lingüística”, reconstruyendo términos de la “protolengua”
ancestral y haciendo así inferencias acerca de la cultura y el ambiente
de los hablantes.
La protolengua o
lengua reconstruida es la reconstrucción probable de la lengua origen de
un grupo de lenguas, sea una rama o una familia, sobre la base de las
coincidencias y rasgos comunes a dicha familia de lenguas que no
constituyan innovaciones o préstamos. Dicha reconstrucción se realiza
mediante la comparación de lenguas o método comparativo de dicho grupo
aplicando los métodos de la lingüística histórica. Normalmente el
proceso de reconstrucción empieza reconstruyendo el nivel
fonético-fonológico de la lengua madre, lo cual se hace en tres etapas:
Se establecen listas de cognados, es decir, palabras con significado
idéntico o muy parecido y que tienen formas fonéticas cercanas o
relacionables mediante leyes fonéticas; Se establecen correlaciones
regulares entre sonidos en forma de leyes fonéticas; Para cada
correlación regular se conjetura el fonema o fonemas que podían haber
sido los originales en la protolengua y que por diferentes evoluciones
regulares dieron lugar a diferentes sonidos (la regularidad de la
evolución es lo que explicaría la ocurrencia de correlaciones regulares y
leyes fonéticas). Naturalmente, este proceder no puede hacer olvidar la
existencia de leyes fonéticas que relacionan sonidos o segmentos muy
distintos entre sí, como los famosos casos (según Meillet) existentes
entre el armenio y las restantes lenguas indoeuropeas. Es más, este tipo
de correspondencias inexplicables por mera casualidad son las
preferidas por los comparatistas para su labor en este apartado, al
igual que en morfología son muy relevantes las irregularidades
compartidas. La reconstrucción del nivel morfosintáctico y otros es
bastante más complejo y no es sencillo sistematizarlo en un conjunto de
pasos. En general se empieza por la identificación de un conjunto de
morfos que se encuentran en varias lenguas, aunque el problema de
descubrir la función y la extensión de uso de cada morfo suele resultar
complicado debido a que el mismo segmento puede haber adquirido
diferentes funciones gramaticales en cada lengua.
La reconstrucción
del orden básico y el orden de constituyentes resulta de ordinario
difícil, ya que es un aspecto más fácilmente cambiante de las lenguas.
Sin embargo, otros aspectos, como la existencia de concordancia
gramatical en la protolengua, en general es más fácilmente determinable.
Es importante entender que habitualmente la reconstrucción se aplica a
una lengua que dejó de hablarse hace tiempo, y generalmente es
desconocida en su mayoría, es decir, no existen inscripciones o
referencias escritas. Dicho proceso de reconstrucción pretende
conjeturar cuál fue el camino seguido en la evolución de la lengua, y
recorrerlo en sentido inverso. Históricamente, la primera protolengua
reconstruida fue el protoindoeuropeo o indoeuropeo común, lengua madre
que habría dado lugar a las lenguas romances, germánicas, griegas,
eslavas e indoiranias. Esto se realizó a finales del siglo XIX, y
entonces el método comparativo adquirió un carácter plenamente
científico (inducción + deducción). Desde entonces se han hecho decenas
de reconstrucciones de otras protolenguas. Con todo, la reconstrucción
interna puede y debe a veces aplicarse al resultado de la comparación
(por ejemplo, a la protolengua de primer grado) o a diferentes etapas de
la prehistoria de las lenguas particulares, no sólo para descubrir
nuevos procesos o formas, sino para establecer cronologías relativas
entre estos. También se han basado en la existencia de supuestas
relaciones tempranas entre las familias de lenguas indoeuropeas y las de
lenguas urálicas del norte de Eurasia. Por su parte, las estimaciones
de la edad de la familia indoeuropea basadas en modelos de evolución de
vocabulario apoyan la hipótesis de su origen anatolio. Esas dos
hipótesis, la clásica y la de origen estepario, han sido sometidas a
contraste recientemente mediante un método desarrollado originariamente
para estudiar el origen de epidemias de virus a partir de secuencias
moleculares.
En vez de
secuencias moleculares, el estudio de las lenguas se ha basado en el
vocabulario y rangos geográficos de 103 lenguas indoeuropeas, incluyendo
tanto las existentes en la actualidad como lenguas ya desaparecidas.
Los resultados del estudio apoyan con claridad la hipótesis del origen
anatolio y son consistentes con un inicio de la expansión de esas
lenguas desde Anatolia hace entre 8.000 y 9.500 años, a la vez que se
difundió la agricultura. Se trata, al parecer, de un escenario similar
al propuesto para otras expansiones lingüísticas en el Pacífico, Sudeste
asiático y África subsahariana, lo que pondría de relieve la gran
importancia de la agricultura en la conformación de la diversidad
lingüística en el mundo. Los autores del trabajo indican, no obstante,
que no debe considerarse la expansión de la agricultura como el único
factor impulsor de la extensión y la diversificación lingüística. Las
cinco subfamilias lingüísticas principales, -célticas, germánicas,
itálicas, báltico-eslavas e indoiranias-, habrían aparecido como líneas
diferenciadas hace entre 4.000 y 6.000 años, de manera simultánea a
ciertas expansiones culturales, según los registros arqueológicos, entre
las que se encontraba la expansión kurgana. Y dentro de cada
subfamilia, las lenguas se habrían empezado a diversificar hace entre
4.500 y 2.000 años, mucho después de que la agricultura se hubiese
expandido globalmente. Los recuentos que se han hecho de las lenguas que
se hablan en el mundo raramente coinciden. Mientras la base de datos
Ethnologue (Summer Institute of Linguistics, Dallas, Texas, 1996)
proporciona cifras que oscilan entre 6.700 y 8.370 lenguas, al incluir
lenguas extinguidas. Pero otros investigadores, como David Dalby (Global
Language Register, 1997), las sitúan en más de 10.000. Esta oscilación
obedece a que un elevado número de lenguas no tiene representación
literaria, muchas son simples variantes dialectales, un porcentaje muy
alto se halla en proceso de desaparición o de asimilación y un buen
número de lenguajes para ciegos y sordos, jergas profesionales o étnicas
y variantes híbridas o pidgin quedan o no recogidos por los distintos
informadores.
Algunas lenguas
apenas tienen hablantes, y éstos suelen ser ancianos; otras se hallan
restringidas al ámbito religioso; muchas han dejado de ser maternas y
han sido relegadas a un segundo plano como lenguas subordinadas de otras
de mayor prestigio y uso. Las denominaciones de las lenguas o variantes
dialectales de las que se tiene noticia alcanzan la cifra de 40.000, ya
que muchas son conocidas por varios nombres o reciben el de las etnias
que las hablan. La extraordinaria riqueza lingüística de Oceanía (1.365
lenguas) no guarda proporción con su reducida población (28 millones de
habitantes) y extensión territorial (unos 9 millones de km2 de
superficie emergente, la mayor parte ocupada por Australia). Lo más
sorprendente es que sólo en la isla que comprende la parte occidental de
Nueva Guinea (antigua Nueva Guinea holandesa, hoy Irian Jaya, bajo el
dominio de Indonesia) y la República de Papúa Nueva Guinea (antes Nueva
Guinea australiana) se hablan 1.075 lenguas (256 y 819 respectivamente),
ligeramente por debajo del número total de las que se hablan en América
(1.269), cuya extensión geográfica (42 millones kms2) es cinco veces
superior, siendo su población (738 millones de habitantes) catorce veces
la de Oceanía. Por su parte, África y Asia alojan un cuerpo lingüístico
similar (2.674 y 2.567 lenguas respectivamente), si bien la población
de Asia (más de 3 mil millones de habitantes) es cinco veces la de
África (de unos 662 millones de habitantes). Europa (unos 710 millones
de habitantes) tiene una población parecida a la de África, aunque su
densidad demográfica se halla muy por encima de la de este último
continente, sobre un territorio tres veces más pequeño (10,5 millones de
km2) y con un inventario de idiomas cinco veces inferior (462). La
dimensión territorial de América y Asia es semejante; pero mientras la
población asiática cuadruplica la americana, la lingüística es sólo el
doble.
