Hace algunos millares de años, durante el gran éxodo hacia el Oeste de
las hordas procedentes de Asia, las Cícladas y el litoral vecino al Asia
Menor vieron aparecer una nueva nación a cuyos miembros el historiador
Tucídides llamara “carios”. Se sabe muy poco de ellos; que tenían una
avanzada civilización y que venían migrando, lentamente, desde mucho más
al Este aún.
Algunas fuentes suponen que simplemente buscaban dar la vuelta al
mundo. Sea como fuere, esta civilización tenía profundas relaciones con
la cultura fenicia, la cretense, la súmero babilónica y, enfrentando las
críticas más acérrimas, su huella se encuentra en la América
precolombina, muy seguramente como recuerdo de su dispersión de un punto
intermedio entre su asentamiento históricamente aceptado (al sudoeste
de Turquía) y sus avanzadas extremas hacia el Este.
Pueden haber sido los carios los emisarios que llevaron a la Caverna de
Los Tayos buena parte de los tesoros legendariamente allí ocultos.
Muchos historiadores piensan que los carios no dejaban de tener relación
con los pelasgos y, como éstos, no eran de origen ario. El hecho de que
los fenicios se llamasen a sí mismos “el pueblo de Caru” permite
suponer que ellos también se relacionaban de alguna manera con los
carios de Tucídides, tanto más cuando tenían muchos puntos comunes. Los
fenicios eran semitas y los carios quizás constituían una rama de esa
raza. Cario. Relieve de las escaleras del oriente, Apadana, Persépolis.
Antiguas tradiciones nos refieren que algunos milenios antes de nuestra
era los carios constituyeron un Estado gobernado por un mago, cuyo
nombre, rodeado de misterio, no nos ha llegado. Sólo sabemos que ese
nombre se componía de tres palabras “tabú”, cuyas iniciales eran K, A y
R. Se empleó la palabra K’A’R’ (Kar, Car) formada por esas tres
iniciales para designar al dictador-mago; las tribus agrupadas bajo la
autoridad de Kar llegaron finalmente a darse el nombre de carios.
Y que se llame “mago” (del caldeo “maguii”, “sabio”) a Kar da a entender
una fuerte influencia, por lo menos en el recuerdo, de la cultura
sumeria. Kar fue el primer legislador de su pueblo, introdujo el
monoteísmo (que milenios después su pueblo abandonó), fundó la ciudad de
Halicarnaso (Hali-Kar-Nassos, o “el Jardín Sagrado de Kar”). Durante su
vida, su imperio se dividió en dos partes: Caria, con su capital
Halicarnaso y Cara, verosímilmente un estado vasallo. Hubo una época en
que Fenicia (o “tierra de los carus”) formaba parte igualmente del
imperio cario y, por consiguiente, los tres estados de Caria, Car y Caru
se hallaban agrupados bajo la misma autoridad.
Ciudades carias en blanco. Este mapa representa los ríos actuales y la
costa y algunos accidentes pueden haber cambiado con los años,
especialmente Mileto, Heraclea, y Miunte estaban en el lado sur de un
golfo y Priene en el lado norte; el río Meandro desde entonces desagua
en el golfo.
También políticamente Telmessos, Mileto y Kálimnos fueron consideradas a
veces parte de Caria y otras no. Diodoro considera al reino de Kar como
una verdadera Edad de Oro en la historia de la Humanidad. Los carios,
bajo la dirección del misterioso mago, hicieron gran número de
descubrimientos y de inventos útiles y sus navíos surcaron todos los
mares conocidos de la época. Esta descripción, por otra parte, concuerda
muy bien con la tradición atlante. Kar, que era un hombre de estado
notable, concluyó y propuso alianzas con muchos países del Asia Menor y
tratados comerciales con Hobros (Chipre), Creta, Sicilia y Cerdeña. La
más conocida de esas alianzas fue la Unión Caria (Caria, Troya, Ion,
Fenicia y Creta) contra el enemigo común, los aqueos, pero evidentemente
fue establecida algunos siglos después de la muerte de Kar, en la época
de la guerra de Troya.
