Los mapas de Piri Reis
tienen una realidad histórica perfectamente fechada y comprobada, que
empieza en 1513, y una realidad «prehistórica», en el sentido técnico de
la palabra, es decir, únicamente conjetural y sin documentos
corroboradores, que corresponde a antes de 1513. Empecemos por lo que se
sabe de modo seguro e irrefutable.
El día 9 de noviembre de 1929, Malil Edhem,
director de los Museos Nacionales turcos, al proceder al inventario y a
la clasificación de todo lo existente a la sazón en el famoso museo
Topkapi, de Estambul, descubrió dos mapas del mundo -o, mejor dicho,
fragmentos de ellos- que se creían perdidos para siempre: los mapas de
Piri Reis, célebre héroe (para los turcos) o pirata (para todos los
demás) del siglo XVI, que relata prolijamente en su libro de memorias,
Bahriye, las condiciones y circunstancias en que levantó estos mapas.
De momento, el
relato escrito no despertó mucha atención; pero el mapa habría de darle,
gradualmente, un valor considerable. En realidad, hubo que esperar al
término de la Segunda Guerra Mundial para emprender de veras el estudio
comparativo de los mapas y del texto de Piri Reis.
Perteneciente a una familia de grandes marinos turcos, Piri Reis,
notable navegante, cosechó éxitos en los cuatro rincones del
Mediterráneo y de los mares vecinos, obtuvo numerosas victorias navales y
contribuyó a afirmar la supremacía marítima, incontestable a la sazón,
del Imperio otomano.
Pero Piri Reis era hombre culto e inteligente, y así, mientras corría sus aventuras, empleó algún tiempo en escribir el Bahriye en
el que abundan las notas pintorescas y vivaces sobre todos los puertos
del Mediterráneo, y los mapas de diversa índole (21 en total). Y
también, antes de empezar a escribir, se tomó tiempo para diseñar dos
mapas del mundo: uno, en 1513, y el otro, en 1528 (durante el reinado de
Soleimán el Magnífico).
Fue un cartógrafo concienzudo y ejemplar. Empieza afirmando que el
trazado de un mapa requiere profundos conocimientos y una capacidad
indiscutible. En su prólogo al Bahriye, habla prolijamente de su
primer mapa, dibujado en su ciudad natal, Gelibolu, desde el 9 de marzo
hasta el 7 de abril de 1513 (año 919 de la Héjira). Declara, que, para
trazarlo, cotejó todos los mapas que conocía, aproximadamente una
veintena, algunos muy secretos y muy antiguos, comprendidos ciertos
mapas orientales que, seguramente, nadie más que él poseía en Europa.
Su conocimiento del griego, del italiano, del español y del portugués le
ayudó muchísimo a sacar el mayor partido de las indicaciones contenidas
en todos los mapas que consultó. Además, disponía de un mapa
confeccionado por el propio Cristóbal Colón y
que había llegado a su poder gracias a un miembro de la tripulación del
célebre genovés. Este marinero había sido hecho prisionero por Kemal Reis, tío de Piri Reis, y pudo, por ello, completar de viva voz los conocimientos de nuestro cartógrafo turco.
Hasta
aquí, la obra de Piri Reis sólo tenía un interés anecdótico, aunque no
careciese de importancia, como testimonio de la grandeza del pasado para
los turcos, y como desmitificación de los «piratas berberiscos» para
los europeos. El Bahriye fue, pues, durante mucho tiempo, una
obra «clásica» turca, para personas cultas. Sin embargo, incluso antes
de que se conocieran los mapas que menciona y que habían de plantear un
formidable interrogante a muchos investigadores del mundo entero, sus
profundos conocimientos habrían podido evitar que los historiadores
cayesen en su más tremendo error: la afirmación de que Cristóbal Colón
había descubierto América.