Con arreglo al
número de habitantes, la proporción entre el número de lenguas que se
hablan en Europa y Asia es algo inferior en Europa. Pero si, en un
ejercicio de lingüística ficción, la población de Oceanía fuese la misma
que la de Asia y el número de lenguas que se hablan en Oceanía fuese
proporcional a la población actual de Asia, allí se hablarían nada menos
que 156.300 lenguas. En la misma línea, tomando la población de Asia
como punto de partida, podemos establecer parecidas proporciones
respecto de una hipotética distribución de las lenguas en el mundo: en
África se hablarían 13.272 lenguas, en América 5.586 y en Europa 2.152.
Cabe preguntarse de dónde procede tan enorme diversidad y cuál debió ser
la situación en el pasado, habida cuenta que muchas lenguas ya han
dejado de existir debido a las políticas genocidas de las distintas
tribus, naciones y gobiernos a lo largo de la historia de la humanidad, y
también a causa de la inestabilidad interna de todas las lenguas, cuya
evolución es constante; Jenofonte, por ejemplo, necesitaría hoy un
intérprete para seguir la conversación de un hablante de griego moderno.
Los argumentos siguen una línea darwinista: la introducción de los
sistemas de escritura y las tendencias universales hacia la selección y
potenciación de modelos lingüísticos unitarios y uniformistas, sobre
todo tras la aparición de la imprenta, pueden haber limitado la
capacidad de evolución de los sistemas tradicionales de comunicación
verbal. Asimismo los grandes movimientos migratorios del pasado
-pongamos por caso los gitanos, salidos de la India en el siglo XIII o
XIV- se han reducido en los últimos mil años, contribuyendo de esta
manera a fijar las fronteras modernas, estabilizar sus respectivas
comunidades y, por ende, sus lenguas. Un mayor grado de aculturación
puede guardar cierta correlación negativa con la fragmentación
lingüística. Como contraste, el aislamiento, hasta fechas relativamente
recientes, de las comunidades caucásicas, amazónicas, subsaharianas y
papúes respecto de los modelos culturales europeos es un claro marcador
de su diversidad lingüística.
La pluralidad de
las Américas responde a la distribución etnolingüística precolombina; el
desembarco de Colón dio comienzo a una etapa de exterminio lingüístico
que, con toda probabilidad, finalizará en un par de siglos. Igualmente
las grandes corrientes religiosas -sobre todo las monoteistas como el
Islam, el Cristianismo o el Judaísmo- con su labor universalista y
unificadora, han forzado el empleo de una lengua común para sus fieles,
relegando a los vernáculos a una función marginal y profana. El
Cristianismo mantuvo esta política al menos hasta la Reforma; pero
mientras el latín ha seguido siendo el vehículo oficial de comunicación
de los católicos con su divinidad hasta hace unas pocas décadas, por el
contrario la liturgia protestante contribuyó sustancialmente al
desarrollo de los vernáculos. Actualmente los misioneros ponen un gran
empeño en aprender las lenguas indígenas como punto de encuentro con sus
fieles, participando directamente en la codificación de las lenguas
verbales mediante la traducción de la Biblia y los Evangelios y la
elaboración de diccionarios y gramáticas. La labor del misionero Mihalic
en Papúa Nueva Guinea con sus manuales de tok pisin fue considerable.
En otro orden de cosas, hay lugares muy poco productivos desde un ángulo
lingüístico y otros extraordinariamente fértiles. Dos países de
extensión similar a la de España, como Papúa Nueva Guinea y Camerún,
presentan cifras lingüísticas y demográficas muy distintas: en España,
con 504.750 km2 y unos 40 millones de habitantes, se hablan 14
variedades lingüísticas; en Papúa Nueva Guinea (462.840 km2 y 4,5
millones de habitantes) nada menos que 817; y en Camerún (475.442 km2 y
12,5 millones de habitantes) 286. En Nigeria (923.768 km2 y 114 millones
de habitantes) se hablan 478 idiomas, mientras que en Bangladesh
(144.000 km2 y 127 millones de habitantes) sólo 35. Como contraste, en
México (casi 2 millones de km2 y 81 millones de habitantes) aparecen
registradas 289 lenguas; en Irian Jaya (412.981 km2 y 1,6 millones de
habitantes) 256; en la India (más de 3 millones de km2 y unos 1000
millones de habitantes) 407; en Australia (7,6 millones de km2 y más de
18 millones de habitantes) 236; en Zaire (antes República Democrática
del Congo, con 2,3 millones de km2 y 49 millones de habitantes) 221; y
en Myanmar (antes Burma, con 678.500 km2 y 47 millones de habitantes)
110. En el lado opuesto observamos que en Bielorusia (207.600 km2 y 10,4
millones de habitantes) sólo se habla 1 lengua; en Chile (756.950 km2 y
14,7 millones de habitantes) 10; y entre las dos Coreas (219.020 km2 y
67 millones de habitantes) 3 lenguas solamente.
Las diez primeras
lenguas del mundo, por el número de hablantes naturales, son el chino
mandarín (885 millones), el inglés (322 millones), el español (266
millones), el bengalí (189 millones), el hindi (182 millones), el
portugués (170 millones), el ruso (170 millones), el japonés (125
millones), el alemán (98 millones) y el chino wu (77 millones). El
número de lenguajes de señales para sordos repartidos por el mundo
alcanza la cifra de 103. Hay 16 variantes gitano-romanís, 27 judías, 79
híbridos criollos o pidgin y 114 lenguas pendientes de clasificar, la
mayoría en Brasil, India y Colombia. Cabe señalar una lista de 94
especies o subespecies lingüísticas europeas en peligro de extinción,
preparada por el finlandés Tapani Salminen por encargo de la UNESCO
(1996), en la que figuran, entre otras, el yiddish (judeo-alemán), el
ladino (judeo-español), el bretón, el gaélico, el galés, el leonés, el
asturiano, el aragonés, el catalán de Alghero (Italia), el provenzal, el
gascón, el euskara y el gallego. El catalán (unos 12 millones de
habitantes que lo hablan) aparece expresamente mencionado como lengua
sin riesgo alguno de desaparición. La presencia de una lengua en un
territorio geográfico no excluye su uso en lugares apartados del mismo,
teniendo en cuenta los constantes movimientos migratorios de población y
las deportaciones. También se da el fenómeno de la expansión de
determinadas lenguas -por ejemplo, el inglés, el francés o el español,
cuyo número real de hablantes es imposible de determinar al haber sido
adoptadas por millones de hablantes no nativos. Igualmente se da el caso
frecuente de que el mismo grupo étnico es multilingüe y, en contra de
lo que cabría esperar, comunidades diferentes e independientes comparten
el mismo sistema lingüístico. La distinción entre lengua y dialecto no
es fácil, puesto que entran en juego factores sociológicos y
extralingüísticos como el autogobierno, la conciencia étnica y el
prestigio de una variante respecto de otras próximas. Los profanos creen
que las diferencias de acento, léxico o gramática son señales de
autonomía.
Sin embargo, la
única forma de discernir entre lenguas y dialectos más o menos aceptable
entre los sociolingüistas, aunque resulta poco fiable, es mediante la
afirmación de mutua inteligibilidad: si los hablantes de dos comunidades
diferenciadas se entienden entre sí sin graves problemas de
comunicación, se dice que hablan dialectos de la misma lengua; si la
comprensión presenta obstáculos importantes, se dice que hablan lenguas
distintas. La cuestión se complica en el momento de su codificación para
la alfabetización de la población y su aprovechamiento educativo; la
toma de decisiones es entonces determinante para situar cada variante en
el plano que presumiblemente le corresponde. Puede darse el caso de que
los extremos de un mismo continuo lingüístico -la misma lengua- se
hallen tan separados que susciten dudas fundamentadas acerca de su
calificación como lenguas o dialectos. Ahí está el caso del ticinés, el
lombardo y el italiano, que son casi ininteligibles entre sí. El
problema no siempre se resuelve con un análisis estrictamente
lingüístico como son la tipología, la descripción contrastiva de las
respectivas morfologías, el inventario léxico, la calidad y la cantidad
fonológicas y la representación ortográfica de las distintas
combinaciones fonémicas, sino que tienen que sopesarse otros
procedimientos sociolingüísticos y etnolingüísticos para averiguar qué
factores empujan a los hablantes a elegir su modelo comunicativo. Pero
cualquier arranque de genio nacionalista puede dar al traste con todo
ello y señalar con una medida política radical los confines de la lengua
de la comunidad respecto de la del país vecino, aunque ambas formen
parte del mismo continuo.