Aquí debemos advertir que la historia de Kar refuerza el concepto de
considerar la “Atlántida” como la erupción del volcán submarino frente a
la isla de Santorini, que arrasó la civilización minoica y que, poco
más o menos, es cronológicamente coincidente con la guerra de Troya
(alrededor del 1.300 antes de nuestra era para la misma, 1.600 años
antes de nuestra era para la erupción volcánica), de donde deviene
suponer que la dispersión de los navíos carios en todas direcciones del
orbe puede haber sido el “reflejo” de la catástrofe mediterránea, ya sea
para poner grandes distancias con el traumático punto de origen, ya sea
buscar nuevos recursos consumidos durante ese holocausto.
Sugerentemente, recordemos que el Éxodo bíblico, de haber ocurrido, se
sitúa en torno al 1.400 antes de nuestra era… Por cierto, fue alrededor
de esta fecha que reinara Akhenatón (y su nuevo culto monoteísta) en
Egipto.
La acción cultural de Kar radicó en la difusión de los caracteres
carios, de métodos de alfabetización perfeccionados, tratados de
comercio, etc. Kar envió también por todas partes sacerdotes misioneros y
“cariátides”, es decir, sacerdotisas (con el tiempo, la expresión
“cariátide” se circunscribiría a las columnetas arquitectónicas con
representaciones femeninas). La hegemonía económica de los carios sobre
los pueblos prehistóricos del Mediterráneo, debida a la actividad del
legendario Kar, estaba ampliamente justificada por su superioridad
cultural. Es interesante destacar que ese sacerdote enigmático,
dictador, fundador de una religión nueva y reformador social apareció en
las costas del Mediterráneo casi al mismo tiempo que otros líderes
análogos, como Zoroastro en Persia y Manú en Babilonia.
Parece que los carios fueron un pueblo muy emprendedor y que sus
expediciones comerciales les llevaron más allá del Mediterráneo; esta
hipótesis estaría justificada por el gran número de términos geográficos
o de otra clase que contienen el fonema “kar” o “car”, algunos de los
cuales se han conservado hasta nuestros días: Karnak (Egipto) Carnac
(Francia) Cabo y monte Carmelo Caramania (parte de la antigua Siria)
Ciudad de Carpassos (Chipre). Esta ciudad caria construyó ya en época
remota una categoría de navíos de gran porte que podían transportar
hasta ochocientos pasajeros y enormes cantidades de mercaderías.
Esos barcos llevaban por su origen el nombres de “carpassios” y ese
vocablo sufrió a través de los siglos diversas transformaciones, hasta
llegar a nosotros en varios idiomas contemporáneos bajo la forma de
karbas, barkas (ruso), bark, (inglés), barque (francés), barco
(español), carabela y en ruso también korabl, korabel. Isla de Cárpato -
– montañas Cárpatos Khartum (Sudán) que se traduce como “la obra de
Kar”; es notable que la terminación “tum”, obra, corresponde al antiguo
verbo germánico “thun” o “tun” (hacer) y que en nuestros días la lengua
alemana posea una serie de palabras que terminan así: “Reichtun”
(riqueza), “Irrtun” (error) y que todas ellas contengan la idea de algo
realizado, cumplido. Carnutum (Galia): “allí donde la ley sagrada fue
dada por Car”. Cara (Abisinia): significa “vía sagrada”. Mel-Kart (dios
del comercio entre los fenicios) Melcart en Grecia se transforma en
Mercurio.
Kar
envió emisarios en grandes grupos a todas partes del mundo, por lo que
la palabra “caravana” puede tener allí su origen. Mencioné que Kar
instauró un culto monoteísta, a un Señor del Universo que no tenía otro
nombre que la palabra “Pan”, formada, otra vez, por las iniciales de
tres palabras secretas que constituían el apelativo del Ser Supremo. Más
tarde, Pan ocupó un lugar en la mitología como el dios de toda la
naturaleza visible, inspirador de su poder de creación. (El “panteísmo”
señala como el nombre del dios pasó a la lengua griega) y más tarde aún,
cayó a la simple categoría de sátiro o fauno (una manera política de
las religiones posteriores de desplazarlo).
