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lunes, 2 de abril de 2012

¿Coincidencias o consecuencias?

Cada uno de nosotros ha experimentado alguna vez alguna coincidencia. Los matemáticos las justifican como acontecimientos debidos meramente a la casualidad, pero hay quienes les atribuyen unas razones más profundas.

En la noche del 28 de julio de 1900, el rey Humberto 1 de Italia cenaba con su ayudante en un restaurante de la localidad de Monza, donde debía presenciar un concurso de atletismo al día siguiente. Con gran sorpresa observó que el propietario del establecimiento era idéntico a él. Por curiosidad, entabló conversación con él, y fue descubriendo que existían entre ellos otras semejanzas.
El dueño también se llamaba Humberto; al igual que el rey, había nacido en Turín, y en el mismo día; y se había casado con una chica llamada Margherita el mismo día en que el rey se casó con su esposa, la reina Margherita. Y había inaugurado el restaurante el día en que Humberto 1 fue coronado rey de Italia.
El rey quedó fascinado e invitó a su doble a que asistiera al concurso de atletismo con él. Pero al día siguiente, ya en el estadio, el ayudante del rey le informó que el dueño del restaurante había muerto aquella mañana después de que le hubieran disparado misteriosamente. Y mientras el rey expresaba su pesar, un anarquista que surgió de entre la multitud disparó contra él y le mató.
Otra extraña coincidencia conectada con una muerte ocurrió mucho más recientemente. El domingo 6 de agosto de 1978, el pequeño despertador que el papa Pablo VI había comprado en 1923 -y que durante 55 años le había despertado a las seis cada mañana- sonó repentinamente, y de un modo estridente. Pero no eran las seis; eran las 9,40 de la noche y, de forma inexplicable, el reloj empezó a sonar cuando el papa yacía moribundo. Más tarde, el padre Romeo Panciroli, portavoz del Vaticano, comentaría: "fue de lo más extraño. Al papa le gustaba mucho el reloj. Lo compró en Polonia y lo llevaba siempre consigo en sus viajes."
Asesinato del rey Humberto I de Italia, quien vivió y murió de similar manera que otro Humberto de un pueblito de Italia.


Cada uno de nosotros ha experimentado una coincidencia -aunque sea trivial- alguna vez. Pero algunos de los casos más extremos parecen desafiar toda lógica y resulta imposible atribuirlos a la mera suerte.

Los poderes del Universo

No es, pues, sorprendente que la "teoría de la coincidencia" haya entusiasmado a científicos filósofos y matemáticos durante más de 2000 años. Hay un tema que aparece en todas sus teorías y especulaciones: ¿qué son las coincidencias? ¿Contiene un mensaje escondido dirigido a nosotros? ¿Qué fuerza desconocida representan? Sólo en nuestro siglo se han sugerido algunas respuestas verosímiles, pero son respuestas que chocan con las propias raíces de la ciencia. Ello hace que nos preguntemos: ¿existen poderes en el Universo de los que no tenemos todavía un conocimiento preciso?
Los primeros cosmólogos creían que el mundo se mantenía unido por una especie de principio de totalidad. Hipócrates, conocido como el padre de la medicina, que vivió aproximadamente entre 460 y 375 a.C., creía que el Universo estaba unido por unas "afinidades ocultas", y escribió: "Hay un movimiento común, una respiración común, todas las cosas están en solidaridad las unas con las otras." Según esta teoría, la coincidencia se daría cuando dos elementos "solidarios" o "afines" se buscan el uno al otro.
El filósofo renacentista Pico della Mirandola escribió en 1557: "En primer lugar, hay una unidad en las cosas por la cual cada cosa forma un conjunto consigo misma. En segundo lugar, existe la unidad por la cual una criatura está unida a las otras y todas las partes del Universo constituyen un mundo."
Cuando el Papa Pablo VI. estaba a punto de morir su despertador comenzó a sonar inexplicablemente.


Esta creencia ha perdurado, de una forma apenas alterada, en tiempos mucho más modernos. El filósofo Arthur Schopenhauer (1788-1860) definió la coincidencia como "la aparición simultánea de acontecimientos causalmente desconectados." Sugirió que los acontecimientos simultáneos iban en líneas paralelas, y que el mismo acontecimiento, aunque representa un eslabón de cadenas totalmente diferentes, se da sin embargo en ambas, de forma que el destino de un individuo se ajusta invariablemente al destino de otro, y cada uno es el protagonista de su propio drama mientras que simultáneamente está figurando en un drama ajeno a él. Esto es algo que sobrepasa nuestros poderes de comprensión y sólo puede concebirse como posible en virtud de la maravillosa armonía preestablecida. Todos debemos participar en ella. Por tanto, todo está interrelacionado y mutuamente armonizado.