Los estudios
realizados sobre las grandes familias lingüísticas como el
proto-indoeuropeo, del que provienen las distintas variantes albanesas,
anatólicas (como el extinguido hitita), armenias, balto-eslávicas,
célticas, germánicas, griegas, indoiraníes e itálicas indican que las
distintas particiones y su dispersión geográfica comenzaron hace
aproximadamente 6.000 años. Los troncos del continente euroasiático
comprenden, además del indoeuropeo, el cartveliano o georgiano, el
urálico (finlandés, húngaro), el mongol, el tungúsico o manchú, el
caucásico noroccidental y nororiental, el japonés y el
chucotco-camchatcan de Siberia. Sus sucesivas fragmentaciones tuvieron
lugar en períodos diferentes. En el grupo afroasiático sobreviven ramas
como el bereber, el chádico, el cushítico, el omótico y el semítico. El
antiguo egipcio, del que se deriva el copto, pertenece al mismo linaje.
La antigüedad de la familia afroasiática se calcula entre 12.000 y
24.000 años. Otras familias se hallan repartidas por América Central,
Norteamérica, Sudamérica y el Pacífico. El número de isolantes o
especies lingüísticas infértiles, es decir, que carecen de
ramificaciones conocidas, probablemente por extinción de las mismas,
supone un 30% del total de los linajes del planeta, entre ellas el
vasco, el coreano, el kutenai en Estados y Canadá y el yuracare en
Bolivia, junto con sus respectivas variantes dialectales, que siguen
ocupando el mismo nicho. El vasco o euskera es la única lengua no
indoeuropea de la península Ibérica, y la única, juntamente con el
finés, estonio, el húngaro y el maltés, de Europa. Tuvo una marcada
influencia en la evolución del sistema fonético del castellano (véase
sustrato vasco en lenguas romances). Tras un periodo prolongado de
declive, estuvo a punto de desaparecer: su lenta recuperación no comenzó
hasta finales de la década de 1950 y principios de la de 1960. Existen
diversidad de hipótesis que emparentan el euskera con otras muchas
lenguas europeas y el hallazgo de toponimia vasca en diversas zonas
europeas incluso provocó la hipótesis de que su extensión fuera a nivel
europeo. El ruso Karl Bouda emparentó el euskera con diversos idiomas
hablados en Siberia (chukche) y el argentino Gandía reflejó que “El
pueblo vasco es el pueblo más viejo de Europa“. Su lengua es la que se
hablaba desde el Cáucaso al Atlántico y desde el norte de África al
norte de Europa en los períodos paleolítico y neolítico. Los arios o
indoeuropeos, los etruscos, los íberos y otros pueblos de la antigüedad
son posteriores a los vascos. Otras hipótesis, más especulativas, hablan
de un origen atlante.
Steven Arthur
Pinker, prominente psicólogo experimental, científico cognitivo,
lingüista y popular escritor de origen canadiense, siguiendo una línea
darvinista, atribuye el nacimiento y el progreso del lenguaje a una
estrategia de adaptación y especialización. La diversidad -en forma de
acento y dialecto- básicamente se puede justificar como un modo de
reconocimiento de la especie y de un grupo concreto. Los distintos
sistemas de codificación del lenguaje contribuyen de esta manera a
mantener la reserva de servicios dentro del grupo y a enmascararlos ante
el peligro de que grupos extraños accedan a ellos. La interpretación
que se da en la Biblia acerca de la diversidad y sus consecuencias no
deja de ser un mito. Muchos dicen que el sánscrito es la lengua de los
dioses, porque desde hace casi mil años se ha utilizado para alabar a
las diferentes deidades. Los mantras y cánticos que recitan los hindúes,
budistas y jaines, en su mayoría, fueron compuestos en sánscrito.
Durante gran parte de su historia, el sánscrito fue un idioma de
religiosos de casta alta, al cual el público general no tenía acceso. Y
los gramáticos, literatos e historiadores del sánscrito, se jactan de
que esta es la lengua de los dioses, porque su gramática es tan perfecta
y difícil, que sin lugar a dudas es para los dioses y no para los
humanos. En 1947, la India se dividió en dos países: uno con mayoría
hindú, la India, y otro con mayoría musulmana, Pakistán. Desde entonces,
en la India ha surgido un nuevo interés por revivir el sánscrito, por
lo que se ha incorporado al hindi, que es la lengua más importante de la
India, y a otras lenguas de este país. Esto se debe en gran parte a que
la gente asocia el sánscrito con el hinduismo y con la historia antigua
de la India, es decir, la que precede a la presencia musulmana en la
India. De esta manera el sánscrito ha sido involucrado –quizás
involuntariamente– en las disputas políticas modernas. Sin embargo,
muchos académicos y aficionados del sánscrito opinan que la lengua de
los dioses no debe ser utilizada para dirimir controversias.
Como hemos dicho al
inicio de este artículo, según el Génesis: “Tenía entonces toda la
tierra una sola lengua y unas mismas palabras.” En la actualidad hay
unas seis mil quinientas lenguas en nuestro mundo. De ellas, solamente
veinticinco pueden considerarse importantes por su extensión y por su
producción escrita. La pregunta que ha preocupado siempre a pensadores y
lingüistas es inmediata: ¿De dónde surgió tal diversidad? ¿Cuál fue el
origen de todas las lenguas? Desde que Charles Robert Darwln, en el año
1871, escribía la frase: “Creemos que la facultad del lenguaje
articulado no ofrece tampoco una seria objeción a la hipótesis de que el
hombre descienda de una forma inferior”, en su famosa obra “El origen
delas especies“, se han venido publicando toneladas de libros en favor
de esta teoría: La teoría de la evolución del lenguaje, según la cual la
enorme variedad de lenguas que existen actualmente se habrían originado
a partir de los gruñidos y gritos intermitentes de los monos
antecesores -según el transformismo del hombre. Se ha supuesto, que los
hombres empezaron por imitar los sonidos que oían en los animales, a
lanzar gritos emocionales instintivos o cantos de sincronización al
trabajar en equipo. Y todo esto dio origen al lenguaje. Engels, en su
“Dialéctica de la naturaleza” dice: “…los hombres en formación llegaron a
un punto en que tuvieron necesidad de decirse algo los unos a los
otros. La necesidad creó el órgano. La laringe poco desarrollada del
mono se fue transformando… mientras los órganos de la boca aprendían a
pronunciar un sonido tras otro“. Y esto es, en definitiva, lo que se
acepta hoy. Mayoritariamente se cree, se escribe y se enseña que de los
gruñidos han surgido las modernas gramáticas; de lo simple lo complejo y
de lo primitivo lo civilizado. Hasta tal punto esto es así que los
modernos métodos “científicos” para la investigación del origen del
lenguaje se centran en la observación de los recién nacidos, desde sus
primeros balbuceos, y en el estudio de retrasados mentales, pues según
Marie de Maistre, en su obra “Deficiencia mental y lenguaje”, estos
deficientes nos marcarían las etapas por las que la inteligencia humana
tuvo que pasar para conseguir hablar.
Pero, ¿es la teoría
de la evolución del lenguaje la explicación científica definitiva al
problema del origen de las lenguas?Pues parece que no. El asunto no es
tan simple como creían Darwin, Engels y sus correligionarios. La
ciencia que estudia las leyes humanas del lenguaje (Lingüística), acabó
desechando -ya el siglo pasado- el problema del origen de las lenguas,
por considerarlo incompatible con la objetividad científica. Así, en el
año 1866, la Sociedad Lingüística de París prohibió en sus estatutos que
se tratase sobre el tema en cuestión, negándose a aceptar cualquier
comunicación en éste sentido, ya que el problema supera los límites de
la observación científica. Se afirmaba que cualquier discusión acerca
del origen del lenguaje no era más que una mera especulación. Desde ese
momento, los lingüistas se han interesado más por el funcionamiento de
las lenguas que por su origen. Así pues, para la ciencia actual los
orígenes del lenguaje articulado constituye un verdadero enigma; pero
¿quiere esto decir que los lingüistas se muestran asépticos al problema,
que no profesan, sostienen y enseñan ninguna hipótesis sobre este
origen?. Bueno, esto ya es otra cosa, porque a pesar que los hombres de
ciencia como tal no pueden decir nada al respecto, los hombres de
ciencia sí dicen y enseñan lo que creen. Y lo que creen es precisamente
la teoría de la evolución darwinista del lenguaje: un mono que se hizo
inteligente, dejó de gruñir y empezó a hablar. Pero hay algunos hechos
que podemos observar en la actualidad que ponen en cuestión esta teoría.
