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lunes, 4 de noviembre de 2013

K’A’R’: El héroe olvidado de la Atlántida




Hace algunos millares de años, durante el gran éxodo hacia el Oeste de las hordas procedentes de Asia, las Cícladas y el litoral vecino al Asia Menor vieron aparecer una nueva nación a cuyos miembros el historiador Tucídides llamara “carios”. Se sabe muy poco de ellos; que tenían una avanzada civilización y que venían migrando, lentamente, desde mucho más al Este aún.
 Algunas fuentes suponen que simplemente buscaban dar la vuelta al mundo. Sea como fuere, esta civilización tenía profundas relaciones con la cultura fenicia, la cretense, la súmero babilónica y, enfrentando las críticas más acérrimas, su huella se encuentra en la América precolombina, muy seguramente como recuerdo de su dispersión de un punto intermedio entre su asentamiento históricamente aceptado (al sudoeste de Turquía) y sus avanzadas extremas hacia el Este. 
Pueden haber sido los carios los emisarios que llevaron a la Caverna de Los Tayos buena parte de los tesoros legendariamente allí ocultos. Muchos historiadores piensan que los carios no dejaban de tener relación con los pelasgos y, como éstos, no eran de origen ario. El hecho de que los fenicios se llamasen a sí mismos “el pueblo de Caru” permite suponer que ellos también se relacionaban de alguna manera con los carios de Tucídides, tanto más cuando tenían muchos puntos comunes. Los fenicios eran semitas y los carios quizás constituían una rama de esa raza. Cario. Relieve de las escaleras del oriente, Apadana, Persépolis. 
Antiguas tradiciones nos refieren que algunos milenios antes de nuestra era los carios constituyeron un Estado gobernado por un mago, cuyo nombre, rodeado de misterio, no nos ha llegado. Sólo sabemos que ese nombre se componía de tres palabras “tabú”, cuyas iniciales eran K, A y R. Se empleó la palabra K’A’R’ (Kar, Car) formada por esas tres iniciales para designar al dictador-mago; las tribus agrupadas bajo la autoridad de Kar llegaron finalmente a darse el nombre de carios. 
Y que se llame “mago” (del caldeo “maguii”, “sabio”) a Kar da a entender una fuerte influencia, por lo menos en el recuerdo, de la cultura sumeria. Kar fue el primer legislador de su pueblo, introdujo el monoteísmo (que milenios después su pueblo abandonó), fundó la ciudad de Halicarnaso (Hali-Kar-Nassos, o “el Jardín Sagrado de Kar”). Durante su vida, su imperio se dividió en dos partes: Caria, con su capital Halicarnaso y Cara, verosímilmente un estado vasallo. Hubo una época en que Fenicia (o “tierra de los carus”) formaba parte igualmente del imperio cario y, por consiguiente, los tres estados de Caria, Car y Caru se hallaban agrupados bajo la misma autoridad. 
Ciudades carias en blanco. Este mapa representa los ríos actuales y la costa y algunos accidentes pueden haber cambiado con los años, especialmente Mileto, Heraclea, y Miunte estaban en el lado sur de un golfo y Priene en el lado norte; el río Meandro desde entonces desagua en el golfo. 
También políticamente Telmessos, Mileto y Kálimnos fueron consideradas a veces parte de Caria y otras no. Diodoro considera al reino de Kar como una verdadera Edad de Oro en la historia de la Humanidad. Los carios, bajo la dirección del misterioso mago, hicieron gran número de descubrimientos y de inventos útiles y sus navíos surcaron todos los mares conocidos de la época. Esta descripción, por otra parte, concuerda muy bien con la tradición atlante. Kar, que era un hombre de estado notable, concluyó y propuso alianzas con muchos países del Asia Menor y tratados comerciales con Hobros (Chipre), Creta, Sicilia y Cerdeña. La más conocida de esas alianzas fue la Unión Caria (Caria, Troya, Ion, Fenicia y Creta) contra el enemigo común, los aqueos, pero evidentemente fue establecida algunos siglos después de la muerte de Kar, en la época de la guerra de Troya. 