Investigando el futuro

La idea de un "inconsciente colectivo" -almacén secreto de recuerdos a través de los cuales las mentes puedan comunicarse- ha sido debatida por varios pensadores. Una de las teorías más extremistas para explicar la coincidencia fue presentada por el matemático británico Adrián Dobbs en los años sesenta. Inventó la palabra "psitrón" para describir una fuerza desconocida que registraba, como el radar, una segunda dimensión temporal que era más bien probabilística que determinista. El psitrón absorbía probabilidades futuras y las transmitía al presente desviándose de los sentidos humanos corrientes y transmitiendo de alguna forma la información directamente al cerebro.
La primera persona que estudió las leyes de la coincidencia científicamente fue el doctor Paul Kammerer, director del Instituto de Biología Experimental de Viena. Desde que tenía veinte años, empezó a escribir un "diario" de coincidencias. Muchas eran triviales: nombres de personas que surgían inesperadamente en conversaciones separadas, tickets para el concierto y el guardarropa con el mismo número, una frase de un libro que se repetía en la vida real. Durante horas, Kammerer permanecía sentado en los bancos de los parques tomando nota de la gente que pasaba, anotando su sexo, edad, vestido, y si llevaban bastones o paraguas. Después de haber considerado detalles tales como la hora punta, el tiempo y la época del año, descubrió que los resultados se clasificaban en "grupos de números" muy similares a los que usan los estadísticos, los jugadores, las compañías de seguros y los organizadores de encuestas.
Kammerer llamó a este fenómeno "serialidad", y en 1919 publicó sus conclusiones en un libro titulado Das Geseiz der Serie (La ley de la serialidad). Afirmaba que las coincidencias iban en serie -es decir-, "se producía una repetición o agrupación en el tiempo o en el espacio por la cual los números individuales en la secuencia no estaban conectados por la misma causa activa."
Kammerer sugirió que la coincidencia era meramente la punta de un iceberg dentro de un principio cósmico más grande, que la humanidad todavía apenas reconoce.
Arthur Koester definió las coincidencias como "Chistes del destino".


Al igual que la gravedad, es un misterio; pero a diferencia de ella, actúa selectivamente para hacer coincidir en el espacio y en el tiempo cosas que poseen alguna afinidad. "Así pues -concluyó-, al final tenemos la imagen de un mundo-mosaico o de un caleidoscopio cósmico que, a pesar de los constantes movimientos y nuevas disposiciones, también se preocupa por hacer coincidir cosas iguales."
El gran salto hacia adelante tuvo lugar 50 años más tarde, cuando dos de las mentes más brillantes de Europa colaboraron para producir el libro más completo acerca de los poderes de la coincidencia, un libro que iba a dar lugar a controversia y a ataques por parte de teóricos rivales.
Los dos hombres eran Wolfgang Pauli -cuyo principio de exclusión, ideado de una forma muy atrevida, le mereció el premio Nobel de física- y el psicólogo/filósofo suizo profesor Carl Gustav Jung. Su tratado llevaba el poco original titulo de Sincronicidad, un principio de conexión no causal. Descrito por un crítico americano como "el equivalente paranormal de una explosión nuclear", utilizaba el término "sincronicidad" para ampliar la teoría de la serie de Kammerer.

Orden a partir del caos

Según Pauli, las coincidencias eran "las huellas visibles de principios desconocidos". Las coincidencias, explicó Jung, tanto si se dan aisladas como si aparecen en serie, son manifestaciones de un principio universal apenas conocido que opera con bastante independencia respecto de las leyes físicas. Los que han interpretado la teoría de Pauli y Jung han concluido que la telepatía, la precognición y las mismas coincidencias son todas manifestaciones de una única fuerza misteriosa que opera en el Universo y que está tratando de imponer su propia disciplina sobre la total confusión que rige la vida humana.
Wolfgang Pauli, Nobel de física que introdujo el concepto de sincronicidad.


De todos los pensadores contemporáneos, nadie ha tratado más extensamente la teoría de la coincidencia que Arthur Koestler, quien resume este fenómeno con la expresiva frase "chistes del destino".
Un "chiste" particularmente sorprendente le fue relatado a Koestler por un estudiante inglés de doce años llamado Nigel Parker: Hace muchos años, el autor de historias de terror norteamericano, Edgar Allan Poe, escribió un libro titulado El relato de Arthur Gordon Pym. En él, el señor Pym viajaba en un barco que naufragó. Los cuatro supervivientes pasaban muchos días en un bote antes de decidirse a matar y comerse al grumete, cuyo nombre era Richard Parker.
Unos años después, en el verano de 1884, el primo de mi bisabuelo era grumete de la yola Mignoneite cuando ésta se hundió, y los cuatro supervivientes navegaron a la deriva en un bote durante muchos días. Finalmente, los tres miembros mayores de la tripulación mataron y se comieron al grumete. Su nombre era Richard Parker.
Tales incidentes, extraños y aparentemente significativos, abundan. ¿Qué explicación puede haber para ellos, a no ser la mera coincidencia?

 
Fuente:   lo-inexplicable

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