En primer lugar, notemos que, sorprendentemente, los lenguajes
escritos más antiguos que nos han llegado suelen ser los más difíciles y
complicados. Es conocido que el griego clásico es más difícil que el
griego moderno; el latín más que el castellano, el francés o el inglés, y
el chino antiguo mucho más que el chino moderno. Incluso, si
comparamos. los más antiguos entre sí, resulta que el griego clásico,
anterior 600 años al latín, era más complicado que éste, y si nos
remontamos al Sánscrito Veda (1.500 a.C.) la dificultad es
increíblemente superior, ya que, por ejemplo, cada verbo poseía 500
partes. Es especialmente significativo si lo comparamos con el inglés,
en el que cada verbo solo posee 5 partes.
¿Qué nos dice este
hecho? Si la teoría de la evolución fuera verdad, deberíamos esperar
que las lenguas antiguas fuesen más simples que las modernas, ya que la
teoría dice que de lo más simple se evoluciona a lo más complejo. Pero
esto no es lo que podemos observar, sino más bien todo lo contrario. Si
estudiamos detenidamente las lenguas modernas podemos observar una
creciente degeneración de las lenguas primitivas, una simplificación a
partir de un idioma complicado. El eminente filólogo inglés Richard
Chevenix Trench, después de estudiar numerosas lenguas nativas en
distintas expediciones por todo el mundo, dijo que en cada caso se
trataba de las ruinas de un pasado mejor y más noble. A medida que
cambian las costumbres en una civilización, ciertas palabras se pierden
primero del uso y después de la memoria. En la India existe el
descendiente más directo del Sánscrito, el Hindi, que tiene solamente
400 años de antigüedad y es considerado como el idioma más fácil de
aprender de toda la India. La conclusión es evidente: En los distintos
lenguajes a través del tiempo, la dirección es siempre la misma: de lo
complicado a lo simple, y nunca al revés. El segundo hecho en el que
podemos fijarnos, es que los lenguajes hablados por pueblos considerados
“primitivos” son con frecuencia más complejos que los hablados por
pueblos teóricamente más civilizados. Así por ejemplo: los Yagaanos de
la Tierra de Fuego, -tribu nómada- poseen 30000 palabras en su
vocabulario, casi como los Zulúes de Sudáfrica. La lengua Aymará del
Perú tiene la posibilidad de expresar casi cada raíz verbal en 100000
combinaciones distintas. Algunos lenguajes Bantúes poseen una gramática
más compleja que el griego, tienen 20 clases de nombres y cada adjetivo
tiene que concordar con el nombre al que modifica. Los esquimales
utilizan 63 formas para el presente y sus nombres tienen 252 desinencias
(finales de palabra distintos, ejemplo: mesa, mesita, etc.). Desde
luego, esto tampoco encaja con la pretendida evolución del lenguaje a
partir de estructuras monosilábicas, pues sería de esperar que los
pueblos “primitivos” tuviesen también un lenguaje primitivo y simple.
Pero los hechos nos dicen de nuevo que esto no es así.
Otro dato a tener
en cuenta es la existencia en el mundo de cincuenta familias de
lenguajes diferentes que no parecen tener ninguna relación entre sí. Por
ejemplo, la familia Indoeuropea (que comprende a su vez otras 70
lenguas), la Sinotibetana, Semítico-camítica, Dravidiana, Uralaltaica,
Japonesa, Malayo-polinesia, Bantú, Austro-asiática y aproximadamente
cuarenta más, algunas de las cuales se hablan en grupos pequeños, como
el vascuence, de la zona vasco-navarra, que parece no tener ningún
“antepasado“, ni ningún “descendiente“. Entre todas estas familias no
existen evidencias de pertenecer a un tronco común o de tener algún
tipo de relación histórica. Pero a pesar de ello, los antropólogos
admiten la unidad de la raza; entonces ¿por qué son tan distintos
nuestros idiomas? La teoría de la evolución del lenguaje no tiene
respuesta a esta pregunta. Pero si descartamos esta teoría, aparece una
posible respuesta, que de antigua ya casi habíamos olvidado: la historia
de la Torre de Babel del Génesis. Todos estos hechos que acabamos de
comentar constituyen un problema para la teoría de la evolución del
lenguaje articulado, pero sin embargo concuerdan perfectamente con el
registro bíblico. La Biblia nos dice que el lenguaje fue un don de Dios
dado al primer hombre. Adán no tiene que realizar todo un proceso de
aprendizaje, pasando por etapas de balbuceos, gritos o gruñidos, antes
de pronunciar la primera palabra correcta, sino que en el mismo acto
creador le es infundida una lengua perfecta y compleja. Inmediatamente,
el padre de la humanidad es capaz de comprender órdenes verbales, de
hablar con su compañera, de poner nombre a todos los animales -los
zoólogos saben bien lo difícil que puede resultar esta labor- y de
comunicarse con Dios. Según el primer versículo del capítulo 11 de
Génesis, parece que toda la tierra era de una misma lengua. Pero esto no
duró mucho; cien años después del diluvio universal, los hombres se
rebelan contra Dios y los descendientes de Noé no quieren obedecer el
mandato de Dios de “llenar la tierra“, por lo queDios tiene que actuar.
Provoca una confusión instantánea y total del primitivo lenguaje, para
que no se pudieran entender unos con otros y no tuvieran más remedio que
dispersarse. Este es, según la Biblia, el verdadero origen de las
lenguas.
En la misma Torre
de Babel, Dios (o quién fuera) dividió el lenguaje original, que había
otorgado a Adán, en los aproximadamente cincuenta lenguajes principales
que hoy los lingüistas no consiguen relacionar entre sí, todosigualmente
complejos y mutuamente incomprensibles. Surgen así el japonés, el
árabe, el bantú, etc., modos completamente distintos de comunicación
verbal. Desde luego, es muy cierto que un español, un inglés, un alemán o
un francés que no conociesen las lenguas de sus vecinos, no se podrían
entender en absoluto con ellos; pero la evidencia demuestra que
probablemente Dios no actuó dividiendo idiomas de una misma familia, en
este caso, la Indoeuropea, sino que se centró en la separación, rotunda y
radical de las principales familias, que luego, con el tiempo, cada una
por separado, originarían el total de las lenguas de la actualidad. En
el transcurso de los siglos, algunas tribus aprenderían a escribir y
dejarían así constancia de su lenguaje, como el griego. Otras se
perderían en la jungla y no desarrollarían ningún sistema de escritura.
Pero aún así, la transmisión oral nos permite comprobar que sus lenguas
son reliquias de un pasado glorioso. Esto es lo que dice la Biblia. La
oscura incógnita que se cierne en nuestros días sobre el tema de los
orígenes de las lenguas, este verdadero enigma que ha hecho abandonar a
numerosos investigadores, se ha producido y se continúa manteniendo como
consecuencia del fracaso de arqueólogos, lingüistas y antropólogos, al
pretender obstinadamente explicar este origen, en términos
evolucionistas. La gran diversidad de lenguas que existe en la
actualidad, tal vez no sea una obra del ingenio humano, sino de la
rebeldía del hombre a la voluntad de Dios. Toda lengua viene de alguna
otra, y así hasta el origen del lenguaje. Los lingüistas sistemáticos
tratan de desentrañar las relaciones entre las distintas lenguas
existentes hoy en el mundo para determinar sus raíces comunes y poder
agruparlas mejor. No otra cosa hacen los biólogos con las especies.
Y, de hecho, los
paralelismos entre lingüística y biología van más allá, como pudo
constatar el genetista italiano Luca Cavalli-Sforza, dado que los
pueblos, al desplazarse, llevan consigo tanto su lengua como sus genes,
por lo que los mapas genéticos y lingüísticos de la humanidad coinciden
en alto grado. El más importante sistematizador de la lengua fue Joseph
Greenberg. En efecto, Joseph Harold Greenberg (1915 – 2001), fue un
lingüista estadounidense, conocido por su trabajo en clasificación y
tipología lingüística. Trabajó por muchos años en la Universidad de
Stanford. Sus contribuciones más importantes estuvieron en el campo de
la tipología lingüística, en la búsqueda de universales lingüísticos;
también propuso una clasificación de las lenguas de África, en cuatro
unidades filogenéticas, ampliamente aceptada por los africanistas.