Colón redescubrió,
o, mejor dicho, reveló a la Europa Occidental un continente cuya
existencia era sólo conocida, hasta entonces, por algunos iniciados. El
testimonio del almirante turco no puede ser más claro e inequívoco. En
el capítulo sobre «El mar occidental» (nombre que se dio durante mucho
tiempo al océano Atlántico), habla prolijamente del navegante genovés,
cuya aventura refiere en estos términos:
«Un infiel, llamado Colombo y que era genovés, fue quien descubrió estas tierras. Un libro llegó a las manos del susodicho Colombo, el cual vio que se decía en el libro que, al otro lado del mar occidental, precisamente hacia el Oeste, había costas e islas, y toda clase de metales, así como piedras preciosas. El susodicho, después de estudiar largamente el libro, fue a suplicar, uno tras otro, a todos los notables de Génova, diciéndoles: "Dadme dos barcos para ir allá y descubrir esas tierras."Ellos le respondieron: "¡Oh, hombre vano! ¿Cómo puede encontrarse un límite al mar occidental? Éste se pierde en la niebla y en la noche."
»El susodicho Colombo vio que nada sacaría de los genoveses y se apresuró a ir al encuentro del Rey de España, para contarle detalladamente su historia. Le respondieron lo mismo que en Génova. Pero suplicó durante tanto tiempo a los españoles, que su Rey acabó por darle dos barcos, muy bien pertrechados, y le dijo: "¡Oh, Colombo! Si sucede lo que tú dices, te haré Rapudán de aquel país."Dicho lo cual, el Rey envió a Colombo al mar occidental.»
Piri Reis pasa
seguidamente al relato que le hizo el marinero de Cristóbal Colón, que
era ahora su esclavo. Resultaría inútil reproducir por entero este
relato, en el que se explica el asombro de los marinos europeos ante los
salvajes casi completamente desnudos que encontraron en las islas donde
pusieron pie al llegar. Sin embargo, existe un detalle que es esencial
para nuestro objeto:
«Los habitantes de esta isla vieron que ningún mal les venía de nuestro barco; por consiguiente, cogieron pescados y nos los trajeron, empleando sus canoas. Los españoles se alegraron no poco y les dieron baratijas, pues Colombo había leído en su libro que a aquellas gentes les gustaban mucho las baratijas.»
Este detalle
extraordinariamente sorprendente y que, a nuestro entender, no ha sido
aún comentado por nadie, adquiere mayor relieve si lo relacionamos con
unas indicaciones contenidas en uno de los mapas de Piri- Reis, donde
éste afirma que el libro en cuestión databa de tiempos de Alejandro El
Magno. Resulta difícil afirmar que nuestro almirante turco tuviese este
famoso libro en su poder, pero, en todo caso, conocía sin duda alguna su
texto.
Fue,
pues, deliberadamente, que Cristóbal Colón partió a descubrir América.
Confiaba en su valioso libro, y los hechos sucesivos demostraron que
tenía razón; pero limitó sus confidencias a los notables genoveses y al
rey de España. Públicamente, fingió compartir la opinión corriente en su
época: como la Tierra era redonda, parecía natural que, navegando hacia
el Oeste, volvería fatalmente, más pronto o más tarde, al punto de
partida, después de pasar en su trayecto, pero en sentido inverso, por
los países orientales conocidos en Europa.
Algunos cartógrafos daban testimonio de esta creencia general. Existe, por ejemplo, un mapa atribuido a un tal Toscanelli y
que Cristóbal Colón llevó consigo en su expedición: en él se ve, de
derecha a izquierda, las costas europeas; después, el «mar occidental»,
y, por último, la isla de «Cepanda» (otra forma de «Cipango», nombre con
que se conocía entonces al Japón), el país de «Catay» (China), la India
y las islas del Asia sudoriental. ¡Ni el menor atisbo de América en
este mapa! Esta arraigada opinión explica que se diese al Nuevo Mundo el
nombre de «Indias Occidentales».
Como no es nuestro propósito la desmitificación de Cristóbal Colón, no
nos extenderemos sobre sus predecesores, que descubrieron también
América, pero sin darse cuenta de la importancia del hecho y sin tratar
de profundizar en la cuestión. Los vikingos son los más conocidos, y
pronto volveremos a hablar de ellos. Pero Piri Reís cita otros, a los
que saludan los de pasada: Savobrandán (convertido en San Brandán), el
portugués Nicola Giuvan, otro portugués, Antón el Genovés, etcétera.