Aquí debemos advertir que la historia de Kar refuerza el concepto de considerar la “Atlántida” como la erupción del volcán submarino frente a la isla de Santorini, que arrasó la civilización minoica y que, poco más o menos, es cronológicamente coincidente con la guerra de Troya (alrededor del 1.300 antes de nuestra era para la misma, 1.600 años antes de nuestra era para la erupción volcánica), de donde deviene suponer que la dispersión de los navíos carios en todas direcciones del orbe puede haber sido el “reflejo” de la catástrofe mediterránea, ya sea para poner grandes distancias con el traumático punto de origen, ya sea buscar nuevos recursos consumidos durante ese holocausto. Sugerentemente, recordemos que el Éxodo bíblico, de haber ocurrido, se sitúa en torno al 1.400 antes de nuestra era… Por cierto, fue alrededor de esta fecha que reinara Akhenatón (y su nuevo culto monoteísta) en Egipto. 
La acción cultural de Kar radicó en la difusión de los caracteres carios, de métodos de alfabetización perfeccionados, tratados de comercio, etc. Kar envió también por todas partes sacerdotes misioneros y “cariátides”, es decir, sacerdotisas (con el tiempo, la expresión “cariátide” se circunscribiría a las columnetas arquitectónicas con representaciones femeninas). La hegemonía económica de los carios sobre los pueblos prehistóricos del Mediterráneo, debida a la actividad del legendario Kar, estaba ampliamente justificada por su superioridad cultural. Es interesante destacar que ese sacerdote enigmático, dictador, fundador de una religión nueva y reformador social apareció en las costas del Mediterráneo casi al mismo tiempo que otros líderes análogos, como Zoroastro en Persia y Manú en Babilonia.
 Parece que los carios fueron un pueblo muy emprendedor y que sus expediciones comerciales les llevaron más allá del Mediterráneo; esta hipótesis estaría justificada por el gran número de términos geográficos o de otra clase que contienen el fonema “kar” o “car”, algunos de los cuales se han conservado hasta nuestros días: Karnak (Egipto) Carnac (Francia) Cabo y monte Carmelo Caramania (parte de la antigua Siria) Ciudad de Carpassos (Chipre). Esta ciudad caria construyó ya en época remota una categoría de navíos de gran porte que podían transportar hasta ochocientos pasajeros y enormes cantidades de mercaderías. 
Esos barcos llevaban por su origen el nombres de “carpassios” y ese vocablo sufrió a través de los siglos diversas transformaciones, hasta llegar a nosotros en varios idiomas contemporáneos bajo la forma de karbas, barkas (ruso), bark, (inglés), barque (francés), barco (español), carabela y en ruso también korabl, korabel. Isla de Cárpato - – montañas Cárpatos Khartum (Sudán) que se traduce como “la obra de Kar”; es notable que la terminación “tum”, obra, corresponde al antiguo verbo germánico “thun” o “tun” (hacer) y que en nuestros días la lengua alemana posea una serie de palabras que terminan así: “Reichtun” (riqueza), “Irrtun” (error) y que todas ellas contengan la idea de algo realizado, cumplido. Carnutum (Galia): “allí donde la ley sagrada fue dada por Car”. Cara (Abisinia): significa “vía sagrada”. Mel-Kart (dios del comercio entre los fenicios) Melcart en Grecia se transforma en Mercurio.
 Kar envió emisarios en grandes grupos a todas partes del mundo, por lo que la palabra “caravana” puede tener allí su origen. Mencioné que Kar instauró un culto monoteísta, a un Señor del Universo que no tenía otro nombre que la palabra “Pan”, formada, otra vez, por las iniciales de tres palabras secretas que constituían el apelativo del Ser Supremo. Más tarde, Pan ocupó un lugar en la mitología como el dios de toda la naturaleza visible, inspirador de su poder de creación. (El “panteísmo” señala como el nombre del dios pasó a la lengua griega) y más tarde aún, cayó a la simple categoría de sátiro o fauno (una manera política de las religiones posteriores de desplazarlo).