También propuso otras agrupaciones más grandes para familias de lenguas
ya conocidas, denominadas actualmente macrofamilias. Además postuló la
existencia de unas macrofamilias más controvertidas como las lenguas
amerindias y las lenguas euroasiáticas. Estas dos últimas propuestas han
encontrado mayor oposición, principalmente por los métodos que empleó
para realizarlos. En general los lingüistas están muy especializados en
una o unas pocas lenguas. Así, el ingente trabajo de comparación entre
distintos lenguajes para averiguar sus parecidos y diferencias se
limita, en el mejor de los casos, a la contrastación de un par. No
sorprende por tanto que el nuevo método empleado por Greenberg
encontrara una poderosa oposición dentro del campo de la lingüística.
Greenberg se puso manos a la obra con las múltiples lenguas africanas,
constituido por unas 1300, y las agrupó en 4 familias. Comparó muchas
lenguas a la vez, centrándose especialmente en las palabras más
significativas, que cabía esperar hubieran cambiado menos con el tiempo y
la evolución lingüística de los pueblos. Se centró en los pronombres
personales, los términos para referirse a partes de nuestra anatomía o a
las palabras para designar a la familia. Greenberg concluyó que, a
pesar de las muchísimas diferencias superficiales, muchas lenguas tenían
un núcleo duro de términos que apenas variaban y que daban cuenta de
sus orígenes comunes.
Tras triunfar en su
batalla africana contra los lingüistas opuestos a su análisis,
Greenberg se lanzó a la conquista del mundo, y realizó nuevas
agrupaciones. En esta labor le ayudó otro lingüista, Merritt Ruhlen.
Entre los dos trabajaron duramente comparando una gran cantidad de
lenguas entre sí y buscando sus relaciones. Merritt Ruhlen (nacido en
1944 en Washington D.C.) es un lingüista estadounidense. Su trabajo más
conocido está dedicado a la clasificación de las lenguas del mundo y a
la evolución de la humanidad desde la perspectiva de la actividad
lingüística. Ruhlen estudió en las universidades de París, Illinois y
Bucarest. Se graduó en 1973 en la Universidad de Stanford con una
disertación sobre análisis morfológico de la lengua rumana desde el
punto de vista de la gramática generativa. Posteriormente trabajó varios
años en Stanford como profesor ayudante del lingüista Joseph Greenberg,
con el cual trabajaría conjuntamente durante 35 años, hasta el
fallecimiento de Greenberg en el año 2001. Desde 1994 es profesor de
antropología y biología humana en la misma universidad. Junto con Murray
Gell-Mann y Sergéi Stárostin fue director del Programa de Santa Fe
“Evolución de la Lengua Humana“. Merritt Ruhlen es un precursor del uso
de métodos interdisciplinares para el conocimiento de la Lingüística
histórica, combinando la genética humana y la arqueología, lo que le
llevó a colaborar intensamente con el genetista Luigi Luca
Cavalli-Sforza y el arqueólogo Colin Renfrew. Es también uno de los más
conocidos sostenedores de la hipótesis de la superfamilia lingüística
del amerindio, como discípulo principal del lingüista taxonomista Joseph
Greenberg. En Nepal participó en la investigación del kusunda, una
lengua aislada, así como también en la investigación de la lengua
nahali, conocida como perteneciente a la familia de lenguas
indo-pacíficas. Investigó el parentesco de los idiomas yeniseianos con
la familia de lenguas na-dené de América del Norte, de gran
transcendencia para la macrofamilia dené-caucásica. Otro punto de
interés en el que Ruhlen centra la atención es el de los “étimos
globales“, que deben comprender todos los idiomas, base de la hipótesis
lingüística monogénetica. La monogénesis y la poligénesis lingüísticas
son dos hipótesis alternativas sobre el origen filogenético de las
lenguas humanas. De acuerdo con la monogénesis, el lenguaje humano
surgió una sola vez en una única comunidad, y todas las lenguas actuales
proceden de la primera lengua primigenia. De acuerdo con la segunda las
lenguas humanas pudieron nacer en varias comunidades
independientemente, y las lenguas actuales procederían de diferentes
fuentes.
Hoy Merritt Ruhlen
continúa trabajando en esta amplia área del conocimiento y la
indagación, y trazando mapas lingüísticos del mundo, aunque su principal
interés está en las lenguas Amerindias, es decir, las de los pueblos
que ahora habitan el continente americano, que se supone llegaron allí
en sucesivas olas migratorias comenzadas hará unos 12000 años. El
Profesor Ruhlen dice que hoy se hablan en la Tierra aproximadamente 5000
lenguas. Pero no hay un número exacto porque con frecuencia es difícil
decidir si dos formas de expresión son dos dialectos de un idioma o dos
idiomas. Todas las lenguas que existen actualmente en el mundo parece se
derivan de una lengua que se hablaba en el este de África hace
alrededor de 50000 años. Las lenguas nacen cuando una lengua se divide
en dos grupos, que luego se separan entre sí. Tras la separación la
lengua de estos dos grupos evoluciona gradualmente hasta dar dos lenguas
distintas. Las lenguas desaparecen cuando sus hablantes cambian a otra
lengua (a menudo la lengua nacional de algún país) o bien cuando sus
hablantes se extinguen, lo que puede deberse a varias razones, tales
como enfermedad o genocidio. El lenguaje y la cultura son, de alguna
manera, la misma cosa. Cada lengua codifica una cultura. La conexión
entre lenguaje y consciencia consiste en que, cuando pensamos, usamos
una lengua para hacerlo, por lo que la lengua es la mejor manera de
identificar a una población humana. Cuando esa población se convierte en
un estado, la lengua es la forma en que la nación se identifica. Con
respecto al origen del lenguaje, Merritt Ruhlen opina que la facultad
del lenguaje debe de haber evolucionado a lo largo de los últimos
millones de años. Pero las lenguas de gentes tales como los Homo
habilis, Homo erectus, o los Neandertales se extinguieron todas, junto
con las gentes que las hablaban; y no hay manera de saber cómo eran
estos lenguajes intermedios. El origen de las lenguas que existen
actualmente se remonta a una lengua hablada en África hace 50000 años.
Se estima que el
90% de las 5000 lenguas del mundo desaparecerán este siglo, así que en
2100 habrá sólo 500 idiomas. Sin embargo, Merritt Ruhlen no cree que el
número de lenguas se reduzca a una sola. Los lenguajes hablados por una
gran población es poco probable que se extingan, sobre todo si es la
lengua nacional de un país independiente. En cierto modo, todas las
lenguas son igualmente complejas. Algunos idiomas son más complejos en
sus sonidos, por ejemplo, las lenguas joisán, con clics, que pueden
tener hasta 80 chasquidos consonánticos. Otros idiomas, sin embargo,
pueden ser complejos en otras áreas de gramática, por ejemplo, los
pronombres. Algunas lenguas tienen sólo seis pronombres(yo, tú, tercera
persona del singular, nosotros, tú plural, tercera persona del plural),
mientras que otros sistemas pronominales pueden tener muchos más,
incluyendo pronombres como nosotros-dos, nosotros-tres, nosotros
inclusivo (tú y yo), nosotros exclusivo (yo y alguien más, pero no tú),
y, con el género, él, ella y ello. El objetivo final de Merritt Ruhlen
es descubrir el árbol genealógico de todas las lenguas existentes, es
decir, la forma en todas las lenguas están relacionadas entre sí en un
árbol utilizado para representar estas relaciones. Dentro de esta
perspectiva mundial, Merritt Ruhlen está más interesado en la forma en
que el Nuevo Mundo fue poblado. 13500 años atrás no había gente en el
Nuevo Mundo y luego, en sólo mil años, se encuentra gente a través de
toda América del Norte y del Sur. Las poblaciones que poblaron las
Américas se llaman Amerindias y ha estado trabajando en un diccionario
de sus lenguas a lo largo de los últimos 20 años.