Lo cierto es que, incluso antes de que fuese encontrado el mapa del
mundo, se hubiera debido dar más crédito a Piri Reis. En su libro,
repite en muchas ocasiones: «Nada hay en este libro que no se funde en
hechos.» Los 215 mapas que se contienen en el Balzriye permitían
comprobar perfectamente sus dichos. Y añade. «El más pequeño error hace
inútil cualquier carta marina.» No olvidemos que es un marino quien lo
dice, un hombre que conoce las traiciones y la servidumbre del mar.
Tengamos presente esa observación al examinar sus mapas del mundo.
Sólo se poseen fragmentos de estos mapas, pero en ellos figura la
totalidad del Atlántico y sus costas americanas, europeas, africanas,
árticas y antárticas. Aparecen trazados sobre pergamino de color,
iluminados y enriquecidos con numerosas ilustraciones: retratos de los
soberanos de Portugal, de Marruecos y de Guinea; en África, un elefante y
un avestruz; en América del Sur, llamas y pumas; en el océano y junto a
las costas, barcos, y en las islas, pájaros.
Los pies de las
ilustraciones están escritos en turco. Las montañas se indican con su
perfil, y los ríos, con líneas gruesas. Los colores se utilizan de modo
convencional: los parajes rocosos aparecen pintados de negro; las aguas
arenosas y poco profundas, se señalan con puntos rojos, y los escollos
ocultos bajo la superficie del mar, con cruces.
Éstos son los venerables pergaminos descubiertos en 1929. Los turcos los
contemplaron con precaución y devoción, pensando con nostalgia en la
fastuosa época del Imperio otomano y sin que se les ocurriese estudiar
más a fondo el asunto. Varias bibliotecas del mundo adquirieron
reproducciones. En 1953, un oficial de la Marina turca envió una copia
al ingeniero jefe de la Oficina hidrográfica de la Marina de los Estados
Unidos, el cual la mostró a un especialista en mapas antiguos, conocido
suyo: Arlington H. Mallery.
Y entonces empezó verdaderamente el «asunto» de los mapas de Piri Reis.
¿Quién es Arlington H. Mallery?
Ingeniero de
profesión, se había interesado siempre en las cosas del mar, y durante
la Segunda Guerra Mundial había prestado servicio en los transportes de
tropas. Al licenciarse -era capitán-, dedicó sus ocios a un tema que le
apasionaba: Europa había descubierto América antes de Cristóbal Colón.
Pacientes investigaciones lingüísticas (para demostrar la influencia del
noruego antiguo en la lengua iroquesa), minuciosos estudios de las
sagas escandinavas, búsquedas arqueológicas pacientemente dirigidas,
descifrado de antiguos «portulanos», le llevaron a reconstituir la
epopeya vikinga en Islandia, en Groenlandia, en Terranova y en el
litoral canadiense.
Dio cuenta de sus descubrimientos en un libro, América perdida, publicado en 1951 y prologado por Matew W. Stirling,
director de la Oficina de Etnología americana de la «Smithsonian
Institution», que tuvo considerable resonancia. El capitán Mallery
defendía su tesis y aportaba pruebas de que había existido en América
una civilización del hierro no sólo antes de la conquista europea, sino
también, quizás, antes del pueblo americano.
Sin embargo, esto no fue más que el comienzo de una aventura que haría
de ser mucho más emocionante. Cuando recibió los mapas de Piri Reis,
tenía ya mucha experiencia en la materia, y le bastó el primer vistazo a
los documentos para comprender que aquel descubrimiento no tenía
parangón con los anteriores.Arlington H. Mallery tuvo inmediatamente la intuición de que aquellos mapas ocultaban un misterio fascinante.
Pero no se lanzó a ciegas a su estudio. Sus trabajos anteriores le
habían enseriado a consultar siempre a las autoridades técnicas
consideradas indiscutibles. Y esto fue lo que hizo, trabajando con
cartógrafos famosos (principalmente, con Mr. I. Walters), científicos y técnicos polares (entre ellos, el R. P. Linchan).