 Escultura hallada en Pompeya: Pan enseña a Dafnis a tocar la zampoña.Ca. 100 a.C. Este Pan era llamado a veces Tu-Pan, lo que significa (según el profesor Varnhagen), “el divino Pan” en las lenguas pelasga, fenicia y caria, pero el prefijo “Tu” tiene también el significado de “piadoso sacrificio”. Las imágenes de Pan representan generalmente a un fauno con barba de perilla y pezuñas y durante los primeros siglos de la era cristiana el clero, que deseaba combatir enérgicamente ese extendido culto, atribuyó esas características al diablo. 
No puedo evitar mencionar aquí —aunque quizás sea totalmente ajeno al tenor de esta nota— que fue en la Arcadia griega donde nació el culto al macho cabrío como símbolo de la fuerza generatriz de la Naturaleza. Esa Arcadia de la cual el pintor francés Poussin tomó el nombre para su enigmático cuadro “Et in Arcadia ego”, que tanto apasionó al misterioso cura Saunière de Rennes-le-Chateau… “Et in Arcadia ego” No puedo, tampoco, evitar que mi reflexión vuele hacia una “Arcadia”, legendario país de secretos filosofales, “arcaico”. 
Pero, también, “Arcano”. Y ARC es transliteraciòn de CAR. Ark, arca… La diosa Cibeles, de la que se creía era la madre de Kar, fue llamada también Tu-Pama o Tu-Kera. Era generalmente representada como una madre con un niño en brazos, o a veces también sola, vestida con un largo manto y en la cabeza una especie de alta tiara. Imposible no ver aquí un antecedente de las imágenes de la Virgen que pulularían tantos milenios después. Leemos en Diodoro que la primera expedición caria más allá de Gibraltar tuvo lugar alrededor del año 3.500 antes de nuestra era; luego los fenicios, así como los cartagineses, se aventuraron igualmente en el Océano Atlántico. Hoy es evidente que los viajes comerciales de los carios condujeron quizás a la colonización de algunas de las islas Caribes y del litoral septentrional de América del Sur. Pero podría ser también que los carios descendieran de un tronco americano y no hicieran más que visitar su madre patria. O que simplemente descendieran de los atlantes. A principios del siglo XX, los trabajos del profesor Schwennhagen, de Onffroy de Thoron y de Warnhagen han suministrado esas pistas (“Antigüedad de la navegación en Oceanía”, Onffroy de Thoron, Vol IV de los Anales de la Ciudad de Pará, 1905; “Antigua historia del Brasil”, Schwennhagen; “Más allá de la Atlántida”, Gustavo Barroso; “Las dos Américas” de Cándido Costa). Onffroy de Thoron afirma haber descubierto pruebas de la residencia de los carios en Ecuador. Un científico colombiano, Miguel Triana sostuvo hace más de un siglo que los chibchas de Colombia descendieron de los caribes de las antillas y éstos a su vez de los carios. 
Triana basa su hipótesis en la similitud antropométrica que existe entre los cráneos más antiguos de Facatativa (Colombia), la de los caribes y una momia descubierta en Guatavita. Es notable que en América Central y del Sur se encuentren toponímicos que poseen el prefijo “Car” o “Kar”. Además del mar Caribe y la etnia homónima, aún sobrevive en Honduras la etnia de los “caras”. Los pueblos Cariho, Caripuna, Caraya, Caranna están diseminados por centro y Sudamérica. La capital de Venezuela toma su nombre de los originarios del lugar, los “caracas”. 
Toda una serie de localidades del Brasil septentrional poseen en sus nombres el prefijo “car”: Cara, Carara, Carú, Cari, Cariri, Caraï, Caraïba, Cario, Cariboca, Carioca (que llevó a que los nativos de Río de Janeiro sean así conocidos, los “cariocas”), Cara-Tapera, Cariaco, Caralasca, Carova, Caricari, Cararaporis, Acaraí. Nexo entre América del Sur y Oriente… 
Y un lugar muy especial merece el investigador argentino Enrique García Barthe, quien ha profundizado no sólo en el trabajo de campo –como acompaña esta información- sino en el cartográfico, filológico, etc., demostrando con abundancia de pruebas la relación estrechísima entre la remota Grecia y América del Sur. ¿Un ejemplo?. 