Escultura hallada en Pompeya: Pan enseña a Dafnis a tocar la
zampoña.Ca. 100 a.C. Este Pan era llamado a veces Tu-Pan, lo que
significa (según el profesor Varnhagen), “el divino Pan” en las lenguas
pelasga, fenicia y caria, pero el prefijo “Tu” tiene también el
significado de “piadoso sacrificio”. Las imágenes de Pan representan
generalmente a un fauno con barba de perilla y pezuñas y durante los
primeros siglos de la era cristiana el clero, que deseaba combatir
enérgicamente ese extendido culto, atribuyó esas características al
diablo.
No puedo evitar mencionar aquí —aunque quizás sea totalmente ajeno al
tenor de esta nota— que fue en la Arcadia griega donde nació el culto al
macho cabrío como símbolo de la fuerza generatriz de la Naturaleza. Esa
Arcadia de la cual el pintor francés Poussin tomó el nombre para su
enigmático cuadro “Et in Arcadia ego”, que tanto apasionó al misterioso
cura Saunière de Rennes-le-Chateau… “Et in Arcadia ego” No puedo,
tampoco, evitar que mi reflexión vuele hacia una “Arcadia”, legendario
país de secretos filosofales, “arcaico”.
Pero, también, “Arcano”. Y ARC es transliteraciòn de CAR. Ark, arca… La
diosa Cibeles, de la que se creía era la madre de Kar, fue llamada
también Tu-Pama o Tu-Kera. Era generalmente representada como una madre
con un niño en brazos, o a veces también sola, vestida con un largo
manto y en la cabeza una especie de alta tiara. Imposible no ver aquí un
antecedente de las imágenes de la Virgen que pulularían tantos milenios
después. Leemos en Diodoro que la primera expedición caria más allá de
Gibraltar tuvo lugar alrededor del año 3.500 antes de nuestra era; luego
los fenicios, así como los cartagineses, se aventuraron igualmente en
el Océano Atlántico. Hoy es evidente que los viajes comerciales de los
carios condujeron quizás a la colonización de algunas de las islas
Caribes y del litoral septentrional de América del Sur. Pero podría ser
también que los carios descendieran de un tronco americano y no hicieran
más que visitar su madre patria. O que simplemente descendieran de los
atlantes. A principios del siglo XX, los trabajos del profesor
Schwennhagen, de Onffroy de Thoron y de Warnhagen han suministrado esas
pistas (“Antigüedad de la navegación en Oceanía”, Onffroy de Thoron, Vol
IV de los Anales de la Ciudad de Pará, 1905; “Antigua historia del
Brasil”, Schwennhagen; “Más allá de la Atlántida”, Gustavo Barroso; “Las
dos Américas” de Cándido Costa). Onffroy de Thoron afirma haber
descubierto pruebas de la residencia de los carios en Ecuador. Un
científico colombiano, Miguel Triana sostuvo hace más de un siglo que
los chibchas de Colombia descendieron de los caribes de las antillas y
éstos a su vez de los carios.
Triana basa su hipótesis en la similitud antropométrica que existe entre
los cráneos más antiguos de Facatativa (Colombia), la de los caribes y
una momia descubierta en Guatavita. Es notable que en América Central y
del Sur se encuentren toponímicos que poseen el prefijo “Car” o “Kar”.
Además del mar Caribe y la etnia homónima, aún sobrevive en Honduras la
etnia de los “caras”. Los pueblos Cariho, Caripuna, Caraya, Caranna
están diseminados por centro y Sudamérica. La capital de Venezuela toma
su nombre de los originarios del lugar, los “caracas”.
Toda una serie de localidades del Brasil septentrional poseen en sus
nombres el prefijo “car”: Cara, Carara, Carú, Cari, Cariri, Caraï,
Caraïba, Cario, Cariboca, Carioca (que llevó a que los nativos de Río de
Janeiro sean así conocidos, los “cariocas”), Cara-Tapera, Cariaco,
Caralasca, Carova, Caricari, Cararaporis, Acaraí. Nexo entre América del
Sur y Oriente…
Y un lugar muy especial merece el investigador argentino Enrique García
Barthe, quien ha profundizado no sólo en el trabajo de campo –como
acompaña esta información- sino en el cartográfico, filológico, etc.,
demostrando con abundancia de pruebas la relación estrechísima entre la
remota Grecia y América del Sur. ¿Un ejemplo?.