El experto en
lingüística argentino, Andrés Muni, ha efectuado una interesante
recopilación de los trabajos de distintos autores, tales como Thomas V.
Gramkrelidze, V.V. Ivanov o Franz Bopp, que intento resumir en este
artículo. En sus estudios Andrés Muni se dio cuenta de lo misterioso y
esquivo que era el desarrollo y evolución del Sánscrito. La lingüística
nació del estudio de la superfamilia de las lenguas indoeuropeas, ya
que cerca de la mitad de la población mundial tiene por lengua materna
una lengua indoeuropea. En los últimos siglos, los lingüistas han
reconstruido el vocabulario y la sintaxis del protolenguaje indoeuropeo.
Las primeras investigaciones ubicaban su origen en Europa, desplegando
rutas migratorias por las cuales las lenguas hijas habían evolucionado
hasta agruparse en dos ramas bien definidas: una oriental y otra
occidental. Si se observan las migraciones puede verse que hacia el Este
hay tres ramas: una va hacia Asia Central, otra hacia India y la última
hacia Irán. Hacia el Oeste hay dos ramas principales: una que va
directamente desde Anatolia (actual Turquía) hacia Grecia, y la otra que
da la vuelta al Mar Caspio. Esta última rama ha originado la mayoría de
los idiomas occidentales. Recientes trabajos indican que el
protolenguaje se originó hace más de 6000 años en la parte oriental de
Anatolia, y que algunas de las lenguas hijas fueron diferenciándose a
través de las migraciones que las llevaron primeramente hacia el Este y
luego hacia el Oeste. Los lingüistas buscan correspondencias
gramaticales, sintácticas, léxicas y de pronunciación entre los idiomas
conocidos, a fin de reconstruir sus lenguas predecesoras inmediatas, y
por último, la lengua originaria. Las lenguas vivas admiten la
comparación directa entre sí, pero las muertas que han sobrevivido en
forma escrita generalmente pueden ser vocalizadas por inferencia, a
partir de datos lingüísticos internos. Pero las lenguas muertas que
nunca fueron escritas sólo pueden reconstruirse por comparaciones entre
sus descendientes y proyectándose hacia el pasado con la atención puesta
en las leyes que rigen los cambios fonológicos. Esto es de suma
importancia ya que los sonidos son más estables en el tiempo que los
significados.
Los primeros
estudios trataron sobre las lenguas que les eran más familiares a los
lingüistas europeos: las pertenecientes a las familias Itálica, Céltica,
Germánica, Báltica y Eslava. Pero desde el siglo XVI los viajeros
europeos habían detectado la afinidad entre estas lenguas y las “arias”
de la lejana India. William Jones propuso en 1786 que todas ellas
podrían llegar a compartir un antepasado común. A esto se le llamó
“Hipótesis Indoeuropea“. Para reconstruir el lenguaje indoeuropeo, los
primeros lingüistas se basaron en la ley enunciada en 1822 por Jacob
Grim llamada del cambio de sonido. Esta ley postulaba que los grupos
consonánticos van substituyéndose unos a otros a lo largo del tiempo en
forma regular y predecible. Las reglas de esta ley se utilizaron para
reconstruir un vocabulario indoeuropeo que reflejara como vivían quienes
lo hablaban. Las palabras de ese vocabulario describían paisajes y
climas que los lingüistas situaron en Europa, en la región comprendida
entre los Alpes y los mares Báltico y del Norte. En la actualidad, los
datos más recientes ubican el probable origen de la lengua indoeuropea
en la parte occidental de Asia. Las investigaciones arqueológicas y
lingüísticas realizadas hasta ahora incluyen cerca de una docena de
lenguas antiguas que van desde la actual Turquía hasta países alejados
como Tokaria, en el Turquestán. El paisaje descrito por el
protolenguaje en su concepción actual debió de hallarse en algún lugar
de la zona delimitada por el arco que se extiende desde la ribera
meridional del mar Negro, que luego baja a la península de los Balcanes y
cruza hacia el Este la antigua Anatolia (actual Turquía) hasta llegar
por el norte a la región del Cáucaso. Allí, la revolución agrícola
proporcionó el excedente de alimentos que impulsó a los indoeuropeos a
fundar pueblos y ciudades-estado, desde las cuales iniciaron sus
migraciones por el continente euroasiático hace unos 6000 años. Algunas
de aquellas corrientes migratorias invadieron Anatolia desde el Este
(año 2000 a.C.) y fundaron el reino hitita, que hacia el 1400 a.C. había
dominado toda la región.
El idioma oficial
de los hititas fue una de las primeras lenguas indoeuropeas escritas. A
comienzos del siglo XX, Bedrich Hrozný, lingüista de la Universidad de
Viena y luego de la Universidad Carolina de Praga, descifró las
inscripciones cuneiformes hititas de unas tablillas halladas en la
biblioteca de su capital, Hattusas, 200 km. al Este de la actual Ankara.
Allí se encontraron también tablillas con escrituras cuneiformes en dos
lenguas afines, la luwiana y la palaica. Se investigó la evolución de
la lengua luwiana en inscripciones jeroglíficas posteriores (1200 a.C.),
cuando el imperio hitita ya había desaparecido. A esta familia de
lenguas anatolias que iba emergiendo, se le agregó el idioma lidio
(próximo al hitita) y el licio (afín al luwiano), ambos conocidos a
partir de inscripciones que se remontan hacia fines del año 1000 a.C. La
aparición del hitita y de otras lenguas anatolias (en el transcurso del
3000 al 2000 a.C.) pone un límite absoluto a la fragmentación del
lenguaje indoeuropeo. Debido a que el protolenguaje anatolio ya estaba
entonces dividido en lenguas hijas, se calcula que se había desprendido
del indoeuropeo paterno alrededor del 4000 a.C. Esta interferencia se
comprueba por lo que se sabe de la porción de la comunidad indoeuropea
que quedó después de la ruptura con la familia anatolia. De aquella
comunidad provinieron las lenguas que persistirían en la época histórica
de los testimonios escritos. La primera rama que se separó fue la de la
comunidad lingüística greco-armenio-indo-irania. Ésta debió empezar a
separarse en el 4000 a.C., ya que a mediados del tercer milenio a.C.
estaba ya dividiéndose en dos grupos: el indo-iranio y el greco-armenio.
Algunas tablillas del archivo de Hattusas dan testimonio que a mediados
del segundo milenio a.C., el grupo indo-iranio había originado un
idioma que se hablaba en el reino Mitanni (ubicado en la frontera
sudeste de Anatolia), que era ya distinto del antiguo indo (sánscrito) y
del antiguo iranio. Textos creto-micénicos contemporáneos del reino
Mitanni, descifrados a comienzos de la década de 1950 por los
especialistas Británicos Michael G. F. Ventris y John Chadwick,
resultaron estar escritos en un dialecto griego hasta entonces
desconocido. Todos estos lenguajes procedían, cada uno por distinta vía,
del armenio. Latocaria fue otra familia de lenguas que se distinguió
muy pronto del lenguaje indoeuropeo.
El tocario es uno
de los idiomas indoeuropeos descubierto a principios del siglo XX en
textos procedentes del Turquestán chino. Tales textos fueron fáciles de
descifrar, ya que estaban escritos en una variante de la escritura
Brāhmī (uno de los tres alfabetos del Sánscrito, mientras que el que
usamos actualmente es el alfabeto Devanāgarī). Y, además, porque todos
ellos eran traducciones de conocidas escrituras Buddhistas. El estudioso
británico W. N. Henning sugirió que los tocarios no eran sino los
gutianos, los cuales son mencionados, en Akkadio, un idioma Semita, en
algunas inscripciones cuneiformes de Babilonia. Se calcula que estas
inscripciones son de fines del tercer milenio a.C., cuando el rey Sargón
estaba levantando el primer gran imperio mesopotámico. Si las opiniones
de Henning son acertadas, los tocarios serían los primeros indoeuropeos
que aparecen en los documentos históricos del Cercano Oriente.