Él rescata estos vasos zoomórficos del primer milenio antes de nuestra era realizados en las Cícladas, (vasallaje de los carios, como se ha demostrado) que muestran inevitablemente armadillos, animales que se sabe sólo existen en América. 
Y aquí debemos regresar al ambiente sudamericano —ya que mencionamos Brasil— donde se hizo fuerte una de las etnias de lingüística e historia más rica: los guaraníes (y, curiosamente, de las más desvalorizadas por el academicismo oficial). 
Dejaré para la próxima parte señalar la “conexión atlante” de los guaraníes, pero aquí permítaseme solamente señalar esto: Desde Alaska a la Patagonia, era costumbre llevar plumas en la cabeza en situación de guerra. Igual que los carios.
 De hecho, los griegos tardíos adaptaron esa costumbre al confeccionar sus cascos con cresta sagital de plumas. Esta particularidad es, o bien una indicación del origen americano de los carios, o bien que carios y amerindios tienen un origen común: Atlántida. Bien.
 Los guaraníes refieren que su origen es el de siete tribus que huyeron de la “isla Caraíba”, luego que ésta fuera destruida por una hecatombe. (“Caraíba” significa “tierra de Car”). Esas siete tribus se daban el nombre de “Carí”, pero sus descendientes sacerdotales lo cambiaron a “Tupí” que significa “hijos de Tupán”, el Ser Todopoderoso que, según las creencias de los tupí-guaraníes, gobierna el mundo. 
Ese Tupán guaraní bien podría ser el Tu-Pan del que ya hemos hablado. Y Tupán está toponímicamente presente en “Tollán”, de donde una casta sacerdotal habría provenido para fundar la homónima ciudad que fuera segunda capital de la nación Tolteca en México, también conocida como Tula. Tula, allí donde desde siempre —y así también los denomina coloquialmente la historia oficial— avizoran el horizonte sus misteriosos “atlantes”…
 El autor de este artículo junto a un “atlante” de Tula.
Sospechaba una relación puntual entre los carios y la Caverna de Los Tayos. Seré concreto: a la habitual descripción, entre los hipotéticos tesoros de su interior, de placas con ilustraciones sumerias, babilónicas y tal vez de otros horizontes culturales de la Antigüedad, geográficamente muy lejanos a las Américas, mi suposición es que fueron los carios quienes, precisamente, llevaron ese material documental al Ecuador prehistórico y tal vez, los responsables de elegir o decidir dónde serían ocultos. Recordemos que Moricz siempre llamó la atención sobre la etnia indígena de los “colorados”, llamados así por la habitual coloración natural de sus cabellos, con los cuales, se dice, se pudo comunicar en magyar.

Y los antiguos magyares (hoy, húngaros) no están geográficamente tan lejos de las regiones de Asia Menor que aún académica y oficialmente se consideran parte de la Unión Caria. Muchos grabados que muestran las planchas de Tayos parecen de origen mesopotámico, la cuna de la civilización humana… ¿actual?.

La afamada investigadora Ruth Rodríguez Sotomayor, en su recuperaciòn e inventariado del Runa Simi, la lengua ancestral, señala que el vocablo “kara” tanto en sánscrito como en runa simi significa “el guerrero que va a la cabeza”. Algo que cae muy bien a la legendaria imagen de K’a’r’. Y es el investigador ecuatoriano y experto en Los Tayos Manuel Palacios, quien apunta que la historia habla de una etnia, los “shillis”, que habrían llegado al Ecuador provenientes del mar y fundan la mítica ciudad de “Karakés”. 