Él rescata estos vasos zoomórficos del primer milenio antes de nuestra
era realizados en las Cícladas, (vasallaje de los carios, como se ha
demostrado) que muestran inevitablemente armadillos, animales que se
sabe sólo existen en América.
Y aquí debemos regresar al ambiente sudamericano —ya que mencionamos
Brasil— donde se hizo fuerte una de las etnias de lingüística e historia
más rica: los guaraníes (y, curiosamente, de las más desvalorizadas por
el academicismo oficial).
Dejaré para la próxima parte señalar la “conexión atlante” de los
guaraníes, pero aquí permítaseme solamente señalar esto: Desde Alaska a
la Patagonia, era costumbre llevar plumas en la cabeza en situación de
guerra. Igual que los carios.
De hecho, los griegos tardíos adaptaron esa costumbre al confeccionar
sus cascos con cresta sagital de plumas. Esta particularidad es, o bien
una indicación del origen americano de los carios, o bien que carios y
amerindios tienen un origen común: Atlántida. Bien.
Los guaraníes refieren que su origen es el de siete tribus que huyeron
de la “isla Caraíba”, luego que ésta fuera destruida por una hecatombe.
(“Caraíba” significa “tierra de Car”). Esas siete tribus se daban el
nombre de “Carí”, pero sus descendientes sacerdotales lo cambiaron a
“Tupí” que significa “hijos de Tupán”, el Ser Todopoderoso que, según
las creencias de los tupí-guaraníes, gobierna el mundo.
Ese Tupán guaraní bien podría ser el Tu-Pan del que ya hemos hablado. Y
Tupán está toponímicamente presente en “Tollán”, de donde una casta
sacerdotal habría provenido para fundar la homónima ciudad que fuera
segunda capital de la nación Tolteca en México, también conocida como
Tula. Tula, allí donde desde siempre —y así también los denomina
coloquialmente la historia oficial— avizoran el horizonte sus
misteriosos “atlantes”…
El autor de este artículo junto a un “atlante” de Tula.
Sospechaba una relación puntual entre los carios y la Caverna de Los
Tayos. Seré concreto: a la habitual descripción, entre los hipotéticos
tesoros de su interior, de placas con ilustraciones sumerias,
babilónicas y tal vez de otros horizontes culturales de la Antigüedad,
geográficamente muy lejanos a las Américas, mi suposición es que fueron
los carios quienes, precisamente, llevaron ese material documental al
Ecuador prehistórico y tal vez, los responsables de elegir o decidir
dónde serían ocultos. Recordemos que Moricz siempre llamó la atención
sobre la etnia indígena de los “colorados”, llamados así por la habitual
coloración natural de sus cabellos, con los cuales, se dice, se pudo
comunicar en magyar.
Y los antiguos magyares (hoy, húngaros) no están geográficamente tan lejos de las regiones de Asia Menor que aún académica y oficialmente se consideran parte de la Unión Caria. Muchos grabados que muestran las planchas de Tayos parecen de origen mesopotámico, la cuna de la civilización humana… ¿actual?.
La afamada investigadora Ruth Rodríguez Sotomayor, en su recuperaciòn e inventariado del Runa Simi, la lengua ancestral, señala que el vocablo “kara” tanto en sánscrito como en runa simi significa “el guerrero que va a la cabeza”. Algo que cae muy bien a la legendaria imagen de K’a’r’. Y es el investigador ecuatoriano y experto en Los Tayos Manuel Palacios, quien apunta que la historia habla de una etnia, los “shillis”, que habrían llegado al Ecuador provenientes del mar y fundan la mítica ciudad de “Karakés”.
Su
primer rey se llamó Shilli-Karan, y estableció la Confederación Kitu
Kara, en tantos aspectos similar a la Unión Caria. (de ese “Kitu”
proviene “Quito”, nombre de la ciudad capital). Láminas, supuestamente
extraídas de Los Tayos, facilitadas por Guillermo Aguirre, biógrafo de
Julio Goyén Aguado (amigo personal y colaborador de Janos Moricz) y
exhibidas por primera vez públicamente en el año 2007 en una conferencia
conjunta organizada por Débora Goldstern y el autor. Más al sur, entre
Bolivia y Perú, la leyenda cuenta que los misteriosos hombres blancos
con barbas que habrían fundado Tiwanaku fueron atacados por un jefe
llamado Cari, venido del valle de Coquimbo.