El primer problema que se planteó fue el descifrado mismo de los mapas,
es decir, del sistema de proyección empleado, que, al menos a los ojos
de un profano, parece extraño a primera vista. Pero los especialistas,
gracias a los recursos de la trigonometría moderna, pudieron
descifrarlos: un explorador sueco, Nordenskjold, consiguió efectuar, en
dieciocho años, la «traducción» de los portulanos al lenguaje
cartográfico moderno. Su trabajo sirvió de base, primero, a Mallery, y
después, a Charles Hapgood y a sus discípulos.
Éstos efectuaron
comprobaciones tan exactas, que pudieron afirmar que los mapas de Piri
Reis procedían de orígenes diferentes, y reconstituir, al menos
teóricamente, el primitivo rompecabezas. Este trabajo, constantemente
verificado por matemáticos, es, hasta la fecha, la mejor demostración de
que los mapas de Piri Reís constituyen un problema real, y de que las
intuiciones de las primeras personas que los descubrieron y, sobre todo,
de Mallery, eran acertadas. Las pruebas de su antigüedad son muy
numerosas. Nótese, por ejemplo, que la llama dibujada en aquellos mapas
era desconocida por los europeos de la época.
En cuanto a las
longitudes, exactamente indicadas, ni siquiera Cristóbal Colón sabía
calcularlas. Para comprender su carácter excepcional, lo primero que hay
que hacer es comparar estos mapas con otros de la misma época: la
diferencia salta inmediatamente a la vista, incluso para aquellos que
trabajaron dieciocho años en los portulanos. Citemos algunos de
aquellos: el mapa de Jean Severs, publicado en Leyden en 1514,
exacto en cuanto se refiere a Europa y África (nótese, en particular,
que la América Central y la América del Norte se confunden).
El mapa atribuido a Lopa Hamen y
publicado en 1519 no es mejor que el anterior: las dimensiones de
América son desproporcionadas en relación con las de África; la
distancia entre África y América es mucho menor que la real, y la
configuración general del Nuevo Mundo es casi imposible de reconocer.
Otro mapa, trazado por un portugués cuyo nombre se ignora, apareció en
1520. América termina bruscamente al sur del Brasil. Hay que concretar
que fue precisamente aquel año cuando Magallanes emprendió su viaje
marítimo alrededor de América y que, por tanto, los resultados de esta
exploración eran aún desconocidos.
Más aún: un mapa de América, publicado en la cosmografía de Sebastián Munster en
1550 -o sea, casi cuarenta años después de los de Piri Reis-, dista
mucho de ser satisfactorio, aunque el Nuevo Mundo aparezca al fin
identificado como continente. Nos hallamos, pues, ante unos hechos
concretos: las afirmaciones del Bahriye son corroboradas por los
mapas de Piri Reis. Es indiscutible que éste poseía informaciones
veraces sobre América, diferentes de las proporcionadas por Cristóbal
Colón y anteriores a éste. Pero, ¿cuánto tiempo anteriores? Aquí está
toda la cuestión.
Debemos examinar ahora la interpretación moderna de estos mapas. Nos enfrentamos con dos tesis: la americana y la rusa.
Sigamos ante todo a Mallery, que tuvo el mérito de descubrir el misterio, y a Hapgood, que se empeñó en resolverlo.
La porción del mapa comprendida entre Terranova y el sur del Brasil,
dejando aparte su exactitud, asombrosa para la época, no plantea
problemas de descifrado.
En lo que atañe al
norte y al sur del mapa, y una vez «traducidas» las indicaciones al
lenguaje cartográfico moderno, Mallery adquirió el convencimiento de que
Piri Reis había dibujado las costas de la Antártida, y de que, por otra
parte, Groenlandia y el continente antártico aparecían diseñados...
¡tal como eran antes de la glaciación de los polos!
Esta hipótesis, a primera vista extravagante, sólo puede formularse
-incluso antes de discutirla, cosa que liaremos seguidamente- si se está
en condiciones de definir, más o menos exactamente, la configuración de
los zócalos terrestres del Ártico y de la Antártida bajo la capa de
hielo que las recubre en la actualidad.