Su primer rey se llamó Shilli-Karan, y estableció la Confederación Kitu Kara, en tantos aspectos similar a la Unión Caria. (de ese “Kitu” proviene “Quito”, nombre de la ciudad capital). Láminas, supuestamente extraídas de Los Tayos, facilitadas por Guillermo Aguirre, biógrafo de Julio Goyén Aguado (amigo personal y colaborador de Janos Moricz) y exhibidas por primera vez públicamente en el año 2007 en una conferencia conjunta organizada por Débora Goldstern y el autor. Más al sur, entre Bolivia y Perú, la leyenda cuenta que los misteriosos hombres blancos con barbas que habrían fundado Tiwanaku fueron atacados por un jefe llamado Cari, venido del valle de Coquimbo.

En una batalla entablada en una de las islas del lago Titicaca, esta raza rubia quedó aniquilada, pero el propio Kon-Tiki y sus más adictos compañeros escaparon y bajaron luego a las costas del Pacífico (sigo aquí el relato del etnólogo y explorador Thor Heyerdahl). Y no olvidemos el misterio de la “Fuente Magna”, en exhibición en el Museo del Oro de La Paz (Bolivia), extraña pieza labrada en roca que presenta abundantes signos cuneiformes, presumiblemente mesopotámicos.


Fuente Magna Detalle de grabados cuneiformes en la fuente. 
El siguiente hecho es igualmente digno de interés: todas las tribus autóctonas cuyo nombre contiene el prefijo “Car” llaman a los hombres blancos “cara”, aunque la palabra tupí-avañée generalmente adoptada por ellos para designar el color blanco sea “tinga”. Otro hecho que hay que anotar: Diodoro de Sicilia refiere que los carios llevaban adornos sobre la cabeza compuestos de plumas (de hecho, son ellos los que imponen en el Mar Egeo la costumbre de la cresta plumífera en los cascos de batalla) y que sabemos que todos los pueblos originarios, de Alaska a la Patagonia, tienen la costumbre de llevar esos adornos, sobre todo en tiempos de guerra; esta particularidad es quizás una indicación sobre el origen americano de los carios a menos que éstos hubiesen adquirido esta costumbre durante sus viajes a América. (De hecho, Moricz mismo se preguntaba si no se trataría que los ecuatorianos originales habrían llegado en épocas remotísimas a Europa y de allí retornado con costumbres e idioma). Hablamos de la antigua leyenda de la isla de Caraíba, hundida en el mar. Según esa leyenda, siete tribus de raza caria fueron a instalarse a esa isla huyendo de una catástrofe, aunque la leyenda no indica de modo alguno el origen de esas tribus. Esas gentes se daban el nombre de “Cari” pero sus sacerdotes lo cambiaron por el de “Tupi”, que significa “hijos de Tupán”. Quizás el mismo Tu-Pan cario, del que hablamos antes. 
Y recordemos Tupán, Tollán, Tula y sus “atlantes”… Referidos en el artículo precedente. Muchos siglos antes de la era cristiana, la isla de Caraíba fue a su vez tragada por las aguas (¿cuántos siglos? ¿Diez, doce? Así estaríamos en la fecha de la explosión de Santorín, que mencionamos en el artículo anterior). Los tupíes sobrevivientes emigraron al continente sudamericano, desembarcaron en el litoral de Venezuela y fundaron su asentamiento en Caracas. Algunos centenares de años más tarde, marinos aventureros llegados de un país lejano situado al Este llegaron al mismo lugar y por la fuerza y poco a poco erradicaron toda la población local hacia el Brasil; únicamente un reducido grupo de tupinambás dejó alguno de sus clanes en territorio venezolano. Parece que los tupíes desembarcaron en la isla de Marajó, en el delta del Amazonas. El nombre de esa isla, que se parece al del alto curso del Amazonas, “Marañón”, fue pronunciado antiguamente “Maraio” o “Maraion” y luego modificado por los portugueses, que hicieron de él “Marajo”, que responde mucho más al espíritu de su lengua. El profesor Varnhagen más de un siglo atrás opinó que las palabras “Mara Ion” quieren decir en cario “un gran río”, pero “Ion” tiene el mismo sonido que el nombre de cierto pequeño estado de Ion en el archipiélago (las islas Jonias) que perteneció en su momento a la Unión Caria. La explicación de Schwennhagen es quizás más plausible; según él, esos recién llegados al Brasil entendían por “Gran Ion” (“Mara Ion”) su país de origen, es decir, las islas Jonias. Caru-Taperu, nombre de una localidad de la isla de Marajo, nos lleva nuevamente a los carios; hace algunos años se descubrió allí ruinas ciclópeas de estilo etrusco. 