En una batalla entablada en una de las islas del lago Titicaca, esta raza rubia quedó aniquilada, pero el propio Kon-Tiki y sus más adictos compañeros escaparon y bajaron luego a las costas del Pacífico (sigo aquí el relato del etnólogo y explorador Thor Heyerdahl). Y no olvidemos el misterio de la “Fuente Magna”, en exhibición en el Museo del Oro de La Paz (Bolivia), extraña pieza labrada en roca que presenta abundantes signos cuneiformes, presumiblemente mesopotámicos.
En una batalla entablada en una de las islas del lago Titicaca, esta raza rubia quedó aniquilada, pero el propio Kon-Tiki y sus más adictos compañeros escaparon y bajaron luego a las costas del Pacífico (sigo aquí el relato del etnólogo y explorador Thor Heyerdahl). Y no olvidemos el misterio de la “Fuente Magna”, en exhibición en el Museo del Oro de La Paz (Bolivia), extraña pieza labrada en roca que presenta abundantes signos cuneiformes, presumiblemente mesopotámicos.
Fuente Magna Detalle de grabados cuneiformes en la fuente.
Y recordemos Tupán, Tollán, Tula y sus “atlantes”… Referidos en el
artículo precedente. Muchos siglos antes de la era cristiana, la isla de
Caraíba fue a su vez tragada por las aguas (¿cuántos siglos? ¿Diez,
doce? Así estaríamos en la fecha de la explosión de Santorín, que
mencionamos en el artículo anterior). Los tupíes sobrevivientes
emigraron al continente sudamericano, desembarcaron en el litoral de
Venezuela y fundaron su asentamiento en Caracas. Algunos centenares de
años más tarde, marinos aventureros llegados de un país lejano situado
al Este llegaron al mismo lugar y por la fuerza y poco a poco
erradicaron toda la población local hacia el Brasil; únicamente un
reducido grupo de tupinambás dejó alguno de sus clanes en territorio
venezolano. Parece que los tupíes desembarcaron en la isla de Marajó, en
el delta del Amazonas. El nombre de esa isla, que se parece al del alto
curso del Amazonas, “Marañón”, fue pronunciado antiguamente “Maraio” o
“Maraion” y luego modificado por los portugueses, que hicieron de él
“Marajo”, que responde mucho más al espíritu de su lengua. El profesor
Varnhagen más de un siglo atrás opinó que las palabras “Mara Ion”
quieren decir en cario “un gran río”, pero “Ion” tiene el mismo sonido
que el nombre de cierto pequeño estado de Ion en el archipiélago (las
islas Jonias) que perteneció en su momento a la Unión Caria. La
explicación de Schwennhagen es quizás más plausible; según él, esos
recién llegados al Brasil entendían por “Gran Ion” (“Mara Ion”) su país
de origen, es decir, las islas Jonias. Caru-Taperu, nombre de una
localidad de la isla de Marajo, nos lleva nuevamente a los carios; hace
algunos años se descubrió allí ruinas ciclópeas de estilo etrusco.
Cerámica del horizonte étnico de Marajó, con clara influencia etrusca.
Es aquí cuando adquiere otra relevancia ciertas particularidades del
famoso Manuscrito 512, que se encuentra en la Biblioteca Nacional de Río
de Janeiro desde 1839, aunque data de 1753. Comenta el investigador
Yuri Leveratto en su blog, que en él se narra sobre un grupo de
aventureros portugueses que buscaron por mucho tiempo las legendarias
minas de Muribeca, viajando durante unos diez años al interior de
Brasil. Durante su extraordinario viaje descubrieron las ruinas de una
gran ciudad perdida cuya arquitectura recuerda lejanamente el estilo
greco-romano.