Sólo recientemente se han adquirido conocimientos a este respecto. Las
técnicas modernas (gravimetría, sondeos sísmicos, etcétera),
perfeccionadas y experimentadas ante todo en Groenlandia por las
expediciones polares francesas, y después en la Antártida, han dado
resultados espectaculares.
En primer lugar, se pudo medir el espesor de la capa de hielo: en
Groenlandia, el espesor máximo es de 3.300 metros; en la Antártida,
alcanza los 4.500 metros. Después, se pudo confeccionar un mapa del
relieve groenlandés, con sus alturas, tal como es en realidad debajo de
la enorme capa de hielo. Trabajos parecidos se efectuaron en ciertas
zonas de la Antártida.
Arlington H. Mallery disponía, pues, de elementos geográficos modernos con los que comparar los datos de los mapas de Piri Reis.
Sus conclusiones
personales, enérgicamente sostenidas en el Foro de la Universidad de
Georgetown, fueron rotundas: la Groenlandia dibujada por el almirante
turco correspondía a las líneas de relieve descubiertas por las
expediciones polares francesas (que revelan dos estrechamientos medios
que cortan Groenlandia). En cuanto a la costa que prolonga en gran
manera la de América del Sur, no era otra cosa que la de la Antártida:
Arlington H. Mallery se tomó el trabajo de seguir el mapa milímetro a
milímetro y de hacer, cada vez, la oportuna comparación con los datos
modernos.
Hay que decir que,
de este modo, llegó a conclusiones que son, al menos, sorprendentes:
por ejemplo, las islas indicadas por Piri Reis frente a las costas
coinciden con los que parecen ser picos montañosos subglaciales
descubiertos por la expedición antártica noruegosuecobritánica en la Tierra de la Reina Maud, y cuyo trazado fue publicado en el Geographie Journal de junio de 1954.
También con referencia a la Tierra de la Reina Maud, Mallery estudió, en
el curso de sus comparaciones, un mapa de la costa continental
antártica levantado por Peterman en 1954. A su entender, ambos
coincidían perfectamente, salvo en un punto: Piri Reis indicaba dos
bahías, y Peterman, tierra firme. Mallery planteó el problema al
Servicio Hidrográfico.
Había conseguido
interesar hasta tal punto a los técnicos más competentes, que los
americanos emprendieron sondeos sísmicos de comprobación en aquel lugar.
¡Y era el mapa de Piri Reis el que estaba en lo cierto! No es, pues, de
extrañar que, al celebrarse la sesión antes mencionada, la hipótesis de
la antigüedad de los mapas de Piri Reis dejase de ser meramente
especulativa.
«Los trabajos realizados hasta el día de hoy -dice el R. P. Linehan- indican que estos mapas parecen extraordinariamente exactos.»
Y en otra parte añade:
«Creo que unos estudios sísmicos complementarios, que permitan determinar el emplazamiento respectivo del hielo y de la tierra firme, demostrarán que estos mapas son aún más exactos que lo que pensamos actualmente.»
Pero no todo el
mundo está de acuerdo a este respecto. Los rusos, que, como es sabido,
participan con muchas naciones occidentales en el estudio del continente
antártico, formularon otras tesis sobre el asunto. Realizando sus
propios trabajos de transposición, llegaron a la conclusión de que el
trazado de Piri Reis no corresponde a la Antártida, sino al extremo sur
de Patagonia y de la Tierra del Fuego. Pero esto no plantea un problema
menor, puesto que estas regiones no empezaron a ser oficialmente
conocidas hasta 1520.
Por otra parte, en la propia Rusia se han emitido otras opiniones sobre la cuestión. El profesor L. D. Dolguchin,
del Instituto Geográfico, pensó que estos mapas podían representar la
Antártida, pero que las informaciones que se contienen en elles no
proceden de antes de la glaciación, período que hace remontar a un
millón de años atrás (después veremos las tesis actuales sobre este
problema).