Cerámica del horizonte étnico de Marajó, con clara influencia etrusca.
Es aquí cuando adquiere otra relevancia ciertas particularidades del famoso Manuscrito 512, que se encuentra en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro desde 1839, aunque data de 1753. Comenta el investigador Yuri Leveratto en su blog, que en él se narra sobre un grupo de aventureros portugueses que buscaron por mucho tiempo las legendarias minas de Muribeca, viajando durante unos diez años al interior de Brasil. Durante su extraordinario viaje descubrieron las ruinas de una gran ciudad perdida cuya arquitectura recuerda lejanamente el estilo greco-romano.
 Leveratto ha encarado su propia traducción de dicho manuscrito (que puede consultarse por el enlace señalado) pero puntualmente cita un párrafo donde: “En el pórtico principal de la calle había una figura humana en bajorrelieve adornada con coronas de laurel: representaba una persona joven, sin barba; debajo de esta figura había grabados en el muro algunos extraños caracteres deteriorados en parte por el transcurrir del tiempo, pero se podían distinguir parcialmente…” y sigue esta ilustración:

Que no ha encontrado traducción literal en ningún idioma, lengua o dialecto. Pero, tentativamente, hemos hecho esta comparación:
Donde, abajo, se lee la expresión “cario” en griego moderno.


No puedo evitar señalar el parecido, aún con el abismo temporal y geográfico, de ambas grafías. La etnia conocida con el nombre de Tupinambá (o “Tupí Nambá”: “los verdaderos tupíes”) conserva todavía algunos conocimientos de astronomía, heredados quizás de sus lejanos antepasados, los carios. Tucídides llama al “divino Kar”, “mago caldeo”, y es claro que el legendario fundador del imperio cario debía poseer conocimientos de esa ciencia, pues los caldeos fueron astrónomos y astrólogos notables. Un misionero del siglo XVII, el padre D’Abbebille, publicó una obra sobre la ciencia astronómica de los tupinambá que suscitó verdaderas críticas entre los doctos eruditos de la Sorbona que no podían concebir que “una tribu de indios salvajes pudiese poseer alguna noción de esa ciencia”.
 La religión de los tupíes hizo su aparición en el Norte de Brasil algunos millares de años antes de nuestra era, coincidiendo verosímilmente con las primeras expediciones de los carios o de los fenicios al país. El idioma tupi es en sí mismo una de las pruebas más sólidas de que hubo un lazo estrecho entre las civilizaciones del antiguo y nuevo mundo. La etnia tupí conocida con el nombre de Gheghes llama a su propio dialecto “nhehen gatu” (“lengua universal”), esto permite suponer que hubo una época en que el idioma tupí se hallaba extensamente difundido y era empleado quizás por los carios, los atlantes y otros pueblos de América. Por caso, el texto conservado en el Museo Británico de la ley del rey sumerio Urgana contiene numerosas palabras tupíes. La palabra caria “sumer” (jefe de Sacerdotes) es empleada todavía por los tupíes bajo la forma “sume” para designar a los sacerdotes, los hechiceros e inclusive los misioneros cristianos y los médicos. Recordemos que una amplia región del Brasil y del Paraguay guarda el recuerdo de un Maestro que habría recorrido esas extensiones en el pasado predicando la paz y la concordia: Pai Zumé. 
A propósito, recordemos que en Albania existe una etnia, curiosamente, también conocida como “gheghe”, y su dialecto se parece bastante al nhehen gatu. Y la pregunta obvia de si los gheghes americanos emigraron a Albania o viceversa, puede resolverse diciendo que ambos se dispersaron de un punto común: la Atlántida. Y no sólo ellos: ¡también los vascos! Quienes se dan a sí mismos el nombre de “euskaros” (Eus Karos), ¿nos están hablando de su parentesco con estos misteriosos, nómades y omnipresentes carios? 