Afinidades léxicas entre la lengua tocaria y la ítalo-celta prueban que
los habitantes de las dos familias lingüísticas compartían la patria del
indoeuropeo antes de que los tocarios emprendiesen su emigración hacia
el Este. Hoy día se pueden trazar las diversas sendas que siguieron las
migraciones humanas y la transformación lingüística hasta dar con el
protolenguaje indoeuropeo en su propia patria. Todo ello como resultado
de la revisión de los cánones fonológicos. Al revisar el sistema
consonántico del protolenguaje europeo, también se han puesto en tela de
juicio las vías de transformación que desembocan en las lenguas
indoeuropeas históricas. Según recientes investigaciones, la
reconstrucción de las consonantes del protolenguaje evidencia su mayor
afinidad con las lenguas Germánica, Armenia e Hitita que con las del
Sánscrito. Esto invierte la concepción clásica según la cual, el sistema
sonoro de los primeros (germánico, armenio e hitita) habría sufrido una
alteración continua, mientras que el sistema sonoro original se había
conservado fielmente en el Sánscrito.
Es posible aprender
más cosas sobre los primitivos indoeuropeos a partir de otros aspectos
de su vocabulario. Algunos de sus vocablos, por ejemplo, describen una
técnica agrícola cuya existencia se remonta al 5000 a.C. Los vocablos
indoeuropeos con que se designan la “cebada”, el “trigo”, el “lino”, las
“manzanas”, las “cerezas” y sus árboles, las “moras” y sus arbustos,
las “uvas” y sus cepas, así como también los instrumentos o aperos con
que se cultivan y cosechan tales frutos, describen un modo de vida
desconocido en Europa septentrional hace alrededor de unos 4.000 o 5.000
años según los datos arqueológicos. El paisaje que describe el
reconstruido protolenguaje indoeuropeo es montañoso, y así lo evidencian
numerosos términos utilizados para designar altas cumbres, lagos
situados entre montes y ríos torrentosos que descienden de manantiales
de montaña. Este cuadro no podría darse ni en las llanuras
centroeuropeas ni en las estepas que se extienden al norte del mar
Negro, unas zonas que también han sido propuestas como país natal del
indoeuropeo. Esa descripción se adapta muy bien, en cambio, al paisaje
de Anatolia oriental y al de la Transcaucasia, en cuyos horizontes se
halla la cordillera del Cáucaso. Otra clave importante para la
identificación del país en que se originó el indoeuropeo la proporciona
la terminología dedicada al transporte sobre ruedas: hay palabras para
rueda, eje, yugo, arreos, caballo y potro. Las piezas del carro y los
utensilios de bronce con que se cortaban y desbastaban los troncos para
fabricar los vehículos, se designan con palabras que suponen la
fundición de metales. Los grabados en piedra hallados en la zona
comprendida desde la Transcaucasia hasta la Mesopotamia Superior, y
entre los lagos Van y Urmia, contienen las primeras representaciones de
carros tirados por caballos. La posible patria originaria del
indoeuropeo es, por cierto, una de las regiones en que se domesticó al
caballo y se lo utilizó como animal de tiro en el cuarto milenio a.C.
Desde allí los vehículos con ruedas se difundirían –a través de las
migraciones de los indoeuropeos en el tercero y segundo milenio a.C.–
por el este hasta el Asia Central, por el oeste hacia los Balcanes, y
circundando el mar Negro llegarían luego al centro de Europa. El
carruaje es un elemento significativo de la mezcla de las culturas, pues
tanto en los pueblos indoeuropeos como en los mesopotámicos aparece el
carro formando parte de los ritos fúnebres y otras ceremonias
religiosas.
Sin embargo, el
problema del origen de las lenguas aún no ha sido resuelto por falta de
pruebas materiales. Dos de ellas son fundamentales para el conocimiento
de la humanidad y su avance cultural: monogénesis (origen único de los
diferentes linajes de homínidos y lenguas) o poligénesis (procedencia de
múltiples linajes). Algunas doctrinas religiosas sitúan el nacimiento
de la humanidad a partir de una semilla germinada por el soplo de Dios
en el jardín del Edén, espacio de imposible localización geográfica y
arqueológicamente indemostrable. Por su parte, los científicos, sin
descartar una explicación enmascarada bajo el mito de Adán y Eva, se
inclinan por el origen poligenético de nuestros antepasados en el marco
del denominado protomundo. Los contactos con culturas del occidente
asiático se manifiestan también en la coincidencia de temas mitológicos,
por ejemplo, el robo de las manzanas de las Hespérides por parte de
Hércules, y otras leyendas similares que se repiten en los pueblos
nórdicos y celtas. Por otro lado, las lenguas semíticas y las
indoeuropeas coinciden en identificar al hombre con la tierra. El
enraizamiento de las lenguas indoeuropeas en la zona central de Anatolia
lo sugiere también la abundancia de palabras tomadas de varios
lenguajes que allí florecieron, tales como el semítico, kartveliano,
sumerio y egipcio. Según Andrés Muni, la arqueología, la
paleo-demografía y la geografía lingüística cada vez aportan nuevos
datos acerca de la probable dispersión del hombre moderno desde las
regiones lacustres de África hacia Asia, Australasia y América via
Beringia (estrecho de Bering). Al mismo tiempo, la actividad humana
-fabricación de artefactos, intercambios comerciales, innovaciones
culturales- forma parte del proceso general de adaptación de la especie.
Por consiguiente, se supone que las lenguas han tenido que seguir la
misma ruta que los hablantes.
La glotocronología
es una división de la lingüística encargada de fijar la antigüedad de
las lenguas. Según los cálculos del profesor Johanna Nichols, expuestos
en 1998 ante la Academia de Ciencias de California, la edad del lenguaje
humano es superior a los 130.000 años si tiene un origen monogenético y
100.000 si es poligenético, procedente de al menos 10 cepas distintas.
Tanto en un caso como en otro pudo haberse producido una evolución
gradual del lenguaje premoderno al moderno, o bien un cambio drástico en
el seno de una o varias ramas de homínidos. La colonización debió
ocurrir, siempre partiendo de África, en sentido de sur a norte y de
oeste a este. La combinación de movimientos migratorios y cambios
lingüísticos divergentes ayudó a desplegar, por ejemplo, el enorme
abanico lingüístico de Nueva Guinea (Irian Jaya y Papúa), donde todavía
permanecen vivas 1.075 lenguas distintas en un espacio reducido. El
número plausible de pobladores de cada asentamiento no excedería los 500
individuos. La vecindad entre ellos, la exogamia y la introducción de
la agricultura generarían un renovado bilingüismo o plurilingüismo y
también fenómenos lingüísticos convergentes. Derek Bickerton, lingüista y
profesor emérito en la Universidad de Hawai , Manoa, ha hecho un
interesante análisis de un imaginario protolenguaje, como pudiera
haberlo hablado el hombre primitivo, a partir de los marcadores
genéticos de las lenguas modernas. Conviene aclarar que la presencia de
rasgos comunes a dos o más lenguas no significa necesariamente que hayan
estado emparentadas, sino que acaso sean el reflejo de un contacto
entre ellas en el pasado. Por otra parte, si bien es cierto que nuestros
genes, desde el punto de vista biológico, llevan la señal de nuestros
antepasados, ello no implica que nosotros también seamos portadores de
su legado lingüístico más allá de unas cuantas generaciones. Tenemos
suficientes muestras. Por ejemplo, los búlgaros descienden en gran parte
de los turcos pero se expresan en una lengua eslava; la mayoría de los
norteamericanos -estadounidenses y canadienses- hablan inglés o francés,
tras haber olvidado las lenguas de sus abuelos -alemán, sueco,
holandés, lituano, italiano, afro-seminole, apache, cherokee, inuktitut,
etc.-; los franceses hace siglos que abandonaron las lenguas gálicas
prerromanas; del antiguo ibérico apenas quedan rastros en las actuales
variantes romances hispánicas. Es, pues, muy arriesgado afirmar quién
hablaba qué lengua 6.000 años atrás, aunque se conoce con relativa
precisión el estado actual de unas 8.000 lenguas pertenecientes, según
Nichols, a 300 familias y 200 linajes.