El profesor M. Y. Mepert, secretario del Instituto Arqueológico, declaró:
«En Historia, hay que esperar sorpresas tan grandes como en física nuclear. Por esto es necesario estudiar estos mapas.»
Tratándose de un
tema tan poco conformista, conviene, en todo caso, avanzar con
precaución. El primer punto comprobado es que Piri Reis poseía, sobre el
continente americano, datos anteriores al «descubrimiento» de Cristóbal
Colón. Se podría suponer que estos datos proceden de la epopeya de los
vikingos, a la sazón bien conocida y casi salida del limbo medieval.
Pero los vikingos, por temerarios que fuesen, sólo conocían una pequeña
parte de la América del Norte, la cual, por otra parte, ignoraban que
fuese un continente. Un reciente descubrimiento ha dado mucho que
hablar: el de un mapa encontrado en Suiza y que lleva la fecha de 1440.
En él se ve, a la
altura de Escandinavia, primero, Islandia; después, Groenlandia, y, por
último, una isla más vasta, en la que se cree reconocer las
desembocaduras del San Lorenzo y del Hudson, convertidas en profundas
bahías. La inscripción dice así: «Descubrimientos de Bjarni y de Leif.»
Aclaremos que, según las sagas noruegas, Bjarni Herjolfson navegó hasta las costas americanas en el año 986, y Leif Ericson, en el 1002.
Los vikingos no pueden explicar, pues, por sí solos, los mapas de Piri
Reis. Éstos son corroborados por otros hechos. Existe, por ejemplo, otro
mapa del mundo, conocido por el nombre de Mapa de Gloreanus y que se
encuentra en la Biblioteca de Bonn. Mientras no se demuestre lo
contrario, data de 1510. Parece, pues, anterior a los de Piri Reis. Este
mapa nos da no solamente la configuración exacta de toda la costa
atlántica de América, desde el Canadá hasta la Tierra del Fuego, cosa ya
de por sí extraordinaria, sino también la de toda la costa del
Pacífico, igualmente de Norte a Sur.
Los datos de la
Historia oficial no bastan para resolver el misterio planteado por la
existencia de estos mapas. Debemos, pues, remontar con audacia la
cronología. Detengámonos, ante todo, en la interpretación rusa: Piri
Reis habría dibujado, no la Antártida, sino Patagonia y la Tierra del
Fuego. Estos países eran, a la sazón, desconocidos. Ni siquiera los
conocían los vikingos. El único pueblo navegante al que tal vez se
podría atribuir este conocimiento es el fenicio.
Se ha comprobado
históricamente que los fenicios practicaban la navegación de cabotaje
por toda la costa occidental europea. ¿Fueron más lejos? ¿Se atrevieron a
enfrentarse con la inmensidad del océano? Al menos, puede formularse la
pregunta. Es cierto que, a través de la Antigüedad y de la Edad Media,
se transmitió una tradición referente a la existencia de un continente
más o menos mítico al otro lado del océano. Ya hemos hablado del famoso
libro, presuntamente de tiempos de Alejandro Magno, cuya lectura impulsó
a Colón a su gran aventura. Ciertos compiladores griegos hablan de un
continente llamado «Antictoné» (es decir, «tierra de los antípodas»).
Se dice que san Isidoro de Sevilla, que vivió desde el 560 hasta el 636, declaró:
«Existe otro continente, además de los tres que conocemos. Está al otro lado del océano, y allí, el sol calienta más que en nuestras regiones.»
Y debemos pensar
también en la epopeya, aún poco conocida, de los monjes bretones que
partieron a evangelizar los pueblos de un famoso continente del que
habían oído hablar: cruzada dramática y sumamente mortífera. Sabemos que
partieron de las costas de Bretaña.
¿Llegaría a América uno de sus barcos?
Existen sólidos argumentos a favor de la hipótesis fenicia, tanto más
cuanto que en América del Sur, y aun del Norte, se han descubierto
vestigios de características mediterráneas: el más reciente
descubrimiento se debe a un holandés, el profesor Stocks. Estos
descubrimientos son, en general, muy discutidos. La idea de que los
fenicios fuesen capaces de efectuar travesías oceánicas no tiene, en sí,
nada de fantástico. Su marina, tanto mercante como de guerra, les
permitía llevar a cabo esta hazaña.