Leveratto ha encarado su propia traducción de dicho manuscrito (que
puede consultarse por el enlace señalado) pero puntualmente cita un
párrafo donde: “En el pórtico principal de la calle había una figura
humana en bajorrelieve adornada con coronas de laurel: representaba una
persona joven, sin barba; debajo de esta figura había grabados en el
muro algunos extraños caracteres deteriorados en parte por el
transcurrir del tiempo, pero se podían distinguir parcialmente…” y sigue
esta ilustración:
Que no ha encontrado traducción literal en ningún idioma, lengua o dialecto. Pero, tentativamente, hemos hecho esta comparación:
Que no ha encontrado traducción literal en ningún idioma, lengua o dialecto. Pero, tentativamente, hemos hecho esta comparación:
Donde, abajo, se lee la expresión “cario” en griego moderno.
No puedo evitar señalar el parecido, aún con el abismo temporal y geográfico, de ambas grafías. La etnia conocida con el nombre de Tupinambá (o “Tupí Nambá”: “los verdaderos tupíes”) conserva todavía algunos conocimientos de astronomía, heredados quizás de sus lejanos antepasados, los carios. Tucídides llama al “divino Kar”, “mago caldeo”, y es claro que el legendario fundador del imperio cario debía poseer conocimientos de esa ciencia, pues los caldeos fueron astrónomos y astrólogos notables. Un misionero del siglo XVII, el padre D’Abbebille, publicó una obra sobre la ciencia astronómica de los tupinambá que suscitó verdaderas críticas entre los doctos eruditos de la Sorbona que no podían concebir que “una tribu de indios salvajes pudiese poseer alguna noción de esa ciencia”.
No puedo evitar señalar el parecido, aún con el abismo temporal y geográfico, de ambas grafías. La etnia conocida con el nombre de Tupinambá (o “Tupí Nambá”: “los verdaderos tupíes”) conserva todavía algunos conocimientos de astronomía, heredados quizás de sus lejanos antepasados, los carios. Tucídides llama al “divino Kar”, “mago caldeo”, y es claro que el legendario fundador del imperio cario debía poseer conocimientos de esa ciencia, pues los caldeos fueron astrónomos y astrólogos notables. Un misionero del siglo XVII, el padre D’Abbebille, publicó una obra sobre la ciencia astronómica de los tupinambá que suscitó verdaderas críticas entre los doctos eruditos de la Sorbona que no podían concebir que “una tribu de indios salvajes pudiese poseer alguna noción de esa ciencia”.
La religión de los tupíes hizo su aparición en el Norte de Brasil
algunos millares de años antes de nuestra era, coincidiendo
verosímilmente con las primeras expediciones de los carios o de los
fenicios al país. El idioma tupi es en sí mismo una de las pruebas más
sólidas de que hubo un lazo estrecho entre las civilizaciones del
antiguo y nuevo mundo. La etnia tupí conocida con el nombre de Gheghes
llama a su propio dialecto “nhehen gatu” (“lengua universal”), esto
permite suponer que hubo una época en que el idioma tupí se hallaba
extensamente difundido y era empleado quizás por los carios, los
atlantes y otros pueblos de América. Por caso, el texto conservado en el
Museo Británico de la ley del rey sumerio Urgana contiene numerosas
palabras tupíes. La palabra caria “sumer” (jefe de Sacerdotes) es
empleada todavía por los tupíes bajo la forma “sume” para designar a los
sacerdotes, los hechiceros e inclusive los misioneros cristianos y los
médicos. Recordemos que una amplia región del Brasil y del Paraguay
guarda el recuerdo de un Maestro que habría recorrido esas extensiones
en el pasado predicando la paz y la concordia: Pai Zumé.
A propósito, recordemos que en Albania existe una etnia, curiosamente,
también conocida como “gheghe”, y su dialecto se parece bastante al
nhehen gatu. Y la pregunta obvia de si los gheghes americanos emigraron a
Albania o viceversa, puede resolverse diciendo que ambos se dispersaron
de un punto común: la Atlántida. Y no sólo ellos: ¡también los vascos!
Quienes se dan a sí mismos el nombre de “euskaros” (Eus Karos), ¿nos
están hablando de su parentesco con estos misteriosos, nómades y
omnipresentes carios?
Mapa hipotético de Atlantis que muestra una ruta a las Américas.