Hecha la salvedad
de que es imposible, al menos por ahora, extraer pruebas irrefutables
sobre el verdadero perfil del lenguaje de nuestros antecesores más
remotos y su posterior evolución, Bickerton se pregunta si la
introducción de la sintaxis se produjo en virtud de una mutación en el
desarrollo cerebral del homo sapiens sapiens. La posible analogía del
protolenguaje con lenguajes primarios, tales como los que practican
ciertos investigadores con antropoides, así como algunos dialectos
pidgin actuales, no debe llevarnos a concluir que haya habido un avance
progresivo y significativo del protolenguaje hasta alcanzar la
complejidad sintáctica y léxico-semántica de nuestros sistemas. En
realidad, el desarrollo de la sintaxis es posterior al de la semántica y
la pragmática. Hay numerosos estudios que confirman la transición del
lenguaje infantil, basado en componentes léxicos utilizados como soporte
del significado y su contexto, hacia formas progresivamente
gramaticalizadas a medida que se incrementan las necesidades
comunicativas y la experiencia sociocultural de los hablantes. A
nosotros nos parece una tarea innecesaria hacer una abstracción de la
estructura del lenguaje moderno y analizarla con independencia de sus
funciones comunicativas. No podemos ignorar que el lenguaje sólo
adquiere significado en el contexto social y cultural en el que se
produce y, por consiguiente, su despliegue viene determinado por la
observación directa de los comunicantes sobre las reacciones de sus
interlocutores ante los estímulos verbales.
Un pidgin es un
interlingua simplificada y usada por individuos de comunidades que no
tienen una lengua común, ni conocen suficientemente alguna otra lengua
para usarla entre ellos. Los pidgins han sido comunes a lo largo de la
historia en situaciones como el comercio, donde los dos grupos hablan
lenguas diferentes, o situaciones coloniales en que había mano de obra
forzada (frecuentemente entre los esclavos de las colonias se usaban
temporalmente pidgins). En esencia, un pidgin es un código simplificado
que permite una comunicación lingüística escueta, con estructuras
simples y construidas azarosamente mediante convenciones, entre los
grupos que lo usan. Un pidgin no es la lengua materna de ninguna
comunidad, sino aprendido o adquirido como segunda lengua. Los pidgins
se caracterizaban por combinar los rasgos fonéticos y morfológicos y
léxicos de una lengua con las unidades léxicas de otra, sin tener una
gramática estructurada estable. El pidgin no es habitualmente el
lenguaje materno de ningún grupo étnico o social, sino que suele ser la
lengua que emplea un inmigrante en su nuevo lugar de residencia, o una
lingua franca empleada en una zona de contacto intenso de poblaciones
lingüísticamente diferenciadas, como por ejemplo un puerto muy activo.
Los pidgins fueron frecuentes también en las colonias, mezclando
elementos de la lengua de la nación dominante con los de los nativos y
los esclavos introducidos en ella. El hablante del pidgin emplea las
estructuras formales de su lengua materna, a las que completa con
vocablos de la lengua de su interlocutor; puesto que se emplean para
mantener comunicaciones entre individuos con competencias lingüísticas
diferentes, su gramática normalmente suele reducirse a lo indispensable.
Es comúnmente aceptada la idea de que si un pidgin se estabiliza como
lengua de un grupo, de modo que llega a tener hablantes nativos, empieza
a convertirse en un creole o lengua criolla, la cual se caracteriza por
adquirir, sobre la base del pidgin, todas las características de una
lengua natural completa; sin embargo algunos lingüistas, como Salikoko
Mufwene, consideran que este hecho no está bien demostrado.
El pidgin más
antiguo del que se tiene noticia es la lingua franca o sabir, un
dialecto empleado por los marinos y mercaderes del Mediterráneo desde el
siglo XIV que continuó en uso hasta finales del siglo XIX. Muchos otros
pidgins se han originado en la actividad comercial de los europeos. El
pidgin de Guangzhou –del que una etimología popular hace derivar en el
propio término “pidgin“– se originó en los puertos chinos para la
negociación. Otra rica fuente de pidgins fue la introducción en las
colonias americanas y caribeñas de esclavos de origen africano; la
combinación de las distintas lenguas que éstos hablaban –puesto que los
esclavistas capturaban indistintamente a miembros de distintas etnias,
muchas veces desconocidas u hostiles entre sí– con las lenguas de los
terratenientes coloniales y los nativos amerindios dio lugar a numerosas
mezclas, de las cuales la mayoría se estabilizaron al final en lenguas
criollas. En Sudamérica, la combinación del portugués, el español y las
lenguas tupí-guaraníes dio origen a la Língua geral o ñẽen’gatú, hablado
en la cuenca del Amazonas y empleada para los ritos umbanda hasta el
día de hoy. El origen del término no está claro. Se ha sugerido que la
palabra se tomó de la pronunciación china de la palabra inglesa business
(“negocios“), pero podría deberse también a la expresión pigeon English
(“inglés de paloma“), en referencia a la paloma mensajera. La palabra
china para pidgin, yáng jīng bīn, tuvo su origen a partir del nombre del
río Jīng, situado a lo largo de la frontera entre las tierras
arrendadas a franceses e ingleses en Shanghái. Pidgin English es el
nombre dado por los anglohablantes al pidgin sino-anglo-portugués usado
para el comercio en Guangzhou durante los siglos XVIII y XIX. En China
esta lingua franca recibió el nombre de inglés de Guangzhou. Ciertamente
los pidgin poco evolucionados son sistemas altamente lexicalizados
(aquellos en los que el significado de los enunciados se apoya en las
palabras, con escasos testigos de la función gramatical). La falta de
una estructura comparable a la de las lenguas lexificantes o lenguas
superestrato (las que aportan el mayor número de componentes léxicos)
les da un aspecto primario. Sin embargo, su reducido inventario
funcional -describir cosas o personas y referir episodios- obedece más a
las limitaciones comunicativas de los hablantes en el entorno en el que
se mueven que a la posibilidad real de ampliarlas a medida que se
ensanchan sus horizontes comunicativos.
De
hecho, bastantes pidgin -por ejemplo, el inglés dialectal que se habla
en Jamaica- han crecido hasta alcanzar un grado de sofisticación similar
a la de los lenguajes con plena operatividad, es decir, capaces de
expresar complejas funciones referenciales, artísticas y
metalingüísticas y servir de herramientas de cohesión social, para
describir el propio lenguaje, transmitir estados emocionales o ideas
abstractas y crear formas artísticas. Esta circunstancia no se puede
producir, lógicamente, en la jaula de un chimpancé sometido a
experimentación con semantemas visuales. Las condiciones previas que se
requieren -tal vez simultáneamente, aunque en un largo trayecto
evolutivo- son, en primer lugar, una radical transformación de los
órganos de fonación; por ejemplo, en el hombre la epiglotis no está en
contacto con el paladar blando, como en los primates, disposición
anatómica que resulta esencial para la articulación del lenguaje. De
igual manera tiene que producirse un notable incremento en el tamaño del
cerebro, una adecuada distribución y potente desarrollo de la red
neuronal para procesar y transmitir la información. Finalmente, es
imprescindible un encuentro sostenido con el linaje adecuado para
comenzar a explorar los matices de cada episodio comunicativo y
enriquecer el campo de la experiencia individual y colectiva. Existen
datos sobre la variación lingüística enormemente perturbadores: el
incremento de hablantes a lo largo de la historia produce un desgaste
más o menos intenso de dichas lenguas, que se ven afectadas por
numerosos fenómenos de hibridación, reducción, simplificación o relevo
de sus engranajes estructurales. Basta comparar la elaborada sintaxis
del latín o el antiguo germánico con la de las modernas lenguas
románicas y el inglés para observar la pérdida masiva de componentes
paradigmáticos (por ejemplo los morfemas que indican el caso en el
nombre o la persona en el verbo), a favor de los sintagmáticos
(horizontales o lineales, como los clíticos, las preposiciones que
señalan el caso o los pronombres que indican la persona del verbo).
Asimismo se conjetura que en el transcurso de mil años se pierde o es
reemplazado un 20% de la masa léxica de cada lengua. Como contraste,
ciertos idiomas cuyo número de hablantes es estable o se halla en
progresivo declive no se ven tan afectados por cambios estructurales
profundos, ya que la incidencia de la variación también es menor en
virtud de la escasa innovación léxica o semántica de dichos hablantes.
Islandia, junto al Ártico, y Pitcairn, un islote perdido en el Pacífico,
son magníficos enclaves donde se puede admirar, respectivamente, la
longeva estabilidad del antiguo nórdico y la de un inglés
semicriollizado anclado en el siglo XVIII.
Fuente:
despiertaalfuturo
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