En cambio, resulta
más difícil imaginar los motivos que tuvieron para guardar en secreto
sus descubrimientos. Pero el poderío de su diminuto país se fundaba
únicamente en su marina, y el conocimiento exclusivo de unos lugares de
aprovisionamiento habría constituido un triunfo muy interesante para
ellos. Después, el secreto se habría perdido más o menos en el curso de
la Historia. Pensemos, a este respecto, en los vikingos: algunos siglos
después de sus expediciones marítimas, hubo que «redescubrir»
Groenlandia, Terranova y el Catadá. Tales secretos corporativos son
fáciles de guardar y, más aún, de perder.
Pasemos ahora a la hipótesis de Mallery: heredero de una larga serie de
tradiciones secretas, Piri Reis debió de tener conocimiento de datos
geográficos que, en lo tocante a Groenlandia y a la Antártida, databan
de antes de la glaciación. Se plantea una primera cuestión: ¿Cuándo se
produjo esta glaciación?
El Año Geofísico Internacional dio vivo impulso, entre otras, a estas
investigaciones. En 1957, los trabajos convergentes del doctor J. L.
Hough, de la Universidad de Illinois, por medio del sondeo, y del doctor
W. D. Hurry, de los laboratorios de geofísica del Instituto Carnegie,
por el método del radiocarbono, empezaron a delimitar el problema: el
período de glaciación actual de los polos empezó entre 6.000 y 15.000
años atrás. Este margen de incertidumbre ha sido posteriormente muy
reducido.
Los especialistas (y en particular Claude Lorius,
jefe glaciólogo de las expediciones polares francesas) fijan el
comienzo del período glacial entre 9.000 y 10.000 años atrás. Además,
están de acuerdo en que acaba de empezar un período de desglaciación.
Parece, pues, posible que, hace unos diez milenios, Groenlandia y la
Antártida tuviesen la configuración que se observa en los mapas de Piri
Reis. Su relieve se manifestaba libremente; una parte de las tierras
actualmente cubiertas por el hielo o sumergidas era, entonces, aún
visible.
En vista de esto, parece que se podría concluir diciendo que los
conocimientos que sirvieron para el trazado de estos mapas datan de unos
10.000 años atrás.
Después de todo lo que acabamos de decir, esta conclusión es inevitable;
pero contradice todas las teorías clásicas actuales sobre la historia
de la civilización y debe ser considerada con gran cautela. ¿Qué dicen
los manuales de Prehistoria? Hace diez mil años, reinaba (si podemos
expresarnos así) el hombre de Cro-Magnon, al cual se atribuyen las
pinturas de Lascaux, pero que no conocía el trabajo de los metales, ni
el cultivo de la tierra, ni la domesticación de los animales.
Ahora bien, Arlington H. Mallery, el gran especialista, dice de los mapas de Piri Reis:
«En la época en que se confeccionó el mapa, no era solamente preciso que hubiese exploradores, sino también técnicos en hidrografía particularmente competentes y organizados, pues no se puede dibujar el mapa del continente o territorios tan extensos como la Antártida, Groenlandia o América, como por lo visto se dibujó hace algunos milenios, si no se es más que un simple individuo o incluso un pequeño grupo de exploradores. Se necesitan técnicos experimentados, conocedores de la astronomía, así como de los métodos necesarios para el trazado de mapas.»
Arlington H. Mallery va aún más lejos. Dice:
«No comprendemos cómo pudieron confeccionarse esos mapas sin la ayuda de la aviación. Además, las longitudes son absolutamente exactas, cosa que nosotros mismos sólo sabemos hacer desde hace apenas dos siglos.»
Habría que
proceder, pues, a una «revisión desgarradora» de nuestros conceptos
referentes a la historia de la Humanidad. ¿Qué conjeturas podemos hacer
sobre una civilización desarrollada que habría existido hace unos diez
mil años?