Mapa hipotético de Atlantis que muestra una ruta a las Américas. 
Creo sinceramente que pelasgos, carios, semitas en general, guaraníes y tupíes han sido los descendientes de atlantes emigrados, que partieron en distintas direcciones cuando la catástrofe ancestral —o ya formaban parte de colonias comerciales en los territorios distantes— y que decidieron reunir, desordenada y aleatoriamente, elementos que preservaran la historia de sus ancestros en distintos puntos; la caverna de Los Tayos entre ellas. Eso explicaría la diversidad cultural y el aparente batiburrillo de confusión histórica en la descripción tanto de Moricz como de las hoy desaparecidas colecciones del padre Crespi, de Cuenca. Por ejemplo reflexionemos en: El extraordinario parecido entre las palabras “Ceara” (estado del norte de Brasil) y “Sahara”, siendo dos áreas geográficas desérticas que alimentan la hipótesis de Wegener que alguna vez estuvieran unidas. La existencia de palabras hebreas entre los tupí guaraníes, como “canaan” y “aramea”. Muchos ríos brasileros tiene el prefijo “Poti” en su nombre (Potijara, Potiguara, etc.) y recordemos que en pelasgo “poti” significa “pequeño curso de agua” o “afluente”, adoptado más tarde por los griegos en la palabra “potamós” (río). Cuando Álvarez Cabral desembarcó en el lugar en que se levanta Río de Janeiro, encontró allí a guaraníes que llamaban a esa región “Carioca”. La apalabra “oca”, que significa en “avañée” (el idioma guaraní, ya que “guaraní” es la etnia, no la lengua) “domicilio, residencia” se parece al término griego “oikía”, que tiene el mismo sentido.
 La palabra avañée “cari” significa “hombre blanco”, por lo tanto “carioca” significa “residencia de los hombres blancos” lo que demuestra que la región estuvo alguna vez habitada por un pueblo de raza blanca y la inscripción de la roca de Gavea, pretendidamente fenicia (o caria) alimenta esa hipótesis. 
La roca de Gavea. Obsérvese el rostro frontal. 
Y si se cree que es una “pareidolia” con una formación natural, recuérdese la imagen del dios Ollanta, frente a Ollantaytambo (Perú) donde se ha demostrado que se ha corregido y adaptado la configuración natural.
 Desde otro ángulo. 
La divinidad caria Tu-Pan es venerada todavía por muchas etnias sudamericanas bajo la forma del dios Tupán; su culto tiene una importancia particular entre los guaraníes del Paraguay, pero en otro tiempo se extendía hasta el litoral del Pacífico. Los tupíes sostienen que Tupán enseñó a sus antepasados la agricultura y el uso del fuego. Los pueblos pre incas representaban a Tupán exactamente como las estatuas griegas a Pan; un fauno. El culto de la Cibeles local, o Kera, hizo su aparición al mismo tiempo que el de su hijo Tupán. 
El nombre de Kera era empleado en todas partes donde se creía que Cibeles era la madre de Kar. Cuando los primeros misioneros portugueses en el Brasil, padres Manuel Nobrega y Anquieta, preguntaron a los indígenas “¿cuál es el nombre de este país?”, oyeron como respuesta: “Tupan Kere tan” (“Es la tierra de Kera, madre de Tupán”). 
Las leyendas de los guaraníes refieren que los antepasados de éstos habitaban una ciudad magnífica, “la ciudad de los techos resplandecientes”. Recordemos que, según Platón, los techos de Poseidonis, capital de la Atlántida, estaban cubiertos de “oricalco”, un brillante metal, quizás mezcla de bronce y plata. Resumiendo, esta exposición pone de relieve el peregrinar de ese misterioso pueblo cario por casi todo el orbe, dejando huellas de su paso por sobre el tamiz de los Tiempos. Y sugiere reconcebir a la Cueva de los Tayos como uno de los reservorios de sus recursos culturales que jalonaron ese milenario deambular. El autor, a la entrada del Museo del Oro en La Paz (Bolivia). 


Fuente:    despiertaalfuturo

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