Creo sinceramente que pelasgos, carios, semitas en general, guaraníes y
tupíes han sido los descendientes de atlantes emigrados, que partieron
en distintas direcciones cuando la catástrofe ancestral —o ya formaban
parte de colonias comerciales en los territorios distantes— y que
decidieron reunir, desordenada y aleatoriamente, elementos que
preservaran la historia de sus ancestros en distintos puntos; la caverna
de Los Tayos entre ellas. Eso explicaría la diversidad cultural y el
aparente batiburrillo de confusión histórica en la descripción tanto de
Moricz como de las hoy desaparecidas colecciones del padre Crespi, de
Cuenca. Por ejemplo reflexionemos en: El extraordinario parecido entre
las palabras “Ceara” (estado del norte de Brasil) y “Sahara”, siendo dos
áreas geográficas desérticas que alimentan la hipótesis de Wegener que
alguna vez estuvieran unidas. La existencia de palabras hebreas entre
los tupí guaraníes, como “canaan” y “aramea”. Muchos ríos brasileros
tiene el prefijo “Poti” en su nombre (Potijara, Potiguara, etc.) y
recordemos que en pelasgo “poti” significa “pequeño curso de agua” o
“afluente”, adoptado más tarde por los griegos en la palabra “potamós”
(río). Cuando Álvarez Cabral desembarcó en el lugar en que se levanta
Río de Janeiro, encontró allí a guaraníes que llamaban a esa región
“Carioca”. La apalabra “oca”, que significa en “avañée” (el idioma
guaraní, ya que “guaraní” es la etnia, no la lengua) “domicilio,
residencia” se parece al término griego “oikía”, que tiene el mismo
sentido.
La palabra avañée “cari” significa “hombre blanco”, por lo tanto
“carioca” significa “residencia de los hombres blancos” lo que demuestra
que la región estuvo alguna vez habitada por un pueblo de raza blanca y
la inscripción de la roca de Gavea, pretendidamente fenicia (o caria)
alimenta esa hipótesis.
La roca de Gavea. Obsérvese el rostro frontal.
Y si se cree que es una “pareidolia” con una formación natural,
recuérdese la imagen del dios Ollanta, frente a Ollantaytambo (Perú)
donde se ha demostrado que se ha corregido y adaptado la configuración
natural.
Desde otro ángulo.
La divinidad caria Tu-Pan es venerada todavía por muchas etnias
sudamericanas bajo la forma del dios Tupán; su culto tiene una
importancia particular entre los guaraníes del Paraguay, pero en otro
tiempo se extendía hasta el litoral del Pacífico. Los tupíes sostienen
que Tupán enseñó a sus antepasados la agricultura y el uso del fuego.
Los pueblos pre incas representaban a Tupán exactamente como las
estatuas griegas a Pan; un fauno. El culto de la Cibeles local, o Kera,
hizo su aparición al mismo tiempo que el de su hijo Tupán.
El nombre de Kera era empleado en todas partes donde se creía que
Cibeles era la madre de Kar. Cuando los primeros misioneros portugueses
en el Brasil, padres Manuel Nobrega y Anquieta, preguntaron a los
indígenas “¿cuál es el nombre de este país?”, oyeron como respuesta:
“Tupan Kere tan” (“Es la tierra de Kera, madre de Tupán”).
Las leyendas de los guaraníes refieren que los antepasados de éstos
habitaban una ciudad magnífica, “la ciudad de los techos
resplandecientes”. Recordemos que, según Platón, los techos de
Poseidonis, capital de la Atlántida, estaban cubiertos de “oricalco”, un
brillante metal, quizás mezcla de bronce y plata. Resumiendo, esta
exposición pone de relieve el peregrinar de ese misterioso pueblo cario
por casi todo el orbe, dejando huellas de su paso por sobre el tamiz de
los Tiempos. Y sugiere reconcebir a la Cueva de los Tayos como uno de
los reservorios de sus recursos culturales que jalonaron ese milenario
deambular. El autor, a la entrada del Museo del Oro en La Paz
(Bolivia).
Informando: http://elarcadelmisterio.blogspot.com/
Fuente:
despiertaalfuturo
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