Por su parte, Arlington H. Mallery, especialista de la América
precolombina, y que tiene, en este campo, notables descubrimientos en su
haber, andaba en busca de una gran civilización desaparecida, que
habría existido en el continente americano. Pudo presentar un cúmulo de
elementos, algunos de los cuales son desconcertantes, sobre todo unos
altos hornos para tratar el hierro -sobre cuya fecha están en desacuerdo
los especialistas- y unas piedras provistas de inscripciones.
Este descubrimiento fue hecho en Pensilvania, al este de Harrisburg, en
la casa de los hermanos Strong. Los especialistas consultados por
Mallery, -Sir W. M. Petrie, Sir Arthur J. Evans y J. L. Myres-
descubrieron en tales inscripciones ciertas semejanzas, tal vez
fenicias, tal vez cretenses. Sea como fuere, las inscripciones parecían
corresponder a una fase anterior a las primeras escrituras
mediterráneas, dado que la alfabetización había empezado en ellas, pero
la escritura, que ya no es realmente silábica, contiene aún 170 signos.
Actualmente, no ha sido todavía descifrada.
Arlington H. Mallery opina que es la escritura de una antigua
civilización americana, anterior, naturalmente, a las civilizaciones
precolombinas conocidas (inca, maya, o azteca). Se puede conjeturar que
éstas conservaron algunos vestigios: así se explicarían la misteriosa
fortaleza de Tiahuanaco,
cuya fecha ha sido imposible fijar; ciertas particularidades de la
astronomía maya, que parece referirse a un estado del cielo anterior en
muchos milenios al que conocemos; las extrañas leyendas referentes a
antiguos civilizadores; etcétera.
Pero, aun admitiendo que semejante civilización existiese hace diez mil
años en el continente americano, aún habría que explicar cómo sus
conocimientos geográficos pudieron llegar a Europa.
Y, ya que hemos franqueado ahora el muro de la razón, podemos dar libre curso a la fantasía:
¿Y si esta civilización avanzada hubiese existido, no solamente en América, sino en toda la Tierra? ¿Habría tenido esta civilización un origen extraterrestre?
En lo que atañe a
los mapas de Piri Reis, nos resulta muy difícil hacer intervenir a los
venusianos o a seres de otros planetas: porque, si, como es de suponer,
disponían de los cohetes más perfeccionados, ¿qué necesidad tenían de
levantar un mapa detallado, no de los continentes -cosa que aún habría
podido explicarse-, sino de las orillas y las costas? Esto no impide,
desde luego, que se pueda estudiar este problema; pero los mapas de Piri
Reis son obra exclusiva de marinos terrestres.
Entonces, ¿serían habitantes de la Atlántida o de Gondwana?
Pero el
desplazamiento de los continentes tiene una historia que se remonta
mucho más allá de diez milenios y de la época que nos interesa; estos
continentes, si existieron, habían desaparecido o se habían hecho
pedazos mucho tiempo antes.
Podríamos suponer, pues, que una rama de la raza humana, coexistente con
otras menos desarrolladas, hubiese alcanzado, hace ocho o diez mil
años, un grado de civilización considerable, y que tuviese un
conocimiento muy completo de su planeta; y que hubiese sido destruida,
inopinadamente, por un cataclismo. Charles H. Hapgood se muestra rotundo en sus conclusiones.
Sólo hace un siglo
que se empezó a hacer retroceder los límites de la Historia y se
encontraron vestigios materiales de civilizaciones hasta entonces
consideradas como míticas (Troya, Creta), o incluso desconocidas (Sumer,
los hititas, el valle del Indo). El profesor americano declara que hay
que continuar las investigaciones, y que éstas habrán de conducir
forzosamente al descubrimiento de la avanzada civilización que existió
hace diez mil años.
Naturalmente, le
dejamos la responsabilidad de estas afirmaciones, apoyadas, repitámoslo
una vez más, por una concienzuda experimentación científica. El gran
descubrimiento arqueológico del siglo está aún por hacerse...
Informando: http://elarcadelmisterio.blogspot.com/
Fuente:
despiertaalfuturo
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